José es el primero de los Santos. Patriarca de la vara florida. Padre nutricio del Niño Dios, casto esposo de la Virgen, Patrón de la Iglesia universal y de los padres de familia. Su nombre se invoca junto a los de Jesús y María formando lo que se ha llamado la trinidad de este mundo.
Los Evangelios son muy parcos al hablar de él: era del linaje de David, cuidó de la Sagrada Familia en Belén, Egipto y Nazaret, y debió de morir antes de las bodas de Caná, sin duda asistido por Jesucristo, de ahí que sea también Patrón de la buena muerte. Su culto, muy tardío, no se generaliza hasta la Contrarreforma, y en él influyen tres Santos muy devotos de San José: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco de Sales. En los tiempos modernos ha adquirido una difusión extraordinaria en todo el orbe católico.
La suya es una Santidad discretísima, tenue («era un hombre justo», se limita a decir San Mateo). No hay en todo el Evangelio una palabra suya. Este del silencio es su rasgo más significativo. «El hombre del silencio», escribe Hello. Hace calladamente lo que Dios le pide que haga, aunque no lo entienda. Un silencio vale más que mil palabras.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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