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Europa, un gran quehacer

El concepto de Unión Europea no es de nuestros días. El descubrimiento de Europa es acto capital del siglo XX. Cierto que los descubridores la encontraron casi moribunda, herida en el cuerpo de tantos combates, herida en el alma de tantas doctrinas infiltradas en su inteligencia. Los intentos de integración fueron varios. Con esfuerzos perdidos, discordias manifiestas e inclinaciones al escepticismo, pero siempre con un dilema para el porvenir: o Europa unida, no por la fuerza, sino por la libre voluntad, o Europa dividida y destinada a ser campo de batalla. Según Coudenhove, los pueblos europeos han de luchar juntos por su existencia, en lugar de luchar unos contra otros.

Una iniciativa ajena al proyecto de unión contribuiría precisamente a forjar ésta. El Plan Marshall: Aconsejaba suprimir las barreras aduaneras que dividían Europa en parcelas económicas e impedían el desarrollo de una economía de gran envergadura y propugnaba la unidad económica necesaria para una posterior unidad política. Por entonces, el hacendista español José Larraz abogaba por una economía supranacional y una autoridad política europea con auténtico poder para resolver los problemas del momento. Recordaba como Washington advirtió a Lafayette que un día, sobre el modelo de los Estados Unidos de América, se constituirán los Estados Unidos de Europa. El propio Larraz previó el día en que Europa y Rusia debieran ponerse de acuerdo bajo el influjo de la industrialización china.

La unión era imprescindible si Europa quería competir con los bloques políticos y económicos de la época. Lo conseguido entre franceses y alemanes con la Unión del carbón y del acero fue uno de los éxitos de la posguerra. Dirigentes políticos cristianos lo hicieron posible: Adenauer, Schuman y De Gasperi. Alentados por el Papa Pío XII, quien calificó de sublime meta política la gran obra de la Europa unida, que no puede hacerse al margen de los preeminentes valores del Cristianismo. Por el basamento cristiano de la unidad, el europeísmo impregnó sectores del catolicismo español. La Asociación Católica de Propagandistas adoptó una firme vocación europeísta. Se crea por propagandistas la Asociación Española de Cooperación Europea en 1955, con el fin de lograr una nueva Europa unida y asentada en la común herencia del Cristianismo. Miembros de la ACdP, como titulares del Ministerio de Asuntos Exteriores, se erigirían en heraldos de la unidad de Europa: Alberto Martín Artajo propugnó una ordenación común de la economía y las finanzas, un amplio concierto de los afanes culturales, una planificación general de la defensa común y una cierta concordancia de la política exterior. Fernando María Castiella, primer diplomático español en solicitar en 1962 a la Comunidad Económica Europea la apertura de negociaciones para la incorporación de España. Y Marcelino Oreja Aguirre, Comisario Europeo que participó en la elaboración del Tratado de Maastricht. El compromiso con la idea de Europa sigue vigente en la obra educativa de la ACdP: la Fundación Universitaria San Pablo CEU, que recientemente ha inaugurado su primera oficina en Bruselas, permitiendo a sus tres Universidades tener sede en dicha capital. Nuestra vocación europeísta culmina con la investidura de Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, como Doctor Honoris Causa por la Universidad CEU San Pablo, que acoge al Instituto Universitario de Estudios Europeos presidido por Oreja Aguirre.

Monnet dijo que en la Unión Europea no se unen Estados, sino hombres. Se facilita así a los hombres y mujeres de Europa la solución a los dos máximos problemas de su historia: su existencia y su convivencia. Ante una Europa necesitada de restauración material y moral, pero con condiciones suficientes para recuperar un puesto decisivo en el mundo, recordamos a Ortega y Gasset al señalar en La rebelión de las masas a la unidad europea como la única empresa capaz de interesar al hombre de nuestro tiempo y al definir a Europa como “muchas abejas pero un solo vuelo”.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario La Razón 13 de diciembre de 2013. https://www.marca.com/2013/12/13/futbol/equipos/atletico/1386955706.html

https://www.atleticodemadrid.com/noticias/courtois-y-alderweireld-tuvieron-un-encuentro-con-mariano-rajoy-y-herman-van-rompuy

Euroamérica: Valor y valores

En el curso de una notable intervención en la Cámara de los Comunes en 1948, David Eccles, diputado conservador, (posteriormente Ministro británico desde 1951 a 1962, bajo los gobiernos de Churchill, Eden y Macmillan), declaró que Europa necesitaba tres cosas fundamentales para su reconstrucción y seguridad: ayuda militar norteamericana, ayuda económica norteamericana también, y la existencia de una fe profunda en los destinos de la Europa occidental. Los dos primeros factores podían considerarse ya, por entonces, una realidad, pero el orador expresó sus dudas acerca de la fe de Occidente en su civilización. Justificó estas dudas por el hecho de que los socialistas europeos daban constantes pruebas de tener una mentalidad diferente y de no estar seguros con harta frecuencia de que la libertad personal merezca la pena alcanzarse a un alto e inevitable precio.

