En la biblioteca del viejo castillo de Lebus se palpaba la honda preocupación impresa en aquellos cuatro rostros. Comprensible porque el enfermo presentaba síntomas graves. El americano fue el primero en hablar: “La economía no levanta cabeza y los confinamientos hacen la remontada imposible. La alarma se extiende entre los inversores. Hay razones para pensar que con el colapso económico en el horizonte China estará frotándose las manos. Otro Estado comprado a buen precio. Si ustedes, los europeos, no paran este disparate los daños serán irreversibles. Aunque ya no aspiramos a ser el gendarme del mundo, sin embargo nos preocupa la conexión de algunos dirigentes con tiranías como Irán y Venezuela; tanto nuestros agentes como los del Mossad llevan tiempo atentos”.
Seguidamente, tomó la palabra el representante de Francia. “El problema económico podría agravarse con el factor ideológico. El riesgo de un cambio de régimen con el socavamiento y desprestigio de instituciones básicas y con medidas de dudosa constitucionalidad, unido al peligro de desmembración del país pueden provocar una situación devastadora. Esto no se parece a aquella temeraria aventura de Grecia; allí se engendró solo resentimiento contra la Unión Europea, pero no se afiló el odio entre la propia ciudadanía ni entre los territorios, como está ocurriendo en España con ciertas políticas corrosivas y disolventes. Ni nosotros, ni la OTAN ni siquiera el mundo libre, pueden permitirse una España en los umbrales del totalitarismo que va resbalándose por una senda peligrosa hacia el precipicio de la división territorial, en caso de satisfacerse las ansias de los movimientos secesionistas”.
Con su habitual flema británica, el inglés replicó: “Dudo que los socialcomunistas permitan una Cataluña o un País Vasco independientes. ¿Es que ustedes no recuerdan la dictadura de Tito y su férreo control sobre aquel avispero de aspiraciones separatistas que era Yugoslavia? Además, ¿creen ustedes que los comunistas españoles van a permitir que decadentes burgueses de Pedralbes o estirados meapilas de Neguri controlen las zonas industriales y estratégicas de dichas regiones? Parecen aliados hoy. Mañana serían implacables enemigos”.
“Conoce usted muy bien a los españoles”, interrumpió el francés. “No. Conozco muy bien a los comunistas”, matizó el británico. “Y le diré más, me importa un bledo cómo organicen los españoles su casa; y hasta me resulta indiferente un Gobierno como el actual, presto al desquite guerracivilista y obsesionado con la revancha. No soy partidario de entrar en interioridades. Pero ya saben ustedes que nosotros, los británicos, forjamos imperios con criterios mercantiles. Consideramos la economía como la primera fuerza que mueve el mundo y siempre fue global. Con ese Gobierno socialcomunista tenemos, sin duda, un problema económico, no ideológico. ¿Es que no hay personas serias y de recto juicio en la izquierda española? Todos los pueblos han conocido a su vez, éxitos y reveses. En la manera que tienen de reaccionar es donde se muestran débiles o grandes. ¿Dónde está la inteligente sagacidad latina?
“Señores, España padece un problema económico, un problema social y un problema político”, dijo la única mujer presente, alemana por más señas, mientras depositaba un maletín metálico encima de la gran mesa de caoba que albergaba la reunión. “En mi opinión debemos aplicar la solución ya. Hay que desempolvar el manual de rescate. Europa sin Alemania no hubiera sido Europa. Europa sin España no es Europa. Al igual que sus respectivos países contribuyeron hace ahora setenta y cinco años a que la Alemania nazi perdiera la guerra ayudándonos luego a ganar la paz y librando a media Alemania del yugo soviético, hoy debemos impedir el hundimiento de España a manos de la demagogia socialcomunista y su posterior conquista económica por China”. La mujer prosiguió con gesto contundente: “Además, mi país tiene 40.000 millones de euros invertidos en España y no permitiremos que una incompetente gestión malogre nuestros intereses. Les digo más, mi sexto sentido me dice que no hay incompetencia sino perversión. Y yo jamás doy limosna a un mendigo para gastárselo en vicios. Y menos a un psicópata. La falta de escrúpulos tiene un límite cuando enfrente existe quien sabe contestar y está decidido a hacerlo. Si aspiramos a regir Europa o el mundo en torno a la mesa de una conferencia discutiendo los destinos de la humanidad y el porvenir de los pueblos no podemos permanecer ajenos a una tragedia. Y creo firmemente que sin negar protección y bienestar a un pueblo entero, hay que exigir cuentas a ciertos individuos”. “Estamos con usted, señora Canciller”, dijeron al unísono los tres hombres. Afuera amanecía y el cielo presentaba tonalidades naranjas y amarillentas que se reflejaban en las cristalinas aguas del Oder.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 18 de octubre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/217962/opinion/manual-de-rescate.html