Archivo por meses: mayo 2020

Vivió libre, murió digno

Lo cuenta en sus Memorias el que fuera Secretario de Estado del Papa Pablo VI, Cardenal Villot. En plena guerra fría, y ante el arrollador empuje del comunismo en Europa, algunas voces del Vaticano concluyen que la única vía para la supervivencia de la Iglesia católica era la coexistencia condescendiente con los hijos de Marx. Pablo VI tiene la última palabra. Accedería a plegarse si la jerarquía eclesiástica de las naciones de más allá del telón de acero, consienten unánimemente la claudicación ante el materialismo ateo de la hoz y el martillo. Una voz en Cracovia se alza discrepante y resistente: No caben concesiones a quien te priva de libertad y te arrebata el alma. El tiempo le abastecería de razón. Ese mismo tiempo miniaturizó al dictador que ironizó sobre las divisiones del Papa. Para verdades, el tiempo, para justicia, Dios, pensó Woytila al presenciar los escombros y la polvareda tras el derribo de un infamante muro.

Marcado por el drama familiar y por la tragedia nacional, muerte y muerte en ambos casos, se forja como robusto valedor de la vida. Oprimido como polaco por Oeste y Este se erige en férreo defensor de la libertad. Fuertemente agarrado a asideros inquebrantables, su fe en Cristo y su esperanza en María, Totus Tuus, resulta victorioso en la contienda. En 1978, hora crucial para la Historia, llega con el diagnóstico ya escrito: Todo lo que se intente sin Dios o contra Dios es edificar sobre arena. Aplica la terapia: La fe no se propaga solo misionalmente, en extensión, también culturalmente, en profundidad. No tengáis miedo y abrid las puertas a Cristo. El efecto es sanador. Nos hace libres de temores y de necesidades. No hay mejor tesoro que la Verdad revelada.

Su magna tarea iba finalizando. Anciano, sedente y silente pero presente, sin renuncia y con dignidad. Se nos fue apagando con la satisfacción del deber cumplido, servir veloz y fielmente al mensaje de Cristo, pues la Verdad del Hombre no puede desviarse ni aplazarse. Para nosotros, agradecidos y orgullosos por habernos propuesto, no impuesto, el amor de y hacia el Altísimo, comienza la recogida de su imperecedero fruto. Que los católicos no se entierran, se siembran.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario La Razón el 13 de abril de 2005.

Auschwitz

Hay dos elementos que han adquirido una importancia particular en la memoria colectiva sobre Auschwitz. El primero de ellos es el tren. El segundo, los zapatos. Frase que preside la entrada de la exposición que puede visitarse en Madrid sobre el mayor campo de concentración nazi. Dos símbolos, la rueda y el calzado, propicios para el camino. Europa se conformó sobre caminos: hacia la fe y hacia el progreso; el Camino de Santiago es un hecho histórico, cultural y religioso. Compostela, atracción de creyentes en peregrinaje, fue, en palabras de Torrente Ballester, Santo, ciudad y camino. El río Danubio, ruta internacional por excelencia, acogió el continuo tránsito de mercaderías transportadas por intrépidos comerciantes. Es el alma comercial del continente europeo. Religión y economía, dos fuerzas motrices del mundo. Ambas articularon una civilización, la occidental, hecha añicos en escalofriantes campos de exterminio y calcinada en espeluznantes hornos crematorios como los de Auschwitz.  Sucursal del infierno en la tierra a la que se llegaba por un camino de hierro directo a una muerte industrializada. 

Escribe Primo Levi en su Trilogía que en enero de 1933 Hitler sube al poder. En marzo, se inaugura Dachau. En mayo se enciende la primera hoguera de libros de autores prohibidos. Cien años antes el poeta judío alemán Heine había escrito: “Quien quema libros termina tarde o temprano por quemar hombres”. No olvidemos y recordemos siempre aquellos horribles tiempos de menosprecio hacia la vida humana; tenebrosos tiempos de ídolos como el poder absoluto o la voluntad del sujeto colectivo. Convirtieron al hombre en un muñeco porque otro hombre, más fuerte y poderoso, se reconoció a sí mismo como único Dios. ¡Qué nocivo es el humanismo que empieza en el hombre y acaba en el hombre también! advirtió Paul Claudel. Auschwitz es la consecuencia de la supresión de Dios por el hombre, quedando éste en posesión de la grandeza y miseria humanas. ¿Qué es en realidad el hombre? Se pregunta y responde Víctor Frankl. Es el ser que siempre decide lo que es. Ha inventado las cámaras de gas pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme, cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Israel en sus labios.

