Archivo por meses: marzo 2019

Educación ante el fracaso

El científico español, Darío Gil, vicepresidente de Ciencia y Tecnología de IBM Research, manifestaba recientemente en una conferencia sobre innovación abierta y colaborativa organizada por el Instituto Tomás Pascual, que en Estados Unidos predomina mucho más que en España una cultura de tolerancia y comprensión hacia el fallo y el fracaso. En España, se tiene, además, miedo al fracaso. Damos más importancia, decía el científico, a los objetivos y a los procedimientos que a las personas. En efecto, los españoles tenemos temor a cometer errores, nos mostramos temerosos a fracasar. Y ello, porque enfrente suele haber otro españolito o muchos españolitos que se ríen abiertamente del fallo. En lugar de palabras de ánimo hacia el errado se pronuncian palabras de burla. Es como si el fracasado fuera un maldito.

Recuerdo la anécdota vivida en un viaje de estudios a Berlín con un grupo de compañeros universitarios. Estábamos descansando en el banco de una plaza berlinesa cuando frente a nosotros apareció un muchacho adolescente con su monopatín intentando hacer una pirueta sobre aquél artilugio con ruedas. No solo lo intentó varias veces sin conseguirlo, sino que en uno de los intentos se vino abajo dando con sus huesos sobre el duro suelo. Los españoles que presenciamos la escena rompimos a carcajadas. Uno de los nuestros tenía una risa tan ruidosa, que parecía un mariscal de campo. Hacia él se vino el teutón y sin mediar palabra le extendió el monopatín para que lo agarrara y le hizo un gesto como que debía salir al centro de la plaza a hacer lo que él no había podido lograr. Evidentemente, nuestro amigo, que carecía de habilidades para colocarse sobre aquellas cuatro ruedas, meneó su cabeza en señal negativa al mismo tiempo que frenó sus risotadas. Entonces, el que comenzó a reír a mandíbula batiente fue el chico de Berlín, que volvió al centro de la plaza y nos deleitó con toda una exhibición de cómo deslizarse sobre un monopatín. Aquél alemán no tuvo miedo al fracaso. Y seguro que pronto lograría culminar la pirueta difícil que ante nosotros no consiguió rematar.

Nuestro amigo, el mariscal de campo, y también todos nosotros, aprendimos una sabia lección: un fracaso es un error que no se ha sabido transformar en experiencia.

Semana Santa

En el mundo frenético y en los tiempos azarosos en que vivimos, la celebración de una fiesta religiosa como los Sagrados Misterios es de suma importancia para quienes profesamos la fe católica. A veces, no alcanzamos a darnos cuenta pero conviene resaltar su significado en el achatado tiempo actual, evocando y reviviendo intensa y profundamente los tremendos y sagrados acontecimientos históricos protagonizados por el Hijo de Dios, cuando vivió como Hombre. Un terrible itinerario el que tuvo que padecer Jesucristo para lograr después de tres días sepultado la Resurrección, demostrando que no hay gloria duradera sin dolor y sin muerte.

La Semana Santa es la solemne celebración del Misterio Pascual: el Crucificado es el Resucitado. El contenido de nuestra fe no es la muerte, sino la Resurrección, como acceso a la vida que no acaba, la vida eterna. El Amor, Dios ha triunfado sobre la muerte. Dios es del mundo de los vivos. No del de los muertos. La Pascua es el triunfo, pero la Pasión es el medio. Así fue en la vida de Cristo; así sucede ahora en la Iglesia. Esto nos recuerda a las palabras del Maestro a los de Emaús: Porque conviene que el Cristo y los que le siguen padezcan para entrar en la Gloria.

Por eso la Semana Santa es semana de dolor, de pasión, de muerte, pero también semana de amor y de vida. Porque la Cruz no es símbolo de discordia, sino de amor y redención. Como señalara el poeta José María Pemán, Cristo vino para anular diferencias entre los hombres, para escandalizar de amor y caridad el mundo. El catolicismo es una admirable lección de respeto de lo humano sin lo cual sería inútil hablar de unidad entre los hombres. Dios nos ha creado en la diversidad: diversidad de climas, de razas, de recursos naturales, de culturas, de costumbres. El verdadero católico es aquél que sabe con amor descubrir al prójimo que no se parece a él. Todo lo que hay en el cristianismo es humano. Todo lo humano, excepto el pecado que es la nada, es asimilable por el cristianismo. Cristo es el modelo del verdadero humanismo.

