El desorden del poder

En su obra El poder Romano Guardini afirma que los sabios de todas las grandes culturas han conocido el peligro del poder y han hablado de su sometimiento. Los riesgos de este es que induce al orgullo y al desprecio del derecho. Al hombre violento, dice Guardini, se contrapone el que guarda la moderación, respeta a los hombres y mantiene el derecho.

Hubo un tiempo en que poderoso y humilde eran términos sinónimos, porque la humildad era una virtud de fuerza, que proporcionaba magnanimidad en el ejercicio del poder. Y el humilde era el fuerte, el magnánimo, el audaz, que se abaja de su trono y se hace par de los demás. La humildad así concebida suponía un noble y generoso servicio al prójimo. Sin embargo, durante toda la Edad Moderna, la palabra humildad ha perdido su significado, convirtiéndose en sinónimo de debilidad, incluso, de cobardía. Como sostiene Guardini, es ya una palabra que reúne todo el compendio de lo que Nietzsche denominó “decadencia” y “moral de esclavos”.

Hoy la política debiera ser una simbiosis perfecta entre poder y humildad. Así no sería visto aquel con temor o desconfianza o expuesto al rechazo y la condena. El poder tiene el riesgo de su desorden, que consiste en considerarlo un absoluto desembocando en la rebelión contra la ley y en el ejercicio de la violencia.

Fuente gráfica: Diario El Mundo 30 de mayo de 2025

Él me obligó

La ristra de mensajes de whatsApp entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos publicados estos días por la prensa revelan dos hechos que muchos ciudadanos intuían sin atreverse a certificar. Primero, que Sánchez dirige el PSOE con estalinista mano de hierro siendo implacablemente intolerante con la discrepancia. Demasiada evidencia constituye el expediente abierto a unos ingenuos diputados socialistas de las Cortes de Castilla y León que mientras censuraban al Gobierno, olvidaron apagar un micrófono, convertido en aliado del presidente. El segundo hecho es consecuencia del anterior. El todopoderoso Sánchez obligó a Ábalos a ser el portavoz de la moción de censura que en 2018 acabó con el gobierno de Mariano Rajoy.

Ábalos siempre fue muy ligero de cintura, tanto a la altura de los bolsillos, de chaqueta o pantalón, como para abajo. Manejar ingentes cantidades de dinero en efectivo y pernoctar en Paradores de Turismo son sus dos grandes debilidades. Al contrario que su mentor, que dice haber escrito Manual de resistencia, el exministro pensaba titular sus memorias Manual de débil resistencia. Muy debilitado, se vino abajo cuando su jefe le ordenó subirse a la tribuna del Congreso para decirle a Rajoy y, al mismo tiempo, a todos los españoles que “la decencia debe ser algo esencial, no algo accesorio”.

Para quien nunca ha conocido la decencia resulta harto difícil aquilatarla. Pero José Luis tragó carros y carretas. Y como su padre saltaba al ruedo, él saltó irremediablemente al albero del hemiciclo, consciente de que su jefe, tan despiadado con sus subordinados, puede resultar menos noble que un novillo dispuesto a embestir. Sin poder servirse del ChatGPT, por entonces no operativo, Ábalos se vio en la titánica tarea de elaborar un sólido discurso contra la corrupción. Le resultó tremendamente arduo denunciar aquello en lo que él siempre creyó y constituía su forma de vida. Aun así, lo logró. Y además con éxito en el resultado. Cayó el Gobierno del PP y engañó a media España.

Pero la amistad entre Pedro y José Luis ya no fue la misma desde aquel día. Y a estas alturas, se comprende que Ábalos no se lo perdone a Sánchez. El discurso que este le mandó pronunciar en el Congreso fue una auténtica traición a los principios de Ábalos. El trance más doloroso de su intervención fue al manifestar: “Nosotros no tenemos que decirle a nadie que se vaya del Partido, porque ya lo ha hecho. Nosotros no tenemos ningún caso así”. José Luis sabía que, más pronto que tarde, eso se volvería contra él, ya que permanecería fiel a sus valores y, además, jamás se iría voluntariamente del Partido. Hoy, apenas hace uso del whatsApp, salvo para enviar el mismo mensaje a sus señoritas de compañía: Él me obligó.

