Peter Kanis, hijo del burgomaestre de Nimega iba a ser abogado cumpliendo los deseos familiares. Para ello fue a estudiar a la Universidad de Colonia, pero dejó las leyes por la ciencia teológica y debido a la amistad de Pedro Fabro, uno de los primeros jesuitas, hizo los ejercicios ignacianos y en 1543 ingresó en la Compañía de Jesús.
Tras ordenarse estuvo como teólogo en el Concilio de Trento, convivió en Roma con San Ignacio, fue profesor hasta que se le destina a Centroeuropa que será su gran campo de acción durante treinta años. En Viena, en donde no se había ordenado sacerdote en casi un cuarto de siglo, desarrolla una actividad increíble, y cuando se le nombra provincial de los jesuitas para Alemania, Austria y Bohemia, se convierte en la columna de la Contrarreforma en aquellos reinos, será el canis austriacus, así llamado por los protestantes haciendo un juego de palabras con su apellido, por defender el catolicismo con una fidelidad tenaz e inteligente.
Enseña, predica, funda colegios y seminarios, sirve de portavoz al papa, aconseja al emperador, polemiza con los reformados, sin renunciar a la caridad y a la comprensión, organiza misiones populares, redacta un famoso catecismo traducido a doce a lenguas, y cuando muere en Friburgo de Suiza tiene ya ese semblante enérgico, bondadoso, devastado del retrato de Doménico Custos. San Pedro Canisio era un soldado más del ejército ignaciano, «segundo apóstol de Alemania», paladín como él decía de «nuestra buena madre, la santa Iglesia romana».
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.