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Mafias, sectas, izquierdas

Hoy se ha sabido que el puesto laboral del hermano de Pedro Sánchez se creó de manera urgente en tres días. Inaudita urgencia, la que no imprimió el Gobierno en atender la catástrofe de Valencia. La investigación no ha detectado la necesidad que decía tener la Diputación de Badajoz para crear el puesto a Sánchez II. Con el paso de los años, se incrementa el nivel de inmoralidad del PSOE. En tiempos de González, el hermanísimo, con despacho, pero sin sueldo, era el del vicepresidente del Gobierno. Hoy, el super hermanísimo, con despacho y sueldo, es el del presidente. No hay honradez que cien años dure. La Justicia ha citado por indicios racionales de delito a Sánchez II, al secretario general del socialismo extremeño y a siete cargos de la Diputación.

También se ha sabido que el comisionista Aldama, el nexo corruptor, asegura que en los próximos días seguirán saliendo evidencias porque las tiene. Que él sin pruebas no se mete el tiro en el pie que se ha dado. Que tiene la recámara llena de balas contra Sánchez. Ha disparado la primera bala sobre él. Las restantes serán contra el presunto autor de Manual de resistencia que ya se prepara para resistir en su búnker de Moncloa como un púgil sonado que tiene obturada la visión de la realidad. Al decir Aldama que los que mienten son ellos, refiriéndose al Consejo de ministros, no revela nada nuevo. Que desde el Gobierno se miente lo saben en España hasta los chiquillos de Primaria.  

Más noticias. Desde Moncloa se amenazó a cargos medios del PSOE madrileño para forzar la dimisión de Lobato, quien dimitiendo ha querido evitar una carnicería. Lobato parece haber tenido más dignidad o menos chalaneo que García Page, o quizá ambas cosas. El entorno monclovita confía en que con la operación de limpieza de quienes no siguen los dictados del dictador escarmienten los críticos con la dictadura. Aún falta trecho, pero el PSOE va camino de parecerse al NSDAP. Algún diario vaticina que el Congreso federal del PSOE en Sevilla se celebrará bajo una “tormenta perfecta sobre el sanchismo”. Ojalá que sea una DANA más destructiva que la de Valencia. En daños materiales, se entiende. En los personales, ya se encargarán los propios sanchistas de destrozarse entre ellos. ¿O el Congreso de Sevilla será como los Congresos de Nuremberg y la mansedumbre del rebaño nazi?

Más. Pepe Álvarez, renovado presidente de UGT, promete subir los sueldos y trabajar menos horas. Y que así aumentará la productividad, dice. ¿Y no subirán también los precios? Difícil reto. Como difícil será también para el sindicato devolver a la Junta de Andalucía los 40 millones de € a que ha sido condenado por el saqueo, en 2013, de fondos de parados. Por ello, además, han sido condenados a prisión y a pagar indemnizaciones cinco ex dirigentes de UGT de Andalucía. Dos periodistas, Silvia Moreno y Manuel Becerro, de los llamados de raza, descubrieron la comisión del delito y por ello sufrieron perjuicios a causa del infame señalamiento y persecución por parte del propio sindicato. Ojalá, Pepe el sindicalista resulte ser altamente productivo en devolver los 40 millones.

Dos apuntes más: Urtasun, ministro de Incultura, impide al mundo del toro acudir a la entrega de la Medalla de las Bellas Artes. ¿Habrá leído este ilustrado Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca o conocerá las pinturas de Goya, Botero o Picasso sobre la tauromaquia? Con su sectaria actitud ha restado lustre a la ceremonia quien sumó años a un lustro. Hay gente que no sabe restar ni sumar. Estados Unidos, aún con Biden al frente, presiona a España para que reconozca a Edmundo González. ¿A quién pedirá Sanchez ayuda en este asunto venezolano? ¿A Zapatero o a Aldama? El primero desaparecido y el otro ¿desconocido?

¿Quo vadis Munilla?

