Archivo por meses: octubre 2019

Velada real

Abilio se levantó muy temprano. Quiso ver cómo las lluvias caídas habían dañado su huerto. Desesperado ante las hortalizas cubiertas de barro, reparó algún estrago, maldiciendo aquel torrente sobre su cercado. Resignado, se protegió del gélido viento con su capote y enfiló hacia el palacio por la huerta de Palma. Le esperaba Cándido, guarda mayor del marqués de Velada, para preparar los pertrechos y municiones para la cacería. Abilio Díaz era de los pocos habitantes del pueblo, que sabía que aquél 21 de diciembre de 1803 los Reyes de España llegarían a Velada a disfrutar de una jornada de caza. Buen ojeador de perdiz y cernícalo y gran conocedor de los montes circundantes, propiedad del marqués, fue requerido por Cándido, a fin de guiar a la comitiva real por donde fuera más probable cobrar el mayor número de piezas.

     
Rayando mediodía, Sus Majestades, Carlos IV y María Luisa de Parma, junto con su séquito, se detienen a descansar en la casa de postas situada frente a Cazalegas. Allí mismo reciben un oficio remitido por el Ministerio de Estado y firmado por Godoy en el que se les comunica las dificultades que podía acarrear llegar a Velada, ya que el arroyo Bárrago discurría con abundante agua a causa de las continuas lluvias y conllevaba peligro pasarlo. El Ministro les recomendaba quedarse en Talavera, cuyos alrededores son de gran interés cinegético. Es la insistencia de la reina, ferviente devota de la Virgen de Gracia, patrona de Velada, y cuya protección demandaba, la que tumba la recomendación de la Corte. La de Parma convence a su esposo de que con tan buen propósito nada había que temer. En efecto, sin ningún contratiempo, cruzan el arroyo, a través del Casar del Ciego, dejando a la derecha el monte de la Atalaya de Segurilla y a la izquierda Gamonal. Al caer la tarde el cortejo es recibido en el Ayuntamiento de Velada por el conde de Altamira y marqués de la villa, D. Vicente Osorio de Moscoso y Guzmán, con jurisdicción en plaza, el obispo de Ávila, D. Manuel Gómez de Salazar, a cuya diócesis pertenece el pueblo, así como por los dos alcaldes ordinarios, el síndico personero procurador del Común, el alcalde de la Hermandad y el alguacil Mayor.

Los criados y subalternos disponen las estancias del palacio para el alojamiento. El edificio no es de gran dimensión, pero sí acogedor y bien acondicionado para huéspedes de alto linaje, ya que el conde de Altamira lo cede como residencia de verano al infante don Luis de Borbón y su esposa María Teresa de Vallabriga. Mientras, los reyes, el príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, los infantes y demás acompañantes visitan la iglesia, dedicada a San Bernardino de Siena. El rey queda gratamente sorprendido ante el espacioso templo y su techo de maderas ensambladas con mucha perfección. La reina se interesa por la capilla consagrada a la Virgen de Gracia. D. Prudencio, el cura párroco, informa que a diferencia de las ermitas de Santa Ana y del Santo Calvario, allí cercanas, ese otro santuario de devoción queda a pocas leguas de distancia del pueblo, prestándose a acompañar a la reina en una visita, si así lo desea.

En palacio cunde la inquietud, pues quienes debían portar las viandas para la cena no han llegado aún, acaso por las impertinentes lluvias. Entonces Abilio, hábil ante los imprevistos, propone a Cándido traer a Juana, su mujer, con buena mano en los fogones, para preparar una buena olla de ricas carillas y unas cuantas tortillas de suculentas criadillas. El administrador del conde ordena que un carro recoja a la imprevista cocinera real, que llega al palacio con sendos sacos de carillas y criadillas procedentes de su bodega. La cena que se ofrece a los regios comensales no es la prevista, pero al concluir, todo son agasajos y lisonjas para la lugareña, que tuvo tiempo de elaborar deliciosos y dulces postres a base de sapillos y leche migá.

 
El día 22 amanece soleado. Al mediodía, la armada real guiada por Abilio inicia la batida por los montes. La reina, junto a sus damas de compañía y D. Prudencio, había partido tiempo antes camino de la ermita. Cerca de ésta y bajo unos frondosos árboles esperaba la amable Juana con un cántaro de agua fresca de la fuente del convento. Los caminantes saciaron su sed física y la reina su sed espiritual orando ante la velaína Virgen de Gracia. El cura elevó una plegaria por los monarcas y advirtió lo que el Canciller Metternich consagraría años mas tardes como máxima política: “Si las monarquías desaparecen es porque ellas mismas se entregan”. Cazadores y peregrinos volvieron a palacio y se iniciaron los preparativos para la partida hacia Talavera.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el semanario local La Voz del Tajo el 26 de abril de 2016.

