26 de diciembre. San Esteban (siglo I)

En los Hechos de los apóstoles, única fuente conocida, Esteban se nos aparece como activo, arrebatado y sin temores; cumple su misión de diácono entre los judíos de lengua griega (debía de serlo él), predica desafiantemente la verdad y exacerba las pasiones sólo con proclamarla. Su largo discurso, que San Lucas debió de conocer gracias a San Pablo, quien formaba parte del tribunal, es todo un reto.

Pero en su muerte no hay ningún alarde, el hombre que inauguraba el martirologio no hace teatro, «su rostro es como el de un ángel», sólo piensa que a sus lapidadores no se les impute el crimen. Y guardando la ropa de aquella jauría furiosa, que se había desembarazado de sus mantos y túnicas para tener más libertad de movimientos, para sentirse más cómodos matando, está el joven Saulo, que colabora de esta manera en castigar al blasfemo. «Saulo aprobaba su muerte» (la Escritura no es blanda con nadie, ni con los grandes apóstoles).

Por Saulo, futuro perseguidor de la Iglesia, también ha pedido Esteban antes de morir, y quién duda que la plegaria de un mártir tienen fuerza incontenible; hubiesen podido convertirse algunos de los feroces judíos que le apedreaban, pero el Espíritu Santo eligió al ayudante de los verdugos, y la sangre de San Esteban dio como fruto la conversión del que luego sería San Pablo.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

25 de diciembre. Navidad

La fecha es convencional, en los primeros tiempos de la Iglesia se celebró en otros días y sólo hacia el siglo IV se fue fijando este 25 de diciembre para recubrir y santificar una celebración pagana como era el solsticio de invierno. Poco importa no tener registros fiables para datar el nacimiento de Cristo, se trata de un lugar en la Historia que se vive por la fe y que sin ella no es nada.

En la vida moderna se nos ha vaciado de sentido. La Navidad es la fiesta de los buenos sentimientos, de la barata emotividad, de la exaltación de las fibras más sensibles del alma, de las húmedas ternuras hogareñas. Aunque Navidad quiere decir nacimiento del Señor, sin embargo, la mesa bien llena, el champán, los regalos de Papá Noel y el árbol con luces nos quieren convencer de que es Navidad gracias a Dickens y a los grandes almacenes.

El mundo actual no destruye, caricaturiza: en vez del amor a Dios que se hizo hombre para salvarnos, buenos sentimientos a plazo fijo; en vez del belén, que habla del Creador que se nos iguala en humildad y pobreza, el alborozo comprado con nuestro dinero. Pero en medio de tanta mascarada, la Virgen, San José y el Niño en sus figurillas de barro son el alegre corazón del universo, que a pesar de todo es esperanza. Porque Dios sonríe por encima del tiempo, y su sonrisa es la gran fiesta que celebramos.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

24 de diciembre. San Gregorio de Spoleto (…-303)

Sacerdote en Spoleto, en la Umbría, Gregorio era en tiempos del emperador Diocleciano un ejemplo virtudes y prodigios, lo que provocó la ira y el escándalo de las autoridades del Imperio, que mandaron a la ciudad a un sicario llamado Flaco para someterle a la religión oficial.

Acusado de ser «rebelde a los dioses», significativa fórmula que sería hermoso volver a levantar como bandera, se le sometió a toda clase de torturas y murió decapitado en medio del anfiteatro, fiel a su rebeldía.

San Gregorio, mártir en la víspera de Navidad, la anuncia como disconforme del mundo, revistiendo a esta gran fiesta que a menudo se interpreta con blanduras sentimentales, un signo de recio independiente, subrayando el amor de Cristo con una firme actitud de despego a los dioses de la tierra.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

23 de diciembre. San Juan Cancio (1390-1473)

Polaco, nacido en Oswiecim, Juan estudió en la Universidad de Cracovia, se ordenó sacerdote y fue profesor de Teología en dicha universidad. Muy docto, caritativo y moderado en las controversias religiosas en un tiempo en donde las disputas sobre la interpretación de la Biblia se llevaban a sangre y fuego. Peregrinó a Tierra Santa y a Roma.

Protagonizó una famosa anécdota al ser asaltado por unos salteadores de caminos que le desvalijaron haciendo prometer que no escondía ningún dinero. Cuando iban a alejarse, Juan Cancio les llamó porque rebuscando en el fondo de un bolsillo descubrió que aún le quedaban unas monedas, y para hacer honor a su palabra lo justo era que se las entregase también. ¡Qué cosas hacen los Santos! A veces tomarse el Evangelio al pie de la letra equivale a participar de la insensatez.

