El pasado mes de julio la Universidad Internacional Menéndez Pelayo celebró en Valencia un curso sobre tauromaquia. Participaron en el prestigioso foro personalidades relevantes que abordaron el toreo desde múltiples perspectivas: el periodismo, la literatura, la filosofía, el derecho,… Uno de los ponentes fue el Catedrático de Filosofía de la Universidad de París, Francis Wolff, que dejó dicha una frase recogida posteriormente por la prensa como un llamativo titular: «Sin un toro sometido es imposible el arte». Luego el toreo es un arte siempre y cuando el diestro someta al astado. La lidia del toro es una lucha a vida o muerte para ambos contendientes. Pero no es una lucha anárquica sino regulada hasta el más insignificante detalle.
Cuando el velaíno Juan de Dios Berraco, alias El Corchito, leyó la noticia que el corresponsal del diario El Mundo había titulado con las palabras de Wolff, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Inmediatamente le vino a la cabeza la frase que más de cincuenta años atrás había escuchado de boca del gran Antoñete. Impactado por lo que decía el rotativo, salió a la terraza del bar Oeste y se sentó a la sombra, pues la mañana de julio, aunque fresquita, ya anunciaba un día de calor próximo a los cuarenta grados. Pidió a Loren un café solo con hielo, activó su memoria y comenzó a recordar aquella inolvidable madrugada del 11 de septiembre de 1962 en que se la pasó en vela a causa de Antonio Chenel, Antoñete.
Aquél año, el alcalde de Velada, Primitivo Gómez Galán, conocido como Pivo, animado por el Secretario del Ayuntamiento, Crescenciano Díaz González, gran aficionado y sabio del toreo, organizó a beneficio de los pobres de la localidad un «grandioso festival taurino» con motivo de la festividad de la Patrona del pueblo toledano, la Virgen Nuestra Señora de Gracia. El cartel del día 10 de septiembre lo componían el valiente y aplaudido matador de toros, Antonio Chenel, Antoñete y el novillero Ricardo Corrochano. El día 11 correspondía el protagonismo al fino y elegante Luis Alfonso Garcés y a Fernando Berguice. En ambas corridas los astados, bravísimos novillos, pertenecían a la acreditada ganadería de D. Julio Buendía. Los diestros se vieron acompañados por los banderilleros Manolo Román, Manolo Yuste, José González, (Carnicerito), Francisco Escobar y Miguel Fernández, (Miguelillo). El Sobresaliente de Espada fue José Luis Sánchez.
Todo, absolutamente todo, lo recordaba «Juande El Corchito». Con más de tres cuartos de horas de antelación, se plantó en la plaza para asistir a la primera de las corridas y se deleitó con el toreo de Antoñete, que apuntó más que buenas maneras. Lo que Corchito no podía imaginar es que pasadas unas horas tras la lidia, debería ser el chofer del diestro desde Velada a Madrid a causa de una avería gorda en el automóvil de la cuadrilla de Antoñete. A Corchito no le importó privarse del gran baile en la plaza Mayor a pesar de que ya había acordado verse con Carmen «La navalqueña» en los primeros compases que tocara la Banda de Música. ¡Qué se apañe con el Teodorico! pensó varias veces Corchito cuando de madrugada atravesaba la no muy silenciosa Talavera de la Reina enfilando por la carretera general rumbo a la capital de España y llevando a tan apreciado pasajero. Sería a la altura de Maqueda cuando el torero, que no lograba conciliar el sueño, le preguntó ¿Cómo se llama, muchacho? Juan de Dios, maestro, pero en el pueblo me llaman Corchito. ¿Y eso? inquirió el diestro. Porque siempre que intentan hundirme, me vengo a arriba, señor, respondió Juande. Siempre salgo a flote, como si fuera un corcho. No me dejo someter, concluyó Corchito. Hace usted muy bien, dijo Antoñete. Así debe obrar siempre el hombre en la vida. No dejarse someter. Lo mismo, prosiguió el matador, en la lidia. No debemos someternos por el toro. Al contrario, es el diestro el que ha de someterlo pues de lo contrario el hombre sucumbe como creador y no hay espectáculo. Sin un toro sometido, no hay arte. A la altura de Alcorcón, ya clareaba y se podían ver las primeras luces madrileñas del Paseo de Extremadura. Corchito ya no se acordaba de Carmen la Navalqueña. Pero el trayecto desde su pueblo a Madrid conduciendo aquel Ford Vedette del 55, propiedad del alcalde Pivo, con Antonio Chenel, Antoñete de pasajero, no lo olvidaría nunca.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en Revista El Percal, de la fiesta taurina de Albacete en septiembre de 2014.