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La toma de Madrid

Igual que Franco tomó Madrid, lo mismo pretende el Caudillo Sánchez. Con parte de guerra incluido porque va camino de la inmortalidad. Sus huestes aguardan en Cerro Garabitas a que aparezca él campeando a lomos de una tesis doctoral. Tan auténtica como un Comité científico asesorando al Ministro de Sanidad, que día tras día nos demuestra tener vacíos los aposentos de la cabeza. El doctorcito cum laude desprecia entrar en Barcelona o Valencia; tampoco en aquellas Comunidades Autónomas que, como Castilla La Mancha o Andalucía, padecen de tasas de contagios iguales o superiores a las de la capital. No. Nuestro Adonis suspira por Madrid. Y persigue doblegarlo como a una curva de cayetanos prevaliéndose de Comités de expertos ideológicos, todos ellos peritos en discordias y revanchas. Su terapia contra el virus sería azotarlo hasta que sangrara.

Quienes han fracasado en combatir la pandemia a lo ancho del territorio nacional, adoptando con impertinente retraso un revoltijo de medidas y contramedidas, propias de un mando político, y no científico, arrojando un saldo de 53.000 fallecidos, exigen ahora que en la Comunidad de Madrid se apliquen los métodos que ellos quieren. No velan por la salud, sino por el hundimiento de una región que es la locomotora de España. Para mayor desvergüenza, esbirros al servicio de su plan se aplican al desorden en las calles. Ya es lamentable que un presidente del Gobierno desempolve aquel traje de demagogo opositor que vistió contra Rajoy cuando lo del ébola para exhibirlo frente a una presidente regional. Y quizás, hasta de regional. Como él.


A los de Moncloa, algo les debe haber salido mal en sus maquinaciones e intrigas para que pisen el acelerador del enfrentamiento y la revolución tan a fondo. Negociar los Presupuestos con separatistas y terroristas, impedir al Rey asistir a un acto judicial en Barcelona, acercar presos etarras al País Vasco, preparar el indulto en favor de los golpistas, hasta cambiar al embajador en Venezuela. Todo en dos telediarios. Acciones todas ellas tendentes a dinamitar el régimen constitucional nacido de la Transición y cambiarlo por la “republiqueta” de Iglesias. Aderezado con frase lapidaria que, lejos de sonar a pronóstico deportivo, se revela como la reedición de una amenaza guerracivilista: “Ustedes no volverán al Consejo de Ministros”. No solo ese lenguaje de tipo achulado, también las mañas de estos gobernantes nos recuerdan a la peor tradición de soeces provocaciones propias de agitadores nazis y soviéticos encaramados en una tribuna. 

Ante la prensa, y tras la reunión en la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, dijo Sánchez: “La voluntad del Gobierno es respetar el ámbito competencial de Madrid. Estamos aquí para apoyar, ayudar, no para tutelar ni evaluar ni mucho menos para suplantar a Madrid, que tiene sus facultades reconocidas en la ley”. En el Quijote, para indicar que una cosa es mentira, se decía que la afirmaba Turpín. Debía ser éste un personaje cortado por el mismo patrón que el Caudillo Sánchez. 

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 27 de septiembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/217200/opinion/la-toma-de-madrid.html

Parece mentira

“Todo lo que es mentira es vejez”, decía el humanista Ramón Pérez de Ayala. Padecemos un Gobierno que se nos cae de viejo. Menos de un año al frente de los designios públicos y ya muestra síntomas de senilidad. Es una patología que se repite siglo tras siglo: un vacuo inconsolable al mando, que desprecia con insolencia cualquier asidero ético o contrafuerte moral. Y ante él, nadie osa tomar la palabra, porque se cree ungido por los dioses y en poder de la razón. Y claro, la discrepancia ya no se tolera. Para la disidencia prepararán vagones de ganado. Y cuando solo cabe la ciega obediencia, la verdad se ausenta, batiéndose en retirada y la mentira lo invade y ocupa todo, primando la sospecha sobre lo que ofende o cuestiona la hegemonía del mando.

Se dinamitan las líneas divisorias entre la verdad y la mentira. La mentira pasa ahora por verdad y la verdad por mentira. Zozobran las inteligencias y naufragan los corazones. “Anhelamos la verdad porque en nosotros tan solo encontramos la felicidad”, expresaba Pascal. Lo mismo les sucede a los mentirosos, que parecen instalados en una confiada y alegre felicidad. Ficticia felicidad porque no puede ocultarse el inenarrable cúmulo de gestión en miseria, ruina y muerte. Se dedican a instituir el odio y el revanchismo como método de conducta y la modorra y la anestesia como estrategia de manipulación. Y para hallar la verdad, su verdad, crean un ente que pretende ser verdadero haciéndonos comulgar con las ruedas de molino de que el camino más corto entre dos puntos es la línea curva y no la recta. No hay mayor engaño que la realidad que este desgobierno está deconstruyendo día a día a golpe de derribo contra la concordia y la legalidad.