Debemos, pues, vivir este acompañamiento del Señor, que muere para salvarnos de la condenación eterna y debemos hacerlo con el alma alegre y agradecida de admiración a tanto amor con el que Dios nos acoge. Y esta alegría pascual no puede ni debe perder su significado entre los hombres. Es el renacimiento de la vida, es la redención aguardando luminosa tras las tinieblas del pecado y de la muerte. Es, en suma, un ardiente y generoso retorno a Cristo.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 25 de marzo de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/188062/opinion/semana-santa.html

Mejorar la educación

“España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la industrialización y puede perder el tren de la sociedad del conocimiento. Hay varias cosas sobre las que estoy seguro que todos los partidos políticos están de acuerdo.

Primera.– Necesitamos someter nuestra escuela a un proceso de transformación y mejora, no sólo porque la que tenemos es mediocre (no terriblemente mala, como con frecuencia se dice), sino porque en un mundo que cambia aceleradamente, los sistemas educativos también tienen que hacerlo para cumplir las expectativas de la sociedad.

Segunda.– En educación no hay milagros ni enigmas. Hay buenas y malas formas de hacer las cosas. En el año 2010, la revista Newsweek publicó un estudio comparando 32 naciones. En educación, Finlandia estaba en primer lugar y España, en el último. En cambio, en Sanidad, España ocupaba el tercer puesto, y Finlandia, el 18. ¿Por qué esa diferencia? Porque las administraciones educativas han sido ineficientes en la gestión, confusas en la planificación y casi siempre ideologizadas en su idea de la educación. Todos los ministros han pensado que con el BOE puede mejorarse la escuela, y eso es una ingenuidad, como sabe quien entienda algo de gestión del cambio en organizaciones. Para mejorar la educación hay que cambiar lo que sucede en las aulas y para eso hay que estar muy cerca de ellas.

(Objetivo 5-5-5)

España puede tener un sistema educativo de alto rendimiento en el plazo de cinco años, dedicando a Educación un presupuesto mínimo del 5% y cumpliendo cinco objetivos educativos:

1º.– Reducir el fracaso escolar al 10% de la población estudiantil. Es insoportable tener, como en la actualidad, una tasa superior al 20%.

2º.– Subir 35 puntos en la evaluación PISA. Sin duda, PISA no es perfecta, pero nos permite conocer la evolución histórica de nuestra educación y compararnos con otros países.

3º.– Aumentar el número de alumnos excelentes y acortar las distancias entre los mejores y los peores, que en España es muy grande dentro de un mismo centro.

4º.– Favorecer que todos los niños y adolescentes –tanto los niños con dificultades de aprendizaje, como los niños con altas capacidades– puedan alcanzar su máximo desarrollo personal, con independencia de su situación económica.

5º.– Fomentar la adquisición de los conocimientos y las habilidades para favorecer su realización personal, su inserción en el mundo laboral y su participación en la vida pública”.

(De la Carta de José Antonio Marina al próximo Gobierno. Diario El Mundo 1-2-2016).

La educación, siempre presente, no siempre visible

La educación siempre está presente, aunque no sea visible, en diversos ámbitos de lo cotidiano. Si tomamos como ejemplo el círculo familiar, a todo padre le acosan tres inquietudes. La primera y más elemental sería la relativa a su supervivencia y la de los suyos. Más fácilmente garantizadas en entornos pacíficos y tranquilos frente a los hostiles y convulsos por la concurrencia de desórdenes públicos y violencia social. La educación incide sobremanera en este aspecto, pues allí donde se goza de elevados niveles de educación resultan menores las probabilidades de altercados que provoquen riesgos para la seguridad física. Recordemos las palabras del Primer Ministro británico, David Cameron, con motivo de la ola de disturbios que sufrieron hace pocos años algunas ciudades inglesas: “El desastre moral de Europa tiene su origen en la educación”.

Una segunda inquietud de un padre es que sus hijos consigan el día de mañana un trabajo digno que les sirva de sustento igualmente digno. Aquí, la influencia del factor educativo es notablemente más determinante y capital que en el apartado anterior. No sólo la experiencia y práctica diarias, también el sentido común, nos dicen que aquéllas personas con más y mejor educación y con alto nivel de formación acceden a empleos de mayor cualificación profesional y bien remunerados. El saber no ocupa lugar pero determina el lugar que una persona ocupará o desocupará en la sociedad.

