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Madre y Señora Nuestra

Sucede en El cautivo, novela corta incrustada en la gran novela universal que es El Quijote: Zoraida, hermosa mora que con el ardiente deseo de hacerse cristiana abandona familia y hogar en Argel y desembarca en España para vivir una nueva fe, es presentada por su acompañante a los demás personajes de la narración por su nombre. Pero ella niega con la cabeza y grita: ¡María! ¡María! ¡Zoraida no! revelando así su devoción por Lela Marien, en lengua morisca, Nuestra Señora la Virgen María.

Entre sus vecinos de Nazaret, Jesús fue conocido como el “hijo de María”, la esposa de José, cumplidores ambos de la voluntad de Dios. Con salero jerezano, Pemán sostenía que el Arcángel San Gabriel es el primer cuerpo diplomático de la Historia. Desde el Anuncio, María siempre supo que su hijo concebido por obra del Espíritu Santo era el Mesías y Salvador. El nacimiento en un pesebre en Belén, la presentación en el templo en Jerusalén…María «guarda todas estas cosas en su corazón» (Lucas 2,51). Será en Caná, en unas bodas en las que escasea el vino, en donde la Madre revele la gloria de Jesús: “Haced lo que él os diga”. Y en aquél viernes de dolores, era María la Madre del crucificado y estaba junto a la CruzStabat iuxta crucem. Era y estaba. Era mujer con todos sus atributos: belleza, amor, ternura, maternidad, dignidad…Y estaba como madre donde debía estar. Madre y Señora del consuelo, esperanza y salvación.

Dice Vittorio Mesori que la cristología sin mariología termina en herejía. En el mundo frenético y en los tiempos azarosos en que vivimos, en donde unos van al psicoanalista y otros a la bola de cristal, es necesario vivir intensa y profundamente con espíritu sobrenatural la celebración de una solemnidad como la de la Inmaculada Concepción. Pensar que los dogmas de siglos anteriores no sirven en el presente es como sostener que una filosofía es cierta los lunes, pero no los martes, decía Chesterton. El estremecimiento ante lo santo es la vibración más humana que existe en el corazón del hombre, afirmaba Goethe. ¿Cuántas divisiones tiene el Papa? preguntó Stalin. El Santo Rosario, el arma más poderosa de los católicos y compendio de todo el Evangelio.

La efigie de María con el Niño en los brazos, que bendice en un gesto de serena majestad, hace más humano y divino al hombre. En Vidas Romanas, escribe Rubio Plo que una religión con un niño en brazos de su madre tiene que ser necesariamente una religión para el hombre. España es mariana (Tierra de María, la llamó el santo polaco). En Europa ondea una bandera azul con origen mariano. El continente americano es el continente de Nuestra Señora. María Virgen ha sido el instrumento para la renovación del mundo, la mediadora universal, puesto que nos dio al Salvador. Y nosotros, los creyentes, debemos lanzar resplandores que iluminen este mundo sombrío proponiendo a entendimientos y a corazones el cultivo de lo que constituye la dimensión más profunda del hombre: el sentido de lo trascendental, el culto a Dios.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 8 de diciembre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/207735/opinion/madre-y-senora-nuestra.html

La fiesta siempre a flote

El pasado mes de julio la Universidad Internacional Menéndez Pelayo celebró en Valencia un curso sobre tauromaquia. Participaron en el prestigioso foro personalidades relevantes que abordaron el toreo desde múltiples perspectivas: el periodismo, la literatura, la filosofía, el derecho,… Uno de los ponentes fue el Catedrático de Filosofía de la Universidad de París, Francis Wolff, que dejó dicha una frase recogida posteriormente por la prensa como un llamativo titular: «Sin un toro sometido es imposible el arte». Luego el toreo es un arte siempre y cuando el diestro someta al astado. La lidia del toro es una lucha a vida o muerte para ambos contendientes. Pero no es una lucha anárquica sino regulada hasta el más insignificante detalle.

