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Educar en situación excepcional

La pandemia de coronavirus nos obliga a una inédita vivencia: una cuarentena, con evidente restricción a la movilidad e indudables efectos psicológicos. Compleja situación en la que los más vulnerables son niños y adolescentes que, además de afrontar la excepcionalidad, deben proseguir su actividad escolar confinados en sus casas. Algo también inédito para ellos, aunque dispongan de ágiles herramientas tecnológicas y sean dirigidos y supervisados en la distancia por sus profesores, a quienes justo es agradecer su encomiable esfuerzo, muestra de un esmerado magisterio y un sincero cariño hacia nuestros hijos.  

Aunque toda comparación deviene odiosa, sirva como umbral de lo que encierra el título la maravillosa y sobrecogedora narración contenida en ese magnífico relato de Antonio Iturbe, La bibliotecaria de Auschwitz. Su protagonista, Fredy Hirsch, se dedica en secreto a crear una escuela con su clandestina biblioteca integrada por libros prohibidos. En un ambiente de terror y horror como es un campo de exterminio nazi, hay niños que deciden no rendirse y eligen leer, y con ello, vivir porque “abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones”.  

En esta cuarentena padres e hijos debemos sacar lo mejor de nosotros mismos. La familia debe ser como un puerto de refugio ante las embestidas de un oleaje que será incómodo e, incluso, penoso. Tras días de calma, orden y disciplina, vendrán momentos angustiosos e insoportables en los que nuestros hijos quieran rendirse. Deambularán entre la apatía y la indiferencia. Mantengamos la calma, no perdamos los nervios ni la alegría. En los malos tiempos el optimismo es una necesidad. Vivir una realidad así es ya para ellos una auténtica lección de vida que les fortalecerá y hará madurar. Educar es enseñar a los hijos a enfrentarse con problemas reales. Nada más real que lo que estamos viviendo. El aprendizaje dará sus frutos porque maestra dolorosa es la experiencia. Y hasta los más pequeños detalles y los más sencillos gestos serán recordados por nuestros hijos algún día en su porvenir y con inmensas ventajas para ellos.

La educación es, en esencia, una relación personal entre profesor y alumno porque el maestro debe mirar a la cara a sus alumnos. Pero en situaciones excepcionales, un buen libro puede obrar como sustituto del profesor. Gregorio Luri sostiene que los niños deben leer mucho y deben apuntar las palabras nuevas que han aprendido tras la lectura. En una cuarentena en el hogar y en familia puede leerse y aprenderse mucho de tantos y tantos libros de provecho y que hacen pensar.

En días como los presentes recordemos las palabras del Papa Francisco: “la familia es el hospital más cercano, la primera escuela de los niños, el mejor asilo de los ancianos. En la familia se aprende a decir perdón sin avasallar, a decir gracias con la expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad y la voracidad”. Además, cuarentena tiene la misma raíz que cuaresma, transida de sacrificio pero iluminada de esperanza.  

La autoridad de la educación: El artículo 155 del Código Civil

En los últimos años han proliferado programas sobre comportamiento y planes de convivencia en la escuela. Se han sucedido normas y más normas para asegurar el orden en colegios e institutos. Sin embargo, continúan aumentando los episodios de violencia (los menos), y de falta de respeto (los más), en las aulas. El número de alumnos que no aceptan la corrección de su comportamiento por el profesor se incrementa. Nos hallamos ante un desafío que excede del entorno escolar para enmarcarse en un ámbito mayor, el de la misma sociedad.

El origen de la falla surge en la familia. Padres permisivos que conceden a sus hijos infinidad de caprichos sin exigirles nada a cambio o padres protectores en exceso que frustran la madurez de aquellos. El resultado es el de niños y adolescentes insatisfechos e inseguros y, en el fondo, maleducados e irrespetuosos; en parte, tiranos, en parte, rebeldes, sin admitir negativas ni compromisos. Con reacciones de indiferencia, irresponsabilidad o superficialidad, cuando no de agravada hostilidad a base de insultos, amenazas o chantajes hacia sus mayores. No se trata de una patología, sino de una ausencia absoluta de buena educación y de una atrevida ignorancia sobre la responsabilidad que conlleva la libertad. Es el antojo del “yo”, que ostenta ilimitados derechos y deberes con límite.