Se dice del obispo José Ignacio Munilla que es un hombre de su tiempo porque utiliza las redes sociales para hacer más incisiva su labor evangelizadora. La expresión “hombre de su tiempo” no deja de ser una solemne cursilería. Cursi sería decir que Erasmo de Rotterdam fue un hombre de su tiempo porque publicaba sus obras a través de la imprenta o que el doctor Gregorio Marañón también lo era porque visitaba a sus pacientes conduciendo un automóvil inventado por Henry Ford. Si el prelado Munilla es un hombre de su tiempo es porque sabe muy bien interpretar el signo de los tiempos, expresión evangélica introducida por el Papa Juan XXIII en la terminología del magisterio pontificio. Y que hoy debe ser aprendida y aplicada por todo católico para no ser tildado de indiferente ante el mundo en que vive y no ser considerado un fariseo a los ojos de Dios. Cuando los fariseos exigían una señal del cielo, Jesús les responde: “Al atardecer decís: Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo. Y a la mañana: Hoy lloverá, porque el cielo está rojo oscuro. ¿Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no sois capaces de distinguir los signos de los tiempos?” (Mt 16. 2-3).

En su intervención durante la vigésimo sexta edición del Congreso Católicos y vida pública, bajo el título ¿Quo vadis? Pensar y actuar en tiempos de incertidumbre, Munilla ha demostrado distinguir con magistral tino el signo de los tiempos, realizando un certero diagnóstico de la sociedad actual: “nos hemos vuelto enemigos de la Cruz”. Según él, esto provoca una crisis imperante: cultural, antropológica, política, eclesial porque sin la Cruz no hay gloria; hay un error grande que es hacer una dicotomía entre la Cruz y la felicidad; la Cruz nos lleva a la gloria, y la gloria es la felicidad plena”. Munilla nos enseña que una teología de la Cruz conduce a una teología de la Gloria. Sabe que, si se hace abstracción de todo lo que en la historia de la Humanidad se debe a la Cruz y a la fe ¿Qué quedará? Solía decir el humanista y jurista José Corts Grau que la única situación comprometida del hombre desde que el mundo es mundo y la única actitud en que, desde hace veinte siglos, ha podido la Humanidad conjurar la rosa de los vientos de sus males es en Cruz. La Cruz representa la firmeza vertical de la verdad sin confusión posible con el error ni con el mal, los brazos abiertos de la caridad, una comprensiva tolerancia, propicia a cuantos yerran y delinquen.

Nuestro obispo también señala como signo de los tiempos esa “imposición sistemática de una nueva cosmovisión” advirtiéndonos de que para hacer frente a ello “se requiere un movimiento de conversos. Sólo vamos a salir de esta crisis por una renovación de santidad”. Porque los propios católicos también padecemos la infiltración de una mentalidad mundana. También respiramos en esa enrarecida atmósfera de relativismo, materialismo y hedonismo. La consecuencia es que hemos reducido nuestra fe a una doctrina, a un fervoroso moralismo. La nuestra parece una fe por motivos extra religiosos, sobre todo de índole social o política, lo que lleva a impregnarnos de lo mundano despojando así a lo religioso de toda gravedad en sí. Debemos volver a un catolicismo auténticamente religioso y místico, al encuentro con Jesucristo. Estar en el mundo sin ser del mundo y no atrincherarnos frente al mundo. La batalla a librar es espiritual. El obispo Munilla sabe muy bien a dónde va él y a dónde va el mundo. Nosotros también debiéramos saber a dónde vamos: Volver a Jerusalén, a la Cruz.  

El Gobierno del pueblo

“Si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, elegiría, sin duda, esto último”. Esta sentencia pronunciada por Thomas Jefferson, prohombre de la independencia de Estados Unidos y tercer presidente del país, cobra trágica vigencia entre unos despavoridos y perplejos ciudadanos que aún padecen los devastadores efectos de una descomunal riada de la que no fueron alertados con la suficiente premura por quienes debían hacerlo: sus gobernantes.  