La inquietud por disfrutar de una existencia apacible y sosegada tras una larga e intensa vida profesional o laboral, preocupa asimismo a un padre de familia. Buena parte de ese disfrute se logra a través de cierto recreo o entretenimiento cultural en el que la educación y la formación recibida, o aún por recibir, se revela como un factor decisivo. La visita a un museo constituye una experiencia mucho más grata y fascinante para un conocedor de las corrientes culturales que para un un lego en conocimientos artísticos.

Podríamos concluir, amigo lector, que hay un espacio de seguridad, cohesión, satisfacción, progreso y felicidad alrededor de una persona y su familia en el cual la educación está siempre presente aunque en ocasiones no resulte visible. Una buena educación es suelo firme. Y de firmezas estamos necesitados en la hora actual ante tantas catástrofes humanitarias y naturales. Y termino con aquello apuntado por el escritor H.G. Wells: la Historia de la Humanidad se reduce cada vez más a una carrera entre la educación y la catástrofe.

Recuperar la educación

Nuestro sistema educativo padece anemia de voluntad, constancia, y disciplina.  Por eso, ni vive ni convive, sobrevive. Está casi reducido a escombros. Sin recompensar el mérito, sin premiar el trabajo bien hecho no puede construirse con solidez un sistema educativo. En su libro Escuela para todos. Educación y modernidad en la España del Siglo XX, Antonio Viñao denuncia que la enseñanza en España está montada sobre dos valores: la indolencia y la impunidad. “Si los alumnos trabajan y se esfuerzan, bien; si no lo hacen, también. Si su comportamiento es respetuoso y civilizado, estupendo; si son violentos, maleducados e irrespetuosos, qué se le va a hacer”.

Creo amigo lector, que se ha perdido el hábito del esfuerzo, la tenacidad por entender y aprender los contenidos. Por ello, en las actuales circunstancias resultan más urgentes los alumnos voluntariosos que los inteligentes apáticos. La educación no marcha bien en España. Presentamos una situación escolar desoladora. Ahí están los informe PISA o de la OCDE para poner en evidencia el mal funcionamiento de nuestra enseñanza media y bachillerato. Los estudiantes tienen dificultades en matemáticas y en lengua; su lectura es precaria y ello acarrea que su escritura también lo sea.

La delicada situación por la que atraviesa nuestro país debiera servir de acicate a los políticos y a la sociedad civil, en suma, a todos los que estamos comprometidos con la educación en España para concertar ese gran pacto nacional tan deseado, a fin de lograr de una vez por todas una  enseñanza con rigor, libre y plural. Decía Salvador de Madariaga en su Ensayo “España” que “el rasgo más típico del español es un individualismo rebelde a la solidaridad. De dos maneras cabe refrenar esa tendencia: Una, por la evolución de los hombres determinada por la enseñanza y la educación; otra, por la evolución de las cosas, determinada por el desarrollo económico”. Dos necesidades que otro español brillante, Joaquín Costa, resumió en estas palabras: “Escuela y Despensa”; Educación y Economía, perentorias para que España elimine el feroz egoísmo y el estéril individualismo de sus habitantes y adquiera la virtud sin la que no hay existencia sana: la solidaridad.

Black Fidel

De tanto gritar ¡socialismo o muerte! (son sinónimos, oiga), Fidel Castro ha acabado muriéndose en la cama, como Franco, y también de origen gallego. El dictador cubano era la última conexión en La Habana con la Guerra fría, aquélla sorda confrontación entre el mundo libre y la esclavitud, cuyo fin se produjo por la imposibilidad económica de la URSS de replicar la guerra de las galaxias de Ronald Reegan, quien junto a Margaret Thatcher y el Papa Wojtyla derribaron el muro de la vergüenza y de la impotencia en Berlín. Y con ello tumbaron al comunismo. Castro como postverdad de aquél mundo.