Manual de unanimidad

En su obra Bosquejo de Europa Salvador de Madariaga narra la anécdota del español que tras la Guerra Civil se exilia a Méjico y allí decide convertirse en concejal del municipio al que arriba. Como miembro de la corporación municipal, cierto día propone en el pleno la instalación de una farola en una plaza en la periferia de la ciudad y con deficiente iluminación. La propuesta es sometida a votación. Con el alcalde a la cabeza, los concejales van votando afirmativamente. Cuando le toca el turno al españolito proponente, este, ante la perplejidad de los demás, vota en contra de la proposición. Requerido de una explicación, responde: “Es que no soporto la unanimidad”. Concluye categóricamente Madariaga que el rechazo a la unanimidad es un rasgo muy característico del espíritu español.

Con anterioridad a las elecciones generales celebradas en 2023 algunos avezados observadores de la vida política nacional advirtieron de que aquellos comicios no se limitaban a escoger, uno entre dos candidatos, sino uno entre dos regímenes.  Meses después la senda peligrosa por la que se resbala la política gubernamental confirma el inquietante presagio. En estas líneas no nos sentimos obligados a arriesgar un pronóstico. Sencillamente, nos limitamos a ofrecer un panorama: El de un Gobierno promoviendo con la mayor desfachatez un ataque a la democracia desde dentro de ella y al amparo de ella con el único objetivo de quebrantarla. Un Gobierno protagonizando una impertinente farsa en la que el cinismo alcanza proporciones descomunales que ponen cada día más de manifiesto hasta dónde llega su déficit ético. Un Gobierno actuando siempre igual cuando se trata de combatir a un adversario que rebate sus doctrinas: ataca beligerantemente a la persona y no a los argumentos. Un Gobierno así, enfermo de demagogia y de sectarismo, aquejado de vaciedad dialéctica, ya no puede engañar a nadie. Bien claras están sus fechorías, patentes sus tenebrosos métodos y oportunamente desmontadas sus añagazas con las que aún persiste en embaucar a una cándida ciudadanía.

Hoy, el sanchismo se mantiene por inercia. Y sabido es que la inercia supone fuerza, pero de categoría accesoria, que acaba por desembocar en falta de fuerza. Es como un actor en la escena, pero de importancia secundaria porque su protagonismo se ha visto oscurecido por esa turbia atmósfera de corrupción que impregna toda la gestión de gobierno. Ya nada de ésta, salvo la insoportable presión fiscal, interesa a una ciudadanía que día a día observa asombrada cómo el Consejo de ministros adolece de un sinfín de rémoras, pero especialmente, la de anteponer siempre con su hipocresía habitual los deseos y ambiciones personales de su jefe por encima de los intereses generales. Una ciudadanía que se debate entre el riesgo de incurrir en la indiferencia colectiva ante la falta de decoro institucional y la agitada espera del momento de la caída de un presidente insidioso y con pretensiones autoritarias.                   

En este tinglado sanchista suceden muchas cosas: unas que ya se van sabiendo, otras que se sabrán y alguna que no se sabrá nunca. Detrás de un copioso racimo de obscenas mentiras el grupo de diputados peleles de obediencia servil permanece escondido y sumido en un inevitable desconcierto. Los más padeciendo una visión estrecha y fanática saturada de prejuicios, los menos recelando, pero cortos de miras. Ante tanta sinrazón disfrazada de argumentos huecos ¿Se hallará algún diputado en las orillas de la deserción? ¿Se animará alguno al heroísmo, aunque sólo sea en su afán de sobrevivir al sanchismo? ¿Alguno como verdadero español no soportará la unanimidad?

La revolución del sentido común

En La rebelión de las masas José Ortega y Gasset describe ciertos fenómenos de la humanidad actual. Uno de los que hace notar es que comienzan a surgir en el horizonte europeo grupos de hombres, los cuales, aunque parezca paradójico, no quieren tener razón. Nuestro filósofo se pregunta si se trata de fenómenos superficiales y transitorios o se inicia con ello un nuevo tipo de hombre y de vida que está dispuesto a vivir de la sinrazón. Cuando se libra la batalla cultural, por ejemplo, ante la locura woke, ese movimiento ferozmente identitario e inclusivo, cuyos partidarios vocean tantas insensateces, entre ellas, la de que no quieren ser racionales, debe recordarse necesariamente el texto de Ortega y oponer frente a la sinrazón el sentido común. Y cargado de razón Ángel Ganivet afirma en Idearium español haber restaurado algunas cosas, pero falta aún restaurar la más importante: el sentido común. No es casualidad que Donald Trump titulara La revolución del sentido común, su discurso de toma de posesión como nuevo presidente de los Estados Unidos de América.

