Archivo por meses: mayo 2022

Pastores, líderes

España está tan vaciada que apenas quedan pastores o líderes. Son lo mismo. Los pastores atesoran cualidades de líder. No viceversa. Tienen los pastores buenos andares y excelente vista. Promover y dirigir una empresa requiere estrategia y audacia. Mirada larga y paso corto. Una y otro tienen los pastores para dar y tomar. Vísteme despacio que tengo prisa. “Con la prisa de un sastre en vísperas de pascuas”, se lee en El Quijote para sinonimizar al apresurado, al precipitado, al alocado. “Los ojos sirven para algo más que para mirar, para algo que parece lo mismo y que no es lo mismo: para ver”, escribió el insigne Ruano en sus habituales columnas.

Los pastores son no eruditos, sino cultos porque conocen su entorno, que cultivan con frecuencia. Miran al cielo y saben si lloverá o hará calor. Granizará, helará o habrá ventisca. Curan heridas cicatrizándolas a base de naturaleza; algo de curanderos tienen. Son sencillamente, unos personajes singulares. No en vano, fueron los primeros en conocer aquél gran acontecimiento que partirá en dos el calendario de la Humanidad, antes y después de Cristo. “A Belén pastores”, canta el villancico. Y hasta David, vencedor ante Goliat, era un humilde pastor. Eso no quita para que algunos estén en Babia: Aquellos pastores originarios de dicha villa que descendían desde León hasta Extremadura y la Andalucía Occidental por la cañada leonesa, en busca de zonas de herbaje para sus rebaños. En las noches claras ante la hoguera, quedaban ensimismados observando la luna y las estrellas. Uno de sus compañeros advertía: “¿Qué le pasa a ese?”. “Déjalo, que está en Babia”, decía otro, que le sabía acordándose de su tierra.

Ser pastor es vocacional. Viriato, aquél caudillo lusitano que se resistió a la dominación romana de la Península, era pastor; y tanto le satisfacía su labor pastoril que prefirió volver con su rebaño antes que seguir guerreando. Pero terminó siendo asesinado por la traición de los suyos. Ser pastor encierra algo de liderazgo. Sobre todo por la humildad y el servicio que atesora. “Humus” significa suelo. Nadie mejor que un pastor para estar pegado al terreno. Qué mayor servicio que el dirigir a un puñado de bocas hambrientas hacia mejores lugares para saciar el hambre. En nuestros clásicos el campo es soledad. ¿Y qué es el liderazgo, sino soledad? Hay una literatura de hondo arraigo entre nosotros, con su plasticidad musical, pastoral y campestre, de siembra y siega. Lo bucólico y pastoril está presente en Cervantes. Leguas de campiña y millones de españoles que aran su vega, escardan su huerta y empujan su ganado en la dehesa. En tiempos como los de ahora, que padecemos esa España rural vaciada y huérfana de líderes, cobran vigor las palabras de Ortega y Gasset: “No creo posible otro camino para llegar a la prosperidad de España que el que pasa por el campo”. No nos engañemos, unos hombres sirven para pastor, otros para mastín de ganado. Nos faltan líderes y pastores. Son lo mismo.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 1 de mayo de 2022 https://www.elimparcial.es/noticia/238392/pastores-lderes.html

¿Por qué la dictadura del algoritmo te convierte en un mono?

¿En qué se parece la corrección política a una jaula de monos?

¿En qué se parece la teoría de la superioridad de la raza aria a la ideología de género?

¿Por qué lo peor de la memoria no es el olvido sino el pasado amañado?

¿Por qué los falsos profetas del apocalipsis tienen interés en atemorizarte ?

Te lo contamos en Libercast, el espacio donde librar la batalla de las ideas por el rearme moral y la defensa de la libertad.

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Esquizofrenia diabólica

En el período de entreguerras, mientras la democracia era un anatema, los totalitarismos estaban de moda. El nazismo hacía furor entre quienes veían en Hitler el mejor freno a la expansión del comunismo soviético. Al entusiasmo de los partidos europeos afines, se sumaba el agrado con que el jerarca nazi era visto por parte de la opinión pública y de los sectores industriales de EEUU. Hasta la revista Time le nombró personaje del año en 1938, por haber devuelto a Alemania a un lugar destacado en el concierto internacional. Sin embargo, ya por entonces ocurrían sucesos inquietantes bajo el régimen nazi. Cuando en 1945 se descubre el horror de los campos de exterminio, una ola de remordimiento sacudió la conciencia de muchos espíritus.

