Archivo de la categoría: Pasando revista

Las apariencias engañan

Es opinión muy extendida afirmar que España lleva camino de parecerse a la Venezuela del tirano Maduro. Sí es cierto que la patrimonialización del poder perpetrada por el sanchismo sobre instituciones cruciales en un sistema democrático, además de corromper la democracia y el Estado de Derecho, está restando legitimidad de ejercicio al Gobierno y situándolo en los umbrales del autoritarismo. Asimismo la designación por el propio Sánchez, de personas de su absoluta confianza, en suma, de amiguetes para ocupar cargos sin ostentar la necesaria preparación, se revela como un rasgo inherente a regímenes alérgicos a los controles democráticos.

Sin embargo, una diferencia muy relevante entre Venezuela y España consiste en que allí todos levantan la misma bandera y hablan un idioma común. Allí no padecen los gérmenes disolventes que debilitan la vida nacional. No, en Venezuela no se cuestiona la unidad nacional. En España sí hay separatistas que pretenden la independencia territorial. De consumarse el pacto fiscal entre Sánchez y ERC, surgiría una relevante distinción más entre el país hispanoamericano y nosotros: la desigualdad entre españoles por razón territorial, y no por razón ideológica como ocurre en Venezuela. Maduro ha creado una gran desigualdad entre los venezolanos: los poderosos, sus seguidores, y los menesterosos, sus opositores.

Con el concierto catalán, Sánchez creará una desigualdad muy singular: los ricos y los pobres. Rico será un catalán que vote a VOX. Y pobre será un votante sanchista que resida en Extremadura o Andalucía, por ejemplo. La discriminación sería mayor para las minorías sexuales: Un tranx gerundense gozaría de privilegios a los que no podrá acceder un tranx de Cáceres. Claro, que no sabemos cómo viven los tranx en la Venezuela de Maduro.

La jauría excluyente

Hace un siglo el nacionalismo, aquella enfermedad infantil como la llamara Einstein, el sarampión de la Humanidad amenazaba a una Europa que en quince años padecería una segunda guerra civil, siendo también a la postre una segunda guerra mundial. Un nacionalismo ruso que desembocaría en el totalitarismo soviético sobre el armazón del Partido comunista, un nacionalismo italiano que generaría otro totalitarismo, el fascismo, sobre el eje del Estado, y un nacionalismo alemán que confeccionaría una ideología totalitaria sobre el concepto de raza fueron la cizaña en los trigales de Europa.

En su obra El fin del armisticio, Chesterton diferencia dos tipos de patriotas: el patriota ordinario que ha recibido la educación de perro guardián y el patriota que ha sido amaestrado como una jauría de perros de caza. El primero vigila su propia puerta y puede permanecer dentro de la cerca, incluso, sin estar sujeto por la cadena. El segundo ha sido adiestrado para seguir pistas saltando vallas y atravesando campos, lo que supone un peligro para los vecinos. Los tres nacionalismos citados fueron expansivos y excluyentes, es decir, fueron un peligro para sus vecinos.  

Un siglo más tarde, siguen deambulando por la historia nacionalismos trasnochados y anacrónicos y, por supuesto, también expansivos y excluyentes, que resultan dañinos para sus vecinos. El nacionalismo catalán está vertebrado en torno a la lengua, elemento diferenciador y divisor como en otra época lo fueron la nación, la raza, el partido o el Estado. En el acuerdo entre el Gobierno central y ERC para investir a Illa presidente de la Generalidad hay un apartado que nada tiene que ver con el asunto fiscal de la quiebra del principio de solidaridad del Estado autonómico. Y ese asunto es que el catalán sea la lengua que se use por la Administración catalana en relación con los ciudadanos en lo que es “el ámbito lingüístico catalán”. Obsérvese que no se circunscribe ese uso al territorio geográfico de la Comunidad Autónoma de Cataluña, sino a otro espacio diferente que se ajusta al pretendido ámbito de habla de la lengua catalana. El nacionalismo catalán siempre persiguió extender su influencia a otras regiones españolas como la Comunidad Valenciana o la de Islas Baleares. ¿Volvemos a la jauría de perros?