Quienes desde los predios culturales han vencido en el combate de las ideas también han salido victoriosos en la contienda político-electoral: Georgia Meloni, Javier Milei y ahora el propio Trump constituyen ejemplos triunfantes en ambos campos. Ellos han entendido que, para limpiar la arena política, previamente habría que desbrozar la cizaña en el terreno cultural. Que podía salvaguardarse mejor la libertad, restaurando antes el sentido común. Que sólo desmontando los grilletes de la mentira podría liberarse la verdad. La victoria de los dos primeros dirigentes planteó la misma inquietud que hoy surge ante la vuelta de Trump. Transcurrido un tiempo, ni en Italia ni en Argentina se percibe una deriva totalitaria de la democracia, tampoco un menoscabo de la libertad como se padece en Venezuela, por ejemplo. Ciertamente habrá que esperar a lo que haga Trump, no a lo que dice, ya que suele ser ligero de lengua. Anunció que con él comenzaba una etapa dorada para América, “el día de la liberación”, lo llamó. Un lenguaje propio de los aliados que derrotaron al nazismo y liberaron a Europa de las garras de Hitler, aunque luego media Europa cayera bajo la tiranía estalinista del comunismo soviético. Sin embargo, las referencias del cuadragésimo séptimo presidente norteamericano a Dinamarca, Canadá o Panamá inquietan como cuando los alemanes pronunciaban Austria, Sudetes o Danzig. No se olvide que Hitler, quien sobrevivió a varios atentados, también se autodesignó como elegido por la Providencia. Esperemos que el mesianismo trumpista no acabe en tragedia.

En todo caso, para los de este lado del Atlántico el problema no es lo que hará Trump sino lo que estamos haciendo y haremos nosotros. Los europeos llevamos años instalados en la comodidad y en el apaciguamiento. Ya no estamos seguros de que la libertad se defienda a un alto e inevitable precio. Hemos dejado de confiar en nosotros, en Europa como estilo de vida, como baluarte de valores indisolublemente unidos a la concepción cristiana de la existencia. Occidente ha perdido la fe en su civilización. Incluso, algunos occidentales traicionan sus propias convicciones deseando la destrucción de la civilización occidental. Con una mentalidad así no resulta extraño que abunden entre nosotros actitudes timoratas o acomplejadas. Sin liderazgo político, sin fortaleza económica y con una cultura sometida al pensamiento único, que es, además, un pensamiento débil, Europa, Occidente, se dirige a su descomposición. O eso, o restauramos el sentido común.

Un alcalde gay, Cervantes y el Pepeíllo

El alcalde del municipio segoviano de Torrecaballeros, siendo gay y viviendo como un gay, ha querido comulgar en misa. El párroco que oficiaba la Eucaristía se lo negó. La Iglesia católica tiene prohibido dar la comunión a quienes practican actos sexuales inmorales. Los homosexuales, entre ellos el citado regidor municipal, sostienen que una regla así sólo a ellos los sitúa fuera de la comunidad católica y, por tanto, constituye discriminación. Al Pepeíllo, un personaje de Triana, que estando casado se acostaba con cinco mujeres cada día, no se le ocurría acudir a misa y ponerse en la cola de la comunión. Sabía perfectamente lo que hacía: un acto sexual inmoral, mejor dicho, cinco cada día. Era pecador, pero consciente de sus pecados. Y consciente también de que, si no se confesaba, arrepintiéndose, con propósito de enmienda y cumpliendo penitencia, no podría recibir la comunión. El maestro del periodismo, González Ruano definió a la confesión como una limpieza honrada de nuestro corazón para que Dios pueda entrar en él, en nosotros sin que nos avergüence demasiado recibirle. Demuestra más auctoritas el Pepeíllo que un alcalde segoviano.

