Uno de los signos de la evolución de la Iglesia se observa en el hecho de que ciertas realidades sociales profanas han adquirido la mayoría de edad y alcanzado autonomía. Cuando la Iglesia en la Edad Media encontró niños que vivían en la ignorancia, movida por su caridad fundó escuelas; cuando halló hijos sin padre, llevada de su sentimiento maternal instituyó orfanatos. Y así, a impulsos del amor cristiano fueron naciendo hospitales, clínicas, casas de reposo, patronatos, y, más tarde, sociedades o clubes deportivos, círculos culturales… . Cuando la Iglesia hacía esto estaba supliendo a la sociedad temporal, que no se ocupaba de problemas que le eran propios. Por eso, en la medida en que la sociedad temporal crece, va tomando las riendas. Y así la Iglesia se distancia de lo temporal y se consagra a su propia tarea: la administración de lo espiritual. Pero ante el estado de infortunio y de miseria inmerecida en que se encuentran grandes masas de la población mundial, la Iglesia no solamente se limita a promulgar principios de justicia social, sino que aprecia y juzga los hechos cuando ocurren y sitúa la defensa de la justicia como el móvil de su serena intervención en lo temporal. Si los que han de actuar se inhiben, la Iglesia no puede inhibirse. Su doctrina, desarrollada y perfeccionada a lo largo de los siglos y, sobre todo, en los últimos tiempos, aparece cada día con perenne actualidad en los labios pontificios, y es aplicada a los problemas de la hora presente logrando situar la cuestión social entre las primordiales preocupaciones.
El catolicismo siempre será una admirable lección de respeto de lo humano sin lo cual sería inútil hablar de unidad entre los hombres: Dios nos ha creado en la diversidad: diversidad de razas, de recursos naturales, de climas, de culturas, de costumbres. Cristo es el primero que lanza su doctrina sobre las fronteras y envía a sus discípulos a establecer “su reino” hasta el último confín de la tierra. El sentido de unidad de la estirpe humana se debe ante todo al Cristianismo. Los derechos del hombre, por ser hombre, fueron proclamados primeramente por la Iglesia. Por eso, este mundo de hoy, de “naciones unidas” y de catálogos minuciosos de derechos humanos no podría ser ateo sin un monstruoso pecado de ingratitud.
La cercanía del Papa Francisco con el drama de los refugiados en Europa debería darnos como católicos un sentido más exacto de nuestro propio catolicismo. El verdadero católico es aquél que sabe descubrir con amor al prójimo que no se parece a él. El testimonio del Santo Padre es de evidente autenticidad católica. Su pontificado es todo un ejemplo de constante esfuerzo en pro de abrir hueco a la persona humana en el mundo de hoy. Y sobre Europa, el pontífice nos alerta de que su sanación no vendrá de improvisados vendajes de urgencia sino de una radiografía de su profundo esqueleto tradicional y un claro diagnóstico de sus necesidades espirituales.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 24 de abril de 2016. https://www.elimparcial.es/noticia/164190/opinion/papa-francisco-estadista-ejemplar.html