Para oscurecer aún más el escenario, una decisión gubernamental suprimió el artículo 154 del Código Civil: los padres, decía el precepto, pueden corregir razonable y moderadamente a sus hijos. Gran error la supresión, porque la corrección siempre es ocasión propicia para la fijación de modelos, referentes, pautas, y, al mismo tiempo, de límites, deberes o tareas, no solo escolares, sino también domésticas y sociales. En el hogar se exige con amor y se corrige con el ejemplo. Solo a partir de sólidos cimientos, puede construirse el respeto, la confianza, la constancia, la motivación y la fuerza de voluntad.

En muchos hogares se padece hoy un problema que empieza a convertirse en drama personal y familiar: la pérdida del principio de autoridad. Pero en la educación de los hijos no todo está perdido: sigue vigente el artículo 155 del Código Civil, que es la contrapartida al 154: los hijos deben obedecer a sus padres mientras estén bajo su potestad y respetarles siempre. Vale la pena persistir en su vigencia porque como dijo Erasmo de Rotterdam, la principal esperanza de una nación descansa en la adecuada educación de su infancia. Y en esta tarea la escuela y la familia deben trabajar codo con codo.

Hegemonía del cinismo

Políticos que no vacilan en contradecirse ni faltar a su palabra o renegar de sus promesas y medios de comunicación ruinmente tendenciosos en el tratamiento de la noticia están agotando nuestra capacidad de asombro ante el cinismo oceánico esparcido tras la sentencia condenatoria de una forma cleptómana de administración autonómica. Socialista para más señas. Cobran vigencia en el panorama político los versos de Campoamor: En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira. La incoherencia, hipocresía, cinismo y hasta la mentira parecen sentar cátedra. Cátedra de insultante demagogia e impertinente amoralidad o, lo que es peor, de destructora desviación de los criterios más elementales del juicio sobre las cosas y las personas, sobre el bien y el mal.

Una hipócrita tropa de políticos, periodistas y tertulianos de menor cuantía, convencidos de que ya no hay certezas y todo es opinable, se lanzan a minimizar los efectos de la condena mediante una degradante casuística que persigue blanquear a corruptos de su cuerda. Portavoces del Gobierno con la sectaria encomienda de justificar lo injustificable vomitan su nauseabundo cinismo. Medios de comunicación que ya tenían dispuesto, sin confrontarlo con la realidad, su arsenal de dogmas para embaucar a una opinión pública cada vez más domesticada, como ovejas en la granja orwelliana. Periódicos que contienen en sus páginas solo dos verdades: la fecha y el precio. Periodistas que escriben al dictado y a quienes solo falta citar a Bielinsky, bolchevique de la primera hora: Todo el mal está a la derecha, todo el bien está a la izquierda. A todos se les nota que no hablan con la buena fe de un maestro de escuela, sino que argumentan con sofismas. Ni falta que hace poner un trabuco en sus manos. Con solo escucharlos o leerlos parecen bandoleros asaltando la verdad y la libertad. Porque la crisis de la verdad es hoy la de la libertad. Con personajes así difícil resulta que la nación prospere. Imposible que se ennoblezca. De ellos puede predicarse la descripción de Clemenceau sobre un farsante: No dice verdades pero se defiende con ardor.

Comparado con el de la Transición, el PSOE actual es como vino aguado echado a perder. Ha desterrado el sentido común de sus políticas y abandonado la lealtad hacia el constitucionalismo. Pretendiendo ser amo de España, será criado del comunismo y del separatismo. Todo se comprende si el histrión que manda allí confunde los intereses nacionales con sus facinerosas ambiciones. Con la misma terquedad con que don Quijote veía gigantes, los ministros Abalos y Celaá exculpan a Sánchez de los ERE. Pero aquél estaba loco. Dice un proverbio árabe que si alguien te engaña una vez, la culpa es suya. Pero si te engaña una segunda vez, es solo tuya. Sánchez dijo que venía a atajar la corrupción pero se esconde hipócritamente ante ella. Ojala no termine liberando presos como hizo el de La Mancha al toparse con la cuerda de galeotes. Aunque estaba loco.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 24 de noviembre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/207290/opinion/hegemonia-del-cinismo.html

Fuente gráfica: Diario El Mundo.

