Sacerdote en Spoleto, en la Umbría, Gregorio era en tiempos del emperador Diocleciano un ejemplo virtudes y prodigios, lo que provocó la ira y el escándalo de las autoridades del Imperio, que mandaron a la ciudad a un sicario llamado Flaco para someterle a la religión oficial.
Acusado de ser «rebelde a los dioses», significativa fórmula que sería hermoso volver a levantar como bandera, se le sometió a toda clase de torturas y murió decapitado en medio del anfiteatro, fiel a su rebeldía.
San Gregorio, mártir en la víspera de Navidad, la anuncia como disconforme del mundo, revistiendo a esta gran fiesta que a menudo se interpreta con blanduras sentimentales, un signo de recio independiente, subrayando el amor de Cristo con una firme actitud de despego a los dioses de la tierra.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.