Educación y ejemplo

Lo cotidiano no cesa de movernos a la perplejidad aunque sea en espacios tan poco relevantes para la existencia humana como el apasionado mundo del fútbol. Reconocía un entrenador de las categorías inferiores de un laureadísimo equipo de primera división que hoy su función no consiste solo en enseñar a jugar al balón, sino también a ejercer una tutela a mitad de camino entre la paternidad y el magisterio. Explicaba que actualmente son muchos los chicos que, en lugar de motivarse y centrarse con el enorme sacrificio y la dedicación constante necesarios para alcanzar su sueño, suelen, en cambio, estar más fascinados con firmar algún día el gran contrato profesional de sus vidas. Y ya desde chavalines tratan de imitar a las estrellas del balompié imaginando ser propietarios de flamantes automóviles deportivos o reproduciendo en sus propias carnes un variadísimo sinfín de tatuajes. Lo triste, se lamentaba el entrenador, es que al advertir a los padres de esa desafortunada tendencia a la emulación por parte de los hijos, aquellos respondían enérgicamente: Tú dedícate a entrenar, haz de mi hijo un perfecto futbolista y olvídate de lo demás.  

El déficit de enseñanza y educación que padecen actualmente la escuela y la familia se ve agravado, en ocasiones fatalmente, con pésimos ejemplos que abundan en la sociedad. Los referentes sociales en ámbitos como el deporte o la música pop ejercen una enorme influencia sobre la infancia y la adolescencia condicionando sus actitudes y preferencias. Recientemente, al obtener uno de los más prestigiosos galardones del universo futbolístico, un magnífico jugador ha manifestado con sorprendente inmodestia: “no veo a nadie mejor que yo. No hay un jugador más completo que yo. Soy el mejor jugador de la historia, tanto en los buenos como en los malos momentos”.  Palabras que en boca de un comentarista del fútbol hubieran sonado acertadísimas y merecidísimas pues el homenajeado practica dicho deporte de forma sobresaliente. Pero la acumulación de dosis excesivas de vanidad, jactancia y engreimiento en un magnífico futbolista siempre resultará letal en la cabeza y el corazón de un niño. Y es que la ley de la gravedad afecta también a los astros del esférico. Está escrito en El Quijote: Llaneza muchacho, no te encumbres.

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