Archivo de la categoría: Pasando revista

El desorden del poder

En su obra El poder Romano Guardini afirma que los sabios de todas las grandes culturas han conocido el peligro del poder y han hablado de su sometimiento. Los riesgos de este es que induce al orgullo y al desprecio del derecho. Al hombre violento, dice Guardini, se contrapone el que guarda la moderación, respeta a los hombres y mantiene el derecho.

Hubo un tiempo en que poderoso y humilde eran términos sinónimos, porque la humildad era una virtud de fuerza, que proporcionaba magnanimidad en el ejercicio del poder. Y el humilde era el fuerte, el magnánimo, el audaz, que se abaja de su trono y se hace par de los demás. La humildad así concebida suponía un noble y generoso servicio al prójimo. Sin embargo, durante toda la Edad Moderna, la palabra humildad ha perdido su significado, convirtiéndose en sinónimo de debilidad, incluso, de cobardía. Como sostiene Guardini, es ya una palabra que reúne todo el compendio de lo que Nietzsche denominó “decadencia” y “moral de esclavos”.

Hoy la política debiera ser una simbiosis perfecta entre poder y humildad. Así no sería visto aquel con temor o desconfianza o expuesto al rechazo y la condena. El poder tiene el riesgo de su desorden, que consiste en considerarlo un absoluto desembocando en la rebelión contra la ley y en el ejercicio de la violencia.

Fuente gráfica: Diario El Mundo 30 de mayo de 2025

Él me obligó

La ristra de mensajes de whatsApp entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos publicados estos días por la prensa revelan dos hechos que muchos ciudadanos intuían sin atreverse a certificar. Primero, que Sánchez dirige el PSOE con estalinista mano de hierro siendo implacablemente intolerante con la discrepancia. Demasiada evidencia constituye el expediente abierto a unos ingenuos diputados socialistas de las Cortes de Castilla y León que mientras censuraban al Gobierno, olvidaron apagar un micrófono, convertido en aliado del presidente. El segundo hecho es consecuencia del anterior. El todopoderoso Sánchez obligó a Ábalos a ser el portavoz de la moción de censura que en 2018 acabó con el gobierno de Mariano Rajoy.

Ábalos siempre fue muy ligero de cintura, tanto a la altura de los bolsillos, de chaqueta o pantalón, como para abajo. Manejar ingentes cantidades de dinero en efectivo y pernoctar en Paradores de Turismo son sus dos grandes debilidades. Al contrario que su mentor, que dice haber escrito Manual de resistencia, el exministro pensaba titular sus memorias Manual de débil resistencia. Muy debilitado, se vino abajo cuando su jefe le ordenó subirse a la tribuna del Congreso para decirle a Rajoy y, al mismo tiempo, a todos los españoles que “la decencia debe ser algo esencial, no algo accesorio”.

Para quien nunca ha conocido la decencia resulta harto difícil aquilatarla. Pero José Luis tragó carros y carretas. Y como su padre saltaba al ruedo, él saltó irremediablemente al albero del hemiciclo, consciente de que su jefe, tan despiadado con sus subordinados, puede resultar menos noble que un novillo dispuesto a embestir. Sin poder servirse del ChatGPT, por entonces no operativo, Ábalos se vio en la titánica tarea de elaborar un sólido discurso contra la corrupción. Le resultó tremendamente arduo denunciar aquello en lo que él siempre creyó y constituía su forma de vida. Aun así, lo logró. Y además con éxito en el resultado. Cayó el Gobierno del PP y engañó a media España.

Pero la amistad entre Pedro y José Luis ya no fue la misma desde aquel día. Y a estas alturas, se comprende que Ábalos no se lo perdone a Sánchez. El discurso que este le mandó pronunciar en el Congreso fue una auténtica traición a los principios de Ábalos. El trance más doloroso de su intervención fue al manifestar: “Nosotros no tenemos que decirle a nadie que se vaya del Partido, porque ya lo ha hecho. Nosotros no tenemos ningún caso así”. José Luis sabía que, más pronto que tarde, eso se volvería contra él, ya que permanecería fiel a sus valores y, además, jamás se iría voluntariamente del Partido. Hoy, apenas hace uso del whatsApp, salvo para enviar el mismo mensaje a sus señoritas de compañía: Él me obligó.

