Archivo de la categoría: Santoral

9 de septiembre. San Pedro Claver (1580-1654)

Nacido en un pueblecito catalán llamado Verdú, Pedro se hizo jesuita. En Palma de Mallorca, Alonso Rodríguez, el santo portero, reconoció en él la santidad aconsejándole que marchase a América porque «allá en las Indias tendría que padecer mucho». En Cartagena de Indias fue «esclavo de los esclavos», dedicándose treinta y tres años de servicio a los seres más desheredados, los esclavos negros que traían de África, ignorantes, enfermos, moribundos, cuidándoles y evangelizándoles con una solicitud heroica que provocaba el asombro incomprensivo.

A él todo le parecía poco por socorrer a aquella pobre humanidad, a los negros, a los pobres de la Inquisición, a los extranjeros que capturaban las naves españolas, y cuando no se desvivía por los demás , rezaba y adoraba por la noche al Santísimo Sacramento. Cuando las damas españolas insisten en que las confieses, se resiste y sólo accede después de haber confesado a todos los negros: las cosas claras, todos no somos iguales, los que sufren y los despreciados tienen prioridad.

«La vida que más me ha impresionado después de la de Cristo«, dijo el Papa León XIII cuando lo canonizó. En los últimos años de su vida, el hombre más activo de América está condenado por una enfermedad a no moverse de un rincón, y le cuida un esclavo negro que lo maltrata. Es hora de que la imitación de Cristo se convierta en paciencia y sonrisa, hasta que San Pedro Claver muere desvivido por el afán de ser como Él.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

8 de septiembre. Natividad de la Virgen

La Virgen de septiembre es fiesta muy antigua que empezó a celebrarse en Oriente y que ya antes del año 700 era en Roma una de las solemnidades marianas. Conmemora el primer episodio de la Redención, a la que anuncia, como dicen con garbo popular los versos de Lope de Vega:

Canten hoy, pues nacéis vos,

los ángeles, gran Señora,

y ensáyense desde ahora

para cuando nazca Dios.

La Virgen nace discretísimamente, con serena majestad, sin olvidar los detalles cotidianos. Así pinta su nacimiento Giotto en la capilla paduana de los Scrovegni, como queriendo transmitir la lección del hecho trascendental que irrumpe en la vida común sin turbarla. Un himno anónimo, del siglo VII, el Ave maris stella, explica con mucha sencillez lo que empieza en este día: Santa Madre del Verbo, perpetua Virgen, puerta feliz del Cielo, y en seguida pide: Monstra te esse matrem, Demuestra que eres madre. Virgo singularis, Oh doncella única, libres ya de pecados haznos buenos y puros, y en un inciso proclama el gran elogio: Inter omnes mitis, Benigna como nadie. Más llanamente: Tú sí que eres buena.

María nació con un fin que no puede estar más aclaro: Ut videns Jesum, semper collaetemur. Para que viendo a Cristo siempre nos alegremos.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

7 de septiembre. Santa Regina (… – 251)

Nacida en la ciudad de Alissia o Alesia, hoy Alise-Sainte-Reine, en la Borgoña, lugar célebre por la derrota de Vercingetórix a manos de César, Regina fue una doncella galorromana que a los quince años descubrió la fe en Cristo y se bautizó ofreciendo a Dios su virginidad.

Según el padre Ribadeneira, eran tan hermosa que pasando cierto día por Alissia el prefecto Olibrio y viéndola se enamoró de ella. La llamó a su presencia y sabiendo por ella misma que era cristiana, la retuvo en una cárcel, advirtiéndola que él iba a un viaje, y que si al volver de él no había mudado de religión experimentaría su rigor. Regina se niega a sacrificar a los dioses, es sometida a tortura y tormentos, se producen prodigios (un terremoto, voces celestiales, una paloma que acude a consolarla y que sana sus heridas) que hacen que se conviertan a la fe ochocientos cincuenta gentiles. Por fin, Santa Regina es degollada.

Como tantas otras historias de mártires antiguos, ésta parece cándida e inverosímil, pero sus exageraciones son como el aderezo hiperbólico de un drama bien real, dar la vida por la fe que se tiene, y una cosa así justifica los excesos de cierta desmesura, tampoco vamos a regatear un poco de imaginación con un tema así.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

6 de septiembre. San Eleuterio (siglo VI)

Abad del monasterio de San Marcos Evangelista en Espoleto, todo lo que sabemos de este Eleuterio se debe a su amigo el Papa San Gregorio el Grande, que conversó con él en Roma, donde murió. «Fue de tanta virtud, dice el pontífice, que con sus oraciones resucitó un muerto». Asimismo, el propio Papa le atribuye al santo la curación de una enfermedad que él padecía, bastando con una bendición del santo abad para que San Gregorio no volviera a padecer los efectos de su mal.