Francia, Europa, el mundo: Nada es seguro, todo está en riesgo

El 6 de febrero de 1934, Francia vivió una jornada convulsa, consecuencia de la grave situación por la que atravesaba la política francesa. Ligas Patrióticas, de carácter paramilitar y tendencia profascista, intentaron disolver violentamente la Asamblea Nacional, siendo duramente reprimidas por la policía. Los disturbios causaron una quincena de muertos y dos mil trescientos heridos provocando la dimisión del primer ministro Daladier, de centro izquierda, y la formación de un Gobierno de unidad nacional. La izquierda se agruparía en torno a un Frente Popular, alcanzando el poder en 1936.

Ante un escenario que se revelaba trágico, un grupo de más de cincuenta escritores e intelectuales católicos, entre los cuales se encontraban Gilson, Maritain, Du Bos, G. Marcel, Madaule, Roland Manuel, J. Hugo, Copeau, Mounier… publicó un manifiesto bajo el título Por el bien común, definido y concretado por el subtítulo Las responsabilidades del cristiano y el momento presente. Los autores exponían sus inquietudes ante la hora crítica de Francia, haciendo un llamado de conciencia con miras al porvenir. “Nosotros luchamos, afirman al inicio del texto, contra un antiguo error mortal, que es el que pretende levantar una barrera infranqueable entre lo político y lo espiritual, como entre lo humano y lo divino. Es necesario hacer que este error desaparezca. Tienen, lo político y lo temporal, muchos más recursos a que acudir que aquellos tan sólo debidos a las energías exclusivamente materiales, que son las que no escapan nunca al juego de las combinaciones y de las complicidades si no es para pasar a las violencias de la guerra civil. Será reintegrar al orden político en toda su fuerza y su dignidad, acrecentándolas, el destacar aquellos otros recursos espirituales, de más alto rango, recordándole que son los que deben penetrarle y envolverle con una vida superior”. Estas primeras líneas ya advierten de los posibles riesgos latentes en el país vecino, que dos años después se materializarían trágicamente en España, desembocando en una fratricida contienda civil, seis años más tarde, ya en plena II Guerra Mundial, desembocarían en dos Francias: la de Vichy y la de la Resistencia, y expondrían al mundo a caer en las garras de dos diablos: el totalitarismo nazi-fascista o el totalitarismo comunista.

Sobre la jornada del 6 de febrero, los firmantes sostienen que Francia corre el riesgo de hallarse, mañana, dividida en dos campos enemigos, cada uno de los cuales olvida que el otro es también Francia. Cada una de estas dos formaciones políticas se define mucha más por su hostilidad a la otra que por su propio programa respectivo. Cada una de ellas aparenta estar decidida o poner en juego contra la otra todo cuanto la violencia encierra de pasión más exasperada. Ninguna de las dos, sin embargo, desea dar el primer paso cargando con la responsabilidad de lo que pudiera suceder. A pesar de todo, las enemistades van creciendo durante este tiempo, reforzándose cada vez que la incertidumbre es mayor. El adversario se aparece para ambas partes como la encarnación de todos los males. Las pasiones no han desarmado; al contrario, se arman. Se ha impuesto una tregua a los partidos, pero no hay que hacerse ilusiones sobre su carácter precario. Una tregua no es una paz.

Los manifestantes prosiguen: “Nosotros estimamos que, frente a la situación descrita, el cristianismo no puede servir de fuerza de apoyo a ninguno de los partidos en lucha. Las fuerzas espirituales no deben ceder bajo el peso de los elementos sociológicos: lo que deben es dominarlos, llevándolos consigo; y si los hombres no quieren entenderlo así, señalar, por lo menos, cuál es la verdadera dirección que debe seguirse. Nunca el cristianismo ha callado. Tiene el deber de recordar su mensaje de paz y amor con tanto más empeño cuando este mensaje se vea desconocido. No podemos aceptar el dilema que el presente estado de cosas parece querer obligarnos a que aceptemos cuando nuestra conciencia nos lo prohíbe. Lejos de ser una deserción o una retirada, nuestra negativa lo es a la ambigüedad y a la claudicación. Debemos responder con un NO a todos aquellos que, tratando de cortarle el paso al fascismo, pretenden arrastrar a Francia al comunismo, Pero también debemos responder con un NO a aquellos otros, que para cortarle el paso al comunismo enrolen a Francia en el fascismo”. Sería una quiebra moral para los católicos franceses si confundieran la violencia con la virtud de la fortaleza que les corresponde, y que no existe fuera, ni separada, de la justicia y de las demás virtudes del alma; si se dejaran embaucar en esas reacciones biológicas, por las cuales un mundo anticristiano trata de defenderse de sus propias contradicciones internas. De este modo, se encontrarían prisioneros de ese mismo mundo corrompido, y en un momento en el que más que nunca necesitan ser ellos mismos lo que son, dispuestos para el porvenir.

