Auschwitz

Hay dos elementos que han adquirido una importancia particular en la memoria colectiva sobre Auschwitz. El primero de ellos es el tren. El segundo, los zapatos. Frase que preside la entrada de la exposición que puede visitarse en Madrid sobre el mayor campo de concentración nazi. Dos símbolos, la rueda y el calzado, propicios para el camino. Europa se conformó sobre caminos: hacia la fe y hacia el progreso; el Camino de Santiago es un hecho histórico, cultural y religioso. Compostela, atracción de creyentes en peregrinaje, fue, en palabras de Torrente Ballester, Santo, ciudad y camino. El río Danubio, ruta internacional por excelencia, acogió el continuo tránsito de mercaderías transportadas por intrépidos comerciantes. Es el alma comercial del continente europeo. Religión y economía, dos fuerzas motrices del mundo. Ambas articularon una civilización, la occidental, hecha añicos en escalofriantes campos de exterminio y calcinada en espeluznantes hornos crematorios como los de Auschwitz.  Sucursal del infierno en la tierra a la que se llegaba por un camino de hierro directo a una muerte industrializada. 

Escribe Primo Levi en su Trilogía que en enero de 1933 Hitler sube al poder. En marzo, se inaugura Dachau. En mayo se enciende la primera hoguera de libros de autores prohibidos. Cien años antes el poeta judío alemán Heine había escrito: “Quien quema libros termina tarde o temprano por quemar hombres”. No olvidemos y recordemos siempre aquellos horribles tiempos de menosprecio hacia la vida humana; tenebrosos tiempos de ídolos como el poder absoluto o la voluntad del sujeto colectivo. Convirtieron al hombre en un muñeco porque otro hombre, más fuerte y poderoso, se reconoció a sí mismo como único Dios. ¡Qué nocivo es el humanismo que empieza en el hombre y acaba en el hombre también! advirtió Paul Claudel. Auschwitz es la consecuencia de la supresión de Dios por el hombre, quedando éste en posesión de la grandeza y miseria humanas. ¿Qué es en realidad el hombre? Se pregunta y responde Víctor Frankl. Es el ser que siempre decide lo que es. Ha inventado las cámaras de gas pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme, cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Israel en sus labios.

La tragedia del prisionero en los campos de exterminio nazis no tiene hipérbole alguna para relatar, porque todo lo imaginable fue posible y porque todo estaba permitido contra la víctima que caía en manos de aquellos monstruos refinados en sadismo y crueldad. Ante el vagón de tren, la alambrada electrificada, el zapato de un niño o la puerta de una cámara de gas se encoge el alma humana. El horror descrito en la exposición resulta sobrecogedor. Sobrecogedor es también el silencio con que los visitantes perciben la espantosa realidad padecida por aquellas vidas infrahumanas. Hay silencios que valen por discursos y el de Auschwitz es la más sonora proclama de la Humanidad contra la barbarie. Seamos implacables contra los Auschwitz que amenazan con volver. Lo afirmó Primo Levi: ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 14 de enero de 2018. https://www.elimparcial.es/noticia/185691/opinion/auschwitz.html

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