Pero si Eleuterio es conocido no fue por sus méritos, que debían ser muchísimos, sino por una debilidad que nos aproxima más a él; no es el santo impecable, sino el que es víctima de un momento de flaqueza. Ciertas monjas le encomendaron la custodia de un niño atormentado por el Diablo, y como tras muchos días el Maligno no se manifestaba, el abad comentó a sus monjes con cierta vanidad: El Diablo se burla de las religiosas pero conmigo no se atreve. Al instante el Demonio volvió a apoderarse del niño.

San Eleuterio comprendió que sus palabras habían incurrido en vanagloria. Reconoció su culpa, lloró por ello amargamente y pidió a todo el monasterio que orase e hiciera penitencia. La soberbia hizo que el Diablo volviese a sentirse en terreno propio. Se necesitó la colaboración de todos para echarle.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

5 de septiembre. Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)

Hija pequeña de una familia «con posibles», Agnes Gonxha Bojaxhiu nació en Skopie, capital de Macedonia del Norte. A los dieciocho años ingresó de postulante en las Hermanas de Loreto. Tras hacer los votos en 1931, fue profesora del Colegio Santa María de Entally, al este de Calcuta. Por su devoción a la santa de Lisieux, pidió ser llamada Thérèse, pero al haberlo escogido antes otra mujer del convento, castellanizó su nombre por el de Teresa.

En 1946 sintió que Dios le pedía algo nuevo. Ella mismo lo definió como una «llamada dentro de la llamada». Una misión de caridad extrema frente a los leprosos, lisiados, ciegos, huérfanos…, a los que se entregó completamente desde 1948, primero en Calcuta y luego en todo el mundo. La Santa Sede dio autorización jurídica a las Misioneras de la Caridad para dedicarse a «los pobres de entre los pobres», como dijo su fundadora.

Abandonó su antiguo convento con cinco rupias en el bolsillo. La congregación empezó con trece miembros, y fue creciendo con mucha fe y hondos sacrificios (económicos, pero también de aridez espiritual íntima, calumnias, malentendidos) hasta sobrepasar los cinco mil. La fama de la Madre Teresa sólo fue comparable a la de dos amigos suyos, Lady Di y San Juan Pablo II, que la beatificó en 2003. Esta frase de Santa Teresa de Calcuta refleja su santidad: «Jamás he visto cerrárseme ninguna puerta. Creo que todos ven que no voy a pedir, sino a dar. Hoy día está de moda hablar de los pobres pero, por desgracia, no lo está hablar con ellos».

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

4 de septiembre. San Moisés (siglo XIII a. de C.)

Figura capital del Antiguo Testamento. Depositario de la promesa, fuerte varón que aguanta sobre sus hombros la Ley. Profeta, guerrero, legislador y libertador. El que habla con Dios en las tempestuosas alturas y saca al pueblo elegido de la esclavitud en medio de prodigios estupendos.

Dios ha elegido a aquella gente entre todas las razas, la guía y la protege, la hace libre y le anuncia cosas inimaginables. pero ellos murmuran y se quejan: «Al menos cuando éramos esclavos en Egipto comíamos todos los días». Echan de menos el cautiverio. A Moisés esta debilidad, mediocridad y cobardía le sublevan. Es un titán airado y sublime que sujeta las Tablas de la Ley que recibió en el Sinaí. Es un caudillo con una talla moral muy superior a la de la mayoría de los israelitas que le sigue.

Y como siempre la santidad está marcada por un intenso contraste para recordarnos lo que somos, y San Moisés morirá contemplando la tierra prometida desde el otro lado del Jordán. «Verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los israelitas». El signo final y humano de este gran capitán es la frustración. Dios permite que lo pueda todo salvo lo que más deseaba, y antes de ver a su Señor sin velos conoce el sabor del fracaso.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

2 de septiembre. Santa Teodora de Alejandría (¿Siglo V?)

En su ciudad natal de Alejandría de Egipto, Teodora era una dama irreprochable de costumbres hasta que la tentó con su pasión un joven que al no conseguir sus propósitos recurrió a una vieja hechicera endiablada que con sus falsas razones la engañó y pervirtió para que consintiese. Tras el pecado, quedó tan triste y afligida que sólo pensó en hacer penitencia.

Se vistió de hombre y se fue a un monasterio donde suplicó al abad que la admitiese para purgar sus culpas. Allí, con el nombre de Teodoro, admiró a todos por el rigor de sus mortificaciones. Sin embargo, la moza de una posada cercana al monasterio acusó al falso monje de ser el padre del hijo que ella había tenido con un viajero. Teodora no quiso negarlo y el abad expulsó al supuesto monje. Ella se hizo cargo del niño y lo crió en soledad.

