Para muchos madrileños estas tres palabras designan en la capital una gran avenida y una estación del Metro. Pero Angel Herrera Oria (Santander, 1886-Madrid, 1968), es una figura que emerge admirable en la evangelización de la España contemporánea. Luchó incansablemente, primero como seglar (abogado del Estado y periodista), y después como religioso (sacerdote, obispo y cardenal), por una sociedad mas justa y mas cristiana ejerciendo influencia extensa y decisiva en el escenario nacional del siglo XX. El 22 de febrero se cumple, precisamente, el L aniversario de su proclamación cardenalicia por Su Santidad Pablo VI (quien con afecto le llamaba el Maritain español). El azar, o quizás la Providencia, ha querido que también cincuenta años mas tarde dos prelados españoles, Ricardo Blázquez y Jose Luis Lacunza, sean investidos de la púrpura cardenalicia por el Papa Francisco.
Herrera fue un adelantado a su tiempo. Un audaz emprendedor dotado del don de la anticipación y del talento de la perseverancia. Como fundador y primer presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, instrumento de modernización del catolicismo español y cuyo carisma radica en un coherente ser y estar del católico en la vida pública, se anticipó a una de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el papel activo y autónomo del laicado como agente de evangelización. Fruto de ese carisma, formó minorías como levadura de movimientos sociales hondamente reformadores y alumbró propuestas creativas de fuerza innovadora en ámbitos claves como la educación (CEU), la prensa (Editorial Católica: red de diarios como El Debate o El Ya), y hasta la política (CEDA). Como hombre de gran inquietud social se erigió en lo que hoy sería un preclaro paradigma al servicio de la penetrante predicación papal de Francisco: La Iglesia es misionera. Salid a las periferias.
Ese afán por socorrer a los más necesitados y marginados (llegó a ser capellán de prisiones), presidió toda su vida estimulando la conciencia social de los españoles fiel al mensaje de Cristo. Si quieres darte a la vida activa, llénate primero de vida interior, decía Herrera. Monseñor Benavent, su obispo auxiliar y estrecho colaborador, comentaba de él que “se llenaba primero para después dar”. Su espiritualidad bebía en fuentes ignaciana y carmelitana. Su apostolado disponía de dos preciadas cualidades: la oración y la acción. La primera, en soledad y hacia el interior; la segunda, vertida hacia fuera, compartida y divulgativa. Como árbol lleno de fruto y repartiendo fruto. Su acción más prioritaria consistió en crear fecundas obras. Obras, y obras grandes, piden los días magníficos que vive el mundo, solía decir. La mayoría de ellas destinadas a erradicar la pobreza y la exclusión social y a transformar a los hombres por medio de la educación: Cáritas, Instituto Social Obrero, Instituto Social León XIII, Confederación Nacional Católica Agraria, Biblioteca de Autores Cristianos, Escuela de Ciudadanía Cristiana, el ya citado CEU o sus muy queridas Escuelas-Capilla Rurales, ingente obra misional y formadora en la provincia de Málaga, en cuyas áreas rurales aisladas y deprimidas hace más de sesenta años el analfabetismo alcanzaba el 70%. El logro de las Escuelas-Capilla fue de gran envergadura. Benavent lo narró así: “La cultura y el Evangelio llegaron a los rincones más inaccesibles de la diócesis, situados lejos de la parroquia, del médico, de la escuela, sin luz eléctrica ni otra vía de comunicación que los cauces de los ríos o los vericuetos y sendas de la montaña”. Cuando en 1968 muere el Cardenal, más de 30.000 niños y adolescentes malagueños sabían leer y escribir, además de rezar. Otorgó importancia suprema a la educación como medio elevador del nivel social de las gentes. A esta fructífera tarea se consagró con su inagotable espíritu de sacrificio. Su potencia educativa tenía una manifiesta raíz cristiana: el amor hacia el otro. Sólido y pétreo basamento. No hay educación posible sin el afecto, la amistad y la ternura de quien transmite conocimientos y enseñanzas por el que los recibe.
Desde 1947, como Obispo de Málaga, sus homilías eran escuchadas con gran fervor en la catedral abarrotada y en plenas calles por altavoces que las retransmitían a través de Radio Nacional. Aún viven malagueños que con lágrimas en los ojos recuerdan a don Angel, el Siervo de Dios, en camino de ser elevado a los altares. Cuentan que durante una celebración del Sacramento de la Confirmación, Herrera Oria iba preguntando a los muchachos por los requisitos que debían concurrir en la comisión de un pecado mortal. Todos respondían como papagayos con la literalidad del Catecismo: “materia grave, advertencia plena o suficiente y pleno consentimiento de la voluntad”. De pronto, un chiquillo, con el habitual gracejo malagueño espetó como respuesta: Que lo zea, que lo zepa y que lo quiera. Sorprendido el prelado le dijo al interrogado: “Veo que tú has entendido y aprendido muy bien el Catecismo”. Y ya no preguntó más.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario ABC el 21 de febrero de 2015 (Página 17). https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-20150221.html