Vasili Grossman tituló a su novela Todo fluye. Hoy, hasta el género fluye. Pero hay algo que fluye más: el balón, ese esquivo objeto de deseo que todo guardameta adora tenerlo en sus manos, y que se ha convertido en el símbolo de la posmodernidad. Chapotea en el encharcado terreno del relativismo y se desliza sobre el césped de la corrección política. Carece de ideología fija. Tan pronto bota socialdemócrata, que rebota comunista, para ir a estrellarse en el larguero describiendo una filigrana conservadora y situarse en el centro del terreno de juego como si fuera liberal. Eso, si no termina en la grada del populismo.
Parafraseando a una pseudocientífica onusiana de nombre Bibiana, el esférico, sin llegar a ser humano, parece un ser vivo, que fluye inconscientemente desde el género masculino (balón, esférico, cuero), hasta el femenino (pelota, bola, vieja, al decir de Di Stefano). Desenfrenado y de vida licenciosa, el balón no se casa con nadie y con todos; lo mismo besa las mallas de un combinado, que al minuto siguiente se mece en las de otro. Su actitud no es líquida, a lo Zygmunt Bauman, sino más bien gaseosa, liviana, ligera de cascos un día, carga ligera otro, lo que demuestra a las claras que es bisexual, ¡qué digo bisexual! multisexual, polisexual, asexual, metrosexual y hasta transexual. Lo que se le antoje.
Sin aristas, sin esquinas, el balón con su tremenda y bella redondez le da a todo; a derecha y a izquierda, arriba y abajo, delante y detrás, recto y desviado. Es un grandísimo balonazo. Su loca trayectoria es un queer y no poder. Cuando resulta muy difícil meter en cintura al balón, lo mejor es despejarlo. Patadón y tentetieso. ¡Vaya con el balón! ¿Y la balona? Esa es de la Línea de la Concepción.
Libercast: https://youtube.com/shorts/VfLMWvTr-MA?si=tRegmwiAitLV0goI
Nos han colado por toda la escuadra.
Esto no tiene solución o 300/400 años sin elecciones