Recientemente, en la que ha sido su primera carta como arzobispo de Madrid, Carlos Osoro realza la misión de la parroquia como “comunidad de comunidades” y nos exhorta a actuar en ella “con palabras y obras” en lo que es la “historia viva de una Iglesia que se hace presente en medio de los hombres”. Otro prelado, el arzobispo Vicenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, nos advertía en los prolegómenos del XVI Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas, de la necesidad de un cambio de mentalidad: “concebir toda la pastoral de la Iglesia en términos de familia”. La celebración del Domingo ha de ser, según Paglia, “el centro de la relación parroquia-familia”.
En este agitado tiempo la Iglesia católica continúa desarrollando serenamente su acción. Con prudencia, pero sin perder de vista los apremios que exige el momento, encuentra hoy nuevos campos de apostolado y proporciona, como fuente de esperanza, orientaciones a nuevos y acuciantes problemas. Sería una gran falta de los cristianos del siglo XXI dejar que el mundo se haga sin nosotros, sin Dios o contra él. Por eso es crucial vigorizar la vida parroquial. La parroquia es acción misionera, una pequeña cristiandad, reducida en lo material, pero infinita en lo espiritual. No es solo una reunión de personas que van a misa, sino una comunidad plena de vida, de oración colectiva, de liturgia colectiva. Es una familia de familias, organización viva que actúa. Bajo sus auspicios, esa unidad asiste a los actos de la vida religiosa, a los bautizos, a los matrimonios y defunciones; a las alegrías y tristezas de los feligreses.
Hacia dentro y hacia fuera se vuelca el tesoro apostólico de la parroquia. Y ésta sale a las calles, entra en los lugares de trabajo y recorre los hogares. En una palabra, la Iglesia quiere un cristianismo que camine por el espacio público para llevar el espíritu católico y el mensaje revelado, cuya característica es la universalidad, hasta los últimos rincones de la sociedad. Porque la religión no es cuestión solamente de los cristianos reunidos en las iglesias, sino de tener cristianos en la política, en la empresa, en la escuela, en la cultura, en los medios de comunicación y hasta en los deportes.
La coherencia entre los ámbitos familiar y parroquial proporciona una resistencia pétrea ante vientos de crisis. Donde la familia permanece sana la sociedad puede reconstruirse a pesar de haber sufrido quebrantos, ya que los cimientos están firmes. Pero donde la familia se disuelve la sociedad, sea cual fuere su aparente solidez, está amenazada de próxima ruina. De ahí, el tesoro que representa la familia, como Iglesia doméstica, en tiempos convulsos. Nada hay más avanzado para el progreso del hombre que robustecer la institución familiar. Lo dijo Monseñor Paglia “hace falta una nueva primavera de las familias cristianas que están llamadas a devolver el vigor familiar a un mundo triste que vive en el individualismo”.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el Semanario Alfa y Omega el 4 de diciembre de 2014. https://alfayomega.es/familia-y-parroquia/