Archivo del Autor: @RaúlMayoral

15 de octubre. Santa Teresa de Jesús (1515-1582).

Teresa de Cepeda y Ahumada, castellana de Ávila, fue de adolescente soñadora y novelera, con gran afición a los libros de caballerías, coqueta, según nos dice, y «enemiguísima de ser monja»; a los veinte años entra en el Carmelo, que le decepciona por sus blanduras , cae muy enferma y después de sanar prosigue un penoso camino de arideces, tentaciones e incomprensiones que van edificando su alma.

Cuando quiere reformar la orden carmelita es ya una mujer madura, con hondas experiencias místicas que le dan aliento afrontando luchas y persecuciones, quebrantada su salud, «sin ninguna blanca», pero inflexible en el propósito porque «nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran». Al convento de San José de Ávila seguirán otras dieciséis fundaciones, sin contar quince de varones carmelitas descalzos, a las que contribuyó ayudando a San Juan de la Cruz.

Mujer excepcional por todos los conceptos, humanísima y alegre, franca, enérgica, tenaz, de un humor incomparable, rebosante de espiritualidad y manejando muy bien, siempre por obediencia, la pluma: sus libros, que le han hecho doctora de la Iglesia, son un prodigio de gracia personal, simpatía y elevación. San Teresa de Jesús morirá extenuada en Alba de Tormes: «Tiempo es ya de que nos veamos, Señor». El tópico de la monja andariega resume la paradoja de esta gran figura femenina que ha cautivado a todo el mundo. En éxtasis o entre pucheros, es la santa de la naturalidad sobrenatural, decuna sencillez altísima que parece inasequible a los humanos sin la ayuda de Dios.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

14 de octubre. San Calixto (…-222)

Calixto I, además de Papa, fue antes esclavo, director de banca, condenado a las minas de Cerdeña, luego diácono y por fin secretario del Papa Ceferino. Después de haber sido elevado a la silla de Pedro, tras unos años de tormentoso pontificado, murió en una algarada popular, obra de paganos, que se supone le arrojaron a un pozo del Trastévere, cerca de donde hoy se levanta la basílica de Santa María in Trastévere, iuxta Calixtum.

Todo esto lo sabemos por su acérrimo enemigo, San Hipólito (sí, también entre los santos hay discusiones y riñas como para pasar a la historia), apasionado polemista que es muy probable que retuerza los hechos contra él. Ambos mantuvieron una controversia durísima y fundamental. San Hipólito representaba ciegamente el rigorismo ante la pregunta: ¿Hay pecados imperdonables? Por el contrario, Calixto respondía que no, lloviéndole ataques y sarcasmos acusándole de laxitud.

Hay que perdonar setenta veces siete, dice el Evangelio, es decir, sin limitación. Esta es la única doctrina segura y fue la que defendió Calixto, aunque no fue el único ni mucho menos, recordemos a Cornelio y a Cipriano. Aunque siempre ha habido católicos fanáticos que se complacían imaginando a casi todo el mundo entre las llamas del Infierno, en sus mejores figuras, San Calixto es una de ellas, la Iglesia ha sido madre misericordiosa frente a puritanos, abriendo de para en par las puertas del perdón, a semejanza del padre del hijo pródigo.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

13 de octubre. San Eduardo (1004-1066)

Llamado el Confesor para distinguirle de su tío, el homónimo rey mártir, Eduardo es el último de los monarcas anglosajones antes de la conquista normanda, el fundador de la abadía de Westminster donde aún se veneran sus restos. Fue antes que San Jorge el patrón de Inglaterra y de la familia real. Depuesto y asesinado su padre, vive en el destierro de Normandía desde los diez años, su madre se casa con el usurpador y le da un heredero que será rey, y su hermano Alfredo muere al tratar de recuperar el trono; hasta que a los cuarenta años, la súbita muerte del hermanastro le permitirá ceñir la corona. No se venga de su madre más que recluyéndola en un monasterio.

Su atributo es «el anillo que estuvo siete años en el Cielo»: para poner a prueba la caridad de Eduardo, San Juan Evangelista se disfrazó de mendigo y pidió limosna al rey, quien al tener vacía la bolsa le dio su anillo. Al cabo de siete años, a un peregrino inglés que se encontraba en Palestina se le apareció San Juan y le dio el mismo anillo para que se lo entregara al rey, anunciándole que no tardaría en entrar en el Paraíso.

Hasta el fin de sus días será un soberano ansioso de justicia y modelo de piedad. En los episodios de crueldad y pasiones desatadas que rodearon su vida, San Eduardo se mueve en este sangriento clima como un espíritu cristiano que desconcierta a los historiadores: bondadoso y débil, dicen unos, santo en la firmeza, la misericordia y los afanes de paz, según otros. Lo cierto es que su tremenda historia personal es un acicate para hacer el bien en las peores circunstancias.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

12 de octubre. San Wilfrido (634-709)

Anglosajón de la Nortumbria, educado desde niño en el monasterio de Lindisfarne, siente muy pronto el imperioso deseo de peregrinar a Roma. Wilfrido conoce el corazón de la Cristiandad, y de regreso a su país funda el monasterio de Stanford, es abad de Ripon, se le ordena sacerdote y luego obispo de York, desarrollando una intensa labor convirtiendo paganos, fundando iglesias y dando el máximo esplendor posible al culto litúrgico.