Cuando el velaíno Juan de Dios Berraco, alias El Corchito, leyó la noticia que el corresponsal del diario El Mundo había titulado con las palabras de Wolff, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Inmediatamente le vino a la cabeza la frase que más de cincuenta años atrás había escuchado de boca del gran Antoñete. Impactado por lo que decía el rotativo, salió a la terraza del bar Oeste y se sentó  a la sombra, pues la mañana de julio, aunque fresquita, ya anunciaba un día de calor próximo a los cuarenta grados. Pidió a Loren un café solo con hielo, activó su memoria y comenzó a recordar aquella inolvidable madrugada del 11 de septiembre de 1962 en que se la pasó en vela a causa de Antonio Chenel, Antoñete.

Aquél año, el alcalde de Velada, Primitivo Gómez Galán, conocido como Pivo, animado por el Secretario del Ayuntamiento, Crescenciano Díaz González, gran aficionado y sabio del toreo, organizó a beneficio de los pobres de la localidad un «grandioso festival taurino» con motivo de la festividad de la Patrona del pueblo toledano, la Virgen Nuestra Señora de Gracia. El cartel del día 10 de septiembre lo componían el valiente y aplaudido matador de toros, Antonio Chenel, Antoñete y el novillero Ricardo Corrochano. El día 11 correspondía el protagonismo al fino y elegante Luis Alfonso Garcés y a Fernando Berguice. En ambas corridas los astados, bravísimos novillos, pertenecían a la acreditada ganadería de D. Julio Buendía. Los diestros se vieron acompañados por los banderilleros Manolo Román, Manolo Yuste, José González, (Carnicerito), Francisco Escobar y Miguel Fernández, (Miguelillo). El Sobresaliente de Espada fue José Luis Sánchez.

Todo, absolutamente todo, lo recordaba «Juande El Corchito». Con más de tres cuartos de horas de antelación, se plantó en la plaza para asistir a la primera de las corridas y se deleitó con el toreo de Antoñete, que apuntó más que buenas maneras. Lo que Corchito no podía imaginar es que pasadas unas horas tras la lidia, debería ser el chofer del diestro desde Velada a Madrid a causa de una avería gorda en el automóvil de la cuadrilla de Antoñete. A Corchito no le importó privarse del gran baile en la plaza Mayor a pesar de que ya había acordado verse con Carmen «La navalqueña» en los primeros compases que tocara la Banda de Música. ¡Qué se apañe con el Teodorico! pensó varias veces Corchito cuando de madrugada atravesaba la no muy silenciosa Talavera de la Reina enfilando por la carretera general rumbo a la capital de España y llevando a tan apreciado pasajero. Sería a la altura de Maqueda cuando el torero, que no lograba conciliar el sueño, le preguntó ¿Cómo se llama, muchacho? Juan de Dios, maestro, pero en el pueblo me llaman Corchito. ¿Y eso? inquirió el diestro. Porque siempre que intentan hundirme, me vengo a arriba, señor, respondió Juande. Siempre salgo a flote, como si fuera un corcho. No me dejo someter, concluyó Corchito. Hace usted muy bien, dijo Antoñete. Así debe obrar siempre el hombre en la vida. No dejarse someter. Lo mismo, prosiguió el matador, en la lidia. No debemos someternos por el toro. Al contrario, es el diestro el que ha de someterlo pues de lo contrario el hombre sucumbe como creador y no hay espectáculo. Sin un toro sometido, no hay arte. A la altura de Alcorcón, ya clareaba y se podían ver las primeras luces madrileñas del Paseo de Extremadura. Corchito ya no se acordaba de Carmen la Navalqueña. Pero el trayecto desde su pueblo a Madrid conduciendo aquel Ford Vedette del 55, propiedad del alcalde Pivo, con Antonio Chenel, Antoñete de pasajero, no lo olvidaría nunca.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en Revista El Percal, de la fiesta taurina de Albacete en septiembre de 2014.