Elogio del maestro

Atrás quedaron los tiempos en que el poder de las naciones se medía por el dominio de vastos territorios o por la potencia bélica. Sin descartar el capital económico, la verdadera riqueza de un país reside en contar con una sociedad firmemente educada y rectamente instruida. El liderazgo se gana hoy mediante un excelente capital humano.

Dos instancias marcan decisivamente la enseñanza y la instrucción durante la infancia y la adolescencia: la familia y la escuela, que han de rebosar de amor, la primera, y de afecto, la segunda. Ambas ejercen una influencia determinante en la fortaleza material y en el valor espiritual de una sociedad. Los padres tienen el deber y el derecho de educar a sus hijos. El maestro tiene una vocación por enseñar. Enseñar es algo más que un trabajo o una profesión, es una irresistible vocación por compartir el conocimiento y la verdad; es ofrecer generosamente un servicio al otro. Tanto el maestro rural como el catedrático de Universidad son artesanos de la enseñanza consagrados a forjar y moldear con su magisterio hombres de porvenir. Son verdaderos estadistas que miran lejos y piensan en grande.

En momentos de convulsión moral y zarandeo de valores como los presentes, la sociedad, en general, y el legislador, en particular, debieran esmerarse en preservar al prototipo de hombre público honesto y desinteresado, al profesional más valioso de todos los que tenemos: El maestro. Figura enhiesta de un macizo sistema educativo. Un servidor que conquista entendimientos y corazones. Que se entrega decididamente a sus alumnos con el gozo de quien da mucho a cambio de recibir poco o nada. No hay mayor poder que el servicio. Y en su ejemplar servicio, en la fuerza de su fecundo ejemplo reside la autoridad del maestro. Autoridad que hoy se necesita con urgencia respetar profundamente y respaldar vigorosamente mediante un amplio reconocimiento social y, en especial, de los padres, por esa entrañable y abnegada dedicación a favor de nuestros hijos.  

Ante un aprendizaje duro que discurre por rutas de perfección, el maestro conoce y fomenta las mejores cualidades de sus alumnos y obtiene de ellos con espíritu constructivo e incansable lo mejor de cada uno, que redundará, sin duda, en provecho personal del hombre del mañana y en beneficio de todos. El maestro escucha, comparte, ayuda, alienta, acompaña, consuela y celebra. Y como una prolongación de la paternidad en el aula, sabe el maestro que lo más importante del árbol no es el fruto sino la semilla. Que jamás habrá florecimiento sin cultivo.

La página en blanco

Genaro Montes avanzó con decisión hacia la tribuna. Disponía de quince minutos para disertar sobre el título asignado: “Los españoles ante la adversidad”. Al abrir el portafolios un sudor frío recorrió su cuerpo. Las cuartillas que debían contener el discurso estaban en blanco. Lejos de descomponerse mantuvo el tipo. Incluso, se atrevió a mostrar sin rubor las hojas vacías ante aquél repleto auditorio de quinientas almas, al mismo tiempo que exclamaba:

  • Como pueden comprobar todos ustedes, la impresora no tenía tinta.

La perplejidad del público duró milésimas de segundo. Inmediatamente, el estruendo de las carcajadas invadió la sala. Genaro, allí frente a todos, musitó casi sin querer:

  • Tinta es lo que yo voy a sudar ahora.

Pero el micrófono ya encendido lo captó. El resultado: más y más risas ahogadas con algunos tímidos aplausos. Sin saber por qué razón, el orador empezó a sentirse cómodo y recordó lo que su abuelo le había enseñado de niño: “En tus apuros y afanes, pide consejo a los refranes” y con cierta dosis de seguridad dijo:

  • Señoras y señores, a mal tiempo buena cara, que Dios aprieta pero no ahoga, pero a Dios rogando y con el mazo dando, porque haciendo y deshaciendo se va aprendiendo, así es que borrón y cuenta nueva, que por probar nada se pierde y querer es poder.  

La gente continuaba riendo y aplaudiendo. Genaro miró su reloj. No había transcurrido ni siquiera un minuto. Aún le restaban catorce. Y con resignación se dijo para sí, esta vez sin micrófono de por medio: Soy como Genaro, el de los catorce, un tipo con suerte; y comenzó serenamente su intervención con estas palabras:

  • En tiempos de adversidad el optimismo es una necesidad. Debiera ser un objetivo  justo y anhelado por cada uno de nosotros acabar con el negativismo de la ineficacia, con el pesimismo de la impotencia y con el derrotismo de la incapacidad. Tengamos confianza. Que la inquietud perenne de la mente y el corazón humanos siembre termina por aportarnos luz y norma, orientación y método, que son reserva y esperanza con que afrontar el incierto  porvenir.

