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Educar en ciencia, no en conciencia

En su novela Vida y destino, Vasili Grossman pone en boca de unos de sus personajes lo siguiente: antes de todo está el derecho a la conciencia. Privar a un hombre de este derecho es horrible. Y si un hombre encuentra en sí la fuerza para obrar con conciencia siente una alegría inmensa.

El derecho a educar a los hijos es de los padres, de la familia. Lo reconoce nuestra Constitución en su artículo 27 y es una exigencia del Derecho internacional y del Derecho natural. Ciertas ideologías son partidarias de erigir la descarada figura del Estado docente permitiendo a éste imponer su criterio y su doctrina en cuestiones morales y en asuntos más propios de la conciencia que de la ciencia, como si fuera un salvador para el cuerpo social. El resultado es el adoctrinamiento en las aulas, es decir, una clara intromisión ideológica en espacios propios de la personalidad provocando una usurpación de funciones estrictamente parentales. Se arrolla así el principio de subsidiariedad, al invadir un ente superior la esfera de acción de otro inferior. Pero lo más grave es que con las enseñanzas y contenidos impartidos se estaría vulnerando el derecho a la libertad de conciencia de los padres y del hijo en su condición de estudiante.

¿Quién es el Estado: una instancia neutral, objetiva, imparcial en lo ideológico y en lo filosófico, o un partido político o, acaso, una corriente de pensamiento que difunde su propia cosmovisión de la vida? Si el Estado es neutral nada hay de malo en establecer una asignatura que enseñe valores cívicos propios de las sociedades democráticas respetando la libertad y la dignidad de quien piensa de modo diferente. Pero cuando el Estado no es neutral, sino que persigue imponer sus propios puntos de vista, nos encontramos ante un Estado totalitario. Es entonces legítima la defensa de las libertades de educación y de conciencia contra formas abusivas de adoctrinamiento más que de conocimiento, impidiendo el monopolio e imposición de la enseñanza por una autoridad estatal. ¿De qué sirve declarar que el domicilio físico o geográfico de una persona es inviolable, si la conciencia, su domicilio espiritual o moral, no lo es?

Educación libre de odio

Si quien desea educar pretende hacerlo sembrando odios y discordias, entonces no habrá educación posible. Tampoco existirá sociedad libre. Educar tiene algo de solidario, acaso de caridad entendida como amor y entrega; enseñar al que no sabe es un acto de dedicación y ofrecimiento hacia los demás. Compartir el saber y la verdad con el otro, no la ignorancia ni la mentira, es la mejor forma de extinguir resentimientos y animadversión entre los hombres y no enturbiar la convivencia.

Con motivo de los atentados terroristas del yihadismo islámico en Barcelona y Cambrils, el que fuera consejero de Interior del gobierno autonómico de Cataluña, Joaquín Forn, diferenció en sus extravagantes declaraciones entre víctimas catalanas y víctimas de nacionalidad española. Este impertinente gesto es un síntoma que denota la presencia de una enfermedad mayor: una política rencorosa hacia la idea de España, que como una infección social, se propaga a la educación y a la cultura ideologizándolas y, por tanto, manipulándolas para ser impuestas a los catalanes. Y en un clima hostil y de ofuscación como ese, en donde las aulas se han convertido en instrumentos ideológicos, no puede germinar ni la educación ni la cultura.

Recabar la singularidad y el reconocimiento de lo propio es uno de los mayores embrujos que han hechizado a los nacionalismos y, en especial, a los movimientos independentistas que anidan en España. Los partidarios, tanto del separatismo vasco como del catalán, siempre han experimentado un pueril regodeo con sus alborotadores intentos de rivalizar contra lo hispánico dentro del hogar común que nos acoge. Las manipuladoras palabras del político catalán pertenecen al mismo lenguaje vengativo y de permanente desquite que ya emplearon los nacionalistas vascos en el exilio cuando en noviembre de 1949 tuvo lugar el trágico naufragio del vapor español Monte Gurugú  frente a las costas británicas del Condado de Devon. En un chocante panfleto publicado por los separatistas al recogerse la lista de los fallecidos en el siniestro se decía así: “El tercer maquinista, don Juan Ibarrarán, de Guernica, de 49 años, casado; los agregados don Javier Gladis, de Bilbao, de 21 años, soltero, y don Sabino Zubieta Aldámiz, de Elanchove, de 20 años, soltero y dos fogoneros y dos marineros de Galicia y de Canarias”. Al desposeer a las víctimas no vascas del derecho a una filiación, el humillante y cicatero texto venía a certificar la existencia de muertos de tercera. Y es que el odio contra lo español no respeta ni siquiera la demoledora igualdad que implacablemente asigna la muerte. Una muestra más de mala educación.