Noventa años después, Francia parece hallarse inmersa de nuevo en el juego de las combinaciones y de las complicidades. Cierto es que en aquel tiempo el totalitarismo era una moda y la democracia un anatema. También es cierto que hoy la democracia está expuesta a toda suerte de fraudes y vulneraciones. Y se tiene la sensación de que nada es seguro y todo está en riesgo. No solo en Francia, también en España, en Europa. Acaso, en el mundo. Impera la fragmentación social, la división en banderías y grupos humanos, culturales, ideológicos. Porque como diría Mounier, uno de los firmantes del manifiesto, vivimos bajo la tiranía de “un desorden establecido» que compromete en provecho propio los valores espirituales mientras asistimos a una crisis natural de las formas de la civilización contemporánea. Como católicos, debiéramos permanecer en alerta, en vela, decía el Cardenal Newman. Somos indispensables en esta humanidad en crisis. La hora actual parece favorable para proponer soluciones cristianas a un mundo fatigado por el espectáculo de desórdenes políticos, económicos, sociales… Cuando en la encrucijada actual, se repliegan los pueblos hoscamente tras sus fronteras empeñándose en descubrir al enemigo en el colindante, nosotros, los cristianos, los católicos, exaltamos el valor universal de una caridad que ya supo enlazar al griego y al judío, al romano y al bárbaro. Y es que la más grande falta de los cristianos del siglo XXI será dejar que el mundo se haga sin Dios o contra él. Por eso, la tarea fundamental es la insistencia en el dinamismo de nuestra propia posición y no la oposición estéril. Los católicos debemos ser una minoría preñada de cultura y no una cultura fríamente intelectual, sino sabrosa y vitalmente humana. Tenemos el deber de sacar otra vez a la Iglesia al primer plano de la eficacia apostólica, recuperar el tiempo perdido y aspirar a un puesto de vanguardia en España, en Europa y en el mundo. Esa es nuestra responsabilidad como cristianos, como católicos en el momento presente.

Selección de ofendidos

Todo tiempo histórico tiene un tipo de hombre con el que se corresponde. El de la hora presente es el tipo del ofendido. La estructura mental de un sujeto ofendido es el victimismo. Todo relato victimista sitúa en su cúspide a un ofensor. Psicológicamente, una víctima suele desconfiar de todo lo que le rodea, proyectando también sus filias y fobias a su alrededor. El ofendido no razona. Su estado permanente es la sinrazón mantenida a base de emociones y sentimientos. Sugestión y obsesión.

La Selección española de fútbol se ha proclamado Campeona de la Eurocopa. Ante semejante logro, los ofendidos se obstinan en demostrar que ello ha sido gracias a dos hijos de inmigrantes y también a uno o dos vascos. En su delirio victimista pareciera que el empeño del ofendido es restregar al resto de españoles que la victoria se ha alcanzado gracias a futbolistas que… ¡son españoles!

En su deriva emocional, al ofendido no le importa aniquilar el espíritu de equipo, propio del fútbol, con tal de enaltecer de manera inconcebible las hazañas individuales de miembros del combinado nacional en el altar identitario, ya sea racial o territorial. En su pronunciada curva martirial, el ofendido derrapa para certificar la conquista del antirracismo y hasta del antifascismo, por encima del éxito de la Selección. Si bien, el expuesto resulta ser el cuadro leve de la enfermedad que padece la persona ofendida, existe un cuadro aún más severo con que se muestra aquélla. Los efectos de mayor gravedad consisten en ofenderse y atacar en manada ante aquel futbolista del equipo nacional que osa ser austero y poco efusivo en el saludo institucional, o excesivamente patriótico al reivindicar la españolidad de una roca. ¡Qué ofensas más ofensivas para los ofendidos!