Pasados unos minutos, Genaro Montes había cautivado a la audiencia con su verbo jugoso y sentido y con un estilo preciso y directo. Su lenguaje optimista creó una atmósfera de convicción y agrado entre los oyentes.

Tras echar un vistazo al reloj comprobó que su tiempo estaba a punto de expirar.

  • Termino con un ruego: No renuncien a aquello por lo que vale la pena luchar en sus vidas. Empleen todas sus energías y todos sus recursos: conocimientos, talento, voluntad, constancia, sacrificio… . No decaigan ante la contrariedad, no sucumban al desencanto, no se acobarden por las críticas; manténganse firmes en su empeño, no cesen hasta haber alcanzado su objetivo. Y procuren terminar el día habiendo elevado la mirada al Cielo. Solo así triunfan las grandes causas, que siempre comienzan, no lo olviden, por una página en blanco. Pónganse a escribir su misión. Nunca es tarde si la dicha es buena. Les agradezco su atención.

Educación y familia

La Subcomisión para el Pacto Social y Político por la Educación creada en el Congreso de los Diputados al iniciarse la legislatura ha concluido su período de audiencia. Por ella han desfilado profesionales, expertos y representantes de la comunidad educativa aportando sus opiniones y visiones sobre la enseñanza. Se dispone ahora a elaborar un documento que enviará al Gobierno y a partir de ahí se gestará una nueva Ley de Educación. Entre los distintos Grupos parlamentarios hay cuestiones muy controvertidas sobre las cuales las opiniones son muy diferentes; la enseñanza concertada, la presencia de la religión en las aulas, el castellano como lengua vehicular en el sistema educativo, la distribución de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas o el derecho de los padres a la educación de los hijos provocarán relevantes discusiones parlamentarias.

Un sólido sistema educativo debe estar al margen de visiones partidistas. En una sociedad, la formación de hombres de porvenir debe permanecer a cubierto de los delirios ideológicos con los riesgos que entrañan: adoctrinamiento, contenidos sesgados o manipulación de la realidad que tan funestos y trágicos perjuicios han causado a la humanidad. Inevitablemente, toda la vida humana es tanto más insegura e incierta cuanto más se la hace depender de los caprichos de la vida política. Quienes en nombre del progreso propugnan una creciente intervención del Estado en la vida del hombre están consiguiendo ciertamente que nadie tenga la menor sensación de seguridad. Si se destruye dicha sensación se destruye también la vida del propio individuo y en mayor grado la de la familia.

Como advirtió el sociólogo Pierre Bourdieu la escuela no puede ser una reproducción de las creencias de la clase que ostenta el poder porque entonces se convierte en un foco de filias y de fobias. Y lo que es más grave, vulnera el derecho de los padres a dar a sus hijos una educación acorde con sus creencias. No se puede prescindir de la familia en la educación de los hijos. Debe favorecerse el acercamiento de los padres a la vida de los centros. No resulta razonable una escuela regida por la costumbre de separar al individuo de la familia. La escuela debiera concebirse como una cierta prolongación del hogar y no como una institución estatal en donde los niños no son instruidos por representantes de los padres y en lo que los padres quieren que sean instruidos, sino por agentes del Estado que les enseñan lo que al Estado interesa para hacer de ellos buenos ciudadanos y trabajadores productivos.

Educar en ciencia, no en conciencia

En su novela Vida y destino, Vasili Grossman pone en boca de unos de sus personajes lo siguiente: antes de todo está el derecho a la conciencia. Privar a un hombre de este derecho es horrible. Y si un hombre encuentra en sí la fuerza para obrar con conciencia siente una alegría inmensa.