Pero no sólo falló la alerta, también la prevención. En una zona habitualmente proclive a este tipo de desastres meteorológicos, fueron también los gobernantes quienes impusieron como demagógico dogma el preservar la naturaleza antes que proteger al ser humano. Y en una fatídica cadena de desaciertos y traspiés se hizo dejación de la tarea previsora de construir obras de contención ante las recurrentes crecidas de las aguas, se abandonaron  las labores de limpieza de los cauces de ríos y arroyos, (no era agua, sino barro, maleza, troncos, ramas lo que inundaba y atascaba las calles y plazas de las poblaciones expuestas a la catástrofe), y se llevó a cabo una alegre y confiada maniobra de demolición de presas, diques y azudes porque, según ese idolatrado ecologismo progre de salón que enaltece a la naturaleza y desprecia al hombre, el agua ha de fluir libremente a fin de no alterar el hábitat natural de tantas especies animales y vegetales, aunque esa estrategia destructiva conlleve, por el contrario, la fatal alteración de la vida de muchos ciudadanos que lo han perdido todo, y algunos, hasta la propia vida.   

Han sido también los gobernantes quienes, ya por negligencia o torpeza, ya por miserable cálculo electoral, se han visto envueltos en un inútil e impotente rifirrafe que clama al cielo cuando una desgarradora evidencia muestra la imperante necesidad de que todas las Administraciones públicas posibles, todos los recursos públicos posibles, todos los funcionarios públicos posibles, todos los efectivos militares posibles acudieran con urgente premura a arrimar el hombro y paliar lo que ha sido la mayor tragedia sufrida en muchos años por España a causa del clima, que no del cambio climático.

Y cuando un pueblo, una ciudadanía en estado de indigencia se ve abandonada y desasistida por sus gobernantes, primero, ocupa indignada el lugar de éstos para hacer lo que éstos no hacen y lograr así, satisfacer sus necesidades más básicas y realizar las apremiantes tareas de reconstrucción. España entera está siendo testigo de cómo un pueblo organizado, que no masa, con legiones de voluntarios se lanza a la loable y heroica tarea solidaria de ayudar a quienes son parte de ese mismo pueblo. Una realidad viva y no una entelequia ideológica fabricada por factorías populistas. Y segundo, ese mismo pueblo asimismo indignado exige cuentas a quienes como gobernantes responsables de su bienestar han omitido el deber de socorro ante una extrema y letal calamidad. Los españoles no debiéramos olvidar nunca la infamia perpetrada por unos gobernantes a los que bien cabe calificar con el adjetivo de criminales.

Fuente gráfica: Europa Press

Impostura hasta en la dimisión

Tras el derribo del muro de Berlín el primer movimiento de la izquierda fue esquivar cualquier ejercicio de reflexión. Menos aún, de reconocimiento del error. Hubo algunos amagos de revisión crítica, pero sin muestras de arrepentimiento. Como acertadamente dice Jean François Revel en su libro La gran mascarada, a comienzos de 1991 la intelligentsia de izquierdas, lejos de experimentar cierto remordimiento de conciencia, se afanó día a día en defender lo indefendible mediante argumentos y justificaciones que trataban de camuflar una tiranía bajo la máscara del Bien. Se diseñó una estrategia puramente dialéctica: al comunismo no hay que juzgarlo por sus actos, sino por sus intenciones. Su fracaso es, entonces, imputable al mundo, a la Humanidad, y no a la idea comunista. Puede que el modelo económico comunista sea nefasto, pero es el único sistema capaz de salvar al mundo del consumismo, del imperio del dinero, en suma, del liberalismo desenfrenado.

La carta de dimisión de Iñigo Errejón, el miembro más viril de la coalición gubernamental de Sánchez, tras la salida de Ábalos, es una copia fiel del manual dogmático que sigue todo ideólogo comunista: “Si fracasamos, la culpa es del empedrado”. En sus líneas de renuncia, el cadete soviético expresa lo siguiente:

En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros. Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo. Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano.

El personaje reconoce primeramente que para ser un político más eficaz ha tenido que adoptar unos comportamientos que le han llevado a ser tóxico, pero que una sociedad dominada por el patriarcado ha provocado la multiplicación de su toxicidad. En segundo lugar, alude a una contradicción entre una vida de neoliberal y otra de adalid de un mundo mejor. Es decir, que a pesar de su toxicidad y de su contradicción, la culpa es del patriarcado y del neoliberalismo. En conclusión, que los abusos sexuales de Errejón quedan santificados por sus buenas intenciones. Que él es un chico intrínsecamente bueno, pero extrínsecamente influenciable por una nefasta sociedad patriarcal y neoliberal, que le ha echado a perder. Y que el verdadero peligro para las mujeres es el patriarcado neoliberal.