Estos aprendices trapisondistas han puesto la nada en movimiento. Y ya son los primeros de la nada. A su antojo, despegan la historia del álbum callejero. Reforman la escuela sabiendo que, en virtud de ello, se harán con la juventud, y quien es dueño de la juventud no tiene por qué temer el mañana. Con desprecio, tachan y damnifican a las víctimas, mientras con tozudez ensalzan y justifican a los verdugos. En este reino de la inmoralidad sobresale la férrea tutela sobre un inerme grupo parlamentario ya enajenado, porque ha renunciado a hacerse preguntas temeroso o inquieto por las respuestas.

Quien monta un tigre no puede descabalgar cuando se le antoja, dice un proverbio indio. El final de esta trayectoria de ruina y llanto es el abismo. El hundimiento se percibe con exactitud porque la mentira pesa más que la verdad. Porque la injusticia disfrazada de justicia mona se queda. Ese vacuo inconsolable camina torcidamente con sus complejos, su resentimiento y su pedantería. Nos inunda con su gris mediocridad. Y con la voz que no influye, sino que imita al tonto de toda boda castiza, nos grita. “Viva yo”. Parece mentira. Pero es verdad.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de noviembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/218923/parece-mentira.html

Idioma

Si resulta difícil para un español que no habla inglés entender los créditos en la retransmisión televisiva de una final de Champion, para un español que no habla español será un galimatías ver un partido de Liga. El idioma, como la familia, es para toda la vida. No es algo material como el dinero, que está de paso, sino que es perenne e imperecedero y perdura en el tiempo. Sin embargo, quienes azuzan bajos instintos y promocionan cosméticas emociones pretendiendo imponerlas sobre la razón y la cultura utilizan el idioma como material de construcción para levantar muros, incomunicar personas y marcar diferencias entre ellas. El resultado es una bárbara destrucción de la convivencia familiar y social, en suma de la libertad. Dice Applebaum en El Telón de acero que antes de que una nación pueda ser reconstruida, primero sus ciudadanos tienen que entender cómo se destruyó, cómo se debilitaron sus instituciones, cómo se pervirtió su lenguaje, cómo se manipuló a su gente.

Para los españoles, el idioma ha sido siempre una forma de inmortalidad. Es la proa verdadera de nuestras constructivas misiones de anchura universal. Es aquello que ensancha el horizonte al pensamiento y a la ciencia, en suma, al progreso de la Humanidad. El idioma ha sido y es nuestro tesoro y también el de nuestra numerosa familia de América. Para un español que ha estudiado latín, es fácil saber que la palabra inglesa “mob” se traduce como “multitud”, e ingresa en el idioma británico como una abreviatura de la frase latina “vulgus mobile”, que significa “populacho excitado”. Quien haya leído El Quijote sabrá que “estar hecho un zaque” significa en la provincia de Toledo que uno está borracho, porque un zaque es un recipiente parecido al odre de cuero que contiene vino. Asimismo, “descubrir tierra” tal y como aparece en la universal obra de Cervantes, no es exactamente lo que hizo Rodrigo de Triana, marinero de la Pinta frente a las costas americanas, sino inquirir lo que puede haber en un negocio, como hacen en la guerra los adalides, que van a enterarse de lo que hay. Como los rastreadores de hoy que otean el nivel de contagios en la guerra contra el virus. También son necesarios rastreadores de la libertad en la lucha contra la tiranía.  

Nunca sufrirá una generación una hecatombe cultural y desde tamaña altura de odio y resentimiento como la que vivirá la próxima generación de españoles al arrebatarles el derecho a conocer su propia lengua. Será una evidencia de lo frágil y destructible que es el hombre ante un poder político autoritario. Pero como escribió Angel Ganivet en Idearium español, el poder político tiene la fuerza, pero la fuerza es flor de un día. En definitiva, lo que triunfa es la idea. Y es preciso adherirse serena e inmutablemente a las ideas, en la convicción de que ellas solas se bastan para vencer cuando deben vencer.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 8 de noviembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/218708/opinion/idioma.html

Echarse al monte

“Pepe, ¿no nos encontraremos a nadie?” pregunta con miramientos la esposa al marido, ambos progresistas, al cruzar la verja del colegio privado y católico al que acuden a matricular a sus hijos. Algo de furtivo y, a la vez, teatral e hipócrita sobresale en el espíritu progresista que, en el fondo, anhela vivir como un tío rico y de derechas. De ahí, su propensión a cogerse “perras” a la hora de acostarse pensando en lo bien que viven los capitalistas.

