Fabrice Hadjadj: un combatiente espiritual

Para Miguel de Unamuno la agonía del cristianismo consistió en una contienda que se desata no entre intelecto y sentimiento, sino entre Cristo y Lucifer. Esa lucha religiosa supone para el hombre combatir por una divinidad que le vive por la fe y que por lo mismo está constantemente amenazada de morir por incredulidad. Este depender Dios del poder creer del hombre representa el nudo gordiano de su combate. Rasgos netamente unamunianos perviven en el pensamiento del filósofo francés Fabrice Hadjadj, cuando sostiene que “el verdadero combate se juega en el interior, en el campo propio, que las grandes batallas espirituales empiezan dentro de cada persona en su capacidad para resistir al pesimismo y abrazar una esperanza auténtica”. Porque el pesimismo (nada puede hacerse), que es contrario a la gracia y a la fe, nos lleva, como el escepticismo (nada debe hacerse), a la indiferencia, al más puro nihilismo. Es esta la peor de las actitudes en que puede incurrir un católico. Mucho peor que el miedo. Porque este pensador cristiano también se refiere al miedo ante el reto que supone vivir en el mundo actual: “Lo primero que experimentamos es la emoción menos confesable: el miedo. No tanto el miedo de morir, como el miedo de vivir a la altura del desafío”.

Este mundo actual en el que haber nacido y, por consiguiente, vivir constituyen para Hadjadj una suerte nos desafía constantemente como católicos. Y él propone que, sin indiferencia ni miedo, perseveremos en la lucha, no abandonarla por el tedio ni el cansancio, y estar bien provistos del depósito de la fe, sólidamente pertrechados de espiritualidad. Nos insta a ser fieles a la máxima evangélica de vivir en el mundo sin ser del mundo, pero no atrincherarse frente al mundo. “No dejarse seducir por los valores del enemigo ni caer en la tentación de responder con las mismas armas”. Así podremos afrontar los retos que nos plantea la posmodernidad que, a diferencia de la modernidad, “no busca soluciones sino evasiones”. Si Pablo VI afirmaba que el drama del hombre moderno es haber salido de casa perdiendo la llave para volver, el drama del posmoderno es que ya no quiere volver al hogar. Se ha evadido, y en su evasión, ha terminado por extraviarse. Fascinado ante el imperio tecnológico-científico, se comporta inconscientemente disponiendo de forma egoísta y sin límite alguno de todo lo existente. En su frenética carrera lanzada hacia conquistas materiales confunde su deseo con la libertad y satura su hastiada existencia de tantas posibilidades como de peligros, de tanto progreso como desbarajuste, sin poder discernir entre el bien y el mal, quedando secuestrado en el zulo del relativismo. Incapaz de construir sobre lo que existe, el hombre de hoy se afana alegre y confiadamente por desmantelar los cimientos del pasado, ignorante de que con ello acelera la pérdida del contacto interpersonal dentro de sus espacios naturales. La consecuencia es la debilitación del matrimonio y el decaimiento de la relación entre padres e hijos, en suma, la disolución de la familia. En efecto, el hombre posmoderno no quiere volver a casa.

Hadjdj nos advierte del peligro de la deshumanización. “Europa desespera de lo humano”. Predomina el empeño en convertir al hombre en una especie de diana contra la que lanzar el dardo del antihumanismo. Un entorno de hostilidad rodea a la persona en esta época de angustia y quiebra de virtudes naturales. Hay afán por desarrollar proyectos de claro signo deshumanizador. Desde la ciencia hasta la política, pasando por la economía, la tecnología o la cultura, se pretende crear una especie de ecosistema inhóspito para el ser humano. Ante este horizonte de desafíos, el filósofo francés indaga sobre el martirio de la coherencia con el Evangelio a que es sometido el católico en el tiempo presente. Creen muchos ser católicos y por católicos son tenidos, pero jamás se han sentido conmovidos por la gloria de la verdad que es Cristo en acción. Con su apatía son cómplice s de quienes se aplican a la destrucción y al caos. A veces critican y deploran la decadencia de la moral y la corrupción de la vida pública, pero no sienten obligación alguna por detenerla. Se tiende a pensar que el mal viene de fuera y que los malos son los otros. Consecuentemente, son los otros quienes deben cambiar. Gran error. Soy yo, somos nosotros, los católicos, quienes debemos mejorar, hacer lo que no hacemos. Siempre es tiempo de conversión. Para combatir en esta época de confusión y desolación, en suma, de desesperación en la que ya no se cree en un mundo mejor, Hadjadj apela a la esperanza, a esa esperanza que no defrauda, Cristo: “La esperanza no es optimismo ni pesimismo; es la certeza de que, en medio de nuestra miseria, la misericordia divina siempre nos abre un camino”.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario La Razón el 6 de diciembre de 2024. https://www.larazon.es/opinion/fabrice-hadjadj-combatiente-espiritual_202412066752379085d24c0001d1270e.html

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