En esta historia lo de menos es que los ladrones admirando su virtud, no solamente no le quitaron aquellas monedas, sino que le restituyeron todas las que le habían hurtado, pidiéndole perdón y marchando muy compungidos por su pecado. Lo singular es la fantástica dimensión humana de San Juan Cancio, mezcla de indiscutible señorío sobre la llamada cordura y de humor secreto e involuntario, como de quien sobrevuela los límites de la seriedad comúnmente admitida.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

22 de diciembre. San Francisca Javiera Cabrini (1850-1917)

Francisca María, una de las numerosas hijas de un campesino lombardo, siendo niña estuvo a punto de ahogarse en un río y desde entonces sintió un miedo invencible al agua; por amor de Dios estaba dispuesta a todo, pero no podía ni pensar en embarcarse.

A los dieciocho años era maestra de escuela, pero cuando quiso ser religiosa fue rechazada en dos conventos por culpa de su débil complexión y de sus vómitos de sangre. Más tarde reoganizó un hospicio en Codongo con un grupo de jóvenes piadosas. Luego en Milán pone en marcha una comunidad, las Hermanas misioneras del Sagrado Corazón, a quienes León XIII quiere mandar lejos. La madre Cabrini sueña con la China, añadiendo a su nombre el de San Francisco Javier, pero el Papa la manda a Estados Unidos, donde un gran número de emigrantes italianos viven en condiciones tristísimas, sin la menor asistencia material y espiritual. En 1889 la fundadora y seis hermanas desembarcan en Nueva York.

Esta monja incansable («Trabajemos, trabajemos, hay toda una eternidad para descansar») recorre el país fundando escuelas, orfanatos y hospitales venciendo obstáculos como el de la lengua (el inglés se le resistía) y el de su dificultad para comprender el ambiente protestante. Se ocupa de los presos de Sing-Sing y también viaja a Sudamérica hasta fundar un total de sesenta y siete casas. Cruza el Atlántico infinidad de veces. Y cuando muere en Chicago San Francisca Javiera Cabrini ya es ciudadana de los Estados Unidos.

Fuente: La casa de los Satos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

21 de diciembre. San Pedro Canisio (1521-1597)

Peter Kanis, hijo del burgomaestre de Nimega iba a ser abogado cumpliendo los deseos familiares. Para ello fue a estudiar a la Universidad de Colonia, pero dejó las leyes por la ciencia teológica y debido a la amistad de Pedro Fabro, uno de los primeros jesuitas, hizo los ejercicios ignacianos y en 1543 ingresó en la Compañía de Jesús.

Tras ordenarse estuvo como teólogo en el Concilio de Trento, convivió en Roma con San Ignacio, fue profesor hasta que se le destina a Centroeuropa que será su gran campo de acción durante treinta años. En Viena, en donde no se había ordenado sacerdote en casi un cuarto de siglo, desarrolla una actividad increíble, y cuando se le nombra provincial de los jesuitas para Alemania, Austria y Bohemia, se convierte en la columna de la Contrarreforma en aquellos reinos, será el canis austriacus, así llamado por los protestantes haciendo un juego de palabras con su apellido, por defender el catolicismo con una fidelidad tenaz e inteligente.

Enseña, predica, funda colegios y seminarios, sirve de portavoz al papa, aconseja al emperador, polemiza con los reformados, sin renunciar a la caridad y a la comprensión, organiza misiones populares, redacta un famoso catecismo traducido a doce a lenguas, y cuando muere en Friburgo de Suiza tiene ya ese semblante enérgico, bondadoso, devastado del retrato de Doménico Custos. San Pedro Canisio era un soldado más del ejército ignaciano, «segundo apóstol de Alemania», paladín como él decía de «nuestra buena madre, la santa Iglesia romana».

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

20 de diciembre. Santo Domingo de Silos (1000-1073)

Natural de Cañas, un pequeño pueblo de la Rioja, cerca de Nájera, Domingo Manso fue pastor en su niñez, y luego se retiró a hacer vida solitaria hasta pedir su admisión como monje benedictino en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Fue más tarde elegido prior con gran contento de todos los monjes, nos cuenta Gonzalo de Berceo, su poeta, porque «beneita la grey que ha tal pastorciello».

