Su familia era hispanorromana y de Cartagena, pero él y los suyos, huyendo de los bizantinos, se instalaron en Sevilla, donde su hermano Leandro iba a ser arzobispo y terminaría, como Isidoro, siendo santo. Educado a la sombra de éste, Isidoro fue monje y luego abad de un monasterio, pero siempre atraído por la ciencia, la lectura, la escritura, en suma, los libros.
Alrededor del año 600, sucede a su hermano en la sede sevillana y casi eclipsa a tan ilustre antecesor. Preside concilios, el cuarto de Toledo, de enorme importancia, funda escuelas erige iglesias, es mentor de reyes y escribe muchísimo, consciente de que en sus manos puede estar la salvación de una cultura que nunca se disocia de la verdad divina. En sus Etimologías, vasta enciclopedia del saber antiguo que tanto se manejó en la Edad Media, los conocimientos se acumulan sin ningún afán de originalidad ni exhibicionismo, como un valioso y humilde pedestal de sabiduría humana que ha de acercarnos un poco más a las alturas del secreto de Dios.
Dante, el mayor poeta de todos los tiempos, dice en el canto X del Paraíso que ve «llamear el espíritu ardiente de Isidoro». Y así, flamígero, hombre de fuego en la palabra y en la acción, San Isidoro ha pasado a la historia como una gran luminiaria de piedad y de saber en siglos oscuros.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.