Los ofendidos no saben ni quieren saber que desde hace años futbolistas negros han integrado la Selección española. No saben ni quieren saber que en el fútbol español han militado decenas de futbolistas de color. Incluso, militó Ben Barek, un negro marroquí, que jugaba como los ángeles, y fue muy querido en España y, especialmente, en Madrid. No saben ni quieren saber que el holandés Johan Cruyff fue expulsado de un terreno de juego por referirse despectivamente a un futbolista argentino llamándolo “indio”. Los ofendidos no saben ni quieren saber que hace años en una concentración de la Selección, un futbolista agarró por el cuello a otro por despreciar y humillar a un tercer futbolista, simplemente porque éste era hijo de Guardia Civil. Además, el protagonista del desprecio, proetarra, y el despreciado, militaban en el mismo equipo. No saben ni quieren saber que los proterroristas de Bildu han señalado como traidores a dos futbolistas vascos de la Selección española. Desde el Gobierno de la nación aún no se ha censurado la infamia. Pero los ofendidos persisten en instrumentalizar con su mezquino manoseo la gloria del fútbol español.

¡Viva yo! (Pedro Sánchez)

Nada más escribir Sánchez su extravagante carta (haciendo llorar a otro Pedro, Almodóvar, ¡angelito!) se desplomaron las aspas del molino centenario que decora la fachada del mítico Moulin Rouge de París. Como si se tratase de una margarita que empieza a deshojarse en Francia, también en España se activó el proceso de deshoje que ha de finalizar en un sí o un no “merece la pena”. Ignoramos el resultado. Podríamos vaticinar si dimitirá o no como presidente del Gobierno, aunque nos inclinamos por que a Sánchez le sucederá Sánchez.

Lo que sí sabemos es que con su carta, Sánchez ya ha dimitido de la política, entendida ésta como una noble actividad consistente en no pensar en sí mismo, sino en los demás. Un político deja de serlo cuando se preocupa más por lo suyo que por lo ajeno. También  sabemos que más que una carta, ha dictado un bando de guerra, valiéndose de dos recursos impropios de la política y muy útiles en la demagogia: el victimismo y el emotivismo, asentados, además, sobre la palanca de su hipocresía: “No quieras para otros lo que no quieras para ti”. Si no quieres bulos sobre tus cercanos, tu no propagues bulos sobre los cercanos a otros.  

En el aire, moviendo las aspas, meciendo las margaritas, permanecen las presuntas presiones de afuera por supuestos episodios de espionaje telefónico. Pero también se olfatea cierta frustración interior tras varias elecciones generales sin superar en escaños a González ni a Zapatero, y con continuas derrotas electorales. Añádase un descomunal enfado por tantos abucheos y pitidos padecidos en la calles y plazas españolas. ¡Qué desagradecida es España que se niega a reconocer la magnífica labor de su providencial caudillo! El “acoso y derribo” indicado en la misiva como causa del deshoje de la margarita no es creíble. Resulta inconcebible que el autor de Manual de resistencia y Tierra firme, pueda “desfallecer” y verse obligado a reflexionar cinco días por una endeble denuncia contra su mujer. Mejor haber esperado al archivo y así salir más reforzado. Es lo que tiene obrar en caliente, una temeridad. A no ser que…. En fin, claudicar ahora sería tanto como rasgar las hojas de su Mein Kampf. Una incoherencia.

El que fuera primer presidente de la República Checa y opositor al comunismo soviético, Vaclav Havel, advertía de que “las democracias corren el riesgo de ser como un juego virtual para consumidores, en vez de un asunto serio para ciudadanos serios. Hoy se habla de  marketing político más que de ciencia política”. Sánchez está siendo el político menos serio y más frívolo que hemos tenido en democracia. Henchido de narcisismo y adicto al artificio, a él siempre le fascinó ser el epicentro del mundo. Y casi lo está logrando. Ser como el niño en el bautizo, el muerto en el entierro y, más que el novio en las bodas, ser como el inevitable tonto de las bodas castizas, ese que, según el maestro Ruano, grita de repente “¡Viva yo!”

Fuente gráfica: El Debate

Libercast:

Sin perdón

En su libro La masa enfurecida el periodista Douglas Murray se refiere a la conferencia “Labor, trabajo, acción” que Hannah Arendt pronunció en la Universidad de Chicago en 1964 en el marco del congreso “El Cristianismo y el hombre económico: Decisiones morales en una sociedad acomodada”. Hacia el final de su ponencia, la filósofa reflexiona sobre algunas de las consecuencias de participar de forma activa en el mundo, consecuencias que pueden resultar imprevisibles e ilimitadas. Y es que todos actuamos dentro de “una red de relaciones en la que toda acción provoca no solo una reacción sino una reacción en cadena”, lo que significa que todo proceso es la causa de nuevos procesos impredecibles.