Rigor y vigor en la educación

En la educación no hay que conformarse con lo bueno cuando se puede alcanzar lo mejor. Aquí radica la clave de la excelencia. A la excelencia se llega mediante la disciplina y el esfuerzo. La mejora y la perfección se obtienen con tenacidad y constancia. En el proceso de aprendizaje ha de imperar el rigor y no la condescendencia; la exigencia y no el conformismo.

Hay padres empeñados en alejar a sus hijos de las dificultades y de los obstáculos. Gran error, porque si los maleducan mimándolos mientras son niños, cuando de adultos se topen con la adversidad no estarán preparados para afrontarla y superarla. Terminarán convertidos en personas inmaduras y dependientes en lugar de responsables y autosuficientes. El presidente de la Federación Alemana de Profesores, Josef Kraus, ha acuñado el concepto de  pedagogía peluche, para referirse a ese modelo de enseñanza que mantiene entre algodones a los alumnos evitándoles escollos y problemas; y se refiere con el término de padres helicópteros, a esos progenitores siempre prestos a rescatar a sus hijos cuando se hallan en apuros.

Lo más nefasto del error es la persistencia en el mismo. Eso es lo que se vislumbra en el nuevo, pero ya viejo, sistema educativo de nuestra nación que propugna la poda de cualquier atisbo de exigencia académica en aras de un desviado pacto de Estado en materia educativa. A la desaparición de las pruebas de revalida, justificada en el equivocado principio de que la escuela ha de ser una reunión de iguales (principio que se quiebra cuando se objeta: iguales como personas, pero no como estudiantes), se añade ahora la permisividad de aprobar la Enseñanza Secundaria Obigatoria (ESO), suspendiendo dos asignaturas y con una nota media inferior al cinco. Lo que supone abocar a las aulas del Bachillerato a un acentuado desnivel de conocimientos y formación. Si vinculamos este hecho con el informe PISA, que indica que el 22% de los alumnos españoles de 15 años está más de seis horas diarias en internet tras salir del colegio, concluimos que el vigor y el rigor están ausentes en la escuela española.  

El compromiso social de la Universidad

Hace un siglo, Ortega y Gasset en Misión de la Universidad identificó los dos retos que debía abordar la Universidad: Universalizarse, en el sentido de universalizar el saber, democratizarlo, a fin de que cualquiera pudiera acceder al conocimiento y a la ciencia. Este logro es hoy una realidad. Y su plenitud se ha alcanzado de la mano de las tecnologías digitales tanto de la información y la comunicación (TIC), como del aprendizaje y del conocimiento (TAC). Una persona dotada de un terminal digital puede acceder desde cualquier lugar del planeta a cursar los denominaos MOOC (Massive Online Open Courses = Cursos online masivos y abiertos).

El segundo reto de la Universidad según Ortega era el de actualizarse, lo que exigía que los campus universitarios fueran permeables a una realidad cambiante. A diferencia del primer reto, éste sigue aún pendiente. Hoy las Universidades parecen ser meros edificios en donde impartir cursos y otorgar títulos universitarios. Como foros de debate cultural y focos de investigación no logran relevantes repercusiones sociales. Son pocos los universitarios que, al concluir sus estudios, se convierten en verdaderos agentes de dinamización y transformación social. Pero ¿Cómo se actualiza la Universidad? Abriéndose a la realidad, introduciéndose en el contexto social, sumergiéndose en los grandes asuntos del día. Es decir, situándose en medio de la vida para poder alumbrar soluciones a los desafíos de la sociedad. Si la Universidad logra actualizarse vivirá la realidad y ésta vivirá de la Universidad.

Hasta ahora la Universidad ha funcionado como espacio de conocimiento y de ciencia. Sin dejar de serlo, debe actuar, además, como un ecosistema favorable para el emprendimiento y  la innovación social. Y en esta nueva misión debiera contar con un buen aliado como es la empresa, que ha demostrado en las últimas décadas una portentosa capacidad de adaptación a los cambios. La Universidad, así, volvería a recuperar su compromiso social, ejerciendo plenamente su doble misión: por un lado, formar profesionales eficaces, pero también íntegros y honestos (según el Informe Universidad-Empresa de la Fundación Everis, la honestidad y el compromiso ético de los graduados son las cualidades más valoradas por los empleadores), y por otro, contribuir al desarrollo y mejora del tejido social. Es ese su reto para el siglo XXI: Una Universidad que se transforma y, a la vez, transforma la sociedad. Buena manera de actualizarse y de ser permeable a la realidad. 

