Hija del rey de Hungría Andrés II, casó a los catorce años con el landgrave de Turingia Luis IV, y el suyo parece que fue un matrimonio por amor, además que unión con fines políticos. Los esposos fueron muy felices en su castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, pero durante poco tiempo porque Isabel enviudó a los veinte años cuando su marido se disponía a partir a la cruzada y murió súbitamente en Otranto. Hubo que defender los derechos dinásticos de sus hijos, amenazados por parientes codiciosos.
La viuda, que ya había dado muestras de de piedad y caridad, atribuyéndosele el milagro de las rosas en que se convirtieron los alimentos que escondía para los pobres en su delantal, se negó a volver a casarse, decidiendo dedicarse a Dios e ingresando en la orden tercera de San Francisco. Se retira a Marburgo y vive consagrada a los pobres, enfermos y leprosos. Murió muy joven y el último período de su vida fue muy duro, no sólo por reservarse las tareas caritativas más repugnantes, sino porque la rigidez de su confesor, el maestro Conrado de Marburgo ensombreció con métodos brutales el crepúsculo de su vida.
Pero Santa Isabel siempre dio ejemplo de paciencia y tras cada tormenta que abatía su espíritu, éste volvía a levantarse hacia el cielo más fuerte que nunca, como la hierba después del vendaval. Fue canonizada cuatro años después de su muerte y es una de las santas más populares de Alemania.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.