Archivo por meses: noviembre 2020

El liderazgo del servicio

En los múltiples manuales sobre liderazgo de personas y en organizaciones que proliferan en tiempos de crisis suelen enumerarse un sinfín de cualidades que todo líder que se precie ha de albergar. En la mayor parte de esas enumeraciones están ausentes la sencillez y la humildad. Poco o nada se dice acerca de que un líder debiera ser sencillo y humilde. Es como si ambos atributos estuvieran reñidos con el liderazgo, al que se reviste más con ufanos ropajes de autosuficiencia. Y, sin embargo, la sencillez y la humildad resultan inherentes al mismo porque no hay mejor liderazgo que el servicio. La verdadera autoridad no consiste en el dominio, sino en el servicio, y es de modo sencillo y humilde como mejor se sirve.

¿Un líder sirviendo al grupo? ¿Un líder a disposición de los demás? ¿Cómo? Ayudando, alentando, escuchando, compartiendo, acompañando; en suma, caminando al lado de los otros, ya sea en vanguardia, retaguardia o entre líneas, a fin de que nadie se extravíe o ninguno se autoexcluya.

El liderazgo consiste en dar más que en recibir. El buen líder pone su talento al servicio del grupo. Sabe que sus cualidades resultan más provechosas si las comparte, ya que compartiendo enriquece a los demás y se enriquece él mismo. Y a cubierto de recelos, envidias y competencia, el grupo se cohesiona vivamente, crece y se hace grande. Es la grandeza del desprendimiento; la esencia del altruismo.  

A través del discurso cultural hoy dominante se ha generalizado la imagen del líder como una especie de superhombre que todo lo puede. Pero no es el líder por sí solo quien mueve y hace avanzar a las organizaciones o a los grupos humanos, sino la urdimbre de lazos y afectos dignos y solidarios que el líder sabe tejer entre sí y sus colaboradores, abriendo ventanas, rompiendo candados, generando cercanía, acortando distancias, reconociendo errores y bajándose los humos. No se es nada ni nadie si no somos con alguien y para alguien.

Alarma

Hasta en cinco ocasiones un Sánchez desconcertado y con sonrisa forzada repitió ante la nación que el virus no distingue colores políticos, ideologías ni territorios. Semejante comentario, impensable en Italia, Alemania o Francia, provoca más alarma que el coronavirus. Pero era la excusatio non petita a la acusatio manifiesta de quien ha practicado en la vida nacional una política estrecha y sin vuelos, atizando las discordias civiles, saturando de prejuicios ideológicos y exagerando la contraposición de intereses entre los españoles. Día tras día los italianos son más italianos, los alemanes más alemanes y los franceses más franceses, pero los españoles estamos cada vez más desunidos, observando perplejos la sectaria, raquítica y miserable mentalidad de ciertos políticos, especialmente dirigentes autonómicos.

Una turbulenta atmósfera de intrigas rodea ya a esa heterogénea coalición que apuntala al Consejo de Ministros, del que emerge una inquietante humareda de egoísmos. Bien sabe el comunismo que todo lo que signifique confusión sirve para la causa revolucionaria y subversiva. Algunos se aplicaron decididamente a ello aunque sin lograr la puesta en marcha de sus colosales aparatos del colectivismo y nacionalización. Otros se delataron por su rasgo mas acusado: la ambición de poder, bajo la que se esconde un partidismo miope y cicatero y una indigencia de soluciones.

Todo empezó mal. Los españoles no somos de medias tintas, sino de francas y directas acciones. Preferimos saber antes que aprender después. Cuando más necesaria era la claridad en las informaciones y la rapidez en las decisiones, el Gobierno receloso y corto de miras se limitaba de forma calamitosa a señalar hechos sin sugerir remedios y a decir verdades parciales. Por tactismo ideológico compraron al feminismo la paz de un día hipotecando durante meses la salud de muchos españoles. Y cuando una preocupación común se adueñó de la ciudadanía decidieron finalmente cargar la escopeta mientras la perdiz quedaba fuera de tiro. Inevitable el resultado: Un Gobierno ineficaz, incapaz e impotente arrollado por los acontecimientos presentes y futuros: una peligrosa pandemia, un  desorden productivo y una desintegración económica.

