Karol Wojtyla, santo de nuestro tiempo. Hemos compartido el mundo con él, viéndole, oyéndole en los medios y en directo, durante sus viajes, en nuestras peregrinaciones, leyéndole, estrechando su mano, incluso. Nuestra época cayó a plomo sobre él. Sufrió las dos grandes y terribles ideologías modernas del siglo XX, el nazismo y el comunismo. Fue precisamente durante la invasión nazi de su natal Polonia, cuando descubrió su vocación de entrega a Dios. Fue durante la opresión comunista de su país cuando se alzó como referente espiritual de su patria. Padeció y superó, además, la gran amenaza del siglo XXI, el terrorismo.
Sin componendas ni complejos, fue capaz de plantarle cara tanto al marxismo, derribado estrepitosamente durante su pontificado, como al secularismo occidental, denunciando que bajo sus oropeles progresistas se esconde la dominación del fuerte sobre el débil. Y lo hizo desplegando su poderoso encanto personal, su buen humor y su sólida esperanza, que tanto irritó a los enemigos de la Iglesia. Reivindicó el poder transformador del arte y de la literatura, al mismo tiempo que ponía el amor humano y la unión conyugal en el centro de su mensaje teológico.
Nada más morir adjudicamos a San Juan Pablo II el sobrenombre de «Magno»: por las dimensiones de su figura, por la amplitud de su actividad. Empezó marcado por su tiempo, pero éste terminó configurado por él. Su papado significó un cambio de corrientes profundas en el océano de la Historia. Tras su paso, ya no era la Iglesia la que necesitaba un aggiornamiento, sino el mundo el que debía poner en hora su reloj con el mensaje esperanzado y eterno de Jesucristo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.