Rigor y vigor en la educación

En la educación no hay que conformarse con lo bueno cuando se puede alcanzar lo mejor. Aquí radica la clave de la excelencia. A la excelencia se llega mediante la disciplina y el esfuerzo. La mejora y la perfección se obtienen con tenacidad y constancia. En el proceso de aprendizaje ha de imperar el rigor y no la condescendencia; la exigencia y no el conformismo.

Hay padres empeñados en alejar a sus hijos de las dificultades y de los obstáculos. Gran error, porque si los maleducan mimándolos mientras son niños, cuando de adultos se topen con la adversidad no estarán preparados para afrontarla y superarla. Terminarán convertidos en personas inmaduras y dependientes en lugar de responsables y autosuficientes. El presidente de la Federación Alemana de Profesores, Josef Kraus, ha acuñado el concepto de  pedagogía peluche, para referirse a ese modelo de enseñanza que mantiene entre algodones a los alumnos evitándoles escollos y problemas; y se refiere con el término de padres helicópteros, a esos progenitores siempre prestos a rescatar a sus hijos cuando se hallan en apuros.

Lo más nefasto del error es la persistencia en el mismo. Eso es lo que se vislumbra en el nuevo, pero ya viejo, sistema educativo de nuestra nación que propugna la poda de cualquier atisbo de exigencia académica en aras de un desviado pacto de Estado en materia educativa. A la desaparición de las pruebas de revalida, justificada en el equivocado principio de que la escuela ha de ser una reunión de iguales (principio que se quiebra cuando se objeta: iguales como personas, pero no como estudiantes), se añade ahora la permisividad de aprobar la Enseñanza Secundaria Obigatoria (ESO), suspendiendo dos asignaturas y con una nota media inferior al cinco. Lo que supone abocar a las aulas del Bachillerato a un acentuado desnivel de conocimientos y formación. Si vinculamos este hecho con el informe PISA, que indica que el 22% de los alumnos españoles de 15 años está más de seis horas diarias en internet tras salir del colegio, concluimos que el vigor y el rigor están ausentes en la escuela española.  

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