El derecho a educar a los hijos es de los padres, de la familia. Lo reconoce nuestra Constitución en su artículo 27 y es una exigencia del Derecho internacional y del Derecho natural. Ciertas ideologías son partidarias de erigir la descarada figura del Estado docente permitiendo a éste imponer su criterio y su doctrina en cuestiones morales y en asuntos más propios de la conciencia que de la ciencia, como si fuera un salvador para el cuerpo social. El resultado es el adoctrinamiento en las aulas, es decir, una clara intromisión ideológica en espacios propios de la personalidad provocando una usurpación de funciones estrictamente parentales. Se arrolla así el principio de subsidiariedad, al invadir un ente superior la esfera de acción de otro inferior. Pero lo más grave es que con las enseñanzas y contenidos impartidos se estaría vulnerando el derecho a la libertad de conciencia de los padres y del hijo en su condición de estudiante.

¿Quién es el Estado: una instancia neutral, objetiva, imparcial en lo ideológico y en lo filosófico, o un partido político o, acaso, una corriente de pensamiento que difunde su propia cosmovisión de la vida? Si el Estado es neutral nada hay de malo en establecer una asignatura que enseñe valores cívicos propios de las sociedades democráticas respetando la libertad y la dignidad de quien piensa de modo diferente. Pero cuando el Estado no es neutral, sino que persigue imponer sus propios puntos de vista, nos encontramos ante un Estado totalitario. Es entonces legítima la defensa de las libertades de educación y de conciencia contra formas abusivas de adoctrinamiento más que de conocimiento, impidiendo el monopolio e imposición de la enseñanza por una autoridad estatal. ¿De qué sirve declarar que el domicilio físico o geográfico de una persona es inviolable, si la conciencia, su domicilio espiritual o moral, no lo es?

Educación libre de odio

Si quien desea educar pretende hacerlo sembrando odios y discordias, entonces no habrá educación posible. Tampoco existirá sociedad libre. Educar tiene algo de solidario, acaso de caridad entendida como amor y entrega; enseñar al que no sabe es un acto de dedicación y ofrecimiento hacia los demás. Compartir el saber y la verdad con el otro, no la ignorancia ni la mentira, es la mejor forma de extinguir resentimientos y animadversión entre los hombres y no enturbiar la convivencia.

Con motivo de los atentados terroristas del yihadismo islámico en Barcelona y Cambrils, el que fuera consejero de Interior del gobierno autonómico de Cataluña, Joaquín Forn, diferenció en sus extravagantes declaraciones entre víctimas catalanas y víctimas de nacionalidad española. Este impertinente gesto es un síntoma que denota la presencia de una enfermedad mayor: una política rencorosa hacia la idea de España, que como una infección social, se propaga a la educación y a la cultura ideologizándolas y, por tanto, manipulándolas para ser impuestas a los catalanes. Y en un clima hostil y de ofuscación como ese, en donde las aulas se han convertido en instrumentos ideológicos, no puede germinar ni la educación ni la cultura.

Recabar la singularidad y el reconocimiento de lo propio es uno de los mayores embrujos que han hechizado a los nacionalismos y, en especial, a los movimientos independentistas que anidan en España. Los partidarios, tanto del separatismo vasco como del catalán, siempre han experimentado un pueril regodeo con sus alborotadores intentos de rivalizar contra lo hispánico dentro del hogar común que nos acoge. Las manipuladoras palabras del político catalán pertenecen al mismo lenguaje vengativo y de permanente desquite que ya emplearon los nacionalistas vascos en el exilio cuando en noviembre de 1949 tuvo lugar el trágico naufragio del vapor español Monte Gurugú  frente a las costas británicas del Condado de Devon. En un chocante panfleto publicado por los separatistas al recogerse la lista de los fallecidos en el siniestro se decía así: “El tercer maquinista, don Juan Ibarrarán, de Guernica, de 49 años, casado; los agregados don Javier Gladis, de Bilbao, de 21 años, soltero, y don Sabino Zubieta Aldámiz, de Elanchove, de 20 años, soltero y dos fogoneros y dos marineros de Galicia y de Canarias”. Al desposeer a las víctimas no vascas del derecho a una filiación, el humillante y cicatero texto venía a certificar la existencia de muertos de tercera. Y es que el odio contra lo español no respeta ni siquiera la demoledora igualdad que implacablemente asigna la muerte. Una muestra más de mala educación.

Rigor y vigor en la educación

En la educación no hay que conformarse con lo bueno cuando se puede alcanzar lo mejor. Aquí radica la clave de la excelencia. A la excelencia se llega mediante la disciplina y el esfuerzo. La mejora y la perfección se obtienen con tenacidad y constancia. En el proceso de aprendizaje ha de imperar el rigor y no la condescendencia; la exigencia y no el conformismo.

