Siciliana de origen y napolitana por fervor popular, Lucía protege de la ceguera y de las enfermedades oculares. Su nombre significa luz y resplandor. Sobre ella hay un prodigio que revela que defendió su pureza cuando la iban a arrastrar a un burdel. Su iconografía la representa con los ojos ofrecidos a Dios en una bandeja, estampa que nos familiariza con la entrega de lo más necesario y valioso para ganar el tesoro que no muere.
Así vive en el recuerdo, y en los altares la devoción, continúa encendiendo candelas, y en Suecia hay un vistoso rito que asocia la virginidad y sus blancos ropajes simbólicos con una corona de velitas para pedir luz, más luz, a la virgen siciliana.
Luz de los ojos del cuerpo para ver las maravillas de lo creado y luz del alma, la claridad, para distinguir los caminos de Dios en medio de la noche. Que Santa Lucia nos ilumine ante el cortejo de tinieblas del mundo, el demonio y la carne. Nos dé luz que es pura como la doncella mártir, alegre como sol en los día de invierno e impalpable como las certidumbre de Dios, el Padre de la Luz.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.