Si resulta difícil para un español que no habla inglés entender los créditos en la retransmisión televisiva de una final de Champion, para un español que no habla español será un galimatías ver un partido de Liga. El idioma, como la familia, es para toda la vida. No es algo material como el dinero, que está de paso, sino que es perenne e imperecedero y perdura en el tiempo. Sin embargo, quienes azuzan bajos instintos y promocionan cosméticas emociones pretendiendo imponerlas sobre la razón y la cultura utilizan el idioma como material de construcción para levantar muros, incomunicar personas y marcar diferencias entre ellas. El resultado es una bárbara destrucción de la convivencia familiar y social, en suma de la libertad. Dice Appelbaum en El Telón de acero que antes de que una nación pueda ser reconstruida, primero sus ciudadanos tienen que entender cómo se destruyó, cómo se debilitaron sus instituciones, cómo se pervirtió su lenguaje, cómo se manipuló a su gente.
Para los españoles, el idioma ha sido siempre una forma de inmortalidad. Es la proa verdadera de nuestras constructivas misiones de anchura universal. Es aquello que ensancha el horizonte al pensamiento y a la ciencia, en suma, al progreso de la Humanidad. El idioma ha sido y es nuestro tesoro y también el de nuestra numerosa familia de América. Para un español que ha estudiado latín, es fácil saber que la palabra inglesa “mob” se traduce como “multitud”, e ingresa en el idioma británico como una abreviatura de la frase latina “vulgus mobile”, que significa “populacho excitado”. Quien haya leído El Quijote sabrá que “estar hecho un zaque” significa en la provincia de Toledo que uno está borracho, porque un zaque es un recipiente parecido al odre de cuero que contiene vino. Asimismo, “descubrir tierra” tal y como aparece en la universal obra de Cervantes, no es exactamente lo que hizo Rodrigo de Triana, marinero de la Pinta frente a las costas americanas, sino inquirir lo que puede haber en un negocio, como hacen en la guerra los adalides, que van a enterarse de lo que hay. Como los rastreadores de hoy que otean el nivel de contagios en la guerra contra el virus. También son necesarios rastreadores de la libertad en la lucha contra la tiranía.
Nunca sufrirá una generación una hecatombe cultural y desde tamaña altura de odio y resentimiento como la que vivirá la próxima generación de españoles al arrebatarles el derecho a conocer su propia lengua. Será una evidencia de lo frágil y destructible que es el hombre ante un poder político autoritario. Pero como escribió Angel Ganivet en Idearium español, el poder político tiene la fuerza, pero la fuerza es flor de un día. En definitiva, lo que triunfa es la idea. Y es preciso adherirse serena e inmutablemente a las ideas, en la convicción de que ellas solas se bastan para vencer cuando deben vencer.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 8 de noviembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/218708/opinion/idioma.html