Líderes

En España no hay líderes políticos. Nuestra política es menuda, de visión corta y horizontes partidistas. Es más una política de especulación y propaganda que de acción con buenas obras y bien hechas. Es confusión en los principios teóricos y descalabro en los fines prácticos. Además, nuestra política usa máscara. Algunos políticos pasan bruscamente del fanfarroneo al disimulo y siembran de contradicciones la vida pública; otros, como aventajados oportunistas, hacen promesas al electorado de imposible realización, por no hablar de aquellos que tratan las cuestiones de la gobernación con tanto más ardor y desenfado cuanto mayor es su incompetencia. El deber político es un deber de conciencia y ésta se halla hoy ausente en la administración del poder. Así, no puede haber liderazgos. Tampoco hay una política grande, verdadera y profunda, pedagógica y fecunda. El resultado es raquítico: postergación del gobernado y olvido de las conveniencias superiores del interés general. Nuestros gobernantes padecen una tremenda crisis de autoridad moral y de prestigio rector, consecuencia inmediata del inconsistente conglomerado de intereses parciales que domina entre ellos.

El liderazgo no es brillantez, sino transparencia, verdad. Clement Atlee, Primer Ministro británico del siglo pasado, era un hombre gris. Pocos hombres menos brillantes que el jefe del laborismo conoció Inglaterra en el curso de su historia política. Tenía fama de hombres discreto, pero eminentemente aburrido, de orador pesado y de parlamentario tosco. En el campo de la oratoria sobresalió fundamentalmente por la pobreza de su léxico y por su voz desagradable. No era de extrañar por ello que no fuera muy escuchado en sus discursos y conferencias. El mismo lo sabía. En un famoso discurso que pronunció por radio en momentos trascendentales para Inglaterra, el dirigente laborista empezó su intervención con estas palabras: No cerrar el receptor a pesar de que hayáis reconocido mi voz, porque tengo algo muy importante que deciros. Atlee no era brillante, pero fue moralmente auténtico.

El drama de España es que hoy no tiene referente moral alguno en el ámbito de la gestión pública. Fuera de la política hay más liderazgo que dentro. Un maestro rural, un sacerdote de parroquia, un catedrático de Universidad o un popular literato contribuyen más a la formación de un estado de robusta opinión y ejercen más influencia social que todos los políticos juntos. Jaume Vives, Arturo Pérez-Reverte o Bertín Osborne, por ejemplo, cuentan hoy con más reconocimiento y aval de la opinión pública que cualquiera de los dirigentes de los partidos políticos. Lo que les otorga ese título es, precisamente, su carácter sincero y subversivo a la vez, que les lleva a pensar por cuenta propia y a atreverse a decir lo que piensan. En momentos de blandenguería relativista como los que imperan, todo aquél osado que se rebele contra la dictadura del pensamiento único o la tiranía de lo políticamente correcto es un líder. Por momentos, las sociedades necesitan de perfiles que sepan con fundamento hallar la solución que se busca, la orientación más oportuna y la mejor consigna.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de marzo de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/187392/lideres.html

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