Si salimos de esta crisis, no será gracias al Gobierno, sino a pesar del Gobierno. En nuestra Historia hay momentos convulsos en los que el pueblo español demostró más altura moral que sus dirigentes políticos. El actual es uno de ellos. Con el esfuerzo de toda la nación, con los recursos magníficos de abnegación y de sacrificio que anidan en nuestros corazones superaremos esta hora difícil que debe servirnos de aglutinante. Es preciso agruparnos sin rivalidades ni odios y sacar a relucir nuestro gen unitivo nacional. Tiempo habrá para el análisis minucioso y la crítica implacable. Porque se pueden pedir cuentas a individuos, pero no se debe entorpecer la protección y el bienestar para un pueblo entero. Tengamos confianza. Seamos disciplinados. Trabajemos sin descanso con afecto desinteresado y espíritu de cooperación. Y, por supuesto, agradezcamos, admiremos y animemos con entusiasmo a esos luchadores infatigables de nuestro sistema sanitario que con generosidad y entrega han cogido a España en sus brazos. Soldados enviados a librar una guerra con el enemigo ya dentro.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de marzo de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/211048/opinion/alarma.html

Re-transición

¿Qué pasa cuando una sociedad llega a la opulencia? ¿Es que pierde sus valores morales? preguntó un sindicalista japonés a Robert F. Kennedy, Procurador General de EEUU, en un viaje de éste por países orientales. En “Leales amigos y temibles enemigos” el hermano de JFK narra lo que respondió al nipón: Ciertamente no tenía que ser así. Su país había alcanzado el más alto nivel de vida en el mundo, formó ciudadanos solidarios entre sí y también con los pueblos de otros países, y contaba con un gobierno preocupado por garantizar la libertad y la prosperidad.

Hubo en España una generación nacida durante la guerra civil que creció en una áspera posguerra de miseria y penalidades; algunos, forjados por la austeridad vivida, iniciaron su carrera en la vida pública al final del franquismo, protagonizando después uno de los retos más estimulantes de nuestra historia contemporánea como diseñar el futuro de un pueblo en libertad y reconciliación. Aquella ejemplar dinámica de participación en convivencia democrática se ha agotado y pareciera como si, alcanzando ciertos niveles de opulencia, los españoles hubiéramos cegado los manantiales de lo moral, diagnóstico aplicable también a una Europa pronta a convertirse en asilo de indigentes morales. Tras cuarenta años del cambio decisivo, la fe en la infalibilidad del político se ha esfumado. La generación de los actuales dirigentes carece de la madurez y disciplina de sus antecesores. Aquellos hombres íntegros, honrados y hasta valientes se jugaron su libertad y hasta su vida; óptimos gestores y fieles servidores públicos, la ciudadanía confió en ellos y les delegó su poder soberano retirándose confiados a sus quehaceres cotidianos. Hoy esa misma ciudadanía se estremece ante una achatada combinación entre gestión ineficaz, consecuencia de una nefasta obsesión por la ideología, y corrupción generalizada a derecha y a izquierda, efecto del arrinconamiento de la idea de servicio al bien común. Dominan la escena una palpable desconfianza y un manifiesto alejamiento de la clase política. Ante la pérdida de credibilidad del hombre público, ante la asfixiante e impertinente maquinaria partitocrática, los españoles reclaman una democracia de personas y no de partidos, deseando que el poder vuelva a sus manos para contribuir a la arquitectura de una nueva sociedad.