Domingo será el valiente defensor de los tesoros de San Millán amenazados por la codicia del rey don García de Navarra, su actitud le vale el destierro, y en la Castilla de Fernando I, hacia el 1041, encuentra su nuevo y definitivo hogar, el monasterio de San Sebastián de Silos, que ahora lleva el nombre del restaurador, de la misma manera que Domingo ha pasado a la historia como el santo silense.

«Abad de santa vida, de bondad acabado», así le describe Berceo, convertirá Silos en un gran foco de piedad, arte y cultura, y aún hoy el monasterio está lleno de recuerdos de su gran obra y de testimonios de sus milagros. Ante sus reliquias, muy veneradas, oró mucha Juana de Aza, quien prometió dar el nombre del santo al hijo que iba a tener y ofrecía a Dios; éste sería Santo Domingo de Guzmán, cuya fama ha eclipsado a la de su patrón, llamado el Antiguo desde entonces.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

19 de diciembre. Santa Eva (Antiguo Testamento)

«Madre de todos los hombres», Eva en hebreo significa «vida»; es la Santa más inesperada del calendario. Pero ¿no habíamos quedado en que fue la culpable del pecado original? Porque «por una mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos» se lee en el Eclesiástico. Extraña Santa a la que recordamos por el mal que introdujo en la Humanidad.

Desde la última lejanía de los tiempos, Eva, cubriendo sus vergüenzas con la cabellera destrenzada y larguísima, sigue preguntándonos: ¿Lo hubierais hecho mejor? Débil y conmovedora, imprudente, tentada por la curiosidad y la ambición (¿y si fueses verdad eso de «seréis como dioses»?), en el Génesis aparece como una figura no ya muy femenina, sino humanísima. Somos de su linaje, a qué negarlo.

No podemos ni imaginar lo que era el mundo antes de aquel pecado. El Paraíso terrenal se difumina una imagen edénica en la que no nos reconocemos. Pero en Santa Eva caída, desobediente, frágil, no hay que hacer ningún esfuerzo para ver cómo somos y las consecuencias de toda aquella historia. «Felix culpa» teológicamente hablando, ya que por lavarla se encarnó en el mismo Dios y ha hecho la realidad de la que formamos parte, que nos ha hecho a nosotros.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

18 de diciembre. San Winebaldo (…-761)

Hermano de Santa Walburga, (a la que conocimos el 25 de febrero) y del obispo San Wilebaldo, su casi homónimo, así como pariente del gran misionero San Bonifacio, este santo es uno más del formidable grupo de anglosajones que en la primera mitad del siglo VIII sienten que las islas les quedan estrechas y van a evangelizar el corazón del continente, esa Germania semibárbara donde introducen el Evangelio y la cultura. Ellos mismo fueron cristianizados y civilizados cien años antes por Roma, que envió a San Agustín de Canterbury a Inglaterra. Ahora eran ellos los que misionaban al otro lado del canal de la Mancha.

Winebaldo era hijo de un príncipe de Wessex, peregrinó a Roma , allí se hizo monje, en el 728 se trasladó a la Germania con San Bonifacio, predicó el cristianismo en Turingia, y más tarde le encontramos como abad de Heidenheim, la fundación de su hermano Wilebaldo, y cuya comunidad femenina dirigió su hermana Walburga como abadesa. Heidenheim sería un importante centro para la formación del clero.

De San Winebaldo no se sabe mucho más, es uno de esos hombres que en los siglos oscuros reúnen en un solo afán la cultura y la fe, que tienen el corazón en Roma, (fervorosamente romanos, esa cualidad que siempre se ha dado en los santos ingleses, como temiendo la tentación de un peligroso particularismo), y la actividad en todas partes, sin más patria que el mensaje divino al que entregan su vida.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

