Sanados por la esperanza

Alcanzamos a distinguir que una cosa es tener esperanza y otra estar en la creencia firme. Y, sin embargo, como afirmaba Péguy, la esperanza produce verdadera admiración. Para Jerome Groopman, además, desempeña una estimable función en el proceso de curación de las enfermedades. Incluso, si la sanación deviene científicamente imposible, la esperanza se revela como un gran aliado para la entereza y la serenidad.

En su libro La anatomía de la esperanza, este profesor de Medicina de la Universidad de Harvard, estudioso de patologías como el cáncer y el sida, nos enseña ciencia y emociones en situaciones límite, pero también trascendencia. Afirma que tan sólo estamos empezando a ser conscientes del alcance de la esperanza y no hemos definido sus límites, ya que puede ayudar a algunos a vivir más tiempo, y a todos, a vivir mejor”. Groopman no describe la esperanza como un remedio ñoño y almibarado ni tampoco como si fuera un bálsamo de fierabrás. La define como “el sentimiento que experimentamos cuando vemos -con los ojos de la mente- un camino hacia un futuro mejor”. Un sentimiento que “nos da el coraje de enfrentarnos a nuestras circunstancias y la capacidad de superarlas”. Y es que un cambio de mentalidad tiene el poder de alterar la bioquímica cerebral.

Además de ser un poderoso recurso psicológico, la esperanza también genera efectos físicos. Las tesis de este investigador de Harvard son base para toda una auténtica biología de la esperanza. La creencia y la expectativa, elementos clave en la esperanza, ejercen influencia sobre el propio cuerpo humano, ya que posibilitan el bloqueo del dolor al liberar las endorfinas y encefalinas del cerebro, imitando así los efectos de la morfina. También puede tener efectos significativos sobre procesos fisiológicos fundamentales como la respiración, la circulación y la función motora. Groopman afirma que “la esperanza nos cambia profundamente el espíritu y el cuerpo, y que puesto que nada está absolutamente determinado, no sólo hay razones para tener miedo, sino también para la esperanza. Así que debemos buscar maneras de sujetar las riendas del miedo y soltarlas para la esperanza”.

 Juan Pablo II y Benedicto XVI, dos Papas tan actuales como el periódico del día, nos dicen lo mismo: “No tengáis miedo” y “la verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo, hasta el total cumplimiento”. Y es que como decía Gabriel Marcel, “donde hay esperanza, hay cristianismo”. Será porque la esperanza se basa en la bondad de Dios.

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