El comunismo estalinista con sus brutalidades y terror no le iba a la zaga al nazismo. Durante apenas dos años, de agosto de 1939 a junio de 1941, Hitler y Stalin fueron aliados. Incluso, el dictador soviético felicitó al alemán al tomar éste París en junio de 1940. Cuando se firmó el Pacto Molotov-Ribbentrop en 1939, la esquizofrenia se apoderó de muchos de los seguidores de uno y de otro totalitarismo. Cuenta Anne Applebaum en El telón de acero que tras ese pacto con la Alemania nazi, el comunismo protagonizó el mayor ejercicio de incoherencia. De la noche a la mañana los partidos comunistas de todo el mundo recibieron la orden de atenuar sus críticas al fascismo y abandonar los frentes populares. La propia Komintern se sumió en la esquizofrenia y en Moscú se hicieron grandes esfuerzos para mantener la moral. Sería la invasión de la URSS por Alemania en 1941, la que devolvió el sosiego a la Komintern, que ordenó retomar los frentes nacionales con socialdemócratas, centristas y hasta capitalistas burgueses para derrotar a Hitler.

Una alianza contra natura que se prolongó en los frentes de batalla durante la II Guerra Mundial. Las democracias occidentales lucharon codo con codo con la URSS para derrotar a Hitler. Cuando se acercaba el final de aquella conflagración, Churchill, persuadido ya de cómo se las gastaban los soviéticos, pronunció una de sus clarividentes frases: “Hemos combatido a un demonio aliándonos con otro demonio”. La consecuencia fue una Guerra fría hasta que se derribó el muro de Berlín. Se recrea hoy un escenario demoníaco y plagado de contradicciones. Existe una corriente de opinión, extremista y antidemócrata, que enaltece a Putin como líder capaz de evitar la decadencia de una Europa engullida por el denominado “globalismo”, a cuya cabeza se situaría el siniestro George Soros. Afectados de esquizofrenia algunos justifican la terrible invasión rusa de Ucrania alegando que es un acto en legítima defensa. No nos vamos a asombrar ahora de la obra de albañilería laica que desde hace varios años viene diseñando la ONU a base de escuadra y compás. Y quizás Soros ande en ello. Pero mal hacen algunos aliándose con un diablo en su afán de combatir a otro diablo. Es doctrina cristiana que el fin no justifica las diabluras.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 10 de abril de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/237683/opinion/esquizofrenia-diabolica.html

Frankenstein

Cuando Sánchez viajó a Kiev a entrevistarse con Zelenski, lo primero que preguntó al verle fue “¿Qué tal duermes, Volodímir?” Antes de que el presidente ucraniano pudiera responderle, Pedro ya le estaba lanzando su perorata: “Yo no puedo dormir, Volo. No te lo vas a creer, pero para mi desgracia tengo sentadas en el Consejo de Ministros a dos insensatas comunistas que me están haciendo la vida imposible y no logro pegar ojo. Primero, me afearon que me pusiera de tu parte en esta guerra contra Putin. Luego, no apoyaron mi decisión de enviaros armamento, porque una medida así, dijeron, conduce a más muertes y a más sufrimiento. Fíjate, Volo, qué mujeres tan extrañas, la Montero y la Belarra, que no están de acuerdo con mi Gobierno, pero siguen en mi Gobierno. ¿A que no das crédito? ¿Recuerdas el día en que pronunciaste tu discurso ante nuestro Parlamento? Pues más de lo mismo. Mi Secretario de Estado para la Agenda 2030, otro disparatado comunista y, además, bolivariano, te negó el aplauso tras tus palabras y algunos de sus camaradas se ausentaron del acto, según ellos, por “conciencia antifascista” y te acusaron, agárrate Volo que vienen curvas, te acusaron de ser un peligro para la paz. ¡Tú un peligro para la paz! ¡Por Dios en qué mundo viven! Pero ¿cómo no ver la tremenda injusticia que Putin está cometiendo contra el pueblo ucraniano?

Pero no acaban ahí mis disgustos, en estos momentos en que he venido a mostrarte mi apoyo, jugándome la vida, Volo, como cuando visité aquella convulsa Barcelona, que tuve que llevar a mis escoltas armados hasta los dientes, resulta que a mis dos ministras disidentes no se les ocurre otra cosa que firmar, junto con toda esa tropa de radicales de izquierda, comunistas, proterroristas y separatistas, un Manifiesto por la Paz plena y duradera en Ucrania, en el que se cita solo al invadido, o sea a ti, pero no al invasor, como queriendo pasar por alto quién empezó la guerra. Sí, ya sabes, como esos panfletos pseudopacifistas muy al estilo de los soviéticos durante la Guerra Fría, que servían para que aquella ingenua izquierda europea danzara al son que marcaba el Kremlin, como verdaderos lobos bajo piel de cordero. Pues estos necios de ahora con las mismas ocurrencias de las de antes. Pero a mí, Volo, no me engañan. Que sé muy bien con quienes me la estoy jugando. Pero, claro, con tanta demagogia me sacan de mis casillas y no puedo conciliar el sueño. A duras penas, en el avión he logrado dar una cabezadita. Pero yo así no puedo. De verdad, créeme, Volo, no puedo más. Por cierto, Volo, hablando de otra cosa ¿quiénes llevan tu campaña de imagen? Porque francamente son muy buenos”.