Por tanto, afirma Arendt “nunca podemos realmente saber qué estamos haciendo (…) pero además no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no sólo son impredecibles, son también irreversibles; no hay autor o fabricador que pueda deshacer, destruir  lo que ha hecho si no le gusta o cuando las consecuencias muestran ser desastrosas”. Sin embargo, Arendt indica un medio para paliar la irreversibilidad de nuestras acciones: la facultad de perdonar. “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra facultad de actuar estaría, por así decirlo, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula para romper el hechizo”.

Este pasaje del libro de Murray recuerda al episodio del comentarista televisivo que durante la retransmisión de un partido de fútbol realizó un comentario calificado como “discriminador”, siendo despedido de la cadena, aún después de haber emitido por las redes sociales un comunicado en el que manifestaba que no fue su intención ofender a nadie, sino halagar las virtudes futbolísticas de un jugador, y en el que pedía perdón por sus palabras. https://www.instagram.com/p/C5nLIzkLZfF/?utm_source=ig_embed&ig_rid=5d9f8ba3-f17e-4716-a136-7cab816ff4eb .

Se pregunta Murray si en casos como este, algunos de los cuales suelen ir acompañados del programado linchamiento digital del autor, ¿existe alguna vía hacia el perdón? Porque vivimos en un mundo donde todos corremos el riesgo de tener que pasarnos el resto de la vida lamentando un chiste desafortunado. Un mundo donde nadie sabe en quién reside la potestad de atenuar las ofensas, pero en el que todos tienen incentivos para hacerlas suyas. Un mundo donde a cada momento se ejerce una de las formas más abrumadoras de poder: el poder de enjuiciar (y potencialmente arruinar) la vida de otro ser humano por motivos que no siempre son sinceros. El propio Murray considera una curiosidad de nuestro tiempo el que, cuando las cosas parecen estar mejor que nunca, se quiere hacer creer que nunca han estado peor. Termino con Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: «Si la sabiduría consiste en seguir la razón, la necedad aconseja dejarse llevar por las pasiones».

Fuente gráfica: COPE

Libercast:

El balón «trans»

Vasili Grossman tituló a su novela Todo fluye. Hoy, hasta el género fluye. Pero hay algo que fluye más: el balón, ese esquivo objeto de deseo que todo guardameta adora tenerlo en sus manos, y que se ha convertido en el símbolo de la posmodernidad. Chapotea en el encharcado terreno del relativismo y se desliza sobre el césped de la corrección política. Carece de ideología fija. Tan pronto bota socialdemócrata, que rebota comunista, para ir a estrellarse en el larguero describiendo una filigrana conservadora y situarse en el centro del terreno de juego como si fuera liberal. Eso, si no termina en la grada del populismo.

Parafraseando a una pseudocientífica onusiana de nombre Bibiana, el esférico, sin llegar a ser humano, parece un ser vivo, que fluye inconscientemente desde el género masculino (balón, esférico, cuero), hasta el femenino (pelota, bola, vieja, al decir de Di Stefano). Desenfrenado y de vida licenciosa, el balón no se casa con nadie y con todos; lo mismo besa las mallas de un combinado, que al minuto siguiente se mece en las de otro. Su actitud no es líquida, a lo Zygmunt Bauman, sino más bien gaseosa, liviana, ligera de cascos un día, carga ligera otro, lo que demuestra a las claras que es bisexual, ¡qué digo bisexual! multisexual, polisexual, asexual, metrosexual y hasta transexual. Lo que se le antoje.

Sin aristas, sin esquinas, el balón con su tremenda y bella redondez le da a todo; a derecha y a izquierda, arriba y abajo, delante y detrás, recto y desviado. Es un grandísimo balonazo. Su loca trayectoria es un queer y no poder. Cuando resulta muy difícil meter en cintura al balón, lo mejor es despejarlo. Patadón y tentetieso. ¡Vaya con el balón! ¿Y la balona? Esa es de la Línea de la Concepción.