Fabrice Hadjadj: un combatiente espiritual

Para Miguel de Unamuno la agonía del cristianismo consistió en una contienda que se desata no entre intelecto y sentimiento, sino entre Cristo y Lucifer. Esa lucha religiosa supone para el hombre combatir por una divinidad que le vive por la fe y que por lo mismo está constantemente amenazada de morir por incredulidad. Este depender Dios del poder creer del hombre representa el nudo gordiano de su combate. Rasgos netamente unamunianos perviven en el pensamiento del filósofo francés Fabrice Hadjadj, cuando sostiene que “el verdadero combate se juega en el interior, en el campo propio, que las grandes batallas espirituales empiezan dentro de cada persona en su capacidad para resistir al pesimismo y abrazar una esperanza auténtica”. Porque el pesimismo (nada puede hacerse), que es contrario a la gracia y a la fe, nos lleva, como el escepticismo (nada debe hacerse), a la indiferencia, al más puro nihilismo. Es esta la peor de las actitudes en que puede incurrir un católico. Mucho peor que el miedo. Porque este pensador cristiano también se refiere al miedo ante el reto que supone vivir en el mundo actual: “Lo primero que experimentamos es la emoción menos confesable: el miedo. No tanto el miedo de morir, como el miedo de vivir a la altura del desafío”.

Este mundo actual en el que haber nacido y, por consiguiente, vivir constituyen para Hadjadj una suerte nos desafía constantemente como católicos. Y él propone que, sin indiferencia ni miedo, perseveremos en la lucha, no abandonarla por el tedio ni el cansancio, y estar bien provistos del depósito de la fe, sólidamente pertrechados de espiritualidad. Nos insta a ser fieles a la máxima evangélica de vivir en el mundo sin ser del mundo, pero no atrincherarse frente al mundo. “No dejarse seducir por los valores del enemigo ni caer en la tentación de responder con las mismas armas”. Así podremos afrontar los retos que nos plantea la posmodernidad que, a diferencia de la modernidad, “no busca soluciones sino evasiones”. Si Pablo VI afirmaba que el drama del hombre moderno es haber salido de casa perdiendo la llave para volver, el drama del posmoderno es que ya no quiere volver al hogar. Se ha evadido, y en su evasión, ha terminado por extraviarse. Fascinado ante el imperio tecnológico-científico, se comporta inconscientemente disponiendo de forma egoísta y sin límite alguno de todo lo existente. En su frenética carrera lanzada hacia conquistas materiales confunde su deseo con la libertad y satura su hastiada existencia de tantas posibilidades como de peligros, de tanto progreso como desbarajuste, sin poder discernir entre el bien y el mal, quedando secuestrado en el zulo del relativismo. Incapaz de construir sobre lo que existe, el hombre de hoy se afana alegre y confiadamente por desmantelar los cimientos del pasado, ignorante de que con ello acelera la pérdida del contacto interpersonal dentro de sus espacios naturales. La consecuencia es la debilitación del matrimonio y el decaimiento de la relación entre padres e hijos, en suma, la disolución de la familia. En efecto, el hombre posmoderno no quiere volver a casa.

Hadjdj nos advierte del peligro de la deshumanización. “Europa desespera de lo humano”. Predomina el empeño en convertir al hombre en una especie de diana contra la que lanzar el dardo del antihumanismo. Un entorno de hostilidad rodea a la persona en esta época de angustia y quiebra de virtudes naturales. Hay afán por desarrollar proyectos de claro signo deshumanizador. Desde la ciencia hasta la política, pasando por la economía, la tecnología o la cultura, se pretende crear una especie de ecosistema inhóspito para el ser humano. Ante este horizonte de desafíos, el filósofo francés indaga sobre el martirio de la coherencia con el Evangelio a que es sometido el católico en el tiempo presente. Creen muchos ser católicos y por católicos son tenidos, pero jamás se han sentido conmovidos por la gloria de la verdad que es Cristo en acción. Con su apatía son cómplice s de quienes se aplican a la destrucción y al caos. A veces critican y deploran la decadencia de la moral y la corrupción de la vida pública, pero no sienten obligación alguna por detenerla. Se tiende a pensar que el mal viene de fuera y que los malos son los otros. Consecuentemente, son los otros quienes deben cambiar. Gran error. Soy yo, somos nosotros, los católicos, quienes debemos mejorar, hacer lo que no hacemos. Siempre es tiempo de conversión. Para combatir en esta época de confusión y desolación, en suma, de desesperación en la que ya no se cree en un mundo mejor, Hadjadj apela a la esperanza, a esa esperanza que no defrauda, Cristo: “La esperanza no es optimismo ni pesimismo; es la certeza de que, en medio de nuestra miseria, la misericordia divina siempre nos abre un camino”.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario La Razón el 6 de diciembre de 2024. https://www.larazon.es/opinion/fabrice-hadjadj-combatiente-espiritual_202412066752379085d24c0001d1270e.html