El fútbol es el opio del pueblo; se manipula de forma torticera por hombres de negocios y políticos, sobre todo nacionalistas (Manuel Mandianes, autor de El fútbol no es así). Luego, el Barça es más que un bluff. Mandianes distingue entre amantes del fútbol (Amor, del Barça, Amas, de la Real), estudiosos (Valdano, por antonomasia, Sergio Ramos, en progresión) y fans. Estos últimos son peligrosos, igual que los fanáticos de la religión o de la política. Fanáticos de la raza y de la sangre, del orgullo, del dominio y del odio decía Jacques Maritain en ¿Sobrevivirá la democracia?, allá por 1947, cuando Di Stefano no pisaba aún el pasto de Chamartín. De ahí viene el problema catalán. Aspiraban los culés a ser los primeros de España y ante la saeta rubia se resignaron como segundos por esos campos de ancha es Castilla, donde caben tantas Copasuropa. Crearon una Liga propia, la Lliga de Prat de la Riba y Cambó, pero se resisten a ser líderes solo del Ampurdán.
Afirmaba Franchés Cambó que de persistir la constelación (de estrellas, esteladas), materialista, la cuestión social no tiene remedio, dando lugar no a una lucha de hombres, sino de fieras. En el fútbol no hay lucha de clases ni de hombres, sino de fieras. La bestia Ronaldo, la pulga Messi, el mono Burgos. Desde aquellos tiempos, en que los recién iniciados en el nuevo deporte hacían sus primeros regates sobre terrenos de juego improvisados en solares polvorientos de los barrios suburbiales de nuestras ciudades, dirimiendo sus pugnas en la más absoluta soledad, hasta nuestros días, en que los estadios levantan sus estructuras gigantescas, catedralicias por San Mamés, repletos de públicos ardientes que vuelcan su entusiasmo y su apasionada parcialidad sobre los equipos que luchan en el campo, con cámaras de TV mostrando al último rincón del planeta la plasticidad de cómo un escupitajo de la estrella (estelada) se deposita sobre el césped, el fútbol ha pasado a ser, de un simple ejercicio deportivo, un espectáculo por el que se interesan grandes masas; un fenómeno social en el que se cuela el virus del totalitarismo infectándolo de intencionalidad política.
El nacionalismo estático, ya de por sí un anacronismo, se convierte, al regarse el terreno de juego, en una innovación tan dinámica como ligera. Figúrese usted si tendremos derecho a ser una nación que llevamos veinte siglos sin serlo, argumentó un central catalán, Oleguer, al seleccionador nacional para excusarse de vestir la roja. Quienes residen en las Chafarinas dicen lo mismo, solo que con el gordo de Navidad. Ya nos toca, por derecho. Cuando se reduce el ámbito de las ideas al círculo de lo puramente sentimental y estrechamente razonante, se inicia el proceso (procés), que a través del nacionalismo maquiavélico conduce al relativismo en la educación, en la historia y hasta en el fútbol. Se vuelve al Romanticismo: Morir por un verso, por una metáfora, por el 3%, por una estelada. Y ¿er zevillizmo qué? La catedral de Sevilla, según confesión de parte, iba para locura y se quedó en grandeza. Al pentaarrebato la estelada le suena a las maracas de Machín.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 22 de mayo de 2016. https://www.elimparcial.es/noticia/165147/esteladas.html