Manual de unanimidad

En su obra Bosquejo de Europa Salvador de Madariaga narra la anécdota del español que tras la Guerra Civil se exilia a Méjico y allí decide convertirse en concejal del municipio al que arriba. Como miembro de la corporación municipal, cierto día propone en el pleno la instalación de una farola en una plaza en la periferia de la ciudad y con deficiente iluminación. La propuesta es sometida a votación. Con el alcalde a la cabeza, los concejales van votando afirmativamente. Cuando le toca el turno al españolito proponente, este, ante la perplejidad de los demás, vota en contra de la proposición. Requerido de una explicación, responde: “Es que no soporto la unanimidad”. Concluye categóricamente Madariaga que el rechazo a la unanimidad es un rasgo muy característico del espíritu español.

Con anterioridad a las elecciones generales celebradas en 2023 algunos avezados observadores de la vida política nacional advirtieron de que aquellos comicios no se limitaban a escoger, uno entre dos candidatos, sino uno entre dos regímenes.  Meses después la senda peligrosa por la que se resbala la política gubernamental confirma el inquietante presagio. En estas líneas no nos sentimos obligados a arriesgar un pronóstico. Sencillamente, nos limitamos a ofrecer un panorama: El de un Gobierno promoviendo con la mayor desfachatez un ataque a la democracia desde dentro de ella y al amparo de ella con el único objetivo de quebrantarla. Un Gobierno protagonizando una impertinente farsa en la que el cinismo alcanza proporciones descomunales que ponen cada día más de manifiesto hasta dónde llega su déficit ético. Un Gobierno actuando siempre igual cuando se trata de combatir a un adversario que rebate sus doctrinas: ataca beligerantemente a la persona y no a los argumentos. Un Gobierno así, enfermo de demagogia y de sectarismo, aquejado de vaciedad dialéctica, ya no puede engañar a nadie. Bien claras están sus fechorías, patentes sus tenebrosos métodos y oportunamente desmontadas sus añagazas con las que aún persiste en embaucar a una cándida ciudadanía.

Hoy, el sanchismo se mantiene por inercia. Y sabido es que la inercia supone fuerza, pero de categoría accesoria, que acaba por desembocar en falta de fuerza. Es como un actor en la escena, pero de importancia secundaria porque su protagonismo se ha visto oscurecido por esa turbia atmósfera de corrupción que impregna toda la gestión de gobierno. Ya nada de ésta, salvo la insoportable presión fiscal, interesa a una ciudadanía que día a día observa asombrada cómo el Consejo de ministros adolece de un sinfín de rémoras, pero especialmente, la de anteponer siempre con su hipocresía habitual los deseos y ambiciones personales de su jefe por encima de los intereses generales. Una ciudadanía que se debate entre el riesgo de incurrir en la indiferencia colectiva ante la falta de decoro institucional y la agitada espera del momento de la caída de un presidente insidioso y con pretensiones autoritarias.                   

En este tinglado sanchista suceden muchas cosas: unas que ya se van sabiendo, otras que se sabrán y alguna que no se sabrá nunca. Detrás de un copioso racimo de obscenas mentiras el grupo de diputados peleles de obediencia servil permanece escondido y sumido en un inevitable desconcierto. Los más padeciendo una visión estrecha y fanática saturada de prejuicios, los menos recelando, pero cortos de miras. Ante tanta sinrazón disfrazada de argumentos huecos ¿Se hallará algún diputado en las orillas de la deserción? ¿Se animará alguno al heroísmo, aunque sólo sea en su afán de sobrevivir al sanchismo? ¿Alguno como verdadero español no soportará la unanimidad?

