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Batalla cultural

La derecha en España lleva cuarenta años ausente en la batalla de las ideas. Sin embargo, las dos últimas mayorías absolutas de la democracia española (2000 y 2011), han sido del PP. Por el contrario, el PSOE, con el discurso cultural dominante a favor, no logra dicho triunfo electoral desde 1986. ¿Qué es más importante para gobernar? ¿Ganar la batalla de la cultura o gestionar con solvencia erario público y economía?

Por los datos electorales, la mayoría de los españoles se ha inclinado durante el actual régimen democrático por gobiernos “gestores” más que “ideólogos”. Han dado más confianza a dirigentes capaces de estimular la economía y generar riqueza saneando las cuentas públicas y reduciendo la tasa de desempleo. Han preferido a políticos conseguidores de logros históricos y decisivos para España como el ingreso en el euro o la no intervención de la economía nacional por las instituciones comunitarias, resolviendo situaciones de crisis económicas.

Tomando por criterio de buen gobernante el binomio regeneracionista de Costa “escuela y despensa”, cultura o economía, la derecha se inclina por el cometido en el que resulta ser más competente, lo económico, dejando el campo libre para que la izquierda moldeé la sociedad a su antojo. La pregunta que cabe hacerse es si esto será siempre así. Porque pudiera ocurrir que de remodelar tanto la mentalidad de los ciudadanos se acabe por obturar sus facultades de percepción, anulando con ello su capacidad de elección?

Ya hay toda una tropa de agentes sociales, asesores, psicólogos o terapeutas que diseñan nuevos modelos de reconstrucción cultural, dictando cómo tenemos que vivir e, incluso, qué tenemos que comer. Por otro lado, no olvidemos que siendo el lenguaje una forma de acción, si algunos se empeñan en manipularlo se terminará degradando unas acciones y ensalzando otras al servicio de esa “corrección” manipuladora. Desde el mismo sistema educativo, clave del arco de la remodelación cultural, junto con la invención del pasado, y desde la cátedra universitaria, los laboratorios de investigación, las editoriales del libro, la producción audiovisual, la columna periodística o cualquier otra atalaya de debate cultural se insiste machaconamente en que determinados grupos sociales son, por sus creencias religiosas o por sus opiniones políticas, incompatibles con la dinámica del progreso.

Ante la confusión y el oscurantismo que remueven hoy los cimientos de la cultura no le queda más remedio a la derecha española que abandonar posiciones timoratas y acomplejadas. Debe armarse de ideas para afrontar el debate ideológico que consiste en manifestar y defender sin titubeos y determinación, esas ideas, y contribuir a crearles ambiente, convirtiéndolas en convenientes aplicaciones prácticas al servicio de los ciudadanos. Toda fuerza política que aspire a la gobernabilidad debe acelerar un proceso de articulación de corrientes sociales diversas pero convergentes y comprometidas en cuestiones de Estado, no de partido, y en asuntos de bien común, no de minorías. Una derecha de ideas es más sólida que una de intereses. Y una democracia de ciudadanos es más robusta que una de partidos.

Artículo publicado por Raúl Mayoral en el diario digital El Imparcial el 29 de noviembre de 2021 https://www.elimparcial.es/noticia/233086/batalla-cultural.html