Líderes

En España no hay líderes políticos. Nuestra política es menuda, de visión corta y horizontes partidistas. Es más una política de especulación y propaganda que de acción con buenas obras y bien hechas. Es confusión en los principios teóricos y descalabro en los fines prácticos. Además, nuestra política usa máscara. Algunos políticos pasan bruscamente del fanfarroneo al disimulo y siembran de contradicciones la vida pública; otros, como aventajados oportunistas, hacen promesas al electorado de imposible realización, por no hablar de aquellos que tratan las cuestiones de la gobernación con tanto más ardor y desenfado cuanto mayor es su incompetencia. El deber político es un deber de conciencia y ésta se halla hoy ausente en la administración del poder. Así, no puede haber liderazgos. Tampoco hay una política grande, verdadera y profunda, pedagógica y fecunda. El resultado es raquítico: postergación del gobernado y olvido de las conveniencias superiores del interés general. Nuestros gobernantes padecen una tremenda crisis de autoridad moral y de prestigio rector, consecuencia inmediata del inconsistente conglomerado de intereses parciales que domina entre ellos.

El liderazgo no es brillantez, sino transparencia, verdad. Clement Atlee, Primer Ministro británico del siglo pasado, era un hombre gris. Pocos hombres menos brillantes que el jefe del laborismo conoció Inglaterra en el curso de su historia política. Tenía fama de hombres discreto, pero eminentemente aburrido, de orador pesado y de parlamentario tosco. En el campo de la oratoria sobresalió fundamentalmente por la pobreza de su léxico y por su voz desagradable. No era de extrañar por ello que no fuera muy escuchado en sus discursos y conferencias. El mismo lo sabía. En un famoso discurso que pronunció por radio en momentos trascendentales para Inglaterra, el dirigente laborista empezó su intervención con estas palabras: No cerrar el receptor a pesar de que hayáis reconocido mi voz, porque tengo algo muy importante que deciros. Atlee no era brillante, pero fue moralmente auténtico.

El drama de España es que hoy no tiene referente moral alguno en el ámbito de la gestión pública. Fuera de la política hay más liderazgo que dentro. Un maestro rural, un sacerdote de parroquia, un catedrático de Universidad o un popular literato contribuyen más a la formación de un estado de robusta opinión y ejercen más influencia social que todos los políticos juntos. Jaume Vives, Arturo Pérez-Reverte o Bertín Osborne, por ejemplo, cuentan hoy con más reconocimiento y aval de la opinión pública que cualquiera de los dirigentes de los partidos políticos. Lo que les otorga ese título es, precisamente, su carácter sincero y subversivo a la vez, que les lleva a pensar por cuenta propia y a atreverse a decir lo que piensan. En momentos de blandenguería relativista como los que imperan, todo aquél osado que se rebele contra la dictadura del pensamiento único o la tiranía de lo políticamente correcto es un líder. Por momentos, las sociedades necesitan de perfiles que sepan con fundamento hallar la solución que se busca, la orientación más oportuna y la mejor consigna.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de marzo de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/187392/lideres.html

No es no

¿Por qué España tiene tan excelentes deportistas y tan nefastos políticos? Porque en el deporte se practica el juego limpio. Además, como decía Ortega y Gasset, quien analizó con profundidad los conceptos de trabajo y deporte en El tema de nuestro tiempo, un deportista no es un trabajador o un comerciante del deporte.

Cuando en 2016 Mariano Rajoy pretendía formar Gobierno con la abstención de los diputados socialistas en la investidura, Pedro Sánchez, un tratante en política, respondía testaruda y lacónicamente: “No es no”, alegando que el dirigente del PP quería sumar escaños para perpetuarse. Hoy Sánchez está necesitado de escaños para su investidura y pide al PP y a Ciudadanos que se abstengan. No carece de memoria, sino de coherencia. No es justo pedir a los demás aquello que tú no estás dispuesto a darles. Pero Sánchez siempre ha sido así de egoísta…y de incoherente.  