En su accidentada vida abundan episodios de viajes, naufragios, grandes peligros y constantes disputas con las autoridades eclesiásticas y civiles, que en una ocasión le valieron la cárcel. Una y otra vez aparece como el luchador infatigable por la unidad con Roma, por ser fiel a Roma contra las particularidades nacionales, raciales, de tradición, que representan los monjes escoceses. No ha habido inglés más tenazmente romano que él, defensor más encarnizado de la comunión de Inglaterra con la Iglesia universal.

No era blando ni acomodaticio, sino intransigente en su ideal católico. Ya muy anciano hizo su última peregrinación a Roma a pie, como queriendo reforzar antes de morir su vínculo que preveía débil y quebradizo. En esta Inglaterra que caería del lado de la Reforma, San Wilfrido es una fuerte llamada a la unidad: ser muy romano da una dimensión universal que completa la índole de inglés.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

PD. Feliz día de la Virgen del Pilar y de la Hispanidad.

11 de octubre. San Juan XXIII (1881-1963)

El 11 de octubre de 1962, a las pocas horas de inaugurarse el Concilio, una multitud de fieles se congregó en la Plaza de San Pedro. Cada uno portaba una pequeña antorcha que iluminaba la oscuridad de la noche. Se palpaba la esperanza del aggiornamiento, el sueño de una Iglesia rejuvenecida. El Papa Roncalli oyó el murmullo del gentío y se asomó a la ventana. ¿Acaso era un signo? La luna casi llena brillaba en el firmamento y soplaba un aire ligero que jugueteaba con las llamas. El viento es la suavidad de Dios para con sus hijos, debió de pensar.

En aquel momento, quizás, recordó el famoso pasaje del profeta Elías: «Un viento fortísimo conmovió la montaña y partió las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Detrás del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Detrás del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Detrás del fuego, un susurro de brisa suave»,

Una brisa suave: ahí está todo. El Papa ordenó abrir la ventana y poner el tapiz rojo. Quería dirigirse a aquella muchedumbre exultante de gozo. Dijo: «Queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí de hecho, está representado todo el mundo». Así empieza el discurso más conocido de Juan XXIII, una alocución improvisada que se recordará sobre todo por estas palabras, dichas ya al final: «Regresando encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del Papa». Aquel anciano pedía un gesto cotidiano que expresara el amor a la fragilidad humana, esa dulce brisa de Dios. Si hoy recordamos a San Juan XXIII como el «papa bueno», es porque supo testimoniar que en la delicadeza de una mano se encuentra oculta la santidad. Santidad que se resume en un pequeño gesto.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

10 de octubre. Santo Tomás de Villanueva (1488-1555)

Castellano de la tierra de Don Quijote, serio, obstinado, consciente, dulce e inflexible, Tomás de Villanueva es uno de esos espíritus maravillosos que en la época de Lutero hacen la Reforma al revés, con fidelidad a la Iglesia, con una caridad sin límites, con una enorme exigencia, primero consigo mismo y luego con los demás.

Deja la universidad por el claustro y se hace agustino, cambia la cátedra por el púlpito y resulta un predicador de fuego, pero sobrio, ajustado, exigente («Tomás no pide nunca, siempre ordena», decía de él el emperador, que le quiso por consejero), valeroso y decidido, pero humilde en todas sus facetas: profesor, predicador, místico, reformador, asceta, limosnero. Obligado a aceptar una dignidad arzobispal, la de Valencia, que puso en sus manos grandes medios económicos, se apresuró a gastarlos íntegramente no sin escándalo de quienes le rodeaban. Y antes de morir quiso repartir hasta el jergón en el que descansaba su cuerpo enfermo: «No me moriré hasta que sepa que no me queda nada en este mundo avisó.

La anécdota que mejor retrata a Santo Tomás de Villanueva, el anti-Lutero, es su manera de proceder con los que rebelaban contra la Iglesia, encerrarse con ellos en su despacho de arzobispo y flagelarse las espaladas ante un crucifijo diciéndoles: «Hermano, mis pecados tienen la culpa de todo, es justo que sea yo quien sufra el castigo».

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

9 de octubre. San Dionisio (…-¿258?)

Es el Saint Denis francés. Dionisio fue enviado a evangelizar las Galias, hacia el 250, siendo consagrado obispo de Lutecia, la actual París, y poco después murió mártir. En cuanto al lugar del martirio, quizá fue Catuliaco, aldea próxima a París por el norte, que hoy es un barrio de la capital que lleva el nombre de Saint Denis.

