En etapas pasadas, incluso desde dentro de la propia familia cristiana, se ha llegado a insinuar que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) podría erigirse en el mismo plano de igualdad que las dos grandes ideologías políticas más extendidas en el mundo: el liberalismo y el marxismo. En esta dinámica errónea y perversa de equiparar y hacer competir a la DSI con los postulados de Adam Smith y de Carlos Marx, se ha llegado a catalogar las enseñanzas sociales de la Iglesia ante la cambiante realidad histórica como una especie de tercera vía. Craso error.
La DSI es un instrumento de evangelización que forma parte esencial del mensaje cristiano, lo que permite considerarla como una consecuencia de la fe y como un modo de ser, el modo como los cristianos vivimos y actuamos en el mundo. Por ello, se trata de algo muy distinto a las ideologías, y en ningún caso presenta una esencia o naturaleza política, de forma que no puede ser considerada como una tercera vía entre la ideología liberal y la socialista. Así, lo sostiene Juan Pablo II en la Encíclica Sollicitudo rei socialis: “la Doctrina Social de la Iglesia no es una tercera vía, sino otro género de cosa, teología, y teología moral”. Posteriormente, en Centesimus annus, el Papa afirma: “la fe cristiana, que no es ideología, no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica; y reconoce que la vida humana se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas”. Y añade: “La Iglesia respeta la autonomía legítima del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional”
Cosa muy diferente es, que al ser la DSI una enseñanza práctica para la vida, una norma rectora del comportamiento, que puede actuar como auténtico motor de impulso para la acción dotándose de una naturaleza operativa. De este modo, puede proporcionar soluciones justas a los problemas derivados de la cuestión social. Estas circunstancias han provocado que la DSI haya servido de fuente inspiradora para ciertas iniciativas ideológicas superadoras de las imperfecciones y excesos del capitalismo liberal y del socialismo marxista. Es el caso de la fórmula de síntesis política aplicada en la Alemania de Konrad Adenauer y de Ludwig Ehard, los artífices del milagro alemán. Dicha fórmula consistió en conjugar, con la habilidad propia de estos brillantes personajes, las ideas liberales con grandes dosis de sensibilidad social, es decir, liberalismo y humanismo, dando lugar a la economía social de mercado. El teórico más notable de esta corriente fue, sin duda, Muller-Armack, que retomó las tesis del pensador católico alemán Guillermo Röpke, quien también postuló un humanismo económico con un evidente influjo de la DSI, sustentada, por aquél entonces, por la Unión Cristianodemócrata del Canciller Adenauer.
En cuanto al fenómeno de la tercera vía, experimentó cierta vigor auspiciado por dos políticos europeos, Tony Blair y Gerhard Schröeder, que hicieron ondear su bandera, al mismo tiempo que arrojaban el lastre de la tradición socialista. Con ideas innovadoras intentaron diferenciar su política de “nuevo laborismo”, de “renovada izquierda progresista” y de “nuevo centro”, de los modelos propios de la vieja izquierda y de la nueva derecha. Postularon que su ideología era una unión de las tradiciones socialista y liberal, una fusión de la justicia social con la libertad individual en una economía de mercado. Insuflaron un nuevo aire a las apolilladas ideas laboristas y socialdemócratas con el fin de hacerlas más atractivas, sin embargo, las vistieron de ropajes tan propios del pensamiento liberal, que aunque el izquierdismo se vista de seda, liberalismo se queda. En todo caso, y para desilusión de Blair y Schröeder, el intelectual Ralph Dahrendorf en su obra Reflexiones sobre la Revolución en Europa afirmaba que “la tercera vía o vía intermedia, no existe, es una utopía porque, en teoría, pretende ser una mezcla de logros socialistas y oportunidades liberales”; el propio Dahrendorf se pregunta «Qué logros ha tenido el socialismo, su respuesta es contundente: ninguno. La tercera vía no puede contener ingredientes socialistas, ya que el socialismo y todas sus variantes han muerto».
Por el contrario, lo que hoy goza de una enorme vitalidad y mantiene intacta su vigencia son los tres principios básicos sobre los que se asienta la DSI: la solidaridad, la subsidiariedad y el respeto a la dignidad humana.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el El Rotativo el 15 de octubre de 2005.