Debió de nacer en Edesa, en la Mesopotamia del norte. El primer episodio conocido de la vida de Abraham es extraño y escandaloso: en su noche de bodas abandonó a la novia y huyó muy lejos, hasta la región de Helesponto, lo que hoy es el Estrecho de los Dardanelos, para convertirse en un penitente ermitaño. Allí vivió en una gruta durante diez años en la más completa soledad.
El obispo de Lampsaco (hoy, ciudad turca de Lapseki), le suplicó que accediera a evangelizar a un pueblo de aquellos contornos, cuya barbarie era proverbial y que se distinguía por su tenacidad en el paganismo. Muy a pesar suyo, el eremita acabó aceptando tal misión y, tras ordenarse sacerdote, se dirigió hacia allí.
Lo primero que hizo Abraham fue levantar una suntuosa iglesia, para que el verdadero Dios tuviera una casa digna de Él, y luego destruyó los ídolos a los que tan apegados estaban los lugareños; éstos, como era de esperar, montaron en cólera, le dieron una soberana paliza y le echaron de allí. Al día siguiente, él volvió para predicar, repitiéndose la misma escena con palos e injurias.
Pero Abraham insistía una y otra vez lleno de mansedumbre y caridad, recibiendo los malos tratos con una sonrisa, hasta que al cabo de tres años su ejemplo inaudito conmovió a los idólatras, que pidieron hacerse cristianos. Él les instruyó en la fe, bautizó a un millar de personas y en seguida huyó a su gruta para seguir viviendo hasta su muerte en la bendita soledad de Dios.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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