La revolución del sentido común

En La rebelión de las masas José Ortega y Gasset describe ciertos fenómenos de la humanidad actual. Uno de los que hace notar es que comienzan a surgir en el horizonte europeo grupos de hombres, los cuales, aunque parezca paradójico, no quieren tener razón. Nuestro filósofo se pregunta si se trata de fenómenos superficiales y transitorios o se inicia con ello un nuevo tipo de hombre y de vida que está dispuesto a vivir de la sinrazón. Cuando se libra la batalla cultural, por ejemplo, ante la locura woke, ese movimiento ferozmente identitario e inclusivo, cuyos partidarios vocean tantas insensateces, entre ellas, la de que no quieren ser racionales, debe recordarse necesariamente el texto de Ortega y oponer frente a la sinrazón el sentido común. Y cargado de razón Ángel Ganivet afirma en Idearium español haber restaurado algunas cosas, pero falta aún restaurar la más importante: el sentido común. No es casualidad que Donald Trump titulara La revolución del sentido común, su discurso de toma de posesión como nuevo presidente de los Estados Unidos de América.

Quienes desde los predios culturales han vencido en el combate de las ideas también han salido victoriosos en la contienda político-electoral: Georgia Meloni, Javier Milei y ahora el propio Trump constituyen ejemplos triunfantes en ambos campos. Ellos han entendido que, para limpiar la arena política, previamente habría que desbrozar la cizaña en el terreno cultural. Que podía salvaguardarse mejor la libertad, restaurando antes el sentido común. Que sólo desmontando los grilletes de la mentira podría liberarse la verdad. La victoria de los dos primeros dirigentes planteó la misma inquietud que hoy surge ante la vuelta de Trump. Transcurrido un tiempo, ni en Italia ni en Argentina se percibe una deriva totalitaria de la democracia, tampoco un menoscabo de la libertad como se padece en Venezuela, por ejemplo. Ciertamente habrá que esperar a lo que haga Trump, no a lo que dice, ya que suele ser ligero de lengua. Anunció que con él comenzaba una etapa dorada para América, “el día de la liberación”, lo llamó. Un lenguaje propio de los aliados que derrotaron al nazismo y liberaron a Europa de las garras de Hitler, aunque luego media Europa cayera bajo la tiranía estalinista del comunismo soviético. Sin embargo, las referencias del cuadragésimo séptimo presidente norteamericano a Dinamarca, Canadá o Panamá inquietan como cuando los alemanes pronunciaban Austria, Sudetes o Danzig. No se olvide que Hitler, quien sobrevivió a varios atentados, también se autodesignó como elegido por la Providencia. Esperemos que el mesianismo trumpista no acabe en tragedia.

En todo caso, para los de este lado del Atlántico el problema no es lo que hará Trump sino lo que estamos haciendo y haremos nosotros. Los europeos llevamos años instalados en la comodidad y en el apaciguamiento. Ya no estamos seguros de que la libertad se defienda a un alto e inevitable precio. Hemos dejado de confiar en nosotros, en Europa como estilo de vida, como baluarte de valores indisolublemente unidos a la concepción cristiana de la existencia. Occidente ha perdido la fe en su civilización. Incluso, algunos occidentales traicionan sus propias convicciones deseando la destrucción de la civilización occidental. Con una mentalidad así no resulta extraño que abunden entre nosotros actitudes timoratas o acomplejadas. Sin liderazgo político, sin fortaleza económica y con una cultura sometida al pensamiento único, que es, además, un pensamiento débil, Europa, Occidente, se dirige a su descomposición. O eso, o restauramos el sentido común.

Un alcalde gay, Cervantes y el Pepeíllo

El alcalde del municipio segoviano de Torrecaballeros, siendo gay y viviendo como un gay, ha querido comulgar en misa. El párroco que oficiaba la Eucaristía se lo negó. La Iglesia católica tiene prohibido dar la comunión a quienes practican actos sexuales inmorales. Los homosexuales, entre ellos el citado regidor municipal, sostienen que una regla así sólo a ellos los sitúa fuera de la comunidad católica y, por tanto, constituye discriminación. Al Pepeíllo, un personaje de Triana, que estando casado se acostaba con cinco mujeres cada día, no se le ocurría acudir a misa y ponerse en la cola de la comunión. Sabía perfectamente lo que hacía: un acto sexual inmoral, mejor dicho, cinco cada día. Era pecador, pero consciente de sus pecados. Y consciente también de que, si no se confesaba, arrepintiéndose, con propósito de enmienda y cumpliendo penitencia, no podría recibir la comunión. El maestro del periodismo, González Ruano definió a la confesión como una limpieza honrada de nuestro corazón para que Dios pueda entrar en él, en nosotros sin que nos avergüence demasiado recibirle. Demuestra más auctoritas el Pepeíllo que un alcalde segoviano.

