Archivo por meses: mayo 2021

Madrid libre

A los pocos días de las decisivas elecciones celebradas en Italia en 1948, saldadas con el apabullante triunfo de la democracia cristiana y una considerable derrota de socialistas y comunistas, un diario de Milán publicaba este anuncio: “Se ha escapado un loro que acostumbra a gritar ¡Viva Stalin! El abajo firmante no participa en grado alguno de las ideas políticas del loro. Mario Faustino. Vía Cavour, 27”. Ante aquél aluvión de votos, Attilio Piccioni, Secretario político del Partido Demócrata Cristiano, exteriorizó su gratísima sorpresa: “Deseábamos que lloviese pero no pensamos que granizase”.

En Madrid ha llovido y granizado a gusto de Ayuso. Y aún sin playa, Madrid es tierra de libertad como lo fueron las playas de Normandía en 1944. El gran derrotado ha sido el sanchismo. No Gabilondo, que no ha podido ser voz cuando era eco, sino Sánchez, doblemente derrotado; primero, porque vio frustrado el intento de moción de censura urdida con Ciudadanos para desbancar al PP. Segundo, porque ha perdido la condición de primer partido en Madrid. Junto a Sánchez, caen derrotados Tezanos, el trapisonda, el progresismo frentepopulista, jaleado por Iglesias, quien diciéndose de izquierdas, vive como un burgués, y es insuperable en agitar disturbios. Y, por supuesto, Arrimadas, que lleva tiempo extraviada en el país de las maravillas.

En política no basta con ser transparente, también hay que ser eficiente y valiente. Y Ayuso lo ha sido en beneficio de la ciudadanía. No ha dejado atrás a nadie, a diferencia del Gobierno de coalición en su nefasta gestión de la pandemia. Y con sus decididas y audaces medidas, la líder del PP ha ayudado y convencido a sus votantes. Se ha revuelto contra esa impostora altivez de un progresismo endiosado de superioridad intelectual y moral que no tolera al rival, desprendiéndose, al mismo tiempo, del habitual complejo de la derecha para disputarle a la izquierda la hegemonía del espacio público de las ideas. Por ello, la aversión del sanchismo hacia ella es tan descomunal como su ineficacia para resolver los problemas de los españoles.

Porque ese progresismo que malgobierna España no se ha detenido un solo día en su labor metódica de acoso y derribo de las instituciones, las tradiciones, las costumbres y las creencias. Ese progresismo, convertido en ideología al crear la izquierda coaliciones de víctimas, ha sustituido la desvencijada táctica marxista de la lucha de clases por un confuso amasijo de banderas como el multiculturalismo, el antirracismo, el feminismo, los derechos de los homosexuales, la ideología de género, el ecologismo, el animalismo o la memoria histórica. Y claro, con tantos ismos, se olvidan de lo esencial: del trabajador, del autónomo, de los desempleados, del hambriento y hasta de los muertos.

Ayuso ha sabido retratar a esa izquierda progre emperrada en destruir la idea de que el hombre es un ser libre y, si además, puede prosperar por sí mismo, eso ya es letal para el progresismo, obsesionado todavía con la ocurrencia infumable de que solo la colectividad produce prosperidad. En Madrid no, porque es libre.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de mayo de 2021. https://www.elimparcial.es/noticia/225209/opinion/madrid-libre.html

¿Derecho a morir?

Moribundas estaban Plus Ultra, Abengoa y Duro Felguera cuando el Gobierno, en vez de aplicarles directamente la eutanasia, las revive con el estratégico pan para hoy y hambre para mañana de este progresismo blandengue que pretende eliminar el sufrimiento humano porque es antinatural. Ya puestos, eliminemos también la natural muerte a secas, sustituyéndola por una artificiosa muerte dulce. El Estado azucarero poniendo dulzura a la amargura de la muerte y animando a morir dulcemente.

La eutanasia es provocar intencionadamente la muerte de una persona, ya sea por compasión o piedad, evitando que el enfermo sufra, por eugenismo, eliminando a seres con taras y enfermedades, o por eficiencia presupuestaria, ahorrando el gasto sanitario superfluo. La Ley española dice recoger el supuesto compasivo. Pero una vez abierta una puerta, por ella entra todo. Deliberadamente, la reciente ley de eutanasia mete en el mismo saco al encarnizamiento terapeútico y a los cuidados paliativos. Aquél es un error de la medicina, que lleva a sus últimas consecuencias el principio de que la muerte es un fracaso, debiendo retrasarse el desenlace a toda costa. Es una terapia que ni sana ni reconforta al enfermo incurable que sufre grandes padecimientos. Por contra, los cuidados paliativos tratan el dolor, no al enfermo. Tratan los síntomas, prescriben fármacos analgésicos, y, lo más importante, dan apoyo psicológico o simplemente calor humano al paciente terminal. Por el que aún se puede hacer mucho y bien. La Ley no acepta el encarnizamiento terapeútico y acepta con la boca pequeña la medicina paliativa, a pesar de la eficacia de ésta en la fase terminal de una enfermedad irreversible. Pero cuando la vida se dirige a su final son los cuidados paliativos la solución. No el encarnizamiento terapeútico. Menos aún, la eutanasia.