La página en blanco

Genaro Montes avanzó con decisión hacia la tribuna. Disponía de quince minutos para disertar sobre el título asignado: “Los españoles ante la adversidad”. Al abrir el portafolios un sudor frío recorrió su cuerpo. Las cuartillas que debían contener el discurso estaban en blanco. Lejos de descomponerse mantuvo el tipo. Incluso, se atrevió a mostrar sin rubor las hojas vacías ante aquél repleto auditorio de quinientas almas, al mismo tiempo que exclamaba:

  • Como pueden comprobar todos ustedes, la impresora no tenía tinta.

La perplejidad del público duró milésimas de segundo. Inmediatamente, el estruendo de las carcajadas invadió la sala. Genaro, allí frente a todos, musitó casi sin querer:

  • Tinta es lo que yo voy a sudar ahora.

Pero el micrófono ya encendido lo captó. El resultado: más y más risas ahogadas con algunos tímidos aplausos. Sin saber por qué razón, el orador empezó a sentirse cómodo y recordó lo que su abuelo le había enseñado de niño: “En tus apuros y afanes, pide consejo a los refranes” y con cierta dosis de seguridad dijo:

  • Señoras y señores, a mal tiempo buena cara, que Dios aprieta pero no ahoga, pero a Dios rogando y con el mazo dando, porque haciendo y deshaciendo se va aprendiendo, así es que borrón y cuenta nueva, que por probar nada se pierde y querer es poder.  

La gente continuaba riendo y aplaudiendo. Genaro miró su reloj. No había transcurrido ni siquiera un minuto. Aún le restaban catorce. Y con resignación se dijo para sí, esta vez sin micrófono de por medio: Soy como Genaro, el de los catorce, un tipo con suerte; y comenzó serenamente su intervención con estas palabras:

  • En tiempos de adversidad el optimismo es una necesidad. Debiera ser un objetivo  justo y anhelado por cada uno de nosotros acabar con el negativismo de la ineficacia, con el pesimismo de la impotencia y con el derrotismo de la incapacidad. Tengamos confianza. Que la inquietud perenne de la mente y el corazón humanos siembre termina por aportarnos luz y norma, orientación y método, que son reserva y esperanza con que afrontar el incierto  porvenir.

Pasados unos minutos, Genaro Montes había cautivado a la audiencia con su verbo jugoso y sentido y con un estilo preciso y directo. Su lenguaje optimista creó una atmósfera de convicción y agrado entre los oyentes.

Tras echar un vistazo al reloj comprobó que su tiempo estaba a punto de expirar.

  • Termino con un ruego: No renuncien a aquello por lo que vale la pena luchar en sus vidas. Empleen todas sus energías y todos sus recursos: conocimientos, talento, voluntad, constancia, sacrificio… . No decaigan ante la contrariedad, no sucumban al desencanto, no se acobarden por las críticas; manténganse firmes en su empeño, no cesen hasta haber alcanzado su objetivo. Y procuren terminar el día habiendo elevado la mirada al Cielo. Solo así triunfan las grandes causas, que siempre comienzan, no lo olviden, por una página en blanco. Pónganse a escribir su misión. Nunca es tarde si la dicha es buena. Les agradezco su atención.

Salamanca y la Hispanidad

La Universidad de Salamanca (1218), nuestra decana de la alta cultura, ha cumplido ochocientos años y perdura como potente faro para España y para el mundo, especialmente, el americano. Siempre resultará inabarcable el espectacular niágara de fecundidad que aquél magistral foco de estudios universitarios y conocimientos científicos ha proporcionado a la Humanidad. Un aspecto poco tratado ha sido el de la silenciosa contribución de la Universidad salmantina al concepto, que se acuñará centurias más tarde, de Hispanidad. Sin aquella aportación, no se entendería este.

A partir del siglo XI Europa vive una era con predominante tendencia al imperio y a la unidad. Los europeos tienen en común religión, lengua, soluciones políticas, estilos artísticos y modos de vida. Prima un fortísimo y unitario imperio espiritual: la Cristiandad, en cuya cúspide de las jerarquías residen el Papa y el emperador, aunque los templos son aún más relevantes que los palacios, cuyos salones se decoran como las naves de las iglesias. Es la época de las grandes Universidades, corporaciones de maestros y escolares en donde se universalizan y perfeccionan los métodos de la venerable tradición de las escuelas (schola) monacales y catedralicias medievales. Es también la época del triunfo de la liturgia romana, de las peregrinaciones a Roma y a Compostela, de las cruzadas como ideal colectivo. En este contexto surge la Universidad de Salamanca, impregnada de espíritu católico al servicio de la verdad católica y cuyo trabajo constante de investigación y docencia se conforma con las supremas leyes que rigen el desarrollo de la verdad científica. España asciende a gendarme de todo ese orbe ampliado con la doble gesta del Descubrimiento y de la Evangelización. Nuestra fortaleza no eran solamente tierras infinitas, sino sobre todo maestros en las Universidades europeas, teólogos en los concilios ecuménicos, literatos en las academias, políticos en los Tratados o misioneros y colonizadores en todos los continentes.

