“Todo lo que es mentira es vejez”, decía el humanista Ramón Pérez de Ayala. Padecemos un Gobierno que se nos cae de viejo. Menos de un año al frente de los designios públicos y ya muestra síntomas de senilidad. Es una patología que se repite siglo tras siglo: un vacuo inconsolable al mando, que desprecia con insolencia cualquier asidero ético o contrafuerte moral. Y ante él, nadie osa tomar la palabra, porque se cree ungido por los dioses y en poder de la razón. Y claro, la discrepancia ya no se tolera. Para la disidencia prepararán vagones de ganado. Y cuando solo cabe la ciega obediencia, la verdad se ausenta, batiéndose en retirada y la mentira lo invade y ocupa todo, primando la sospecha sobre lo que ofende o cuestiona la hegemonía del mando.
Se dinamitan las líneas divisorias entre la verdad y la mentira. La mentira pasa ahora por verdad y la verdad por mentira. Zozobran las inteligencias y naufragan los corazones. “Anhelamos la verdad porque en nosotros tan solo encontramos la felicidad”, expresaba Pascal. Lo mismo les sucede a los mentirosos, que parecen instalados en una confiada y alegre felicidad. Ficticia felicidad porque no puede ocultarse el inenarrable cúmulo de gestión en miseria, ruina y muerte. Se dedican a instituir el odio y el revanchismo como método de conducta y la modorra y la anestesia como estrategia de manipulación. Y para hallar la verdad, su verdad, crean un ente que pretende ser verdadero haciéndonos comulgar con las ruedas de molino de que el camino más corto entre dos puntos es la línea curva y no la recta. No hay mayor engaño que la realidad que este desgobierno está deconstruyendo día a día a golpe de derribo contra la concordia y la legalidad.
Estos aprendices trapisondistas han puesto la nada en movimiento. Y ya son los primeros de la nada. A su antojo, despegan la historia del álbum callejero. Reforman la escuela sabiendo que, en virtud de ello, se harán con la juventud, y quien es dueño de la juventud no tiene por qué temer el mañana. Con desprecio, tachan y damnifican a las víctimas, mientras con tozudez ensalzan y justifican a los verdugos. En este reino de la inmoralidad sobresale la férrea tutela sobre un inerme grupo parlamentario ya enajenado, porque ha renunciado a hacerse preguntas temeroso o inquieto por las respuestas.
Quien monta un tigre no puede descabalgar cuando se le antoja, dice un proverbio indio. El final de esta trayectoria de ruina y llanto es el abismo. El hundimiento se percibe con exactitud porque la mentira pesa más que la verdad. Porque la injusticia disfrazada de justicia mona se queda. Ese vacuo inconsolable camina torcidamente con sus complejos, su resentimiento y su pedantería. Nos inunda con su gris mediocridad. Y con la voz que no influye, sino que imita al tonto de toda boda castiza, nos grita. “Viva yo”. Parece mentira. Pero es verdad.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de noviembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/218923/parece-mentira.html