Para liar más la madeja, la ministra de Igualdad ha salido en tromba tratando de defender al alcalde gay privado de la comunión, pero que luego sí suele comulgar con ruedas de molino. La igualitarista señora ha pedido al Tribunal Constitucional que actúe ante un caso evidente de discriminación exigiendo que las normas eclesiásticas se alineen con la Constitución. Sorprende que una miembro del Gobierno, que desprecia a la Carta Magna y que no se preocupa de exigir a sus socios catalanistas cumplir los preceptos constitucionales, se erija en férrea defensora de la Constitución cuando está por medio la Iglesia católica. Sorprende asimismo la ignorancia de la ministra porque la Iglesia española forma parte de la Iglesia universal y es la Santa Sede el lugar al que debe dirigir su queja. Y, por último, sorprende que hable de discriminación y desigualdad alguien que debiera saber que al Premio Cervantes de Lengua española sólo acceden los escritores que manejan dicho idioma, así se concibió en su creación, sin que los que se expresan en siwi, lengua bereber de origen afroasiático, pongo por caso, protesten alegando discriminación y trato desigual. El Pepeíllo, que hablaba siwi a su aire, tiene también más auctoritas que una ministra del Gobierno de España.

Mafias, sectas, izquierdas

Hoy se ha sabido que el puesto laboral del hermano de Pedro Sánchez se creó de manera urgente en tres días. Inaudita urgencia, la que no imprimió el Gobierno en atender la catástrofe de Valencia. La investigación no ha detectado la necesidad que decía tener la Diputación de Badajoz para crear el puesto a Sánchez II. Con el paso de los años, se incrementa el nivel de inmoralidad del PSOE. En tiempos de González, el hermanísimo, con despacho, pero sin sueldo, era el del vicepresidente del Gobierno. Hoy, el super hermanísimo, con despacho y sueldo, es el del presidente. No hay honradez que cien años dure. La Justicia ha citado por indicios racionales de delito a Sánchez II, al secretario general del socialismo extremeño y a siete cargos de la Diputación.

También se ha sabido que el comisionista Aldama, el nexo corruptor, asegura que en los próximos días seguirán saliendo evidencias porque las tiene. Que él sin pruebas no se mete el tiro en el pie que se ha dado. Que tiene la recámara llena de balas contra Sánchez. Ha disparado la primera bala sobre él. Las restantes serán contra el presunto autor de Manual de resistencia que ya se prepara para resistir en su búnker de Moncloa como un púgil sonado que tiene obturada la visión de la realidad. Al decir Aldama que los que mienten son ellos, refiriéndose al Consejo de ministros, no revela nada nuevo. Que desde el Gobierno se miente lo saben en España hasta los chiquillos de Primaria.  

Más noticias. Desde Moncloa se amenazó a cargos medios del PSOE madrileño para forzar la dimisión de Lobato, quien dimitiendo ha querido evitar una carnicería. Lobato parece haber tenido más dignidad o menos chalaneo que García Page, o quizá ambas cosas. El entorno monclovita confía en que con la operación de limpieza de quienes no siguen los dictados del dictador escarmienten los críticos con la dictadura. Aún falta trecho, pero el PSOE va camino de parecerse al NSDAP. Algún diario vaticina que el Congreso federal del PSOE en Sevilla se celebrará bajo una “tormenta perfecta sobre el sanchismo”. Ojalá que sea una DANA más destructiva que la de Valencia. En daños materiales, se entiende. En los personales, ya se encargarán los propios sanchistas de destrozarse entre ellos. ¿O el Congreso de Sevilla será como los Congresos de Nuremberg y la mansedumbre del rebaño nazi?