Continúa afirmando Revel que tres rasgos han definido a la ideología comunista: negarse a reconocer los hechos, negarse a analizar la causa de los fracasos y vivir inmersa en la contradicción respecto a sus propios principios. Los mismos rasgos que traslucen las líneas de dimisión de Errejón: alienación (el patriarcado neoliberal está podrido), utopía (sigo siendo moralmente el mejor) y dogmatismo (certeza absoluta de lo anterior). La de Errejón, como la de todos los de su cuerda, es una auténtica impostura, propia de una hipocresía demagógica que le lleva a echar la culpa al empedrado.  

Fuente gráfica: Fernando Sánchez. Europa Press.

Las apariencias engañan

Es opinión muy extendida afirmar que España lleva camino de parecerse a la Venezuela del tirano Maduro. Sí es cierto que la patrimonialización del poder perpetrada por el sanchismo sobre instituciones cruciales en un sistema democrático, además de corromper la democracia y el Estado de Derecho, está restando legitimidad de ejercicio al Gobierno y situándolo en los umbrales del autoritarismo. Asimismo la designación por el propio Sánchez, de personas de su absoluta confianza, en suma, de amiguetes para ocupar cargos sin ostentar la necesaria preparación, se revela como un rasgo inherente a regímenes alérgicos a los controles democráticos.

Sin embargo, una diferencia muy relevante entre Venezuela y España consiste en que allí todos levantan la misma bandera y hablan un idioma común. Allí no padecen los gérmenes disolventes que debilitan la vida nacional. No, en Venezuela no se cuestiona la unidad nacional. En España sí hay separatistas que pretenden la independencia territorial. De consumarse el pacto fiscal entre Sánchez y ERC, surgiría una relevante distinción más entre el país hispanoamericano y nosotros: la desigualdad entre españoles por razón territorial, y no por razón ideológica como ocurre en Venezuela. Maduro ha creado una gran desigualdad entre los venezolanos: los poderosos, sus seguidores, y los menesterosos, sus opositores.

Con el concierto catalán, Sánchez creará una desigualdad muy singular: los ricos y los pobres. Rico será un catalán que vote a VOX. Y pobre será un votante sanchista que resida en Extremadura o Andalucía, por ejemplo. La discriminación sería mayor para las minorías sexuales: Un tranx gerundense gozaría de privilegios a los que no podrá acceder un tranx de Cáceres. Claro, que no sabemos cómo viven los tranx en la Venezuela de Maduro.

La jauría excluyente

Hace un siglo el nacionalismo, aquella enfermedad infantil como la llamara Einstein, el sarampión de la Humanidad amenazaba a una Europa que en quince años padecería una segunda guerra civil, siendo también a la postre una segunda guerra mundial. Un nacionalismo ruso que desembocaría en el totalitarismo soviético sobre el armazón del Partido comunista, un nacionalismo italiano que generaría otro totalitarismo, el fascismo, sobre el eje del Estado, y un nacionalismo alemán que confeccionaría una ideología totalitaria sobre el concepto de raza fueron la cizaña en los trigales de Europa.

En su obra El fin del armisticio, Chesterton diferencia dos tipos de patriotas: el patriota ordinario que ha recibido la educación de perro guardián y el patriota que ha sido amaestrado como una jauría de perros de caza. El primero vigila su propia puerta y puede permanecer dentro de la cerca, incluso, sin estar sujeto por la cadena. El segundo ha sido adiestrado para seguir pistas saltando vallas y atravesando campos, lo que supone un peligro para los vecinos. Los tres nacionalismos citados fueron expansivos y excluyentes, es decir, fueron un peligro para sus vecinos.  