Para liar más la madeja, la ministra de Igualdad ha salido en tromba tratando de defender al alcalde gay privado de la comunión, pero que luego sí suele comulgar con ruedas de molino. La igualitarista señora ha pedido al Tribunal Constitucional que actúe ante un caso evidente de discriminación exigiendo que las normas eclesiásticas se alineen con la Constitución. Sorprende que una miembro del Gobierno, que desprecia a la Carta Magna y que no se preocupa de exigir a sus socios catalanistas cumplir los preceptos constitucionales, se erija en férrea defensora de la Constitución cuando está por medio la Iglesia católica. Sorprende asimismo la ignorancia de la ministra porque la Iglesia española forma parte de la Iglesia universal y es la Santa Sede el lugar al que debe dirigir su queja. Y, por último, sorprende que hable de discriminación y desigualdad alguien que debiera saber que al Premio Cervantes de Lengua española sólo acceden los escritores que manejan dicho idioma, así se concibió en su creación, sin que los que se expresan en siwi, lengua bereber de origen afroasiático, pongo por caso, protesten alegando discriminación y trato desigual. El Pepeíllo, que hablaba siwi a su aire, tiene también más auctoritas que una ministra del Gobierno de España.

31 de diciembre. San Silvestre (…-335)

Es el remate del santoral, el último día, el cierre de la corona, Papa venerable y barbado al que vemos con el hierático rostro convencional con que aparece en el fresco de los Cuatros Santos Coronados en Roma, o en la bella representación del vitral de Chartres.

Constructor de muchas iglesias, por lo que es patrón de albañiles y canteros, cicatrizó heridas de las persecuciones todavía muy recientes, asentando la paz, cristianizando Roma, tal y como nos lo muestra la leyenda según la cual selló las fauces de un dragón que moraba en una gruta del Capitolio. Se dice que bautizó al emperador Constantino tras sanarle de la lepra.

Pero hoy queremos verle según su posición extrema en el calendario, resumiendo toda la santidad y la experiencia del año, pletórico de nombres gloriosos, derramando una mirada cristiana sobre el paganismo de estas fiestas. San Silvestre nos valga, porque si la Iglesia de su época cristianizó el mundo pagano, el mundo moderno ha paganizado la cristiandad. Triunfos los nuestros provisionales y frágiles, San Silvestre hoy abre los brazos para bendecir la rueda de los días, que mañana seguirá girando con otro guarismo, bajo la providencia de Dios que cuida del tiempo, en espera de ser desechado como un juguete inservible ya para la plenitud de su amor.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

P.D. Feliz y próspero año nuevo para mis fieles y entrañables lectores.

30 de diciembre. Traslación de Santiago.

El fogoso Santiago tiene su fiesta en julio, pero también está presente en los gélidos días de fin de año con el recuerdo de una leyenda española adherida a la misma historia de España. Después de morir, Santiago gana una batalla de evangelización en la extremidad del mundo conocido, junto al Finisterre y entre gentes no poco extremosas. Santiago no se conforma con descansar tras los afanes de su vida y de su martirio, y desde el puerto de Jaffa, sus restos viajan por mar mientras sus discípulos suplican afectuosamente al Señor que los guíe y enderece a aquella parte donde quería que el santo apóstol, peregrino y caballero, fuese sepultado.

El navío llega a la costa de España y entrando por el estrecho de Gibraltar y rodeando sus dos lados de Oriente y mediodía, finalmente arribó a Galicia, a la ciudad de Iria Flavia, que hoy se llama Padrón. De allí fue llevado el santo cuerpo a donde ahora es Compostela, depositado en un arca o sepulcro de mármol donde estuvo cubierto por más de quinientos años hasta que en tiempo del rey Alfonso el Casto, Dios le reveló por medio de muchas luces. En aquel «campo de estrellas» compostelano, en la segunda década del siglo IX, Teodomiro, obispo de Iria Flavia, descubre el sepulcro, siendo éste el origen de la basílica actual, de la ciudad y del camino santiagués por el que durante siglos peregrinaron gentes venidas de todos los confines de Europa.