Esa jauría adiestrada en manipular fallecimientos sí homenajea a un tirano corrupto que diciéndose de izquierdas vivía como un rajá capitalista y burgués e implantó en Cuba la pobreza sistemática, no solo energética, también humana y moral. Porque lo humano estorbaba siembre al régimen cubano, a imagen y semejanza del soviético; obsesionados ambos con asesinar o encerrar a hombres libres, y especialistas en acumular arbitrariedades políticas, errores económicos, desviaciones éticas y acosos religiosos. El socialismo ha demostrado ser fatalmente dirigista y en vez de liberar al hombre lo amarra. Te arrebata el alma, dijo San Juan Pablo II, al describir la barbarie comunista. El régimen castrista no fue una excepción. Su aportación al Libro negro del comunismo (black Fidel) está a la altura de la despiadada contribución de criminales comunistas ya fallecidos. Parafraseando a Alexander Zinoviev el homo cubanus se define como la estoica aceptación de la miseria y el desamparo. Mientras tanto en Europa, la intelectualidad del progresismo justificaba la brutalidad y los crímenes del déspota babeando de gozo y fervor. Sus corifeos aún continúan haciéndolo. La izquierda europea no quería reconocer, o peor todavía, no le importó nunca el sufrimiento del pueblo cubano. La algarabía progresista jamás ha podido digerir que las democracias con sus imperfecciones hayan proporcionado a los ciudadanos más progreso y bienestar que el comunismo, incapaz de avanzar más que en muertes, tiranía e indigencia. 

Castro impuso a Cuba la rémora del cruel socialismo con el candado de una desalmada ideología y con el grillete del ineficiente colectivismo acarreando una proletarización y un empobrecimiento de la sociedad. Perdieron los cubanos, un pueblo cargado de españolismo, de vida americana y de preocupaciones europeas. Perdió Cuba, tierra en la que palpitaban las vidas de todos los continentes, el desarrollo de diferentes razas y una integración de elementos típicos nacionales que formaron durante siglos la realidad biológica de Cuba. Hubo un tiempo en que desde el Malecón de La Habana se observaba mejor el latido de Europa y sus reacciones porque aquella hermosa y noble ciudad, con poseer todo lo material del Norte, conservaba muy bien sus características espirituales de lo clásicamente europeo. Era un observatorio internacional con proyección europea e hispanoamericana. Su corazón lo hacían latir los acontecimientos europeos. Aquél tesoro debiera recuperarse algún día. Una plegaria por los muertos y un brindis, ojala, por Cuba Libre.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 27 de noviembre de 2016 https://www.elimparcial.es/noticia/172124/opinion/black-fidel.html

Iglesia y democracia

El diálogo entre políticos de izquierda y derecha como cristianos en democracia es una reconfortante garantía de concordia. El debate entre obispos y políticos sobre el papel de la Iglesia en democracia es una saludable garantía de libertad. Concordia y libertad suelen ser las primeras víctimas de ese laicismo que no es neutralidad ante la religión sino la negación de la religión.

El laicismo niega a la Iglesia su derecho a defender sus enseñanzas y a sí misma cuando en la vida pública son vulnerados sus derechos y doctrina. Consecuencia de esta deriva totalitaria es la democracia secularizada, un ordenamiento estrictamente laico de la vida pública que excluye o restringe la visión religiosa. Los laicistas reprochan a la Iglesia que pretenda imponer a la sociedad sus normas y criterios morales, sin reconocer la autonomía de las instituciones políticas en el orden temporal. Declaran la incompatibilidad entre religión católica y democracia, tachan a los católicos de hostiles a la vida democrática y nos acusan de emplear la fe como arma arrojadiza, una fe enemiga de la libertad e incompatible con los derechos humanos, concluyendo que en una verdadera convivencia democrática hay que desterrar a Dios y a la religión del espacio público y convertirlos en asuntos privados. “El gobierno tiene que gobernar para todos y no solamente para los católicos”, sostienen los laicistas. De acuerdo: “El gobierno tiene que gobernar para todos, también para nosotros”, decimos los católicos.

La presencia de la religión católica en la plaza pública constituye un factor beneficioso de cohesión y cooperación. La democracia necesita para legitimarse de una sólida base moral. El pensamiento cristiano ha perfeccionado históricamente el ideal democrático. Ninguna otra religión como el cristianismo ha promovido la democracia, la separación Iglesia-Estado y la tolerancia. La prueba es que apenas existen democracias en naciones que no hayan vivido bajo una prolongada influencia de la cultura cristiana. La Iglesia ha contribuido a la defensa y garantía de los derechos humanos fomentando la dignidad y la libertad de la persona. Y Dios tiene plena cabida en las actuales sociedades democráticas. Además, los católicos no estamos dispuestos a dejarnos excluir de la democracia, ni a vivir bajo la presión de modelos laicistas, ni mucho menos a ser considerados como ciudadanos de segunda.

