Es el centurión que traspasó con una lanza ( de ahí su nombre, que deriva de lanza en griego), el costado de Jesucristo. «Verdaderamente este hombre era justo», cuenta San Lucas que eso manifestó Longinos al ver el oscurecimiento del sol y el terremoto, glorificando a Dios. Después de convertirse, renunció a la milicia y se retiró a Ceasárea de Capadocia, donde hizo vida monástica.
Un simple soldado que cumplía órdenes, no era un perseguidor como Saulo, sino que estaba allí por razón de su oficio. Fue el deber el que lo hizo coincidir con Jesús, que le esperó en la cruz cuando un requisito técnico para comprobar la muerte del Crucificado provocó en Longinos un gran cambio.
La lanza de Longinos, conservada en Constantinopla, fue un regalo del sultán Bayaceto al Papa Inocencio VIII, y la reliquia se conserva en San Pedro sobre la hornacina para la cual Bernini esculpió su mármol como un atleta glorioso que contempla deslumbrado la luz de la altura con un gesto de énfasis en el que pone toda su vida.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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