Libercast: https://youtube.com/shorts/VfLMWvTr-MA?si=tRegmwiAitLV0goI

Españoles de la sociedad de la nieve

De aprobarse y aplicarse la ley de amnistía, se habrá perpetrado en España un verdadero golpe de Estado contra el régimen de Monarquía parlamentaria, a la que le restarán las últimas estaciones para apearse del viaje iniciado en 1978. Ante semejante disparate inconstitucional, políticos, jueces, periodistas, empresarios, intelectuales y la opinión pública, en general, sostienen esperanzados que al final Europa, la Unión Europea, pondrá fin a esta locura promovida a la limón entre Sánchez y Puigdemont. Confían en que el contubernio de leguleyos, que es la amnistía, choca frontalmente contra la letra y el espíritu del Tratado de la Unión Europea. Y tal vez sea así. Pero como les sucedió a aquellos desesperados, pero heroicos supervivientes del avión estrellado en la Cordillera de los Andes, no esperemos los españoles que venga Europa ni el resto del mundo a rescatarnos del marasmo en el que nos metimos hace cuarenta años y preparémonos para salir por nosotros mismos de este patrio valle de las lágrimas.

La mayor parte de las Cancillerías europeas se frotan las manos presenciando el espectáculo de división que estamos ofreciendo en los últimos meses. Su inquina empezó doscientos años atrás, con la Ilustración francesa. Aquella corte de enciclopedistas, librepensadores, intelectuales, es decir, masones, miraban a la católica España como la pieza a batir. Tanto por ser España como por ser católica. Su codicia era un dos por uno. Europa siguió y sigue sin mirarnos con buenos ojos. Tropezábamos y nos levantábamos. Guerreábamos entre nosotros y terminábamos por hacer las paces. Y de nuevo unidos éramos más fuertes. A Europa no le resultaba grato. Particularmente, Alemania y Francia se asustaron temblorosamente cuando en la segunda mitad del siglo XX ingresamos en el selecto club de las diez potencias mundiales. Aquello ya era demasiado y decidieron venir a por nosotros. Entre la CIA y compañía nos regalaron un caramelo envenenado: El régimen del 78 con la toxicidad del Estado autonómico. Y el veneno ha terminado por hacer efecto.

Actualmente, se libra una batalla a nivel geopolítico para acabar con los llamados Estados-nación. España aún lo es, aunque por poco tiempo. Impulsado por las élites financieras de origen anglosajón, el globalismo oficial ha diseñado una estrategia contra nuestra nación consistente en debilitarnos internamente con la vieja fórmula del “divide y vencerás”. España resulta hoy un obstáculo para la agenda globalista que está en marcha: una gobernanza mundial con un solo Estado mundial, una ciudadanía mundial con una única lengua, un único mercado con una sola moneda, y, ojo, una sola ética que se imponga universalmente mediante la subversión de valores cristianos, mejor dicho, católicos, y su sustitución por principios contrarios a la fe católica y, sobre todo, al concepto de familia tradicional. El nuevo Evangelio será la Agenda 2030, amalgama de ocurrencias de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, de los libertinos del Mayo del 68 y, por supuesto, del Grado 33 del Gran Oriente de Francia: democracia, libertad, derechos humanos (aborto libre incluido), ideología de género, cambio climático… y no se descarta alguna que otra aberración de las de cintura para abajo. Todo ello constituye el pasaporte del género humano a la felicidad y a la paz perpetua en un renovado y tecnológico planeta Tierra, que será custodiado y vigilado por el arsenal de la OTAN.

Como son muchos los que están deseosos de vernos caer para no levantarnos más, no esperemos, por tanto, rescate ni ayuda del exterior. Como en la Ilustración francesa, la ofensiva es doble, contra España y contra Dios. Si no nos resignamos a sucumbir, forjemos una sociedad como aquella de la nieve. Con Rosario incluido.

Libercast: Ven a librar la batalla cultural

https://www.youtube.com/@libercast.oficial

La jerarquía de Koldo

En su obra Introducción a la filosofía política. Democracia y revolución, Raymond Aron analiza las características de las llamadas democracias populares, aquella semántica de fabricación soviética, neutralizada con pensamiento, precisamente, popular como es el sabio refranero castellano: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. La idea central de aquellas imposturas del otro lado del telón de acero era la noción de que un partido, y solo uno, tiene el derecho de existir, fenómeno que comporta el monopolio ideológico por ese partido, así como la eliminación de los partidos rivales, en tanto que pretendan sustituir al que ocupe el poder. Ligado al principio de partido único, existe un segundo elemento propio de las democracias populares: el sistema de propaganda para el uso de las masas, propaganda, que está efectivamente a favor del régimen establecido. El tercer rasgo es la reconstitución de un orden social, de una jerarquía por razón de la función, del cargo y no de la persona.