España y Portugal, dos pueblos tan afines por lengua, religión y cultura, que cruzarán en ultramar grandes rutas por su espíritu común de aventuras, temple épico y vocación universalista, se dan las manos en la Universidad de Salamanca. Hombro con hombro y sin volverse de espaldas, sientan en su bello claustro a Vitoria, Soto, Molina y Suárez, sin cuyo alto pensamiento hubiera sido quizás hoy tenue balbuceo y tanteo vacilante lo que es firme línea de justicia internacional y de Derecho de gentes. Desde Bartolomé de las Casas a Junípero Serra, todos los ejemplares misioneros españoles no fueron a América a buscar oro, sino a llevarlo, trasplantando a las montañas, valles y planicies del Nuevo Mundo el hogar cristiano. Sobre aquél intrépido apostolado diría Pío XII siglos después que la más preciosa herencia que la Madre Patria ha legado a sus hijas es la incondicional fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

En el primer tercio del siglo XX, Ramiro de Maeztu se erige en constructor de las bases graníticas de las ideas de España y de Hispanidad. Maeztu concibe ésta adaptándola del vocablo, “Raza”, imperfecta palabra propuesta en Buenos Aires por el gran vasco, monseñor Zacarías de Vizcarra. La idea de Hispanidad se funda sobre la fe católica, sobre la armonía del poder temporal y el espiritual, sobre la justificación histórica de la obra de España en América, sobre la concepción de la independencia americana como una guerra civil, sobre la idea de Patria como un valor del espíritu y sobre la tesis de que la misión de todos los pueblos hijos de la gran España, incluida también la madre, es reanudar la obra católica allí realizada, depurarla de sus imperfecciones y continuarla hasta el fin de los tiempos. Buena parte de estos materiales se cocieron en Salamanca.

La Hispanidad no es tanto un recuerdo como una esperanza; no es la mera conmemoración de un pasado, sino la estirpe ibérica como vigoroso elemento de paz y de orden para el mundo futuro; no es el solar vacío, sino el edificio que puede levantarse. Es la solidez del vínculo familiar que nos une en comunidad de naciones, en hermandad de pueblos, enlazados por el mismo idioma y sentido de la vida, los mismos valores éticos y la común fe cristiana. Conservamos el lazo espiritual de servir a un ideal colectivo. Quizás tras ocho siglos impartiendo cátedra, la Universidad de Salamanca sí pueda exceptuar la regla del proverbio latino: lo que la naturaleza no da, Salamanca sí lo otorga: La Cristiandad de naciones hispánicas rezando a Dios en lengua castellana sobre las dos orillas del mar de la Hispanidad.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Debate de Hoy el 12 de enero de 2019. https://eldebatedehoy.es/historia/la-universidad-de-salamanca/

Educación y familia

La Subcomisión para el Pacto Social y Político por la Educación creada en el Congreso de los Diputados al iniciarse la legislatura ha concluido su período de audiencia. Por ella han desfilado profesionales, expertos y representantes de la comunidad educativa aportando sus opiniones y visiones sobre la enseñanza. Se dispone ahora a elaborar un documento que enviará al Gobierno y a partir de ahí se gestará una nueva Ley de Educación. Entre los distintos Grupos parlamentarios hay cuestiones muy controvertidas sobre las cuales las opiniones son muy diferentes; la enseñanza concertada, la presencia de la religión en las aulas, el castellano como lengua vehicular en el sistema educativo, la distribución de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas o el derecho de los padres a la educación de los hijos provocarán relevantes discusiones parlamentarias.

Un sólido sistema educativo debe estar al margen de visiones partidistas. En una sociedad, la formación de hombres de porvenir debe permanecer a cubierto de los delirios ideológicos con los riesgos que entrañan: adoctrinamiento, contenidos sesgados o manipulación de la realidad que tan funestos y trágicos perjuicios han causado a la humanidad. Inevitablemente, toda la vida humana es tanto más insegura e incierta cuanto más se la hace depender de los caprichos de la vida política. Quienes en nombre del progreso propugnan una creciente intervención del Estado en la vida del hombre están consiguiendo ciertamente que nadie tenga la menor sensación de seguridad. Si se destruye dicha sensación se destruye también la vida del propio individuo y en mayor grado la de la familia.

Como advirtió el sociólogo Pierre Bourdieu la escuela no puede ser una reproducción de las creencias de la clase que ostenta el poder porque entonces se convierte en un foco de filias y de fobias. Y lo que es más grave, vulnera el derecho de los padres a dar a sus hijos una educación acorde con sus creencias. No se puede prescindir de la familia en la educación de los hijos. Debe favorecerse el acercamiento de los padres a la vida de los centros. No resulta razonable una escuela regida por la costumbre de separar al individuo de la familia. La escuela debiera concebirse como una cierta prolongación del hogar y no como una institución estatal en donde los niños no son instruidos por representantes de los padres y en lo que los padres quieren que sean instruidos, sino por agentes del Estado que les enseñan lo que al Estado interesa para hacer de ellos buenos ciudadanos y trabajadores productivos.