Más. Pepe Álvarez, renovado presidente de UGT, promete subir los sueldos y trabajar menos horas. Y que así aumentará la productividad, dice. ¿Y no subirán también los precios? Difícil reto. Como difícil será también para el sindicato devolver a la Junta de Andalucía los 40 millones de € a que ha sido condenado por el saqueo, en 2013, de fondos de parados. Por ello, además, han sido condenados a prisión y a pagar indemnizaciones cinco ex dirigentes de UGT de Andalucía. Dos periodistas, Silvia Moreno y Manuel Becerro, de los llamados de raza, descubrieron la comisión del delito y por ello sufrieron perjuicios a causa del infame señalamiento y persecución por parte del propio sindicato. Ojalá, Pepe el sindicalista resulte ser altamente productivo en devolver los 40 millones.

Dos apuntes más: Urtasun, ministro de Incultura, impide al mundo del toro acudir a la entrega de la Medalla de las Bellas Artes. ¿Habrá leído este ilustrado Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca o conocerá las pinturas de Goya, Botero o Picasso sobre la tauromaquia? Con su sectaria actitud ha restado lustre a la ceremonia quien sumó años a un lustro. Hay gente que no sabe restar ni sumar. Estados Unidos, aún con Biden al frente, presiona a España para que reconozca a Edmundo González. ¿A quién pedirá Sanchez ayuda en este asunto venezolano? ¿A Zapatero o a Aldama? El primero desaparecido y el otro ¿desconocido?

¿Quo vadis Munilla?

Se dice del obispo José Ignacio Munilla que es un hombre de su tiempo porque utiliza las redes sociales para hacer más incisiva su labor evangelizadora. La expresión “hombre de su tiempo” no deja de ser una solemne cursilería. Cursi sería decir que Erasmo de Rotterdam fue un hombre de su tiempo porque publicaba sus obras a través de la imprenta o que el doctor Gregorio Marañón también lo era porque visitaba a sus pacientes conduciendo un automóvil inventado por Henry Ford. Si el prelado Munilla es un hombre de su tiempo es porque sabe muy bien interpretar el signo de los tiempos, expresión evangélica introducida por el Papa Juan XXIII en la terminología del magisterio pontificio. Y que hoy debe ser aprendida y aplicada por todo católico para no ser tildado de indiferente ante el mundo en que vive y no ser considerado un fariseo a los ojos de Dios. Cuando los fariseos exigían una señal del cielo, Jesús les responde: “Al atardecer decís: Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo. Y a la mañana: Hoy lloverá, porque el cielo está rojo oscuro. ¿Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no sois capaces de distinguir los signos de los tiempos?” (Mt 16. 2-3).

En su intervención durante la vigésimo sexta edición del Congreso Católicos y vida pública, bajo el título ¿Quo vadis? Pensar y actuar en tiempos de incertidumbre, Munilla ha demostrado distinguir con magistral tino el signo de los tiempos, realizando un certero diagnóstico de la sociedad actual: “nos hemos vuelto enemigos de la Cruz”. Según él, esto provoca una crisis imperante: cultural, antropológica, política, eclesial porque sin la Cruz no hay gloria; hay un error grande que es hacer una dicotomía entre la Cruz y la felicidad; la Cruz nos lleva a la gloria, y la gloria es la felicidad plena”. Munilla nos enseña que una teología de la Cruz conduce a una teología de la Gloria. Sabe que, si se hace abstracción de todo lo que en la historia de la Humanidad se debe a la Cruz y a la fe ¿Qué quedará? Solía decir el humanista y jurista José Corts Grau que la única situación comprometida del hombre desde que el mundo es mundo y la única actitud en que, desde hace veinte siglos, ha podido la Humanidad conjurar la rosa de los vientos de sus males es en Cruz. La Cruz representa la firmeza vertical de la verdad sin confusión posible con el error ni con el mal, los brazos abiertos de la caridad, una comprensiva tolerancia, propicia a cuantos yerran y delinquen.

