De tanto gritar ¡socialismo o muerte! (son sinónimos, oiga), Fidel Castro ha acabado muriéndose en la cama, como Franco, y también de origen gallego. El dictador cubano era la última conexión en La Habana con la Guerra fría, aquélla sorda confrontación entre el mundo libre y la esclavitud, cuyo fin se produjo por la imposibilidad económica de la URSS de replicar la guerra de las galaxias de Ronald Reegan, quien junto a Margaret Thatcher y el Papa Wojtyla derribaron el muro de la vergüenza y de la impotencia en Berlín. Y con ello tumbaron al comunismo. Castro como postverdad de aquél mundo.
Esa jauría adiestrada en manipular fallecimientos sí homenajea a un tirano corrupto que diciéndose de izquierdas vivía como un rajá capitalista y burgués e implantó en Cuba la pobreza sistemática, no solo energética, también humana y moral. Porque lo humano estorbaba siembre al régimen cubano, a imagen y semejanza del soviético; obsesionados ambos con asesinar o encerrar a hombres libres, y especialistas en acumular arbitrariedades políticas, errores económicos, desviaciones éticas y acosos religiosos. El socialismo ha demostrado ser fatalmente dirigista y en vez de liberar al hombre lo amarra. Te arrebata el alma, dijo San Juan Pablo II, al describir la barbarie comunista. El régimen castrista no fue una excepción. Su aportación al Libro negro del comunismo (black Fidel) está a la altura de la despiadada contribución de criminales comunistas ya fallecidos. Parafraseando a Alexander Zinoviev el homo cubanus se define como la estoica aceptación de la miseria y el desamparo. Mientras tanto en Europa, la intelectualidad del progresismo justificaba la brutalidad y los crímenes del déspota babeando de gozo y fervor. Sus corifeos aún continúan haciéndolo. La izquierda europea no quería reconocer, o peor todavía, no le importó nunca el sufrimiento del pueblo cubano. La algarabía progresista jamás ha podido digerir que las democracias con sus imperfecciones hayan proporcionado a los ciudadanos más progreso y bienestar que el comunismo, incapaz de avanzar más que en muertes, tiranía e indigencia.
Castro impuso a Cuba la rémora del cruel socialismo con el candado de una desalmada ideología y con el grillete del ineficiente colectivismo acarreando una proletarización y un empobrecimiento de la sociedad. Perdieron los cubanos, un pueblo cargado de españolismo, de vida americana y de preocupaciones europeas. Perdió Cuba, tierra en la que palpitaban las vidas de todos los continentes, el desarrollo de diferentes razas y una integración de elementos típicos nacionales que formaron durante siglos la realidad biológica de Cuba. Hubo un tiempo en que desde el Malecón de La Habana se observaba mejor el latido de Europa y sus reacciones porque aquella hermosa y noble ciudad, con poseer todo lo material del Norte, conservaba muy bien sus características espirituales de lo clásicamente europeo. Era un observatorio internacional con proyección europea e hispanoamericana. Su corazón lo hacían latir los acontecimientos europeos. Aquél tesoro debiera recuperarse algún día. Una plegaria por los muertos y un brindis, ojala, por Cuba Libre.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 27 de noviembre de 2016 https://www.elimparcial.es/noticia/172124/opinion/black-fidel.html