¡Qué ejemplo tan moralmente exigente el del joven español que manejó su monopatín contra el brutal enemigo de todo y de todos con el mismo ardor con el que se mueve la espada del capitán en el fragor del combate! ¡Cómo fascinan admirablemente en estos tiempos timoratos y de confort ejemplares protagonistas como Ignacio Echeverría! Ante esa perversa inclinación a convertir al terrorista en una víctima para después elevarlo a la categoría de héroe, denunciemos a quienes retorcidamente hacen héroes de los criminales. Hagamos, si acaso, del héroe un santo.
Severa e inolvidable lección la que nos imparte nuestro compatriota de entrega de su vida por la salvación de otras. Es mejor saberla antes que aprenderla después. Quizás luego sea demasiado tarde para vivir. Un pueblo vive mientras no se quede indiferente a la evocación y al recuerdo de sus glorias pretéritas. La gloria es el triunfo pero el heroísmo es el medio. De la teología de la Gloria supo escribir Calderón de la Barca, quien destacó por su profundidad teológica, su ímpetu romántico y el canto al honor español. Lo calderoniano es una dimensión del espíritu de España. En ella mora ya eternamente nuestro héroe.
¡Qué tarea tan abrumadora es la defensa de la libertad! Pero parece que nuestras preocupaciones como nación son minucias: el despatarre masculino, la consulta de un referéndum o cómo un ministro del Gobierno se aferra a su poltrona. Estamos creando escuela, pero de frivolidad trivial, o lo que es peor, de destructora desviación de los criterios más elementales del juicio sobre las personas y las cosas, sobre el bien y el mal. Día a día se monta una farsa que alcanza proporciones incalculables, se hace gala de un grotesco esnobismo y se extiende una cínica amoralidad entre las gentes. El mal que padecemos no es únicamente la enfermedad producida por la quiebra de la ley, es también resultado de la conculcación profunda de un vértice mayor de valores, los valores morales. O eso o es que nos hallamos ante un caso insólito de demencia colectiva.
Una ola de decepción satura la atmósfera del mundo que respiramos. Desesperamos ya hasta de los filósofos. Nos falta perspectiva histórica para adivinar si las generaciones futuras considerarán nuestra autodestrucción como un progreso de la Humanidad o como una afrenta a nuestros orígenes como civilización. En esta encrucijada de desventurados tiempos, nos alivia serenamente la figura enhiesta de Ignacio, un español que en Londres sobrepasó los horizontes comunes de la generosidad humana dándolo todo. Incluida su vida. Una vida ejemplar.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 11 de junio de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/178533/ignacio-echeverria-ejemplar.html