Iglesia y democracia

El diálogo entre políticos de izquierda y derecha como cristianos en democracia es una reconfortante garantía de concordia. El debate entre obispos y políticos sobre el papel de la Iglesia en democracia es una saludable garantía de libertad. Concordia y libertad suelen ser las primeras víctimas de ese laicismo que no es neutralidad ante la religión sino la negación de la religión.

El laicismo niega a la Iglesia su derecho a defender sus enseñanzas y a sí misma cuando en la vida pública son vulnerados sus derechos y doctrina. Consecuencia de esta deriva totalitaria es la democracia secularizada, un ordenamiento estrictamente laico de la vida pública que excluye o restringe la visión religiosa. Los laicistas reprochan a la Iglesia que pretenda imponer a la sociedad sus normas y criterios morales, sin reconocer la autonomía de las instituciones políticas en el orden temporal. Declaran la incompatibilidad entre religión católica y democracia, tachan a los católicos de hostiles a la vida democrática y nos acusan de emplear la fe como arma arrojadiza, una fe enemiga de la libertad e incompatible con los derechos humanos, concluyendo que en una verdadera convivencia democrática hay que desterrar a Dios y a la religión del espacio público y convertirlos en asuntos privados. “El gobierno tiene que gobernar para todos y no solamente para los católicos”, sostienen los laicistas. De acuerdo: “El gobierno tiene que gobernar para todos, también para nosotros”, decimos los católicos.

La presencia de la religión católica en la plaza pública constituye un factor beneficioso de cohesión y cooperación. La democracia necesita para legitimarse de una sólida base moral. El pensamiento cristiano ha perfeccionado históricamente el ideal democrático. Ninguna otra religión como el cristianismo ha promovido la democracia, la separación Iglesia-Estado y la tolerancia. La prueba es que apenas existen democracias en naciones que no hayan vivido bajo una prolongada influencia de la cultura cristiana. La Iglesia ha contribuido a la defensa y garantía de los derechos humanos fomentando la dignidad y la libertad de la persona. Y Dios tiene plena cabida en las actuales sociedades democráticas. Además, los católicos no estamos dispuestos a dejarnos excluir de la democracia, ni a vivir bajo la presión de modelos laicistas, ni mucho menos a ser considerados como ciudadanos de segunda.

Al excluir la religión de la arena pública ésta no se vacía, sino que se llena de sucedáneos, de religiones al revés. Y el laicismo es una religión al revés. Es “la religión de Estado”. Nos previene de ello Tzvetan Todorov, quien afirma que emerge una nueva religión política con la pretensión de controlar las conciencias. Todorov sostiene que el poder público no debe enseñar sus opciones haciéndolas pasar por verdades, el Gobierno no puede decidir lo que ha de enseñarse en la escuela, no corresponde al Parlamento deliberar sobre el significado de los hechos históricos del pasado, ni al pueblo pronunciarse sobre lo que es verdad o mentira, porque la voluntad soberana del pueblo topa aquí con un límite, el de la verdad, sobre el cual no tiene influencia ni competencia. La verdad está por encima de las leyes.

Benedicto XVI dijo que los católicos tienen derecho a que se oiga su voz en el debate público de la sociedad, en todo, ya sea enseñanza, clonación o el precio de las flores. Es un derecho que nos asiste. Es, a la vez, nuestro deber.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 7 de octubre de 2018 https://www.elimparcial.es/noticia/194368/opinion/iglesia-y-democracia.html

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