Con la Ley, el médico, defensor y cuidador de la vida, queda degradado a mero asistente al suicidio, simple controlador del proceso y, quién sabe si, eficiente fiscalizador del gasto sanitario. Al ser el paciente quien decide y dispone la acción letal, el médico simplemente extingue la vida, da las instrucciones para matarse o supervisa el procedimiento para que ocurra sin dolor y sin fallos. El legislador quiere que todo sea muy profesional, nada aficionado. Por supuesto, que la intervención médica supervisa que se respete el antojo del yo o del familiar. Resultará difícil demostrar ese antojo de muerte. Hay días en que uno no está para nada, deprimido y queriendo morir. Una petición de muerte puede ser fruto de desesperada angustia y no de serena y verdadera elección. ¿Qué hacemos con quienes, sin padecer una patología letal y agresiva, permanecen “sepultados” en vida y también pretenden irse? ¿Que se vayan? La muerte es el único asunto humano que no tiene vuelta atrás.

Provocar la muerte de alguien no es ayudarle a que muera digna ni dulcemente. Es pura barbarie. Ingenuos y malvados se abrazan alborozados: ya hay derecho a morir. Sin ley que lo autorizara, quitarse la vida estaba mal visto. Con la ley, uno puede ya matarse tan ricamente. Además, como es la voluntad del paciente, quien terco y tozudo decide su muerte, uno puede cargarse al abuelo y volver del hospital casi tan satisfecho como quien vuelve de echar de comer a las gallinas. También los nazis aprobaron su ley de eutanasia. Reprochaban a la Iglesia que el concepto de la caridad cristiana, al propugnar el cuidado de los físicamente débiles e inválidos, provocaba la degeneración nacional.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 21 de marzo de 2021. https://www.elimparcial.es/noticia/223345/opinion/derecho-a-morir.html

Libertades bajo sospecha

Tiene el progresismo cuando gobierna una irresistible tendencia a recrear un nuevo orden en el que albergar al hombre nuevo. Sus dirigentes inventan y descatalogan derechos con asombrosa frivolidad. Una mentira mil veces repetidas acabó convertida en derecho al aborto, arrumbando al derecho a la vida. Fue un escalón más en esa obra de albañilería laicista, cuya argamasa es la corrección política del lenguaje. Nos hallamos enfrascados en una guerra cultural que persigue invertir los valores del bien y del mal. Se cierne el tenebroso escenario anunciado por las brujas de Macbeth: “lo bueno es malo, y lo malo es bueno”. Es la fría e implacable intemperie del relativismo.

Un Gobierno, el de siempre, vuelve a practicar el acoso y derribo contra el derecho a la educación y la libertad de enseñanza. Va a ser verdad que con la izquierda en el poder, las libertades duran lo que las rosas: una mañana. La ministra de Educación y Cultura en magistral clase “teórica” niega reconocimiento constitucional a un derecho reconocido en la Constitución y en la Declaración Universal de Derechos Humanos: el derecho de los padres a la educación de sus hijos, el derecho a que éstos reciban la formación religiosa y moral de acuerdo con sus propias convicciones. Tratan de redefinir la Constitución y, de instrumento de concordia, travestirlo en triunfo de una ideología sobre el resto de la nación.

Para los arquitectos del nuevo orden resulta demasiado incómodo tolerar a ciudadanos que, como padres, desean educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. Sucede que en la inmensa mayoría de los casos, esas convicciones son las de la fe católica. El derecho a la educación no es la pieza a batir; lo es la libertad religiosa. Es la Cruz la que molesta a los guardianes del laicismo. Se libra una batalla ideológica con el fin de desterrar a los católicos de la vida pública obligándoles a replegarse a sus hogares y a las sacristías. Tratan de imponer que la religión es un asunto de conciencia recluido en la intimidad personal y no debe entorpecer la esfera pública. La libertad deviene en bulto sospechoso.

Como el progresismo bebe en las mismas fuentes del totalitarismo, juegan con una mano a perseguidores y con otra a liberales. Arremeten contra los católicos siendo  sumamente respetuosos con otras religiones. Postulan que la religión debe adecuarse al ámbito público pero se afanan por que en los comedores de las escuelas públicas el menú se adapte al Islam. El discurso hegemónico de la izquierda rezuma hipocresía, incoherencia y doble rasero. Sus voceros hoy afirman lo que niegan mañana. Hacen lo contrario de lo que predican. Defensores de los servicios públicos pero jamás usuarios del transporte colectivo. Partidarios de la enseñanza pública pero padres de alumnos de colegios privados. Cualquier día estos hipócritas y enemigos de la libertad intentarán persuadirnos de que la democracia no significa que los ciudadanos puedan votar. Ya lo intentaron y fracasaron detrás del telón de acero.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de noviembre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/207004/libertades-bajo-sospecha.html

Rebaño

El almirante Wilhem Canaris solía decir a sus amigos que cuando se cruzaran con un rebaño de ovejas no dejaran de hacer el saludo nazi. “Al fin y al cabo”, añadía con su característico humor, “nunca se sabe”. Canaris fue el personaje más desconcertante de la Alemania nazi. Jefe de la Abwehr, el servicio de espionaje militar alemán, y furibundo antihitleriano, sería arrestado por la Gestapo por su participación en la conjura contra Hitler del 20 de julio de 1944, y ejecutado el 9 de abril de 1945 en el campo de concentración de Flossenburg.