Al excluir la religión de la arena pública ésta no se vacía, sino que se llena de sucedáneos, de religiones al revés. Y el laicismo es una religión al revés. Es “la religión de Estado”. Nos previene de ello Tzvetan Todorov, quien afirma que emerge una nueva religión política con la pretensión de controlar las conciencias. Todorov sostiene que el poder público no debe enseñar sus opciones haciéndolas pasar por verdades, el Gobierno no puede decidir lo que ha de enseñarse en la escuela, no corresponde al Parlamento deliberar sobre el significado de los hechos históricos del pasado, ni al pueblo pronunciarse sobre lo que es verdad o mentira, porque la voluntad soberana del pueblo topa aquí con un límite, el de la verdad, sobre el cual no tiene influencia ni competencia. La verdad está por encima de las leyes.

Benedicto XVI dijo que los católicos tienen derecho a que se oiga su voz en el debate público de la sociedad, en todo, ya sea enseñanza, clonación o el precio de las flores. Es un derecho que nos asiste. Es, a la vez, nuestro deber.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 7 de octubre de 2018 https://www.elimparcial.es/noticia/194368/opinion/iglesia-y-democracia.html

Educar para la vida

La tarea de educar supone enseñar el significado de lo que es la vida. Ello requiere en el educador un alto sentido de la vida y de la sociedad en la que vive. Para George Steiner, ser educador es invitar a otros a entrar en el sentido. Es convertir a alguien en persona, ayudarla a que experimente sus sentimientos, a que asuma su responsabilidad y a que conozca su entorno. Y así podrá dotarse de una escala de valores. Porque educar es también una ardua tarea que se desarrolla mediante el compromiso y el testimonio y que culmina con la enseñanza de valores. Y llegados a este punto, estimado lector, resulta conveniente una precisión. Hoy está generalizado el concepto de los valores. Por doquier se habla de valores, de su apogeo o decadencia. Pero son muy pocos los que hablan del bien y del mal, de lo bueno y lo malo.

El filósofo Spaemann advierte que el discurso sobre los valores es trivial y peligroso a la vez. “Es peligroso por su ambigüedad; es trivial en tanto en cuanto cualquier sociedad comparte determinadas valoraciones. Sin ninguna duda, afirma Spaemann, el Tercer Reich alemán fue una comunidad de valores. Se denominó comunidad popular. Los valores que en aquel entonces se consideraron supremos -nación, raza y salud- se colocaron, por supuesto, por encima del Derecho y del Estado, y lo que es peor, por encima de la persona; y, al igual que en los países marxistas, el Estado no era más que una agencia de valores supremos”.

En lugar de valores, algunos preferimos hablar de virtudes. Como creyentes y sin afán de imposición, entendemos que para una educación integral del hombre resulta beneficioso el cultivo de lo que constituye la dimensión más profunda de la persona, el sentido de lo trascendental, que le abre a un orden de realidad sagrado.

Símbolos


Para salvar su enésimo ridículo, el separatismo catalán planeó una Generalitat con una presidencia efectiva y otra simbólica, la de Puigdemont, el ausente. Una bicefalia como la del águila de la imperial Toledo (distinto de Federico Martín Bahamontesel águila de Toledo), a dónde, según Josep Pla, los catalanes debieran acudir a meditar para entender la historia de España, que es también la suya. Para la sabiduría popular, el poder bicéfalo son dos gallos en el mismo corral. Con similar estructura jerárquica las gallinas son las que más sufren, tensionadas diariamente por habituales enfrentamientos entre los cabecillas encrestados. La algarabía y el conflicto rebajan la capacidad ponedora del gallinero, mismo mal que aqueja hoy a la economía en Cataluña, otrora símbolo del desarrollismo español, con aquella pujante burguesía catalana impregnada de seny. Otro símbolo.

Las peleas de gallos están prohibidas por la ley, pero ya se sabe que para el independentismo la ley es, a su gusto, de quita y pon, a diferencia del poble, un símbolo de mayor permanencia, como lo fue en el período de entreguerras. Cuando Hitler sacó a pasear uniformado al pueblo alemán por las carreteras de Europa, el civilizado continente quedó arrasado y en la indigencia moral y económica más absoluta. Otro camarada presto en apelar a los instintos del poble es Guardiola, entrenador durante el tiempo reglamentario, y politólogo en el descuento. Luego, Pet no permite que ningún aficionado le confeccione las alineaciones; eso sería meter otro gallo en el vestuario.