La tragedia del prisionero en los campos de exterminio nazis no tiene hipérbole alguna para relatar, porque todo lo imaginable fue posible y porque todo estaba permitido contra la víctima que caía en manos de aquellos monstruos refinados en sadismo y crueldad. Ante el vagón de tren, la alambrada electrificada, el zapato de un niño o la puerta de una cámara de gas se encoge el alma humana. El horror descrito en la exposición resulta sobrecogedor. Sobrecogedor es también el silencio con que los visitantes perciben la espantosa realidad padecida por aquellas vidas infrahumanas. Hay silencios que valen por discursos y el de Auschwitz es la más sonora proclama de la Humanidad contra la barbarie. Seamos implacables contra los Auschwitz que amenazan con volver. Lo afirmó Primo Levi: ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 14 de enero de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/185691/opinion/auschwitz.html

Presencia católica en el espacio público

La expulsión de la religión de la vida pública y su reclusión en una reducida intimidad se presenta hoy como señal de modernidad. Pero semejante operación nos retrotrae a la Europa surgida de la Paz de Westfalia (1648). Entonces, el nuevo orden promovió el destierro de la creencia religiosa del espacio público por ser la fe causa de alteración de la convivencia provocando intolerancia y odio, conflictos y guerras. Posteriormente, la Ilustración certificaría que el progreso y la prosperidad solo requieren de razón y ciencia pudiendo los hombres vivir felizmente sin religión.

Indica el catedrático de Derecho eclesiástico del Estado, Rafael Palomino, en su obra Neutralidad del Estado y espacio público, que actualmente se experimenta un retorno a la concepción westfaliana sobre la religión. En las sociedades democráticas emerge triunfante esa moderna tendencia a juzgar el hecho religioso como una manifestación íntima de la persona, con lo que se admite el valor relativo de todas las religiones facilitando su desalojo de la esfera pública. El resultado son sociedades fuertemente secularizadas de corte, no ya aconfesional, sino netamente laicista, propicias a excluir del debate público las controversias morales de raíz religiosa. Se margina así a grupos sociales que comienzan a generar conciencia de minoría sin serlo numéricamente. Aunque apenas perceptible, se está produciendo un proceso de guetización de sectores católicos que no pueden defender sus ideas y propuestas sin caer en la sospecha de oscurantismo o fundamentalismo, mientras que postulados de otros colectivos sí logran airearse y atravesar el umbral de la reflexión pública. Ante semejante escenario ¿cómo debieran ser las formas de presencia e influencia de los católicos en la sociedad?

El libro La opción benedictina, de Rod Dreher, intensamente debatido en círculos cristianos,  responde al anterior interrogante. La obra acierta en el diagnóstico, el mismo que formulara en la primera mitad del siglo pasado Reinhold Niebhur, teólogo y escritor norteamericano: “Si Dios, ese Dios combatido y expulsado de la sociedad, no vuelve, nos amenaza una destrucción parecida a la que experimentó el mundo romano a mediados del siglo V, que será la ruina de la prosperidad y de la cultura”. La terapia que propone Dreher es la preparación para el fatal desenlace imitando el retiro reconstituyente de San Benito ante los espectaculares desórdenes morales, las grandes crisis materiales y los nuevos bárbaros que se avecinan. Pero, ¿existen más opciones que este repliegue? ¿Podrían los católicos intentar la renovación del mundo mediante su reconversión previa? ¿Somos capaces de mostrar el verdadero cristianismo, el renovador, el revolucionario, el del dinamismo transformador del amor, que es fundamento de las acciones del cristiano?

El verdadero católico es aquél que con amor fraterno y misericordioso alcanza a descubrir al prójimo que no se parece a él. Una de nuestras constantes debilidades es la inclinación a rebajar la fe al mismo nivel de la organización terrenal, arriesgándonos a vivir un catolicismo aprisionado en toda esa atmósfera de realidades demasiado humanas de la nación, las costumbres, o las ideologías. Bajo la capa de la fe, que es la que esencialmente acoge los intereses supremos de Dios, hay cosas humanas que nosotros tratamos de defender, junto a otras cosas auténticamente divinas, que, a veces, tratamos de atacar, por ejemplo, el prójimo. Procuremos que la fe impregne todas nuestras actividades y que nos ayude a asumir nuestras responsabilidades en este mundo (estar en el mundo sin ser del mundo). Si esta fe cuenta verdaderamente para nosotros debe, al mismo tiempo, estar dotada de una fuerza interior, de la que podamos obtener recursos específicamente católicos para ser capaces de comprender la paradoja cristiana de que para enriquecerse el hombre debe perder y para tener debe dar. Basamento del precepto paulino que prohíbe a quien se ha alistado en la milicia de Dios embarazarse con los negocios seculares. La batalla de nuestra época se libra no solamente en el frente civil, también en el espiritual. Y los católicos no podremos ganarla sin estar profundamente arraigados en Cristo y fuertemente unidos en la fe. Dando verdadero testimonio del Salvador, puede ser posible despertar a un mundo que nada quiere con Dios, pero que en el fondo posee valores cristianos, y demostrarle que su felicidad consiste precisamente en cultivar esos valores.

A pesar del retorno a Westfalia, hay derramada por esta cultura moderna una tenue, aunque vehemente noticia de Dios. Y esa cultura, que en su espantosa soledad alcanza a percibir su propia crisis, está llamando desesperadamente a las puertas de la religiosidad. Quizás nuestra opción sea abrírselas.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Debate de Hoy el 12 de marzo de 2019.