Pedro de la Cal: Adiós a un ceramista universal

El pasado 15 de Octubre fallecía en El Puente del Arzobispo, Pedro De la Cal Rubio, insigne ceramista de nuestra región con proyección internacional. Moría como los grandes artistas, al pie de su obra, un mosaico compuesto por piezas de tonos elegantes y matices austeros. Cuentan que su nieto lo halló tendido sobre su cama vestido y con las zapatillas puestas. Como infinidad de mañanas de Domingo, en las que su establecimiento no cerraba, Pedro debía entregar una de tantas y preciosas piezas de barro que sus ágiles y delicadas manos eran capaces, aún, de crear. Pero esta vez no pudo cumplir fielmente su encargo. El destino se lo llevó a las azules moradas, hacia ese azul puro que, junto al rural verde, conforman los tradicionales colores de la alfarería toledana, en un empeño por mimetizar el discurrir del Tajo entre jaras y tomillos.

La región ha perdido a un hijo ilustre. Su querida patria chica, El Puente del Arzobispo, echa de menos su presencia. Familiares, amigos y vecinos lloran la muerte de este artesano del barro que, a pesar de los reveses de la vida, tuvo vigor para dedicarse a su verdadera afición, con plenitud y gran placer. Fabricar cacharros era para Pedro de la Cal un goce. El alfar era su fiel escudero que le ayudaba a vencer la pena causada por la pérdida de sus seres queridos. El horno de leña árabe, del que nunca quiso prescindir a pesar del avance tecnológico, le proporcionó el calor suficiente para secar sus lágrimas. Su vida transcurrió en una perfecta comunión con la cerámica. Su familia también fueron el barro, los cacharros, los atífles, el baño y los pinceles.

Fue único para lograr colores vivos e intensos con los que vestía a sus piezas de cerámica. En algún lugar de los alrededores de su pueblo, junto a las aguas del Tajo, solía entresacar piedras y cantos poco vistosos que, tras metódico proceso de desgaste, mezclaba con sustancias inimaginables, consiguiendo así tonalidades inéditas. Su misteriosa fórmula permaneció en secreto hasta el final. Este artista toledano ha paseado su obra por los círculos más prestigiosos de la artesanía popular, tanto dentro como fuera de España. Hasta hubo un excéntrico millonario californiano que le propuso llevarle consigo a las soleadas tierras de la costa oeste americana, con su alfar incluido, trasladado piedra por piedra. Una clientela de gran exigencia solía visitar su taller adquiriendo todo tipo de piezas de barro. Son muchas las familias pertenecientes a la aristocracia española y a la clase política nacional que adornan sus mesas con vajillas firmadas por Pedro de la Cal.

Luchó infatigablemente porque la cerámica, expresión de un arte utilitario y popular, alcanzase las más altas cotas. Siempre aprovechó cualquier ocasión para promocionar la artesanía de su pueblo. Llegó a codearse con gentes del teatro, contribuyendo al estreno, de la zarzuela Loza Lozana, obra en tres actos con letra de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, y música del maestro Jacinto Guerrero, cuya acción transcurre en el patio de un alfar de El Puente del Arzobispo. ¡Cómo influiría en la obra que el dueño del alfar se llamó Pedro Lozano!  

Nos queda su patrimonio artístico de alcance universal. Su nombre permanecerá imborrable en nuestro recuerdo. En su pueblo existe este viejo dicho “De entre todos los oficios, el más antiguo es el del barro, pues Dios fue el primer alfarero y el Hombre su primer cacharro”. Pedro De la Cal ha vuelto con su Creador y ahora su espíritu, lleno de vitalidad y brío, engalana para siempre el firmamento. Descanse en Paz.  

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario ABC / Toledo el 20 de octubre de 2000.

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