Un siglo más tarde, siguen deambulando por la historia nacionalismos trasnochados y anacrónicos y, por supuesto, también expansivos y excluyentes, que resultan dañinos para sus vecinos. El nacionalismo catalán está vertebrado en torno a la lengua, elemento diferenciador y divisor como en otra época lo fueron la nación, la raza, el partido o el Estado. En el acuerdo entre el Gobierno central y ERC para investir a Illa presidente de la Generalidad hay un apartado que nada tiene que ver con el asunto fiscal de la quiebra del principio de solidaridad del Estado autonómico. Y ese asunto es que el catalán sea la lengua que se use por la Administración catalana en relación con los ciudadanos en lo que es “el ámbito lingüístico catalán”. Obsérvese que no se circunscribe ese uso al territorio geográfico de la Comunidad Autónoma de Cataluña, sino a otro espacio diferente que se ajusta al pretendido ámbito de habla de la lengua catalana. El nacionalismo catalán siempre persiguió extender su influencia a otras regiones españolas como la Comunidad Valenciana o la de Islas Baleares. ¿Volvemos a la jauría de perros?

Francia, Europa, el mundo: Nada es seguro, todo está en riesgo

El 6 de febrero de 1934, Francia vivió una jornada convulsa, consecuencia de la grave situación por la que atravesaba la política francesa. Ligas Patrióticas, de carácter paramilitar y tendencia profascista, intentaron disolver violentamente la Asamblea Nacional, siendo duramente reprimidas por la policía. Los disturbios causaron una quincena de muertos y dos mil trescientos heridos provocando la dimisión del primer ministro Daladier, de centro izquierda, y la formación de un Gobierno de unidad nacional. La izquierda se agruparía en torno a un Frente Popular, alcanzando el poder en 1936.

Ante un escenario que se revelaba trágico, un grupo de más de cincuenta escritores e intelectuales católicos, entre los cuales se encontraban Gilson, Maritain, Du Bos, G. Marcel, Madaule, Roland Manuel, J. Hugo, Copeau, Mounier… publicó un manifiesto bajo el título Por el bien común, definido y concretado por el subtítulo Las responsabilidades del cristiano y el momento presente. Los autores exponían sus inquietudes ante la hora crítica de Francia, haciendo un llamado de conciencia con miras al porvenir. “Nosotros luchamos, afirman al inicio del texto, contra un antiguo error mortal, que es el que pretende levantar una barrera infranqueable entre lo político y lo espiritual, como entre lo humano y lo divino. Es necesario hacer que este error desaparezca. Tienen, lo político y lo temporal, muchos más recursos a que acudir que aquellos tan sólo debidos a las energías exclusivamente materiales, que son las que no escapan nunca al juego de las combinaciones y de las complicidades si no es para pasar a las violencias de la guerra civil. Será reintegrar al orden político en toda su fuerza y su dignidad, acrecentándolas, el destacar aquellos otros recursos espirituales, de más alto rango, recordándole que son los que deben penetrarle y envolverle con una vida superior”. Estas primeras líneas ya advierten de los posibles riesgos latentes en el país vecino, que dos años después se materializarían trágicamente en España, desembocando en una fratricida contienda civil, seis años más tarde, ya en plena II Guerra Mundial, desembocarían en dos Francias: la de Vichy y la de la Resistencia, y expondrían al mundo a caer en las garras de dos diablos: el totalitarismo nazi-fascista o el totalitarismo comunista.

Sobre la jornada del 6 de febrero, los firmantes sostienen que Francia corre el riesgo de hallarse, mañana, dividida en dos campos enemigos, cada uno de los cuales olvida que el otro es también Francia. Cada una de estas dos formaciones políticas se define mucha más por su hostilidad a la otra que por su propio programa respectivo. Cada una de ellas aparenta estar decidida o poner en juego contra la otra todo cuanto la violencia encierra de pasión más exasperada. Ninguna de las dos, sin embargo, desea dar el primer paso cargando con la responsabilidad de lo que pudiera suceder. A pesar de todo, las enemistades van creciendo durante este tiempo, reforzándose cada vez que la incertidumbre es mayor. El adversario se aparece para ambas partes como la encarnación de todos los males. Las pasiones no han desarmado; al contrario, se arman. Se ha impuesto una tregua a los partidos, pero no hay que hacerse ilusiones sobre su carácter precario. Una tregua no es una paz.

