Ojala Mariano Rajoy conozca la máxima de Saavedra Fajardo: Las vías medias ni granjean amigos ni te quitan enemigos. El pulso del independentismo es triple: contra la españolidad, la legalidad y la contabilidad. Triple debe ser la respuesta. Al primero respondió ejemplarmente el Rey y la ciudadanía, ésta inundando con hondo sentimiento plazas y avenidas de España para ondear la enseña nacional, arriada desde el último triunfo de La Roja. Al tercer pulso responden eficientemente empresas y comercios abandonando una inestable Cataluña. Se espera que el Gobierno de la nación y la Judicatura respondan al segundo pulso aplicando la Constitución y el Código Penal concluyendo con el ingreso en prisión de los salteadores del orden y la ley. Todo final distinto empieza a ser repudiado mayoritariamente por la opinión pública.
No somos como los golpistas del 23-F pues no portamos armas, se justifican los secesionistas. El odio es una insoportable arma de destrucción masiva. Más peligroso que una pistola que nunca llega a dispararse. Un virus que el independentismo ha inoculado en la sociedad catalana a través de libros de texto, columnas periodísticas y ondas en el aire. Los niños, que aprenden antes a decir no a España que sí a Cataluña, se agazapan al llegar a adultos en las trincheras de un odio subvencionado contra lo español. Sí, necesitamos una reforma constitucional, pero para frenar el desmantelamiento de la unidad del país. El nacionalismo catalán, siempre tensando la cuerda y viviendo del cuento, ha sido como una fiera a la que, por no enfurecerla, el constitucionalismo ha concedido casi todo y permitido todo, incluso mancillar nuestros símbolos. Ahora que nos enseña sus garras no debemos dejarnos devorar por ella. Algunos políticos han sido, tiempo atrás, muy cándidos, lo que sumado a la vulnerabilidad de las democracias expuestas a toda suerte de fraudes, da como resultado auténticas candideces democráticas como esa de abrir las puertas al enemigo y espantarse después al encontrarlo dentro. Hemos sido mecidos por ilusiones maravillosas sobre el consenso y la reconciliación, adormilados en la confianza de los procedimientos democráticos para luego ser bruscamente despertados por graves problemas erizados de grandes dificultades.
Hora es de formular un pliego de cargos contra el independentismo cuya lectura resulte aplastante y deje al descubierto la pérfida maquinación, la mala fe y ese maquiavelismo, que es más bien cinismo, de un proceso manejado a sabiendas de no cumplir jamás con el compromiso contraído de respeto al orden constitucional. Como hay que temer al hombre de un solo libro, también hay que temer al hombre de un solo tema. Puigdemont vive perturbado únicamente con el delirio de la independencia. Su sublevación tiene más de soberbia ridícula que de protesta gallarda. Y tras hacer sus más deslumbrantes promesas tendrá que registrar sus más tremendos fracasos. Pero quien se coloca fuera de la ley ha de soportar todo el peso de ésta. Ya lo decían los romanos, quien no sabe vivir bajo la ley, o es un dios o es una fiera.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de octubre de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/182561/opinion/la-fiera.