Desde el advenimiento de la democracia en España, la trayectoria política del PSOE se ha visto salpicada por asombrosas ilegalidades de muchos de sus dirigentes. Las fechorías mas escandalosas perpetradas por socialistas han sido los denominados como casos Flick, (financiación ilegal), Filesa, Malesa y Time-Export (más financiación ilegal), GAL (terrorismo de Estado), ERE (corrupción) y, el rabiosamente actual, caso Koldo. Estos modos de proceder revelan que cada cierto tiempo el socialismo español sale de excursión por los Cerros de Ubeda. Se echa al monte (la cabra siempre tira para allá), y pone el caserón patrio patas arriba, levantando una polvareda de indignación al emplear métodos más expeditivos, e incluso, delictivos que democráticos.

Con Sánchez al frente del PSOE y también del Gobierno de España y con la última tropelía cometida por el socialismo se está evidenciando la concurrencia en la política nacional de los tres rasgos propios de aquellas democracias populares, según las describió Aron: El primero: solo un partido, el socialista, tiene derecho a existir, en su imprescindible doble tarea de zorro que guarda el corral ante el peligro de la extrema derecha, y de transmisor de un odio cainita contagiado a sus votantes, inducidos a soportar su propio perjuicio antes que permitir un Gobierno de la derecha.  El segundo: medios de comunicación que escriben al dictado del aspirante a partido único, vertiendo propaganda y manipulando la información. El tercero: maquillar con lustre jerárquico a tipos como Abalos, Cerdán, Koldo o el mismísimo Sánchez, quienes fuera de la política carecerían de toda jerarquía.

Fuente gráfica: Mundiario. RR.SS. / F.R.

Libercast: Donde libramos la batalla cultural por el rearme moral y la defensa de la libertad.

https://youtube.com/@libercast.oficial?si=iYlcXJ_WsAjFLiEy

Abalos y Avales

El mayor riesgo que puede padecer un político es la ceguera ante la realidad. Y resulta ser muy habitual, porque a medida que se acerca al poder, va alejándose de aquella. El aún presunto inocente de un presunto caso de corrupción, el ex ministro José Luis Abalos, ha declarado lo siguiente, y así lo recoge un diario próximo a su ideología: «Pensaré la dimisión con mi partido, no para que la derecha se cobre una pieza». Su declaración evidencia que este personaje no ha aprendido nada de su paso por el servicio público. Ignorando a la ciudadanía, él considera que libra una batalla contra su rival político, la derecha, como si fuera un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas. Esa es su desafortunada y raquítica concepción de la política, diametralmente opuesta a la noble idea de servicio al interés general.

La dimisión del ex ministro no es un trofeo a cobrar por el contrincante político, sino que resulta una exigencia de ejemplaridad por parte de la ciudadanía. Por supuesto que Abalos tiene derecho a la presunción de inocencia, a pesar de que al Secretario general de su partido le haya entrado un fervorín de higiene política al manifestar ante la Internacional Socialista que «hay que ser implacable con la corrupción», «caiga quien caiga, «el que la hace la paga». Es como si en Ferraz ya le hubieran sentenciado en un juicio paralelo. Pero resulta indudable que el paso de Abalos por el Gobierno, con su inseparable Koldo «Avales», no ha sido un transparente espejo de virtudes. Su trayectoria se ha visto salpicada con algún que otro punto oscuro, como noche oscura era cuando él y su asesor se adentraron en la terminal de Barajas a cuenta de aquellas misteriosas maletas de una ciudadana venezolana. O cuando en plena pandemia, ambos se alojaron en uno de los hoteles más lujosos de Tenerife, el ex ministro con su familia, para atender tareas de Gobierno relacionadas con la inmigración, abonando Koldo los gastos de la estancia con billetes extraídos de varios sobres ante la estupefacción de los presentes.

La ciudadanía empieza a estar harta de comportamientos poco edificantes que protagonizan algunos políticos que, desde la tribuna parlamentaria, se muestran implacables contra la corrupción del contrario, llegando a exigirles la dimisión, pero, en cambio, con la suya se lo piensan. Y la ciudadanía sí tiene los ojos y los pies puestos en la realidad.

Libercast, el espacio donde librar la batalla cultural por el rearme moral y la defensa de la libertad.