Los inconvenientes de una Generalitat bicéfala surgirían con la toma de decisiones. Si un conseller debe ser cesado ¿Quién manda al motorista? ¿El president efectivo o el simbólico? ¿Cuántos motoristas partirían hacia la casa del cesado? Con el general Franco, no había dudas: Uno solo partía de El Pardo. El motorista fue otro símbolo del franquismo, del que van quedando menos: los pantanos, las Universidades laborales, el turismo solyplaya y alguna que otra reliquia de sesicientos que aún circula por la calle. También el deporte del motor está retirando los sex symbols de las parrillas de salida y de los boxes. Previamente lo hizo el ciclismo y el tenis. Y mucho antes el telecupón de la once, otro símbolo de la España actual. La chica guapa y cortita de ropa se bate en retirada. Ojala que la feliz supresión alcance también a las campanadas de fin de año y a la gala de Nochevieja, porque desde Sabrina a Cristina llevamos treinta años de mujer objeto. En cierta ocasión le preguntaron a Madame de Staël, la aguda y sutil escritora francesa ¿por qué las mujeres bonitas tienen más éxito que las inteligentes entre los hombres? Muy sencillo, respondió la escritora, hay muy pocos hombres ciegos, pero abundan mucho los flojos de mollera.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de febrero de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/186417/opinion/simbolos.html

Occidente: Jugando con fuego

Corría el año 1948 cuando un diputado conservador, David Eccles, pronunció en la Cámara de los Comunes un discurso despertador de conciencias. El orador, posteriormente ministro británico desde 1951 a 1962, declaró que Europa necesitaba dos cosas fundamentales para su reconstrucción y seguridad: ayuda norteamericana y una fe profunda en su destino. El primer factor podía considerarse ya, por entonces, una realidad, pero el diputado expresó sus dudas acerca de la fe de Occidente en su civilización. Justificó estas dudas por el hecho de que la izquierda europea daba constantes muestras de una mentalidad diferente y de no estar segura con harta frecuencia de que la libertad personal merezca la pena alcanzarse a un alto e inevitable precio. Eccles pronunció estas palabras cuando el viejo Continente se preparaba para la guerra fría. Un escenario erizado de alambradas, patrullas fronterizas, bloques hostiles y hasta de un telón de acero. El comunismo era, pues, vecino y enemigo de aquél espacio europeo que no creía en sí mismo.

Transcurridos más de sesenta años, desapareció la guerra fría, fue derribado el comunismo soviético, pero Europa parece estar peor que entonces. Continúa sin una fe profunda en su civilización. Son muchos los europeos que permanecen anclados en su anacrónica mentalidad diferente como diría Eccles. Síntoma de la anemia moral que padecen, dicha mentalidad se manifiesta en una actitud timorata, un silencio de mansedumbre propio del que mira hacia otro lado para evitar los graves problemas de su entorno. Ciudadanos anestesiados por una cultura fuertemente impregnada de relativismo. Esa ideología del todo vale o del como sea que carece de ideas sólidas y nítidas sobre la tolerancia o la dignidad y que dinamita los principios y valores, no ya cristianos en un territorio que fue Cristiandad, sino simplemente éticos. Esa tiranía relativista al impedir la discusión sobre lo principal centrándose en lo accesorio para no herir sensibilidades y desactivar sentimientos y pensamientos, provoca como secuela la justificación de lo injustificable. Otra vez la vieja progresía con su manida denuncia del imperialismo capitalista depredador, con esa desgastada acusación de que el Occidente rico es culpable, con la coartada, cuando no apología, del terrorismo por el agravio de la pobreza.

Cierto es que Europa, asentada sobre el principio de la dignidad humana, ha sobrevivido a dos tremendas guerras mundiales y a la diabólica tiranía del socialismo real. Pero el diagnóstico del mal europeo no puede ser más desolador: traición a sus convicciones y apaciguamiento. Descomposición, en suma. Por ello ante los actuales enemigos de la paz como el terrorismo islámico y el populismo, ambos totalitarios y siempre dispuestos a inflamar el mundo, Europa como estilo de vida, cuna de nuestra cultura común y depósito de valores indisolublemente unidos a una concepción libre de la existencia, debe arrumbar el pensamiento débil, deshacerse de temores y complejos y proporcionar al género humano los grandes remedios: democracia, libertad y prosperidad. O rehacemos la idea de Occidente, garantizando un mundo libre sobre la dignidad humana, o sucumbiremos ante la violencia de la sinrazón. Nos jugamos mucho y estamos jugando con fuego.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de febrero de 2015. https://www.elimparcial.es/noticia.asp?ref=147499