Al instante Zelenski respondió: “Yo mismo cuido mi imagen procurando basarla en la coherencia, sin ser veleta, y en la verdad, sin ser farsante. Por cierto, Pedro, ¿Por qué en España te llaman Frankenstein, con lo apuesto que tú pareces?

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 24 de abril de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/238153/opinion/frankenstein.html

Ni verdad ni libertad

En plena dictadura nazi, durante una representación en Hamburgo del Don Carlos, drama escrito por Friedrich Schiller, al decir el Marqués de Posa: “Señor, conceded libertad de pensamiento”, hubo por parte del público un aplauso de varios minutos. Al día siguiente, el don Carlos fue retirado de todos los teatros de Alemania. Algo parecido ocurre en las actuales sociedades democráticas con esa tiranía censora de la corrección política que se dedica a acallar la libertad de expresión y a silenciar al discrepante de la mayoría. El resultado es un mundo en donde no se permite a la gente pensar ni decir lo que uno piensa, si no es manejando palabras, datos o información previamente acordada y validada por el ortodoxo discurso cultural dominante. De forma que si algún osado se atreve a pensar por cuenta propia y a decir lo que piensa, es declarado subversivo y proscrito, siendo cancelado y condenado al ostracismo y a la muerte civil. Sin duda, la corrección política dinamita la democracia porque fulmina la igualdad ante la ley, vulnera la libertad de expresión y anula la presunción de inocencia, piezas todas básicas en un Estado de Derecho.

¿Qué es, cómo surge y actúa este virus que está infectando la cultura de la milenaria civilización occidental? Como bien puntualiza Darío Villanueva en su obra Morderse la lengua. Corrección política y posverdad, “estamos ante una forma posmoderna de censura que, al menos inicialmente, no tiene su origen, como era habitual, en el Estado, el Partido o la Iglesia, sino que emana de una fuerza líquida o gaseosa hasta cierto punto  indefinida, relacionada con la sociedad civil. Pero no por ello menos eficaz, destructible y temida”. Con un sustrato ideológico de raíz netamente marxista, la corrección política nace en la década de los setenta en los campus universitarios de Estados Unidos, con el fin excluir ciertos usos lingüísticos considerados como tendenciosos contra etnias y minorías. Y lo que empieza como un movimiento de apariencia respetuosa hacia el multiculturalismo se convierte, según Michael Burleigh, en una ideología maniquea cuando “la izquierda hizo un cínico cálculo para crear coaliciones de víctimas”. Por eso, la llamada victimofilia ha sido uno de los cimientos más sólidos en la construcción de la corrección política. Aquel viejo grito de ¡Proletarios de todo el mundo, uníos! ha sido sustituido por otro más novedoso: ¡Oprimidos de todo el mundo, uníos! Y si ellos no se unen, se encarga de unirlos la teoría de la interseccionalidad, introducida en la década de los ochenta por la activista y profesora de Derecho, Kimberle Williams Crenshaw, que sostiene que “el racismo, el sexismo, la xenofobia, la transfobia y otras formas de opresión son el resultado de la intersección de diversas formas de discriminación”. Posteriormente, este fenómeno corrector de las palabras o guerra de las palabras, al decir de Sarah Dunant, comienza a impregnar grandes espacios de la vida pública, desde la política a la economía, pasando por la ciencia, la educación y los medios de comunicación. Se generaliza como una corriente en defensa de minorías, en concreto, raciales y sexuales, empeñada en viciar el lenguaje con tintes excluyentes y liberticidas y al servicio de intereses políticos. Y en un claro abuso de poder, sus partidarios, erigiéndose en histéricos e iracundos guardianes del idioma, atribuyen de forma autoritaria a las palabras el significado caprichoso y sectario por ellos deseado. Toda una ingeniería semántica al servicio de una forma de censura, pero también de dominación. ¡Qué razón tenía George Orwell cuando afirmaba que el lenguaje es una poderosa herramienta para cambiar la sociedad! Insiste en ello Ludwig Wittgenstein en su Tratado Lógico Filosófico al aseverar que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Hoy, la corrección política se ha convertido en una moda impuesta de forma implacable en Occidente por comisarios del lenguaje. Una auténtica tiranía presentada bajo falsa apariencia de progresismo y tolerancia. Tolerancia represiva propone Herbert Marcuse. Y es que bajo esa máscara se esconde todo un movimiento totalitario de ideología izquierdista, un bolchevismo cultural como lo define Edoardo Crisafulli, que, mediante la manipulación del lenguaje y el pensamiento único, anula libertades de expresión, de pensamiento, de conciencia, religiosa, de prensa, o de cátedra, siendo una seria amenaza para las democracias libres y pluralistas.