Los manifestantes prosiguen: “Nosotros estimamos que, frente a la situación descrita, el cristianismo no puede servir de fuerza de apoyo a ninguno de los partidos en lucha. Las fuerzas espirituales no deben ceder bajo el peso de los elementos sociológicos: lo que deben es dominarlos, llevándolos consigo; y si los hombres no quieren entenderlo así, señalar, por lo menos, cuál es la verdadera dirección que debe seguirse. Nunca el cristianismo ha callado. Tiene el deber de recordar su mensaje de paz y amor con tanto más empeño cuando este mensaje se vea desconocido. No podemos aceptar el dilema que el presente estado de cosas parece querer obligarnos a que aceptemos cuando nuestra conciencia nos lo prohíbe. Lejos de ser una deserción o una retirada, nuestra negativa lo es a la ambigüedad y a la claudicación. Debemos responder con un NO a todos aquellos que, tratando de cortarle el paso al fascismo, pretenden arrastrar a Francia al comunismo, Pero también debemos responder con un NO a aquellos otros, que para cortarle el paso al comunismo enrolen a Francia en el fascismo”. Sería una quiebra moral para los católicos franceses si confundieran la violencia con la virtud de la fortaleza que les corresponde, y que no existe fuera, ni separada, de la justicia y de las demás virtudes del alma; si se dejaran embaucar en esas reacciones biológicas, por las cuales un mundo anticristiano trata de defenderse de sus propias contradicciones internas. De este modo, se encontrarían prisioneros de ese mismo mundo corrompido, y en un momento en el que más que nunca necesitan ser ellos mismos lo que son, dispuestos para el porvenir.

Noventa años después, Francia parece hallarse inmersa de nuevo en el juego de las combinaciones y de las complicidades. Cierto es que en aquel tiempo el totalitarismo era una moda y la democracia un anatema. También es cierto que hoy la democracia está expuesta a toda suerte de fraudes y vulneraciones. Y se tiene la sensación de que nada es seguro y todo está en riesgo. No solo en Francia, también en España, en Europa. Acaso, en el mundo. Impera la fragmentación social, la división en banderías y grupos humanos, culturales, ideológicos. Porque como diría Mounier, uno de los firmantes del manifiesto, vivimos bajo la tiranía de “un desorden establecido» que compromete en provecho propio los valores espirituales mientras asistimos a una crisis natural de las formas de la civilización contemporánea. Como católicos, debiéramos permanecer en alerta, en vela, decía el Cardenal Newman. Somos indispensables en esta humanidad en crisis. La hora actual parece favorable para proponer soluciones cristianas a un mundo fatigado por el espectáculo de desórdenes políticos, económicos, sociales… Cuando en la encrucijada actual, se repliegan los pueblos hoscamente tras sus fronteras empeñándose en descubrir al enemigo en el colindante, nosotros, los cristianos, los católicos, exaltamos el valor universal de una caridad que ya supo enlazar al griego y al judío, al romano y al bárbaro. Y es que la más grande falta de los cristianos del siglo XXI será dejar que el mundo se haga sin Dios o contra él. Por eso, la tarea fundamental es la insistencia en el dinamismo de nuestra propia posición y no la oposición estéril. Los católicos debemos ser una minoría preñada de cultura y no una cultura fríamente intelectual, sino sabrosa y vitalmente humana. Tenemos el deber de sacar otra vez a la Iglesia al primer plano de la eficacia apostólica, recuperar el tiempo perdido y aspirar a un puesto de vanguardia en España, en Europa y en el mundo. Esa es nuestra responsabilidad como cristianos, como católicos en el momento presente.

Selección de ofendidos

Todo tiempo histórico tiene un tipo de hombre con el que se corresponde. El de la hora presente es el tipo del ofendido. La estructura mental de un sujeto ofendido es el victimismo. Todo relato victimista sitúa en su cúspide a un ofensor. Psicológicamente, una víctima suele desconfiar de todo lo que le rodea, proyectando también sus filias y fobias a su alrededor. El ofendido no razona. Su estado permanente es la sinrazón mantenida a base de emociones y sentimientos. Sugestión y obsesión.