Siete años después se la volvió a admitir en la comunidad, aunque sin permiso para salir de su celda. Allí murió la penitente Santa Teodora y entonces, ante el estupor general, se descubrió su verdadera condición femenina. El niño que ella crió llegó a ser con el tiempo abad del mismo monasterio.

Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

1 de septiembre. San Josué y San Gedeón (Antiguo Testamento)

Dos caudillos que consiguen grandes triunfos para el Pueblo de Dios. Josué, el casto varón según las Escrituras, acumula prodigios victoriosos gracias a la Ayuda del Altísimo; Gedeón, juez de Israel, es el vencedor de los madianitas. En ambos casos las batallas las gana Dios, los hombres sólo contribuyen con su fe, a la que secunda el esfuerzo.

Josué derriba las murallas de Jericó con cánticos y detiene el curso del sol para que los suyos puedan imponerse al enemigo. Hay que dar vueltas a la ciudad cantando, hay que librar la batalla, pero es Dios quien hace el prodigio. La historia de Gedeón es aún más asombrosa. A Yavé le sobran tropas: «Es demasiada la gente que tienes contigo para que Yo entregue en tus manos a Madián, y se gloríe luego Israel contra mí diciendo: Ha sido mi propia mano la que me la librado». Yavé da todas las facilidades para que los combatientes abandonen, los selecciona hasta quedarse sólo con trescientos soldados de los treinta y dos mil iniciales. Así no cabe duda de quién gana la batalla. El Dios de Israel se ríe de las estadísticas, escarnece el cálculo de probabilidades, pisotea la lógica, no cree en el número, en la cantidad tranquilizadora, sino en la calidad de la fe de las almas. Esta calidad es patente en San Josué y San Gedeón.

Quizás en el número, en lo cifrable hay siempre una tentación diabólica, la de la seguridad humana, ¿Cuántas divisiones tiene el Papa? pregunta Stalin, pregunta diabólica y en el fondo necia, como todo lo diabólico.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

31 de agosto. San Ramón Nonato (1200-1240)

Lleva un extraño sobrenombre, «el que no nació «, que parece significar «el que no existe», porque se le extrajo del vientre de su madre ya muerta. Por eso es el santo patrón de las parteras y comadronas, las que ayudan a nacer y luego se eclipsan porque ya no son necesarias. En la Cataluña de principios del siglo XIII, Ramón será un hombre oscuro por las circunstancias, alguien que no está destinado a brillar, sino a cumplir una misión sacrificadísima y silenciosa. Po ello se sabe poco de él, pareciendo una humilde sombra que se oculta a sí mismo, una existencia poco vistosa, casi malograda.

Después de ingresar en la orden de la Merced, se dedica a redimir cautivos de manos de los piratas berberiscos, lleva su celo hasta el punto de quedarse en rehén cuando falta el dinero, y en las cárceles del norte de África se le apalea y se le cierra la boca con un candado para impedirle predicar su fe.

Por fin, cuando llega su rescate, puede regresar y el Papa Gregorio IX le crea cardenal, reconociendo sus virtudes y su caridad heroica, pero va a morir muy pronto, antes de cumplir cuarenta años, sin tiempo siquiera para acudir a Roma. Dícese que a falta de sacerdote, el propio Cristo le administró el viático, premiando así su gran amor eucarístico. A San Ramón se le suele representar con una custodia en la mano derecha.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

30 de agosto. San Pamaquio (340-410)

Curiosa figura de seglar que gira en la órbita de San Jerónimo, de quien fue compañero de estudios en Roma, Pamaquio, fue miembro del senado, inmensamente rico, con grandes propiedades en el norte de África, parece que cristiano desde siempre y primo de Marcela, una de las damas del Aventino que dirigía el santo.

Contrajo matrimonio con Paulina, una de las hijas de Santa Paula. Años después la esposa moría de sobreparto y el viudo Pamaquio recibió dos cartas de pésame escritas por San Paulino de Nola y su antiguo condiscípulo San Jerónimo. Por éste sabemos que dedicaba sus riquezas a obras de caridad: «Me entero de que has edificado en el puerto romano un albergue para forasteros».

Pero «por el paterno amor con que te amo», le recuerda que «no se trata sólo de ofrecer a Cristo tu dinero, sino a ti mismo. Fácilmente se desecha lo que sólo se nos pega por fuera, pero la guerra intestina es más peligrosa, si ofrecemos a Cristo nuestros bienes con nuestra alma, los recibe de buena gana, pero si damos lo de fuera a Dios y lo de dentro al Diablo, el reparto no es justo». A San Pamaquio, ese gran señor, creyente y caritativo, que quizá reserva para sí el último reducto de la intimidad, Jerónimo le previene contra el orgullo, y le aconseja más que dar, darse.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.