Desgraciadamente, el nacionalismo separatista sigue siendo el termómetro que mide la temperatura nacional. A pesar de los diez meses de la presidencia de Sánchez, el separatismo continúa condicionando la vida política del país. El socialista está atrapado entre dos fuegos: su egoísmo y el separatismo. Alguien debería decirle que de los separatistas hay que esperarlo todo y temer lo peor. Y que en política no se puede permanecer con la ambición de servirse a sí mismo, porque eso no es honestidad, sino corrupción. Pero tiene tantas ganas de seguir siendo presidente que hasta con impertinente chulería ha acuñado una frase que deja un gran titular: “O gobierna el PSOE o gobierna el PSOE”. Hay políticos que tienen el don de concentrar la mayor cantidad de palabras en la mínima cantidad de pensamiento. Y otros, viceversa. Sánchez es de los segundos. La frase tiene mucha miga. “Es un escritor de mucha miga”, dijo Rubén Darío de Pío Baroja, con quien tuvo una agria polémica literaria. El nicaragüense se burlaba así de los años en que Baroja regentó una panadería. El escritor vasco espetó al centroamericano: Algunos tras cruzar el charco siguen llevando plumas.  

Intentar huir de uno mismo es hacer el indio. Nadie puede lograrlo. Ni siquiera Sánchez, a pesar de sus intentos. Se puede despreciar a nuestros semejantes, pero nunca se puede escapar de uno mismo. Hay personas que juzgan con demasiada severidad a los demás y son, en cambio, benévolas consigo mismo. Son intransigentes con sus semejantes y tolerantes con sus propios defectos, que no quieren reconocer. Sánchez debería descubrir sus propias imperfecciones y las del prójimo después. Así le desaparecería muy pronto la paja en el ojo ajeno y se conocería mejor a sí mismo. “Conócete a ti mismo” era la inscripción que presidía el Templo de Apolo en Delfos. De la autocrítica surge el respeto hacia uno mismo, que es lo contrario de la vanidad y del orgullo, nada tiene que ver con la falsa modestia, que es humildad disfrazada de arrogancia. Hoy, día de Pentecostés, ojala que la clase política reciba algo de luz. ¡Cuánto bien harían!

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 9 de junio de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/202134/no-es-no.html

El sacrificio de la educación

Educar cuesta. Esfuerzo y dinero. Dedicación y entrega en quien enseña y en quien aprende; gastos y recursos a cargo del erario público, de la iniciativa privada y, por supuesto, de las economías domésticas y familiares. Sí, la educación entraña sacrificios. Desde que un hijo llega al mundo, el fin principal de los padres es procurarle una buena educación. A ese logro, los progenitores dirigen sin excusas ni perdón todas sus energías, convencidos de que es la educación, más que la naturaleza, la causa de la gran diferencia que se advierte en los caracteres y conductas humanas.

El progreso educativo implica un trabajo constante por parte de quien pretende avanzar con diligencia y esmero. Aprender es una actividad grata y de resultados igualmente gratos, pero es, a la vez, una tarea costosa y voluntariosa por su perseverancia y tenacidad. Un estudiante sacrifica el descanso o la diversión en aras del estudio. Pero cuando obtiene el jugoso fruto de su esfuerzo se ve compensado de sus renuncias y desvelos y recompensado por su tesón y empeño. Se convierte, así, en un alumno aventajado, objeto de un merecido reconocimiento; en un estudiante brillante que goza de calificaciones notables y sobresalientes.

Pero la buena educación no es solo ser un “grande” dentro del aula, entre pupitres y pizarras; Exige también ser grande fuera de ella, en el patio escolar, en las pistas deportivas; en suma, en el exterior de la escuela, en la calle. Y ser de los grandes es un don de Dios que no debe subirse a la cabeza, sino más bien impulsar a la modestia y a la virtud. Recientemente, ha saltado a los medios de comunicación la insólita noticia protagonizada por el director de un colegio madrileño que decidió retirar de la competición a su propio equipo de baloncesto porque los integrantes de éste insultaron y menospreciaron a través de las redes sociales a sus rivales, tras haberlos derrotado. Inmensa y admirable lección de respeto y humildad la que recibieron los colegiales a cambio de ver sacrificadas sus expectativas de triunfo en el campeonato. Una enseñanza obtenida, no precisamente sobre las clásicas disciplinas que se imparten en las aulas, sino sobre excelsos valores y virtudes señeras. Una notable victoria del sentido común. Porque el verdadero fracaso no es la derrota sino el no saber ganar.   

Fuente gráfica: Félix Buosoño.