En su novela Final en Berlín escribe Heinz Rein que “por muy heterogéneos que fueran los elementos que convergieron en el Partido nazi antes de convertirse en el Partido del Estado, tenían un denominador común: todos ellos eran descarriados o estaban a punto de descarriarse”. Un conglomerado de aventureros desarraigados, violentos mercenarios, mafiosos de los bajos fondos, interesados con afán de notoriedad, arribistas sin escrúpulos que practicaron una violencia brutal sobre sus adversarios políticos tomando el control de las calles en las ciudades alemanas. Aquellos bárbaros militantes serían descritos atinadamente por Theodor Pliever en su libro Berlín: “Y ocurrió que Hitler al hacer redoblar el tambor en una época de crisis y de decadencia cultural se hizo con todos los que vivían sin ideales políticos y religiosos. Junto a él se agruparon los más diversos elementos de la decadencia y su presencia bastó para dispersar las tradiciones, que hasta entonces se habían mantenido intactas y fuertemente unidas”. Como cuenta Luis Abeytua en Lo que sé de los nazis, muchos de los jerarcas del hitlerismo procedían de las más humildes clases sociales, la mayoría carecían de un empleo estable y sus escasos méritos académicos o profesionales no bastaban para justificar su rápido encumbramiento. “Una histérica plebe parlamentaria” como denominó en su Diario de Berlín el periodista Wiliam Shirer a los seiscientos diputados que vestían camisa parda. “Nos han dirigido delincuentes y tahúres y nosotros nos hemos dejado conducir como ovejas al matadero”, puede leerse en la obra anónima Una mujer en Berlín.

Con su nihilismo absoluto, su técnica propagandística y su régimen de terror, Hitler logró el truco de prestidigitación de equiparar el nazismo con el pueblo alemán, convirtiendo a éste en un borreguil instrumento sin voluntad. Al control total sobre la opinión pública, se añadió el adoctrinamiento escolar. El mismo Shirer explica cómo se nazificaron las escuelas mediante la implantación de nuevos libros de texto nazis que falsificaron la historia, “hasta extremos que a veces son cómicos”. Se practicó, además, un socavamiento sistemático de la autoridad de los padres por parte de las Juventudes Hitlerianas. “Divisiones de individuos sin carácter a las órdenes de idiotas marcando el mismo paso”, como las definió Odon von Horvarth en Juventud sin Dios. La pertenencia a dicha organización desligaba al afiliado de cualquier relación familiar.

En la citada obra de Heinz, uno de los protagonistas inquiere a otro personaje: “¿No ha comprendido usted que uno de los primeros objetivos del nacionalsocialismo consiste en acabar con todas las relaciones personales y en lugar de éstas, aplicar un principio rígido?» En otro momento, el mismo protagonista afirma que el nacionalsocialismo es la suma de barbarie más técnica moderna como ideología. Quien fuera Ministro de Armamento de Hitler, el arquitecto Albert Speer, afirmó durante el proceso de Nuremberg, en el que fue condenado a veinte años de prisión, que “la de Hitler fue la primera dictadura de un Estado industrializado en estos tiempos modernos». Una dictadura que para ejercer el dominio sobre su propio pueblo, supo servirse a la perfección de todos los medios técnicos. Mediante la radio y el altavoz, ochenta millones de personas pudieron ser sometidas a la voluntad de un único individuo. Pero también el teléfono, el télex y la radio permitieron transmitir sin dilación las órdenes dictadas por la suprema jerarquía a los órganos inferiores donde fueron obedecidas ciegamente y sin cuestionarse debido a su elevada autoridad. Se hizo posible crear una extensa red de vigilancia de la población y conseguir un alto grado de confidencialidad de los actos criminales. Speer también afirmó que todos los Estados del mundo corren hoy el riesgo de caer bajo el terrorismo de la técnica, aunque en una dictadura ese peligro parece ineludible. Cuanto más se tecnifique el mundo, será más necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y el respeto de cada hombre a su propia dignidad.

Durante los años de la República de Weimar, nadie pensaba que Hitler, aquel “charlatán de cervecería”, llegaría a controlar Alemania y gran parte de Europa. Hubo mucha vacilación, candidez y cesiones entre los dirigentes alemanes de la época, que creyeron que podrían pararle los pies a aquel “pequeño cabo austríaco”, que siempre tuvo muy claro su objetivo. El presidente Hindenburg acabaría dándole el espaldarazo. Y la técnica le permitió culminar su sistema criminal. En tiempos como los actuales, debemos saber parar a tiempo a nuestros “pequeños cabos” y también liberarnos del control de la tecnología. Solo así evitaremos convertirnos en un manso rebaño.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 21 de febrero de 2021 https://www.elimparcial.es/noticia/222267/opinion/rebano.html