Hay padres empeñados en alejar a sus hijos de las dificultades y de los obstáculos. Gran error, porque si los maleducan mimándolos mientras son niños, cuando de adultos se topen con la adversidad no estarán preparados para afrontarla y superarla. Terminarán convertidos en personas inmaduras y dependientes en lugar de responsables y autosuficientes. El presidente de la Federación Alemana de Profesores, Josef Kraus, ha acuñado el concepto de  pedagogía peluche, para referirse a ese modelo de enseñanza que mantiene entre algodones a los alumnos evitándoles escollos y problemas; y se refiere con el término de padres helicópteros, a esos progenitores siempre prestos a rescatar a sus hijos cuando se hallan en apuros.

Lo más nefasto del error es la persistencia en el mismo. Eso es lo que se vislumbra en el nuevo, pero ya viejo, sistema educativo de nuestra nación que propugna la poda de cualquier atisbo de exigencia académica en aras de un desviado pacto de Estado en materia educativa. A la desaparición de las pruebas de revalida, justificada en el equivocado principio de que la escuela ha de ser una reunión de iguales (principio que se quiebra cuando se objeta: iguales como personas, pero no como estudiantes), se añade ahora la permisividad de aprobar la Enseñanza Secundaria Obigatoria (ESO), suspendiendo dos asignaturas y con una nota media inferior al cinco. Lo que supone abocar a las aulas del Bachillerato a un acentuado desnivel de conocimientos y formación. Si vinculamos este hecho con el informe PISA, que indica que el 22% de los alumnos españoles de 15 años está más de seis horas diarias en internet tras salir del colegio, concluimos que el vigor y el rigor están ausentes en la escuela española.  

El compromiso social de la Universidad

Hace un siglo, Ortega y Gasset en Misión de la Universidad identificó los dos retos que debía abordar la Universidad: Universalizarse, en el sentido de universalizar el saber, democratizarlo, a fin de que cualquiera pudiera acceder al conocimiento y a la ciencia. Este logro es hoy una realidad. Y su plenitud se ha alcanzado de la mano de las tecnologías digitales tanto de la información y la comunicación (TIC), como del aprendizaje y del conocimiento (TAC). Una persona dotada de un terminal digital puede acceder desde cualquier lugar del planeta a cursar los denominaos MOOC (Massive Online Open Courses = Cursos online masivos y abiertos).

El segundo reto de la Universidad según Ortega era el de actualizarse, lo que exigía que los campus universitarios fueran permeables a una realidad cambiante. A diferencia del primer reto, éste sigue aún pendiente. Hoy las Universidades parecen ser meros edificios en donde impartir cursos y otorgar títulos universitarios. Como foros de debate cultural y focos de investigación no logran relevantes repercusiones sociales. Son pocos los universitarios que, al concluir sus estudios, se convierten en verdaderos agentes de dinamización y transformación social. Pero ¿Cómo se actualiza la Universidad? Abriéndose a la realidad, introduciéndose en el contexto social, sumergiéndose en los grandes asuntos del día. Es decir, situándose en medio de la vida para poder alumbrar soluciones a los desafíos de la sociedad. Si la Universidad logra actualizarse vivirá la realidad y ésta vivirá de la Universidad.

Hasta ahora la Universidad ha funcionado como espacio de conocimiento y de ciencia. Sin dejar de serlo, debe actuar, además, como un ecosistema favorable para el emprendimiento y  la innovación social. Y en esta nueva misión debiera contar con un buen aliado como es la empresa, que ha demostrado en las últimas décadas una portentosa capacidad de adaptación a los cambios. La Universidad, así, volvería a recuperar su compromiso social, ejerciendo plenamente su doble misión: por un lado, formar profesionales eficaces, pero también íntegros y honestos (según el Informe Universidad-Empresa de la Fundación Everis, la honestidad y el compromiso ético de los graduados son las cualidades más valoradas por los empleadores), y por otro, contribuir al desarrollo y mejora del tejido social. Es ese su reto para el siglo XXI: Una Universidad que se transforma y, a la vez, transforma la sociedad. Buena manera de actualizarse y de ser permeable a la realidad.