No extraña que sean la duda y una franca desorientación las únicas actitudes razonables que los ciudadanos puedan hoy adoptar. Ellos tienen derecho a dejarse oír y a ellos es preciso con urgencia hablar. La España oficial retrocede; la real avanza. Hubo un tiempo en que la política apasionaba y los políticos conquistaban entendimientos y corazones con sus posiciones claras y sólidas convicciones. Si hasta las mociones de censura servían para exponer programas de gobierno. Ya no hay pasión sino odio, ni política seria sino pantomimas publicitarias resultando tarea prioritaria regenerar los principios de la Transición con savia nueva y visión de águila, no de topo. Ante la ausencia de liderazgo político es hora de reclamar el liderazgo cívico de fundamento moral.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 18 de junio de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/178747/opinion/re-transicion.html

Incompetencia y bancarrota

La anécdota transcurre en la Alemania ocupada por los aliados tras la II Guerra Mundial. En algún punto donde coinciden las zonas de ocupación de la URSS y los EE.UU, discuten sobre democracia soldados de ambos ejércitos. El norteamericano da su definición: “Nuestra democracia significa que yo puedo gritar frente a la Casa Blanca: Truman no es un buen presidente. Quiero un presidente mejor que Truman. Y no me ocurre nada”. El soviético replica: “También nosotros tenemos democracia. Yo puedo gritar frente al Kremlin: Truman no es un buen presidente. Quiero un presidente mejor que Truman. Y no me ocurre nada”.

En una democracia el gran desafío para los gobernantes es lograr que hasta su altura llegue el pensamiento y la opinión de los gobernados. Y es tarea ardua salvaguardar un orden de participación de los ciudadanos en la esfera pública que actúe como contrapeso a las instituciones estatales. El objetivo último sería que la acción política, fundada en principios morales, redunde en beneficio del pueblo. La política no es mera gestión de poder, necesita de una dimensión moral, pues sin ella aflora el partidismo y la demagogia. Y eso no es gobernar. Lo decía Antonio MauraSe puede estar en el Gobierno pero no gobernar. Porque gobernar, lo que se dice gobernar, consiste en una tarea extremadamente difícil: estar al servicio de todo un pueblo. Así es la política grande, la de la conveniencia pública.

Empachados de relativismo y borrachos de ideología, hemos olvidado qué son la política grande y la conveniencia pública, convirtiéndonos en una nación ¿paradójica o cínica? Defendemos la vida combatiendo la pandemia al mismo tiempo que nuestra clase política tramita la legalización de la eutanasia. Denunciamos toda forma de violencia y de acciones fuera de la ley mientras que un detestable tinglado político permite a minorías partidarias del terrorismo y del golpismo condicionar nuestra convivencia y prosperidad. Y ante la mayor crisis económica de nuestra historia contemporánea, el Gobierno, en vez de mirar al futuro, se distrae infantilmente revolviendo el pasado; en vez de aplicar remedios se ofusca persiguiendo venganza. ¿Estamos locos o somos amorales? Cada día nos parecemos más a aquella nefasta República alemana de Weimar que, entre una política incompetente y una economía en bancarrota, sucumbió, ayuna de liderazgo moral, a manos de un charlatán de cervecería con camisa parda. También aquél quería ganar una guerra perdida años antes.

Ante políticos de moral raquítica que, aferrados al poder y a la patrimonialización del cargo, no vacilan en contradecirse, en faltar a su palabra o renegar de sus actos, ante fabricantes de buenas palabras y eslóganes atractivos con que disimular la falta de sentido de Estado, ante pésimos gestores ocupados únicamente en escenificar como actores dando empaque a su propio yo inoculando su fanático sectarismo, resulta más necesario que nunca defender la democracia haciéndola invulnerable a toda suerte de fraudes y abusos. Y si algún ciudadano grita pidiendo un presidente mejor, que no le ocurra nada.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 20 de septiembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/216940/incompetencia-y-bancarrota.html