Eccles pronunció estas palabras cuando toda Europa se preparaba para la guerra fría. Un escenario erizado de alambradas, patrullas fronterizas, de bloques hostiles y hasta de telones de acero. Porque, en contra de lo narrado durante mucho tiempo, el primer muro que se levanta en Berlín no fue el de hormigón, sino el bloqueo terrestre que en 1948 impusieron los soviéticos a la capital alemana. Salvar dicho bloqueo por medio de la aviación aliada, especialmente, la norteamericana, fue una demostración de poderío, un alarde de eficacia que ni siquiera se produjo durante la II Guerra Mundial. El puente aéreo fue el primer fracaso grave de la URSS en el empleo de sus medios de coacción. Gracias a él se levantó el espíritu de los berlineses (ellos sí se erigieron en contrafuerte de la civilización occidental), hasta llevarles a desafiar abiertamente la terrorífica política soviética. El comunismo era, pues, vecino y enemigo de aquél Occidente europeo que no creía en sí mismo. Transcurridos más de cincuenta años, olvidada la guerra fría y derrotado el totalitarismo rojo, Europa está peor que entonces. Continúa sin una fe profunda en su civilización. Gran parte de la izquierda europea permanece anclada en su anacrónica mentalidad diferente como diría Eccles. Hoy esa mentalidad desemboca en una actitud timorata. Para agravar su indigencia moral, Europa muestra cierta animosidad contra Estados Unidos. El diagnóstico del mal europeo no puede ser más desolador: traición a sus convicciones y odio hacia sus aliados. Apaciguamiento y antiamericanismo. Descomposición, en suma.

Los europeos estamos olvidando que Europa es algo más que la pura expresión geográfica. Europa y América en un sentido estricto de las palabras son meras designaciones más o menos convencionales para regiones geográficas definidas. Pero más allá de lo geográfico existe el término Europa como estilo de vida, como visión del mundo, como cuna de nuestra cultura común y como baluarte de los valores que se hallan indisolublemente unidos a la concepción cristiana de la vida. Europa, entendida en este sentido, pertenece a los americanos con tanta legitimidad como a los nacidos en España, en Suiza o en Hungría. Por lo tanto, la defensa de Europa y de lo que significa en el mundo es para los de aquí, como para los de allá una cuestión que atañe a su propio ser y a su propia sustancia. Porque América podrá darnos una nueva versión de Europa, pero jamás una antiEuropa, pues sería negarse a sí misma. La Europa así concebida, como concepto milenario de cultura, se convierte en la civilización occidental. No toda cultura crea una civilización. Europa sí. Bajo distintas formas y revestimientos Occidente se apoya siempre en el mismo núcleo central: el hombre. Y alrededor de ese núcleo gira todo un acervo de valores espirituales, de creencia religiosa, de cultura del pensamiento político, de recursos económicos, científicos y  técnicos eficaces, adquirido en centurias de historia común, de victorias, de trabajo e incluso de sangre y lágrimas.

Restablecer este ser colectivo de Europa, lograr que Occidente reconquiste su puesto en el mundo exige no seguir azuzando desde el viejo continente la hostilidad hacia los occidentales de más allá del Atlántico. Boris Suvarin, autor, en la década de los cuarenta, de uno de los mejores estudios rusos sobre el bolchevismo, señalaba la raíz del pensamiento de Lenin: el comunismo triunfará cuando los pueblos orientales: rusos, chinos, indios… venzan a las naciones occidentales, y esto sólo se conseguirá mediante la guerra en la que las naciones occidentales se destruyan entre sí. Afortunadamente, la profecía no se cumplió. Pero explica, en gran medida, el antiamericanismo de Europa agitado desde la propaganda comunista y con la avidez de provocar un enfrentamiento entre las dos orillas del Atlántico. Una de las mayores tareas del marxismo en la segunda mitad del siglo XX fue transformar aquél comunismo apátrida de los teóricos de la III Internacional en una especie de nacional-comunismo, que, cual semilla de la discordia, reivindicaba la independencia de cada país contra el imperialismo capitalista y más específicamente, contra la hegemonía de Estados Unidos, brindando a los pueblos presuntamente oprimidos una audaz ideología revolucionaria y hasta ciertos augurios de liberación económica. Sin embargo, la nación americana, que en un cuarto de siglo, de 1914 a 1939, pasó del aislamiento a ocupar la jefatura internacional, ha acudido con más o menos acierto, quizás en algunas circunstancias con algún retraso, pero siempre con generosidad en ayuda del mundo maltratado. Y por supuesto, en socorro de la vieja Europa. Aún hoy sigue ofreciéndose con sacrificio generoso como sólida barrera de la civilización contra la barbarie.

Hace tiempo que el centro de gravedad de la política mundial dejó de ser europeo. En las horas presentes debiera ser euroamericano. Cierto es que la civilización occidental, asentada sobre el principio de la dignidad humana, ha sobrevivido a dos tremendas guerras mundiales y a la diabólica tiranía del socialismo real. Pero ante los actuales enemigos de la paz como el terrorismo islámico y las autocracias populistas y totalitarias, siempre dispuestos a inflamar el mundo, Occidente ha de promover la disidencia frente al imperio del pensamiento débil, debe deshacerse de temores y complejos y proporcionar al género humano los grandes remedios, los de siempre: Democracia, libertad y prosperidad. Sólo así Occidente, Euroamérica, emergerá con todo su valor y con todos sus valores.  

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario ABC el 16 de junio de 2006 (Página 73). https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-20060616.html