La Selección española de fútbol se ha proclamado Campeona de la Eurocopa. Ante semejante logro, los ofendidos se obstinan en demostrar que ello ha sido gracias a dos hijos de inmigrantes y también a uno o dos vascos. En su delirio victimista pareciera que el empeño del ofendido es restregar al resto de españoles que la victoria se ha alcanzado gracias a futbolistas que… ¡son españoles!

En su deriva emocional, al ofendido no le importa aniquilar el espíritu de equipo, propio del fútbol, con tal de enaltecer de manera inconcebible las hazañas individuales de miembros del combinado nacional en el altar identitario, ya sea racial o territorial. En su pronunciada curva martirial, el ofendido derrapa para certificar la conquista del antirracismo y hasta del antifascismo, por encima del éxito de la Selección. Si bien, el expuesto resulta ser el cuadro leve de la enfermedad que padece la persona ofendida, existe un cuadro aún más severo con que se muestra aquélla. Los efectos de mayor gravedad consisten en ofenderse y atacar en manada ante aquel futbolista del equipo nacional que osa ser austero y poco efusivo en el saludo institucional, o excesivamente patriótico al reivindicar la españolidad de una roca. ¡Qué ofensas más ofensivas para los ofendidos!

Los ofendidos no saben ni quieren saber que desde hace años futbolistas negros han integrado la Selección española. No saben ni quieren saber que en el fútbol español han militado decenas de futbolistas de color. Incluso, militó Ben Barek, un negro marroquí, que jugaba como los ángeles, y fue muy querido en España y, especialmente, en Madrid. No saben ni quieren saber que el holandés Johan Cruyff fue expulsado de un terreno de juego por referirse despectivamente a un futbolista argentino llamándolo “indio”. Los ofendidos no saben ni quieren saber que hace años en una concentración de la Selección, un futbolista agarró por el cuello a otro por despreciar y humillar a un tercer futbolista, simplemente porque éste era hijo de Guardia Civil. Además, el protagonista del desprecio, proetarra, y el despreciado, militaban en el mismo equipo. No saben ni quieren saber que los proterroristas de Bildu han señalado como traidores a dos futbolistas vascos de la Selección española. Desde el Gobierno de la nación aún no se ha censurado la infamia. Pero los ofendidos persisten en instrumentalizar con su mezquino manoseo la gloria del fútbol español.

¡Viva yo! (Pedro Sánchez)

Nada más escribir Sánchez su extravagante carta (haciendo llorar a otro Pedro, Almodóvar, ¡angelito!) se desplomaron las aspas del molino centenario que decora la fachada del mítico Moulin Rouge de París. Como si se tratase de una margarita que empieza a deshojarse en Francia, también en España se activó el proceso de deshoje que ha de finalizar en un sí o un no “merece la pena”. Ignoramos el resultado. Podríamos vaticinar si dimitirá o no como presidente del Gobierno, aunque nos inclinamos por que a Sánchez le sucederá Sánchez.

Lo que sí sabemos es que con su carta, Sánchez ya ha dimitido de la política, entendida ésta como una noble actividad consistente en no pensar en sí mismo, sino en los demás. Un político deja de serlo cuando se preocupa más por lo suyo que por lo ajeno. También  sabemos que más que una carta, ha dictado un bando de guerra, valiéndose de dos recursos impropios de la política y muy útiles en la demagogia: el victimismo y el emotivismo, asentados, además, sobre la palanca de su hipocresía: “No quieras para otros lo que no quieras para ti”. Si no quieres bulos sobre tus cercanos, tu no propagues bulos sobre los cercanos a otros.  

