Democracia y honor

La anécdota transcurre en la Alemania ocupada por los aliados tras la II Guerra Mundial. En algún punto donde coinciden las zonas de ocupación de la URSS y los EE.UU discuten sobre democracia los soldados de ambos ejércitos. El norteamericano da su definición de democracia: La democracia significa que yo puedo ir a Washington y frente a la Casa Blanca gritar: Truman no es un buen presidente. Quiero un presidente mejor que Truman. Y no me ocurre nada, dice el soldado yanqui. El soldado ruso replica: También nosotros tenemos democracia. Yo puedo ir a Moscú y frente al Kremlin gritar: Truman no es un buen presidente. Quiero un presidente mejor que Truman. Y no me ocurre nada.

Por encima de la anécdota nos queda la categoría. En una democracia auténtica uno de los mayores desafíos que deben abordar los gobernantes es conseguir que hasta su altura llegue el pensamiento y la opinión de los gobernados. Una de las más arduas dificultades con la que chocan hoy las sociedades democráticas es, sin duda, la salvaguarda de un orden de participación de los ciudadanos en la esfera de la vida pública que sirva de contrapeso a las instituciones estatales. El fin último a lograr sería que toda la acción política redunde en beneficio del pueblo y esté fundada en principios morales. Porque la política no es mera gestión de poder, necesita, además, de una dimensión moral. Sin bases morales aflora la política de visión estrecha y partidista. Y eso no es gobernar. Lo decía Antonio Maura: Se puede estar en el Gobierno pero no gobernar. Porque gobernar, lo que se dice gobernar, consiste en una tarea extremadamente difícil: estar al servicio de todo un pueblo. Esa es la política grande, la de la conveniencia pública.

Entendiendo el ejercicio de la política, no como una industria pingüe de rendimientos, sino en el alto sentido del bien común para la sociedad civil y de su fiel realización práctica, aparecería entre las más nobles disciplinas de la mente y de las más distinguidas acciones morales y profesionales del hombre. Y no es baladí conectar este concepto con el de la caridad, la caridad política como leal servicio a los demás, a la polis, a la cosa pública en la perspectiva del bien común. Así lo proclama el Papa Benedicto XVI: La actividad política, si se vive como servicio desde la perspectiva del Bien Común, es una forma de caridad. No en vano, fue Maquiavelo quien desvinculó formalmente la política del cristiano concepto del bien común, disociando así la política de la moral. Tal disociación acarrea riesgos de vulnerabilidad, exponiendo el ejercicio noble de la política a los vicios del oportunismo, de la intrigas y de la corrupción. En suma, de la demagogia.

Quienes acceden al gobierno de la nación deben estar convencidos de la imposibilidad de mantenerse en él, si no hacen grandes esfuerzos para proporcionar beneficios al país y elevar el bienestar de los ciudadanos. Porque la historia y la experiencia enseñan que el ser muy útil a la Patria y alcanzar entre los gobernados elevada distinción son cosas casi inseparables. Pero además, quienes acceden a las más altas responsabilidades políticas deben hacerlo sin ánimo de permanencia en el cargo. La tentación de aferrarse al poder es casi irresistible para los gobernantes, especie poco proclive a la retirada voluntaria e inclinada al apego, cuando no a la patrimonialización, de las instituciones públicas. Solamente aquellos que asumen su condición de fieles servidores públicos convencidos de la fugacidad de su misión son capaces de renunciar al bastón de mando y a las prebendas y oropeles que conlleva. La renuncia revela, así, un noble gesto de desprendimiento, altruismo y generosidad y un admirable ejercicio de ética pública, que ha de ser objeto de justo reconocimiento.

La Universidad CEU Cardenal Herrera, obra de la Asociación Católica de Propagandistas, ha otorgado desde su creación en el año 2000 siete Doctorados Honoris Causa. El próximo 20 de enero concederá por primera vez esta distinción a un político, José María Aznar. Un gobernante que, convencido de la transitoriedad de su tarea, prometió dejar voluntariamente la política y cumplió su palabra. La CEU Cardenal Herrera es la primera universidad española que tributa a Aznar un reconocimiento académico Honoris causa. Lo hace en consideración a los extraordinarios méritos contraídos por el que fuera Presidente del Gobierno de España: el tenaz apoyo a las víctimas del terrorismo, la convicción sobre las raíces cristianas de Europa y la defensa de la institución familiar.

En la hora actual, de gobernantes propicios a formular las más deslumbrantes promesas que, a buen seguro, tendrán que registrar sus más tremendos fracasos; de políticos de moral raquítica que no vacilan en contradecirse ni en faltar a su palabra o renegar de sus actos, de fabricantes de buenas palabras con que disimular la falta de acción y de política, angustiados por el dilema entre sufrir un descalabro electoral que les prive del poder o decir la verdad sobre los remedios que deben aplicarse a los males de la nación, resulta más necesario que nunca proteger la democracia haciéndola invulnerable a toda suerte de fraudes y abusos. Resulta más necesario que nunca denunciar a los gobernantes que subordinan el bien común a sus beneficios personales y partidistas alejados de las profundas necesidades de la sociedad. Y que cuando algún ciudadano grite pidiendo un presidente mejor, no le ocurra nada.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario Las Provincias el 19 de enero de 2009.

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