¿Qué está permitido en política? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Contribuir al bien común o al bien propio y particular? Viendo el actual panorama de la política en España la respuesta no está clara. Algunos políticos buscan su bien particular, otros el bien de su partido. Con ello, unos y otros causan perjuicio a los ciudadanos y a la sociedad. Llevamos un tiempo en que nuestros dirigentes no hacen política sino propaganda y viven entregados a sus regateos despreocupándose absolutamente del bien común. Cuando se es político y gobernante hay que subordinarse a las conveniencias superiores del bien público y ofrecer con garantías de honestidad un programa de buena gobernación.
¿Por qué quienes ejercen el poder público no son personas espiritualmente eminentes y de carácter firme? ¿Por qué no son personas de juicio justo y seguro, que resulten coherentes consigo mismo en todas las circunstancias? ¿Por qué no son personas de doctrina clara y sana, de designios rectilíneos y de recta conciencia ¿Por qué no son personas capacitadas para ser guías y dirigentes como genuinos representantes de los ciudadanos y no como simples mandatarios de la cúpula de un partido? La sociedad ya está cansada de políticos que no cesan en ofrecer mesianismos falsos, en forjar vanas ilusiones y en vender humo. Hay un hartazgo en los ciudadanos ante dirigentes que diseñan estrategias de clientelismo para mantenerse en un poder desde el que son incapaces de servir a la comunidad. Echamos de menos a gobernantes que sean promotores de la prosperidad, del orden y de la justicia y funden toda su acción política sobre la verdad.
En la hora presente corremos el riesgo de que los políticos prescindan de la sociedad e ignoren totalmente las necesidades de sus gobernados. Ya no reclamamos que en el gobierno de la nación se acumule una gran sabiduría política. Es un reto de difícil consecución. Tan solo pedimos que quienes gestionan la cosa pública acierten a descubrir los males existentes, remediarlos en lo posible, intensificar los bienes reales y completar y acercar el consenso a un tipo ideal y benefactor para la sociedad. Pero para ello deben olvidarse de que son hombres de partido; que reparen en que no forman parte de un comité político, sino que integran la soberanía nacional. Y esto significa que son los rectores de la vida del país y deben amparar a todos los que quieran vivir dentro de la Constitución y la Ley.
Por eso, un gobernante no debe hacer distinciones desde el poder entre quién es su amigo o su enemigo particular o político. Nada hay más disolvente en una sociedad que la sensación de que los gobernantes, como tales, se guían en el momento de la acción política por criterios partidistas y no de servicio al bien común. Porque el político, el buen político, representa al bien común.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial de 9 de septiembre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/204680/opinion/buenos-politicos.html