Cuando llega el ansiado día en que alcanza a disfrutar de un nivel de vida propio de un burgués, el progresista donde dije digo, digo Diego. De puertas adentro no le preocupa rebajar su ideal de modelo de sociedad. Pero de puertas afuera, se apresura a condenar a la inmensa mayoría social con la mediocridad gris del igualitarismo, advirtiendo de la maldad que se esconde tras las sociedades libres. Con el progresismo en el poder, la libertad dura lo que las rosas: una mañana.

Indigente en aportar soluciones, el progresismo siempre está presto a inventar problemas allí donde no los hay. Con su petulancia ideológica, acostumbra a tirar el dinero ajeno, velando por su comodidad y seguridad por encima de la justicia, y por su bien privado por encima del bien común. En España, cada cierto tiempo el progresismo, con su partidismo miope, cicatero y trasnochado, sale de excursión por los Cerros de Ubeda. Se echa al monte y pone el caserón patrio patas arriba levantando una polvareda de sectarismo, anticlericalismo y revanchismo. Otra vez fuera de sitio, otra vez fuera de sí. Ahora le ha dado por la matraca del hombre nuevo, que no tiene nada de nuevo, sino que supone un paso más hacia el pasado. Ya Napoleón exigía suprimir la tutela de la Iglesia sobre la enseñanza, para sustituirla por la intervención del Estado laico, nada neutral, tampoco imparcial, que pretendía imponer un dominio sutil pero brutal sobre la infancia y la juventud. Ese pretendido hombre nuevo fue proclamado por Fichte en su “Discurso a la nación alemana”, proyectado por los nazis con sus Hitlerjugend  e implantado por Mao Tse Tung a través de su revolución cultural, imitada por los dirigentes separatistas antiespañoles.

En todos los casos de estatificación de la enseñanza, el denominador común ha sido la anulación del derecho de los padres  a educar a sus hijos. Arrebatarles la autoridad para que sea detentada por el Estado, quebrando la figura del padre, de la familia y, por supuesto, de la Iglesia, que es a la vez, madre y familia. Otra vez el progresismo erigiendo la figura del Estado docente para modelar a nuestros hijos con el objetivo, no de enseñar, sino de adoctrinar. No de hacer ciudadanos más cultos o más sabios, sino, como decía Marcel Clèment, “rehacer la sociedad con millares de amnésicos borrando la memoria de la humanidad y destruyendo la herencia intelectual ”. Con todo, el peligro mayor es la indiferencia colectiva.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 22 de noviembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/219152/opinion/echarse-al-monte.html

Empresarios

Tocado, esperemos que no hundido, saldrá el sector empresarial de esta trágica pandemia. A las bajas producidas en sus filas por el letal virus, hay que sumar cuantiosas bajas en el Registro mercantil por la drástica paralización de la economía. Malas noticias para España al restar potencia a un extraordinario motor de creación de empleo y riqueza. Y pésimos augurios al hablar el irresponsable Iglesias de nacionalización de la actividad económica.

Históricamente, empresario y hombre de negocios nunca gozaron de buena prensa ante la izquierda. Desde su oprimida visión manchesteriana, el comunismo siempre los señaló para sentarlos en el banquillo de los acusados. En un libro escolar de la Rumanía comunista, bajo el epígrafe “Cómo trabajaban antes los obreros”, se proponía a los alumnos un ejercicio de redacción en el que desarrollar el siguiente esquema: Un obrero es aplastado por una viga que le cae encima. El patrono, mientras fuma un cigarro, dice: “¡Diablo! ¡Se fastidió la viga!». Posiblemente haya crueles empresarios, igual que crueles ingenieros, médicos, abogados o funcionarios. La experiencia también demuestra que un comisario del pueblo (gerente estatal, eufemísticamente hablando), resultaba mil veces más duro que un patrono. Por no remontarnos a la cúspide de la terrorífica nomenclatura soviética sobre la que Nikita Kruschev contaba que cuando Stalin nos llamaba a su despacho no sabíamos si saldríamos de allí con vida.

