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El contraste de Berlín: 60 años del muro de la vergüenza

Hubo un tiempo en que por la zona soviética de Berlín, circulaba una célebre anécdota sobre el abastecimiento que en 1948 la aviación anglosajona facilitó a los sectores occidentales de la capital alemana durante el bloqueo con que la URSS sometió a la ciudad: Solamente hay una diferencia entre nuestro sector ruso y el occidental. Nosotros vivimos del aire. Ellos viven por el aire. Salvar mediante un puente aéreo aquél asedio sobre dos millones de personas fue una demostración de poderío y eficacia por los angloamericanos y, simultáneamente, significó el primer fiasco grave de los soviéticos en el empleo de la coacción. El cerco pretendía impedir la creación de la futura República Federal de Alemania, de ahí que la primera condición rusa para levantarlo fuera la de frenar la reunificación de las tres zonas occidentales en un nuevo Estado. La hazaña de Berlín, como se denominaría a la operación humanitaria más importante de la historia, permitió por vía aérea la entrada en la capital alemana de un millón y medio de toneladas de alimentos, ropa, combustible y demás productos de primera necesidad durante once meses (del 25 de junio de 1948 al 12 de mayo de 1949). Suficiente para hacer vivir e, incluso, trabajar a los berlineses occidentales contribuyendo al resurgir del espíritu de éstos, que con su alcalde Ernst Reuter al frente, decidieron, desde entonces, resistir y desafiar abiertamente la barbarie comunista.

Sin este primer muro contra la libertad no se entendería lo que supuso un 13 de agosto de 1961 la construcción del famoso muro de Berlín. Un entramado de alambradas, fosos, adoquines y hormigón, reforzado con abundancia de guardias y perros, de ametralladoras y tanques, que dividió la ciudad en dos, separó a familias, amigos y vecinos impidiendo entre ellos verse y hablarse, resquebrajó viviendas, atravesó calles  y parques públicos, no respetó las iglesias y hasta las utilizó como parte del mismo muro, y fragmentó líneas del Metro cancelando algunas estaciones. Berlín se convirtió en foco de conflictos entre EEUU y la URSS, provocó mas de un centenar de muertos y otro tanto de heridos entre quienes intentaron huir del comunismo y se constituyó en un símbolo de la Guerra Fría hasta el 9 de noviembre de 1989 en que fue derribado por la fuerza de la libertad.

Antes del muro, los berlineses ya se sentían excepcionales por vivir una situación excepcional, única en la historia. Por arte de los acuerdos y desacuerdos ruso-occidentales, se hallaron encajonados en mundos distintos y remotísimos a pesar de su proximidad y separados por una línea divisoria pintada en el pavimento. La antigua capital del Reich, situada en mitad de la zona de ocupación rusa y dejada fuera de las nuevas repúblicas alemanas occidental y oriental, constituía una isla sin nacionalidad, partida en dos por desavenencias entre comunistas y demócratas. Con ser de tantos, era la ciudad de nadie en la que concurrían peculiaridades como el control por los rusos de la red de comunicaciones desde un edificio central enclavado en el lado occidental. O que millares de berlineses trabajaran en sector distinto de su domicilio.

Berlín era una mecha encendida en el polvorín de Europa; un peligroso agujero abierto en el telón de acero por el cual Occidente se asomaba a la tiranía del comunismo y, al mismo tiempo, ejercía un fuerte magnetismo sobre un millón de alemanes subyugados bajo esa tiranía a escasos metros del mundo libre. Moscú no podía tolerar que el contraste entre el lado occidental y el lado comunista, entre la libertad y la represión, entre la esperanza y el derrotismo estuviera a la vista de todos. Por eso las autoridades germano-orientales se vieron obligadas a levantar un muro. Su construcción certificó el fracaso de un sistema político y la admisión de la derrota. Aquello fue un desesperado intento, el primero en la historia de la humanidad, de erigir una barrera, no para impedir que penetraran invasores, sino para encerrar a un pueblo y evitar su salida.   