En el aire, moviendo las aspas, meciendo las margaritas, permanecen las presuntas presiones de afuera por supuestos episodios de espionaje telefónico. Pero también se olfatea cierta frustración interior tras varias elecciones generales sin superar en escaños a González ni a Zapatero, y con continuas derrotas electorales. Añádase un descomunal enfado por tantos abucheos y pitidos padecidos en la calles y plazas españolas. ¡Qué desagradecida es España que se niega a reconocer la magnífica labor de su providencial caudillo! El “acoso y derribo” indicado en la misiva como causa del deshoje de la margarita no es creíble. Resulta inconcebible que el autor de Manual de resistencia y Tierra firme, pueda “desfallecer” y verse obligado a reflexionar cinco días por una endeble denuncia contra su mujer. Mejor haber esperado al archivo y así salir más reforzado. Es lo que tiene obrar en caliente, una temeridad. A no ser que…. En fin, claudicar ahora sería tanto como rasgar las hojas de su Mein Kampf. Una incoherencia.

El que fuera primer presidente de la República Checa y opositor al comunismo soviético, Vaclav Havel, advertía de que “las democracias corren el riesgo de ser como un juego virtual para consumidores, en vez de un asunto serio para ciudadanos serios. Hoy se habla de  marketing político más que de ciencia política”. Sánchez está siendo el político menos serio y más frívolo que hemos tenido en democracia. Henchido de narcisismo y adicto al artificio, a él siempre le fascinó ser el epicentro del mundo. Y casi lo está logrando. Ser como el niño en el bautizo, el muerto en el entierro y, más que el novio en las bodas, ser como el inevitable tonto de las bodas castizas, ese que, según el maestro Ruano, grita de repente “¡Viva yo!”

Fuente gráfica: El Debate

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Sin perdón

En su libro La masa enfurecida el periodista Douglas Murray se refiere a la conferencia “Labor, trabajo, acción” que Hannah Arendt pronunció en la Universidad de Chicago en 1964 en el marco del congreso “El Cristianismo y el hombre económico: Decisiones morales en una sociedad acomodada”. Hacia el final de su ponencia, la filósofa reflexiona sobre algunas de las consecuencias de participar de forma activa en el mundo, consecuencias que pueden resultar imprevisibles e ilimitadas. Y es que todos actuamos dentro de “una red de relaciones en la que toda acción provoca no solo una reacción sino una reacción en cadena”, lo que significa que todo proceso es la causa de nuevos procesos impredecibles.

Por tanto, afirma Arendt “nunca podemos realmente saber qué estamos haciendo (…) pero además no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no sólo son impredecibles, son también irreversibles; no hay autor o fabricador que pueda deshacer, destruir  lo que ha hecho si no le gusta o cuando las consecuencias muestran ser desastrosas”. Sin embargo, Arendt indica un medio para paliar la irreversibilidad de nuestras acciones: la facultad de perdonar. “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra facultad de actuar estaría, por así decirlo, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula para romper el hechizo”.

Este pasaje del libro de Murray recuerda al episodio del comentarista televisivo que durante la retransmisión de un partido de fútbol realizó un comentario calificado como “discriminador”, siendo despedido de la cadena, aún después de haber emitido por las redes sociales un comunicado en el que manifestaba que no fue su intención ofender a nadie, sino halagar las virtudes futbolísticas de un jugador, y en el que pedía perdón por sus palabras. https://www.instagram.com/p/C5nLIzkLZfF/?utm_source=ig_embed&ig_rid=5d9f8ba3-f17e-4716-a136-7cab816ff4eb .

Se pregunta Murray si en casos como este, algunos de los cuales suelen ir acompañados del programado linchamiento digital del autor, ¿existe alguna vía hacia el perdón? Porque vivimos en un mundo donde todos corremos el riesgo de tener que pasarnos el resto de la vida lamentando un chiste desafortunado. Un mundo donde nadie sabe en quién reside la potestad de atenuar las ofensas, pero en el que todos tienen incentivos para hacerlas suyas. Un mundo donde a cada momento se ejerce una de las formas más abrumadoras de poder: el poder de enjuiciar (y potencialmente arruinar) la vida de otro ser humano por motivos que no siempre son sinceros. El propio Murray considera una curiosidad de nuestro tiempo el que, cuando las cosas parecen estar mejor que nunca, se quiere hacer creer que nunca han estado peor. Termino con Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: «Si la sabiduría consiste en seguir la razón, la necedad aconseja dejarse llevar por las pasiones».

Fuente gráfica: COPE

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