Nuestro obispo también señala como signo de los tiempos esa “imposición sistemática de una nueva cosmovisión” advirtiéndonos de que para hacer frente a ello “se requiere un movimiento de conversos. Sólo vamos a salir de esta crisis por una renovación de santidad”. Porque los propios católicos también padecemos la infiltración de una mentalidad mundana. También respiramos en esa enrarecida atmósfera de relativismo, materialismo y hedonismo. La consecuencia es que hemos reducido nuestra fe a una doctrina, a un fervoroso moralismo. La nuestra parece una fe por motivos extra religiosos, sobre todo de índole social o política, lo que lleva a impregnarnos de lo mundano despojando así a lo religioso de toda gravedad en sí. Debemos volver a un catolicismo auténticamente religioso y místico, al encuentro con Jesucristo. Estar en el mundo sin ser del mundo y no atrincherarnos frente al mundo. La batalla a librar es espiritual. El obispo Munilla sabe muy bien a dónde va él y a dónde va el mundo. Nosotros también debiéramos saber a dónde vamos: Volver a Jerusalén, a la Cruz.  

El Gobierno del pueblo

“Si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, elegiría, sin duda, esto último”. Esta sentencia pronunciada por Thomas Jefferson, prohombre de la independencia de Estados Unidos y tercer presidente del país, cobra trágica vigencia entre unos despavoridos y perplejos ciudadanos que aún padecen los devastadores efectos de una descomunal riada de la que no fueron alertados con la suficiente premura por quienes debían hacerlo: sus gobernantes.  

Pero no sólo falló la alerta, también la prevención. En una zona habitualmente proclive a este tipo de desastres meteorológicos, fueron también los gobernantes quienes impusieron como demagógico dogma el preservar la naturaleza antes que proteger al ser humano. Y en una fatídica cadena de desaciertos y traspiés se hizo dejación de la tarea previsora de construir obras de contención ante las recurrentes crecidas de las aguas, se abandonaron  las labores de limpieza de los cauces de ríos y arroyos, (no era agua, sino barro, maleza, troncos, ramas lo que inundaba y atascaba las calles y plazas de las poblaciones expuestas a la catástrofe), y se llevó a cabo una alegre y confiada maniobra de demolición de presas, diques y azudes porque, según ese idolatrado ecologismo progre de salón que enaltece a la naturaleza y desprecia al hombre, el agua ha de fluir libremente a fin de no alterar el hábitat natural de tantas especies animales y vegetales, aunque esa estrategia destructiva conlleve, por el contrario, la fatal alteración de la vida de muchos ciudadanos que lo han perdido todo, y algunos, hasta la propia vida.   

Han sido también los gobernantes quienes, ya por negligencia o torpeza, ya por miserable cálculo electoral, se han visto envueltos en un inútil e impotente rifirrafe que clama al cielo cuando una desgarradora evidencia muestra la imperante necesidad de que todas las Administraciones públicas posibles, todos los recursos públicos posibles, todos los funcionarios públicos posibles, todos los efectivos militares posibles acudieran con urgente premura a arrimar el hombro y paliar lo que ha sido la mayor tragedia sufrida en muchos años por España a causa del clima, que no del cambio climático.

Y cuando un pueblo, una ciudadanía en estado de indigencia se ve abandonada y desasistida por sus gobernantes, primero, ocupa indignada el lugar de éstos para hacer lo que éstos no hacen y lograr así, satisfacer sus necesidades más básicas y realizar las apremiantes tareas de reconstrucción. España entera está siendo testigo de cómo un pueblo organizado, que no masa, con legiones de voluntarios se lanza a la loable y heroica tarea solidaria de ayudar a quienes son parte de ese mismo pueblo. Una realidad viva y no una entelequia ideológica fabricada por factorías populistas. Y segundo, ese mismo pueblo asimismo indignado exige cuentas a quienes como gobernantes responsables de su bienestar han omitido el deber de socorro ante una extrema y letal calamidad. Los españoles no debiéramos olvidar nunca la infamia perpetrada por unos gobernantes a los que bien cabe calificar con el adjetivo de criminales.