Catacumba o catedral

Aquella rotunda sentencia de AzañaEspaña ha dejado de ser católica, parece quedarse corta ante las arremetidas contra la Iglesia. Bien pudiera afirmarse que España comienza a ser anticatólica. Y voces autorizadas vienen advirtiendo de la proliferación de ataques planificados y coordinados contra la Iglesia y los valores que representa, aunque sin llegar a un manifiesto y constante acoso. No es un desvarío pensar que en España se prescinde paulatinamente del hecho religioso. Salvo episodios puntuales de extravagancia ideológica, no se odia a la religión católica. Sencillamente se la desconoce. Un sacerdote que transita por grandes aglomeraciones urbanas no escucha insultos ni observa miradas cargadas de rencor, pero comprueba a su alrededor un frío glacial, una ausencia de esas pruebas inequívocas de sobrenatural respeto y acogedora cordialidad que la presencia religiosa ha suscitado en una sociedad cristiana. Súmese que privar a la Iglesia de su derecho a orientar a sus fieles es la pose moderna de la persecución religiosa, que otrora quemaba iglesias y hoy, más arteramente, se ocupa de reprobar a prelados o suprimir la religión en las aulas. Conviene, pues, en la hora actual alentar a los católicos a ejercer sus derechos en una democracia. Pero ¿cómo es hoy el modo de presencia de los católicos en la democracia? ¿Tiene pulso nuestra catolicidad? ¿Somos fecundos y creadores? Interrogantes espigados en uno: ¿Qué aportación original podemos ofrecer en la España actual?

El católico no ha de olvidar la dimensión pública de su fe; no debe autoexcluirse ni dejarse recluir en un estéril aislacionismo, sino intervenir decididamente con su compromiso, diálogo y participación en la marcha de los asuntos públicos, de los que, como decía Pío XII, es alícuotamente responsable. Ha de contemplar la realidad con sus avances, sus necesidades y con las grandes oportunidades que ofrece para desarrollar intensamente una labor creadora y eficaz en una sociedad que exige la colaboración fecunda de todas las tendencias y no desea divisiones partidistas ni antagonismos sociales. Y debe actuar, tanto o más que con su predicación hablada, con sus obras vivas. Su acción debiera ser la de un catecumenado capaz de hacer brotar un cristianismo verdaderamente apostólico en un ambiente secularizado. Si se limitara a hacer un apostolado completamente cristiano, desde la catedral y bajo el título de cristiano correría el peligro de formar un gueto exclusivista y reducido. No se trata de tener militantes con insignias, sino más bien de obrar en los campos de la política, la economía, la cultura, lo cotidiano, sin olvidar el respeto debido a la diversidad humana. No hay que constituir organizaciones católicas, sino meter a los católicos en las organizaciones de la vida llevando a ellas el mensaje de Cristo. Y así, hacer vivir el cristianismo a la sociedad, sin decírselo siquiera; despertando a un mundo que nada quiere con la Iglesia pero que en el fondo posee valores cristianos, y mostrándole que una convivencia ordenada y estable con cimientos firmes y no movedizos es más fácil de lograr mediante el cultivo precisamente de esos valores.

La angustia de España es social. La crisis ha ahondado la brecha de la desigualdad exponiendo a más ciudadanos ante la pobreza y la escasez. El desempleo sigue siendo una tragedia. Abordar este reto constituye una tarea magnífica y acaso la de más enjundia con que tienen que enfrentarse hoy los españoles. La Iglesia con su ancho y cordial espíritu de fraternidad y solidaridad puede cooperar en ella. Su ejemplo de aliento espiritual y de inventario social en obras de caridad, asistencia sanitaria y educativa en momentos convulsos demuestra que nunca ha traicionado su misión y continúa reclamando su presencia apostólica allí donde hay necesidades y emergencias humanas.

Hoy los nuevos totalitarismos, con su rígida dogmática y su sentido pseudoreligioso, se empeñan en colocar a la Iglesia en el banquillo de los acusados, reducirla a los nuevos gulags o a la catacumba, que no lo olvidemos, es semilla de la catedral. Los católicos debiéramos volver la mirada a la Iglesia primigenia, palpando la vida de los cristianos de los primeros siglos, no una vida aparte, “enterrada”, sino una existencia en el mismo corazón de la corte imperial, entre los funcionarios, el pueblo, los esclavos. Unos cristianos, de los que como se dice en la Carta a Diogneto, tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, que no les es lícito desertar.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 30 de abril de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/177150/opinion/catacumba-o-catedral.html