¿Qué pasa cuando una sociedad llega a la opulencia? ¿Es que pierde sus valores morales? preguntó un sindicalista japonés a Robert F. Kennedy, Procurador General de EEUU, en un viaje de éste por países orientales. En “Leales amigos y temibles enemigos” el hermano de JFK narra lo que respondió al nipón: Ciertamente no tenía que ser así. Su país había alcanzado el más alto nivel de vida en el mundo, formó ciudadanos solidarios entre sí y también con los pueblos de otros países, y contaba con un gobierno preocupado por garantizar la libertad y la prosperidad.
Hubo en España una generación nacida durante la guerra civil que creció en una áspera posguerra de miseria y penalidades; algunos, forjados por la austeridad vivida, iniciaron su carrera en la vida pública al final del franquismo, protagonizando después uno de los retos más estimulantes de nuestra historia contemporánea como diseñar el futuro de un pueblo en libertad y reconciliación. Aquella ejemplar dinámica de participación en convivencia democrática se ha agotado y pareciera como si, alcanzando ciertos niveles de opulencia, los españoles hubiéramos cegado los manantiales de lo moral, diagnóstico aplicable también a una Europa pronta a convertirse en asilo de indigentes morales. Tras cuarenta años del cambio decisivo, la fe en la infalibilidad del político se ha esfumado. La generación de los actuales dirigentes carece de la madurez y disciplina de sus antecesores. Aquellos hombres íntegros, honrados y hasta valientes se jugaron su libertad y hasta su vida; óptimos gestores y fieles servidores públicos, la ciudadanía confió en ellos y les delegó su poder soberano retirándose confiados a sus quehaceres cotidianos. Hoy esa misma ciudadanía se estremece ante una achatada combinación entre gestión ineficaz, consecuencia de una nefasta obsesión por la ideología, y corrupción generalizada a derecha y a izquierda, efecto del arrinconamiento de la idea de servicio al bien común. Dominan la escena una palpable desconfianza y un manifiesto alejamiento de la clase política. Ante la pérdida de credibilidad del hombre público, ante la asfixiante e impertinente maquinaria partitocrática, los españoles reclaman una democracia de personas y no de partidos, deseando que el poder vuelva a sus manos para contribuir a la arquitectura de una nueva sociedad.
No extraña que sean la duda y una franca desorientación las únicas actitudes razonables que los ciudadanos puedan hoy adoptar. Ellos tienen derecho a dejarse oír y a ellos es preciso con urgencia hablar. La España oficial retrocede; la real avanza. Hubo un tiempo en que la política apasionaba y los políticos conquistaban entendimientos y corazones con sus posiciones claras y sólidas convicciones. Si hasta las mociones de censura servían para exponer programas de gobierno. Ya no hay pasión sino odio, ni política seria sino pantomimas publicitarias resultando tarea prioritaria regenerar los principios de la Transición con savia nueva y visión de águila, no de topo. Ante la ausencia de liderazgo político es hora de reclamar el liderazgo cívico de fundamento moral.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 18 de junio de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/178747/opinion/re-transicion.html