Fuente gráfica: Europa Press

Impostura hasta en la dimisión

Tras el derribo del muro de Berlín el primer movimiento de la izquierda fue esquivar cualquier ejercicio de reflexión. Menos aún, de reconocimiento del error. Hubo algunos amagos de revisión crítica, pero sin muestras de arrepentimiento. Como acertadamente dice Jean François Revel en su libro La gran mascarada, a comienzos de 1991 la intelligentsia de izquierdas, lejos de experimentar cierto remordimiento de conciencia, se afanó día a día en defender lo indefendible mediante argumentos y justificaciones que trataban de camuflar una tiranía bajo la máscara del Bien. Se diseñó una estrategia puramente dialéctica: al comunismo no hay que juzgarlo por sus actos, sino por sus intenciones. Su fracaso es, entonces, imputable al mundo, a la Humanidad, y no a la idea comunista. Puede que el modelo económico comunista sea nefasto, pero es el único sistema capaz de salvar al mundo del consumismo, del imperio del dinero, en suma, del liberalismo desenfrenado.

La carta de dimisión de Iñigo Errejón, el miembro más viril de la coalición gubernamental de Sánchez, tras la salida de Ábalos, es una copia fiel del manual dogmático que sigue todo ideólogo comunista: “Si fracasamos, la culpa es del empedrado”. En sus líneas de renuncia, el cadete soviético expresa lo siguiente:

En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros. Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo. Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano.

El personaje reconoce primeramente que para ser un político más eficaz ha tenido que adoptar unos comportamientos que le han llevado a ser tóxico, pero que una sociedad dominada por el patriarcado ha provocado la multiplicación de su toxicidad. En segundo lugar, alude a una contradicción entre una vida de neoliberal y otra de adalid de un mundo mejor. Es decir, que a pesar de su toxicidad y de su contradicción, la culpa es del patriarcado y del neoliberalismo. En conclusión, que los abusos sexuales de Errejón quedan santificados por sus buenas intenciones. Que él es un chico intrínsecamente bueno, pero extrínsecamente influenciable por una nefasta sociedad patriarcal y neoliberal, que le ha echado a perder. Y que el verdadero peligro para las mujeres es el patriarcado neoliberal.

Continúa afirmando Revel que tres rasgos han definido a la ideología comunista: negarse a reconocer los hechos, negarse a analizar la causa de los fracasos y vivir inmersa en la contradicción respecto a sus propios principios. Los mismos rasgos que traslucen las líneas de dimisión de Errejón: alienación (el patriarcado neoliberal está podrido), utopía (sigo siendo moralmente el mejor) y dogmatismo (certeza absoluta de lo anterior). La de Errejón, como la de todos los de su cuerda, es una auténtica impostura, propia de una hipocresía demagógica que le lleva a echar la culpa al empedrado.  

Fuente gráfica: Fernando Sánchez. Europa Press.

Las apariencias engañan

Es opinión muy extendida afirmar que España lleva camino de parecerse a la Venezuela del tirano Maduro. Sí es cierto que la patrimonialización del poder perpetrada por el sanchismo sobre instituciones cruciales en un sistema democrático, además de corromper la democracia y el Estado de Derecho, está restando legitimidad de ejercicio al Gobierno y situándolo en los umbrales del autoritarismo. Asimismo la designación por el propio Sánchez, de personas de su absoluta confianza, en suma, de amiguetes para ocupar cargos sin ostentar la necesaria preparación, se revela como un rasgo inherente a regímenes alérgicos a los controles democráticos.

Sin embargo, una diferencia muy relevante entre Venezuela y España consiste en que allí todos levantan la misma bandera y hablan un idioma común. Allí no padecen los gérmenes disolventes que debilitan la vida nacional. No, en Venezuela no se cuestiona la unidad nacional. En España sí hay separatistas que pretenden la independencia territorial. De consumarse el pacto fiscal entre Sánchez y ERC, surgiría una relevante distinción más entre el país hispanoamericano y nosotros: la desigualdad entre españoles por razón territorial, y no por razón ideológica como ocurre en Venezuela. Maduro ha creado una gran desigualdad entre los venezolanos: los poderosos, sus seguidores, y los menesterosos, sus opositores.

Con el concierto catalán, Sánchez creará una desigualdad muy singular: los ricos y los pobres. Rico será un catalán que vote a VOX. Y pobre será un votante sanchista que resida en Extremadura o Andalucía, por ejemplo. La discriminación sería mayor para las minorías sexuales: Un tranx gerundense gozaría de privilegios a los que no podrá acceder un tranx de Cáceres. Claro, que no sabemos cómo viven los tranx en la Venezuela de Maduro.