Luego comenzó el santo apóstol a mostrar a los españoles su favor en las batallas que tuvieron que librar contra los moros, y diversas veces fue visto armado de todas armas ir en vanguardia de los escuadrones de cristianos y pelear con fuerzas del Cielo hasta desbaratar los ejércitos de los bárbaros y lograr gloriosa victoria. No es Santiago un santo apacible, tal vez por ello se encomendó a la devoción de los españoles.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

29 de diciembre. Santo Tomás Becket (1118-1170)

El glorioso obispo Tomás cayó herido de muerte por las espadas de los impíos. Martirio y crimen de estado, como ocurriría cuatro siglos más tarde con otro Tomás inglés, y la semejanza entre ambos no pasó inadvertida a Enrique VIII, quien después de decapitar a Tomás Moro dispuso que las cenizas de Becket fueran arrojadas al Támesis.

La fama de Tomás Becket era excesiva para que se olvidase fácilmente: canonizado sólo tres años después de morir, su sepulcro en Canterbury fue centro de peregrinaciones durante toda la Edad Media, y su culto se extendió con una rapidez inaudita por Europa. Incluso tras la Reforma, los ingleses nunca dejaron de admirar a ese mártir tan inglés, en el cual se reconocían, tan impasible, tan gallardo, tan testarudo hasta dar la vida por la causa que había abrazado.

¿Qué causa? La defensa de los derechos de la Iglesia frente a los abusos reales; lo que se ventilaba era la pugna entre Enrique II de Plantagenet y su canciller y luego arzobispo de Canterbury. No era tanto una cuestión de intereses como del honor de Dios. Y por el honor de Dios, por su Gloria, Santo Tomás Becket fue asesinado en la catedral de Canterbury por unos caballeros ¿esbirros? del rey. «Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia», fueron sus ultimas palabras, sabiendo que «el destino reposa en las manos de Dios, no en las manos de los que gobiernan».

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

28 de diciembre. Santos Inocentes (siglo I).

Parece un cuento infantil de miedo: el ogro Herodes hace degollar a unos recién nacidos que son la total inocencia indefensa. Los inocentes mueren en lugar del Niño Jesús. Éste es el horror que se evoca y su sentido queda patente: Herodes, en su desalmado propósito de matar al Niño Dios, los mata a ellos.

Hoy los Inocentes no mueren a filo de espada, sino de aséptico bisturí, la orden de matar la dan sus propias madres bajo el amparo de la ley que firman reyes políticos, y la matanza universal se juzga un signo de progreso y un paso más hacia la felicidad. En circunstancias, pues, mucho más odiosas que las del despotismo de Herodes, la Iglesia sigue celebrando el recuerdo de esos mártires que no sabían que lo eran; mártires sustitutos de Cristo.

En el misterio de la salvación, los pequeños mártires que sacrificó Herodes tienen derecho a un rincón del territorio de la Gracia, como lo niños a quienes no dejamos nacer. Inocente puede sonar a ridículo, es sinónimo de tonto, inútil coartada para convencernos de que hay vida prescindibles. Pero ninguna lo es, puesto que Dios nos garantiza a todos contra la nada.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

27 de diciembre. San Juan Evangelista (Siglo I).

Uno de los doce elegidos, pescador como la mayoría de ellos, hermano de Santiago y uno de los pocos que asisten a la Transfiguración, como también uno de los que permanecen al lado de Jesús en la noche de Getsemaní. Es Juan, discípulo predilecto, a quien desde la cruz, Jesucristo confía a la Virgen Maria, personificando en Juan toda la humanidad, y es el apóstol recostado sobre el pecho del Hombre Dios en la última cena. Es «aquél a quien amaba Jesús», escueta frase que no ha dejado de conmover a los creyentes. ¿Por qué él y no Pedro, por ejemplo, a quien entregaría las llaves del Reino, u otro de los suyos?

Citas evangélicas aluden a Juan como enérgico e impaciente, de gran longevidad, se le supone vivo hacia el año cien, con lo cual debió de ser el superviviente del colegio apostólico, ellos nos da una imagen de anciano venerable y barbudo que en las soledades de su exilio en la isla de Patmos tiene las visiones del Apocalipsis y escribe el cuarto evangelio.

San Juan, águila de la teología, es quien más profundiza en la verdad porque amó más al Señor, como fue el más amado por Él. De dos hombres se dice en los evangelios que Jesús les amaba: de Lázaro, a quien rescató de la muerte, y de Juan, a quien dio larga vida y las luces más altas para escribir sobre la salvación.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.