En Catuliaco se construyó una primera basílica, posteriormente catedral, para acoger sus reliquias, y el lugar, convertido en monasterio en el siglo VII, acabará siendo el panteón de los reyes de Francia, de los que San Dionisio es patrono. Como Santiago entre los españoles, es el santo invocado bélicamente por los franceses de antaño en las batallas y forma parte sustancial del pasado de Francia.

Se le representa a menudo con la cabeza en las manos, origen de la leyenda de que, tras su decapitación, se levantó y cogiendo su cabeza echó a andar hasta desplomarse donde una piadosa mujer le dio sepultura.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

8 de octubre. Santas Tais y Pelagia

Pecadoras que se arrepintieron: Tais, la meretriz de Alejandría, y Pelagia, bailarina de Antioquía, de quien decía un obispo: Esta joven es una lección para nosotros, ¡si pusiéramos tanto afán en cuidar de nuestras almas y de nuestra grey como ella de su cuerpo y de su baile!

Pafnucio, monje del desierto, fue a Alejandría para convertir a Tais, y la cortesana más bella y rica de Egipto hizo una pira con su palacio y se recluyó en un convento de la Tebaida para hacer penitencia hasta su muerte. Es patrona de Alejandría, y sus emblemas son un espejo y una sarta de perlas, la coquetería y el lujo a los que renunció por Dios. Pelagia (o Margarita, en latín, perla, también por sus collares) fue a Jerusalén tras su bautismo y vivió tres años en un monasterio del Monte de los Olivos bajo disfraz de hombre y haciéndose llamar fray Pelagio. Es patrona de cómicas y arrepentidas, y tiene por atributo una máscara teatral.

Entrevemos a estas dos pecadoras de Oriente entre fulgores de perlas y asfixiantes perfumes voluptuosos, hasta su caída en las redes de Dios, Santa Tais abriendo la puerta a un supuesto cliente que cambiará su vida, Santa Pelagia purgando sus culpas sin dejar de ejercer sus dotes de actriz, disfrazada, aunque ahora su ficción sea la verdad del camino hacia Dios.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

7 de octubre. Santo Rosario

El otoño nos trae una fiesta de santidad instrumental en la que se homenajea a un objeto llamado santo con el nombre de plantel de rosas. Es de madera, metales nobles o modestísimos, hueso o nácar, tanto da, y aunque conocido desde antiguo, sin embargo, no adopta las características hoy comunes hasta el siglo XVI, cuando su rezo se vincula a la victoria cristiana de Lepanto.

Esta Corona a la Virgen, repetitiva y humilde como una cantinela infantil, es un Evangelio en miniatura al alcance de todas las inteligencias y de las memorias más torpes, así como de las situaciones espirituales más desangeladas y frías. Es la devoción que María recomendó en Lourdes y Fátima, a manera de gran arma para la paz de nuestro tiempo. La Virgen da la razón a los Papas prefiriendo esta modalidad tan sencilla de adorar y pedir (la oración de los tontos, según los que tiene una idea muy elevada de sí mismos) en la que se nos da todo hecho menos la actitud interior, y que obliga a poner el alma en lo que se dice, como introduciendo el sentido de Dios en la monotonía de las cosas de la vida cotidiana.

Plegaria personal por el impulso que cada cual le dé, pero también voz del coro de la Iglesia, como un murmullo de niño que no se cansa de repetir lo archisabido que no puede decirse mejor. Unas palabras que suenan a eternas de pura sencillez y profundidad.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

6 de octubre. San Bruno (1033-1101)

Alemán de Colonia, teólogo y profesor en Reims, aplaudido y famoso, a los cuarenta años, angustiado por sí mismo y por la corrupción eclesiástica se va con seis compañeros a la soledad, al lugar más abrupto que encuentra: La Chartreuse o Cartuja, cerca de Grenoble, en los Alpes del Delfinado. Y allí instaura una vida religiosa entre solitaria y común: mitad de eremita, mitad de cenobita.

El combate espiritual de Bruno por la Iglesia comienza por la renuncia (se le suele representar con el báculo y la mitra a los pies, los honores pisoteados) y consiste en la oración, el trabajo y la penitencia. La gran batalla se libra por medios que parecen incongruentes. Ser cartujo es morir al mundo, abrazar el silencio, la mortificación extremada, reducir la existencia a un pequeño huerto, a una vida rigurosa, a la prioridad de Dios.

¿No será más efectivo recorrer Europa catequizando, predicando, convenciendo? Para San Bruno la Iglesia se salva no en medio del mundo, sino desasido de cualquier interés terrenal en medio de la soledad, las asperezas de una vida durísima, el ideal más severo. Sin embargo, años después un antiguo discípulo hecho Papa le llamará como consejero a Roma, la mayor penitencia que podía imponérsele. Obedecerá muerto de añoranza por su Cartuja, y morirá en otra fundación italiana muy lejos de su valle de Grenoble.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.