17 de diciembre. San Lázaro (siglo I)

Protagonista de un milagro clamoroso en el Evangelio, la resurrección del hospitalario Lázaro de Betania, hermano de Marta y María; cuando hace varios días que está sepultado y, como dicen a Jesús, «ya hiede», le llama el Maestro, ¡Lázaro, sal fuera!, y el cadáver recobra vida y aparece ante el pasmo de todos devuelto a la luz.

La leyenda cristiana inventará en torno a su figura mil historias poéticas y confusas; estuvo en el sur de Francia, evangelizando en las bocas del Ródano con dignidad de obispo hasta morir mártir. Pero en el fondo, San Lázaro, obispo o no, nos impresiona, más que por haber provocado el gran milagro de volver de ultratumba, por una circunstancia especialísima que se menciona antes del hecho: Jesús le amaba, le amaba mucho, y lloró desconsoladamente ante su tumba. Jesús llorando ante todos por un amigo al que amaba.

¿Cómo debía de ser Lázaro para que Él llorase su muerte, para que le amase tanto? Sin duda, era un hombre de bondad extraordinaria, un corazón hondo y generoso que despertó ese amor cuyos ecos resuenan en el Evangelio como para recordarnos la fibra humana y conmovida del Hijo de Dios que primero llora por la muerte de su amigo y luego, con unas breves e imperiosas palabras repite, ahora desde la muerte, el milagro de la creación, haciendo vivir.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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