La finalidad de la corrección política es imponer un hombre nuevo, una nueva sociedad, en suma, una nueva cosmovisión con una cultura única y una ética única y, tal vez, pretender erigirse en una nueva religión, una especie de religión al revés. Ya lo afirma Douglas Murray en su obra La masa enfurecida: “La interpretación del mundo a través de la lente de la “justicia social”, de la “política identitaria grupal” y la “interseccionalidad” es quizás el esfuerzo más audaz y exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la Guerra Fría”. Lo que no logró Stalin con sus divisiones y tanques, conquistar y destruir Occidente, puede conseguirlo esta izquierda del siglo XXI que, desorientada tras perder sus banderas tradicionales en defensa de los intereses obreros, ha visto en la corrección política el caballo de Troya con que dominar las ciudadelas democráticas occidentales. A extramuros de la fortaleza, tres arietes, en complicidad con el intruso, intentan derribar los portones: la ideología de género, la memoria histórica y el mito del cambio climático. Tanto el caballo de Troya como los arietes son de pura fabricación marxista.  En este contexto, la corrección política es una eficaz herramienta que manufactura estereotipos para alterar la identidad sexual, desordenando el sistema de procreación natural, para manipular el pasado, reescribiendo la Historia y para atribuir categoría divina a la Tierra, alumbrando una religión sustitutoria. Se configura, así una nueva ¿vieja? Humanidad en la cual la identidad del grupo se superpone a la identidad individual, propio de las sociedades totalitarias moldeadas por el fascismo o el marxismo.

Asistimos a una batalla cultural que se está librando sobre un campo minado porque los corifeos de lo políticamente correcto han trucado las ideas por las emociones, los argumentos por la indignación y la racionalidad por la intimidación. Es la cultura de la queja, de la que habló Robert Hughes. Con ello, enrarecen la convivencia y la vida pública sembrando división y odio. Resulta muy difícil entablar una discusión civilizada con una masa indignada, histérica y vociferante que, además, emplea contra el disidente armas como la censura, la difamación, las campañas de desprestigios, los escraches, las provocaciones en las redes sociales, los bloqueos en plataformas, cuando no la violencia. Un modus operandi que, como sostiene Dave Rubin en No quemes este libro, “guarda escalofriantes similitudes con las tácticas adoptadas en la Alemania nazi. En esta deriva irracional y frenética, los apóstoles de la corrección política hacen pasar por verdades absolutas lo que son meros postulados ideológicos, falacias y sofismas, cuando no meras ocurrencias sin base científica alguna. En definitiva, eluden la verdad si contradice su relato. Precisamente, uno de las consecuencias más letales de la corrección política es el desprecio a la ciencia cuando ésta no sirve convenientemente como apoyo a sus dogmas. Es el mismo desprecio ejercido por el nacionalsocialismo hacia las evidencias científicas cuando éstas disentían de las falsas teorías de la superioridad aria.  

¿Cómo enfrentarse y combatir esta epidemia sobre el lenguaje y el pensamiento? Primeramente hay que hacer mucha pedagogía y ser didácticos con aquellas personas que, ya por buena fe, ya por miedo al aislamiento o exclusión, se autocensuran asumiendo las tesis de la corrección política. Fue precisamente Alexis de Tocqueville en La democracia en América el primero en observar cómo el miedo a ser aislado socialmente, indujo a las personas a omitir sus opiniones si éstas no coinciden con la mayoría. Y en segundo lugar, hay que actuar de forma organizada y con valentía para desmontar las mentiras e imposiciones con las que opera este fundamentalismo y superar así esa espiral de silencio a la que se refería Elizabeth Noelle-Neumann. Cuenta Vaclav Havel en su libro El poder de los sin poder, que en los regímenes comunistas “el individuo no está obligado a creer todas estas mistificaciones, pero ha de comportarse como si las creyera, o por lo menos, tiene que soportarlas en silencio o comportarse bien con los que se basan en ellas. Por tanto, está obligado a vivir en la mentira”. En una sociedad libre las personas tienen derecho a sostener las ideas que deseen, aunque resulten diferentes a las de la mayoría. Y ésta debe respetar ese derecho. Raymond Aron sostenía que una de las diferencias entre los sistemas democráticos y las dictaduras era el respeto a las minorías en los primeros, que estaba ausente en las segundas. Es necesario defender la libertad pero también la verdad. En las actuales circunstancias, adquieren vigencia las palabras de Roger Scruton: “el concepto de verdad desaparece del paisaje intelectual y se sustituye por el de poder”. Hoy, cuando la crisis de la verdad es la crisis de la libertad, no debiéramos olvidar que la verdad nos hace libres.  

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en la revista Demos el 2 de abril de 2022 https://revistademos.com/