El propietario particular, hoy autónomo, también fue perseguido por el comunismo, para quien la producción a pequeña escala engendraba burguesía y capitalismo. De ahí, su aversión hacia los pequeños negocios y su pretensión de exterminio del comercio minorista, ya que una economía planificada era, según sus disparatadas consignas, una forma superior de economía popular al estatificar industrias y comercio. Nuevamente, la práctica evidenció que el intervencionismo y la escasez son inseparables, mientras que la libertad es indicio claro de abundancia.

La socialdemocracia, en su versión más sectaria y de visión raquítica, tampoco considera a la iniciativa privada una fuente de progreso para la nación. Partidaria del dirigismo frente a la libertad económica, coexiste pero no convive armónicamente con los empresarios despreciando de modo obsesivo el principio básico para la prosperidad económica: es mejor aumentar la producción que distribuir la renta. El igualitarismo siempre ha sido la peor enfermedad socialdemócrata, a pesar de que un socialista como el francés Marcel Sembat dijera en 1914 que equiparar las fortunas por medio de impuestos equivaldría a intentar allanar el Mont Blanc con una apisonadora.

No resulta extraño que desde el Gobierno se insista puerilmente en una impertinente contraposición entre trabajadores y empresarios. Consecuencia de esa incoherencia de la vieja escuela progresista consistente en pedir unidad a toda una nación y promover nefastos antagonismos entre ideologías, clases y territorios. Cuando Sánchez invoca el Plan Marshall o los Pactos de La Moncloa, aún suponiendo que hable con la buena fe de un maestro de escuela, cabe preguntarse, no si sabe en qué consistieron aquellas iniciativas, sino si su vicepresidente Iglesias lo sabe.  

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 5 de abril de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/211808/empresarios.html

Café

El CAFÉ lo inventó la Falange como contraseña entre los suyos: Camarada Arriba Falange Española. Lo mismo el café es facha, salvo que sea Marcilla o Saimaza. El café se empleó como arma política contra Winston Churchill por Lady Astor, primera mujer en ocupar escaño en la Cámara de los Comunes, y que, saturada por el mordaz lenguaje del dirigente británico, espetó a éste: Si usted fuera mi marido, le echaría veneno en el café. Con su ágil dialéctica, Churchill respondió: Señora, si usted fuera mi esposa, me lo bebería. Hay marcas cafeteras que son caramelos envenenados y no se quieren ni regalás. Marcilla y Saimaza circulan malditas por redes sociales como sinónimos de Sodoma y Gomorra, Bonny and Clyde o Hitler y Stalin. Un torpe directivo del grupo cafetero, independentista catalán en el fuero interno de las opiniones personales, ha certificado que los españoles somos fascistas. Churchill dijo que los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas. Los cafés echan humo, las cafeteras silban como locomotoras y el pobre directivo parece un hombre solo, cortado y manchado que acabará tostado. A Marcilla y Saimaza les ha salido un grano y no precisamente de café en las ventas y tendrán que torearlo. Libertad de expresión y libre mercado.

Muchas ideas que han conformado la Europa actual se pensaron y repensaron en las terrazas y a través de los ventanales de los cafés. Vargas Llosa tiene escrito que Europa es ante todo un café donde se escribe poesía, conspira y filosofa. El café de París, el de Viena, el Gerbeaud de Budapest, el irlandés, el Gijón. Coincidiendo con el nacimiento de éste, el separatismo comenzó a ser en España una enfermedad nacional. Tras cien años, continúa siéndolo, agravada por convulsiones golpistas provocadas, quizás, por la cafeína. Hay personas que tienen muy mal beber, otras muy mal café y las hay también con muy mala leche. Que los españoles somos fachas no es novedad. Empezamos siéndolo con los reyes godos y nos ratificamos en ello bajo el reinado de los Reyes Católicos, que sellaron la unidad de España con el yugo y las flechas, otro invento falangista. Fuimos fachas con orgullo al echar a los franceses de nuestro suelo. Continuamos siéndolo durante la II República, que vino porque Alfonso XIII se fue. Nuestro fascismo se refinó con la democracia, traída gracias al Rey Juan Carlos, sucesor de Franco, Adolfo Suárez, que vistió camisa azul, y Miguel Primo de Rivera, sobrino del fundador de la Falange. Sí, toda España es un facherío tal, que una ardilla puede ir de Barcelona a Cádiz saltando de brazo alzado en brazo alzado. A los españoles nos encanta montar el Belén en Navidad, salir de procesión en Semana Santa, ir a los toros en la feria, colgar la enseña nacional en el balcón, animar a nuestra Selección en el Mundial o leer el Marca o el As mientras nos tomamos un café, pero no de Marcilla ni Saimaza. ¿Cómo no vamos a ser fachas?

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 8 de abril de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/188486/opinion/cafe.html