El muro simbolizó el espíritu de todos los berlineses: el de los occidentales para ser libres y el de los orientales en busca de libertad. El alcalde Reuter, fallecido en 1953, no conoció el muro, pero cuando arreciaban los duros días del bloqueo pronunció estas perdurables palabras: ¿Rendirse? Es mucho mejor vivir con la amenaza del hambre y del frío a vivir con la seguridad de una inacabable esclavitud. Aquí en Berlín, nadie necesita de lecciones académicas sobre la democracia, la libertad y tantas otras cosas bellas que hay en el mundo. Aquí cada uno vive todo eso, lo vive cada día y cada hora. En momentos de revuelo mundial en que proliferan partidarios de levantar barreras aislantes, conviene recordar las nefastas consecuencias de regímenes con muros.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El debate de hoy el 13 de agosto de 2021

Ciegos

En 1948 los soviéticos publicaron en braille El Capital, de Marx. La obra se consideró un alarde editorial. Con su indestructible humor británico, el Daily Telegraph tituló así la noticia: “Un ciego para guiar a otros ciegos”. Rúbrica idónea para quien, cegado por su ambición de poder, pretende guiar los pasos de otros invidentes cegados por el odio a España. Uno y otros maquinan peligrosamente contra la nación a un ritmo galopante. Porque prisa, como decía Ortega, solo la tienen los ambiciosos.

Están los tiempos para ir despacio con mucha prudencia y ojos muy abiertos a través de este campo minado en que se ha convertido la otrora quieta dársena española por culpa del socialismo revanchista de Zapatero. Con él comenzó el desbarajuste empeñado en un guerracivilista ajuste de cuentas a la Transición y al régimen del 78. “Aceptaremos cualquier cosa”, “todo vale”, “como sea”, sinónimos relativistas en estado puro. Y antónimos de preservación del castillo almenado del Estado de Derecho, con puente levadizo y centinelas armados. Este socialismo reaccionario y subversivo derriba fortificaciones, baja el puente y desarma la guardia. Los indultos no sólo han abierto las celdas, también los portones de la fortaleza constitucional. Mientras, los ingenuos confíados alegremente justifican el derribo en una necesaria contribución a la “nueva” reconciliación. Quienes no comulgan con ruedas de molino son declarados proscritos censurando su afán de poner piedras en el camino de la convivencia. Resuenan las palabras de Stefan Zweig en El mundo de ayer: “El que exponía una duda, entorpecía la actividad política, al que les daba una advertencia, lo escarnecían, llamándolo pesimista…”. Muchos españoles deseamos que se ponga fin al chantaje del separatismo pero nunca con un montaje de comedia burda en el que los separatistas son un espejo de virtudes. Porque aún puede formularse un extenso pliego de cargos contra esa tropa rebelde, cuya lectura dejaría al descubierto su pérfida maquinación de volver a delinquir.

Alguno juega con su idea de concordia como un gato con el ratón sin darse cuenta de que el ratón es él. Decía Montanelli que un irresponsable puede decir cualquier cosa y aprovecharse de ello. Título aplicable a quien persiste en desmontar el orden constitucional. Si se analizan sus dichos políticos se observa que detrás de una verborrea oceánica y una exaltación retórica considerable no hay absolutamente nada. Dice estar a favor del diálogo y del entendimiento. Todo el mundo lo está, pero no a cualquier precio. Su discurso no ha revelado en un solo momento al estadista, sino a un vulgar demagogo de envergadura. Su falta de honestidad como modo de hacer política, sus mentiras como método de conducta y su tergiversación de los hechos revelan una ambición ciega e irresponsable. Si tanto le ha cambiado la pandemia abrigando ahora un sentimiento magnánimo de fraternidad, que se aplique el cuento y se dé un abrazo con Ayuso. Eso sí sería reconciliación.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 27 de junio de 2021 https://www.elimparcial.es/noticia/227679/opinion/ciegos.html